![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
7 minute read
Capítulo IV: Cuarta regla Personalizó la legitimidad
Alan García Perez
señores y de los orejones. Cieza los llama «servidores perpetuos» y su estatus, según Nathan Wachtel («La visión des vaincus», páginas 120122) era el de gente desprendida de los ayllus, no eran campesinos autosuficientes sino gente servil, heredable y cuya condición, según John Murra era asimilable a la de los esclavos. Después de la toma de Atahualpa en Cajamarca, Pizarro, con inmensa habilidad política, ordenó la liberación de todos los yanas o sirvientes que acompañaban al jefe indígena, así como a sus generales, y dispuso que «volvieran a sus casas». Y esos yanas «forasteros» pudieron al fin viajar por los caminos.
Advertisement
No podemos dejar de anotar un sesgo personal en esa medida. Pizarro, que en su Trujillo original pudo tener la categoría inferior de sirviente por ser bastardo, al tomar esta decisión de alguna manera se liberó simbólicamente a sí mismo. Ahora bien, con la liberación de los yanaconas, procedentes de di \ crsas tribus y volviendo estos a todas las regiones del Perú, ganó para sí unos extraordinarios publicistas y envió un gran mensaje político de generosidad y justicia a todas las provincias y comarcas del territorio. Muchos continuaron sirviendo a los españoles e inclusive participaron en la defensa del Cusco y de Lima ante Manco Inca. Y así añadió, como después veremos, una nueva contradicción a la enorme suma de conflictos que el Perú tenía. Por ello Manco Inca sentenció a muerte a los yanaconas, considerando que no solo habían traicionado a sus amos naturales, sino que adicionalmente significaban un desequilibrio social y un peligroso reclamo igualitario respecto de quienes habían sido sus superiores.
En ese aspecto, el concepto pizarrista de un reino productivo es más moderno y eficiente que el de Atahualpa. Este le aconsejó, según narra Pedro Pizarro (36 v.): «Yo moriré, quiérote decir Apo, lo que han de hacer los cristianos con estos indios para poder servirse de ellos. Si a algún español dieses mil indios, ha de matar la mitad para poder servirse de ellos». Así replicó Atahualpa a la tesis de Pizarro que le había explicado que, aun asignando un curacazgo a cada español, «él había de crear pueblos donde los españoles estuvieran juntos» y no entre los indígenas o en «sus» pueblos, limitándose a recibir los tributos de la encomienda.
Pizarro, el Rey de la Baraja
La liberación de las ajilas. Recorte de los privilegios nobiliarios indígenas
Un segundo tema para consolidar su nueva legitimidad fue la liberación de las ajilas, las cuales, por decenas de miles, se hacinaban en los llamados ajllahuasis o casas de mujeres destinadas al Inca, a los grandes orejones y a los curacas que tuvieran el favor del emperador. Tampoco puede olvidarse que la madre de Pizarro, Francisca Gonzales, fue criada como «donada» en el Convento de la Noria, con el agravante de haber sido servidora de una monja, prima hermana del padre de Pizarro. Cancelar el privilegio de la asignación de mujeres y de la difusión genética significó desaparecer el derecho de la casta inca sobre el imperio. Claude Levi-Strauss definió el sistema social como un conjunto de sistemas de intercambio de símbolos lingüísticos, de mujeres como recipientes genéticos y de bienes de consumo; esdecir, lenguaje, estructura familiar y economía, Pizarro impuso una nueva «lingua franca», un nuevo orden genético y nuevos valores de atesoramiento, manteniendo la relación agrícola básica. Era la creación de un nuevo reino.
Todo ello significó, en el caso de los yanaconas y de las ajilas, una aparente medida democratizadora, pero en el fondo estaba construyéndose un auditorio favorable, una nueva ciudadanía para quien tomó esa decisión. Por ello, una enorme cantidad de yanaconas permanecieron junto a Pizarro y los españoles, a los que debían esa aparente libertad. Los otros iniciaron el proceso de destrucción de las viejas jerarquías.
La fusión de las dos legitimidades anteriores en una nueva
Finalmente, la construcción de la nueva legitimidad se expresa en el «haber recibido como esposa» -de manos del propio jefe indígena- una niña de trece años, Quispe Sisa, hermana de Atahualpa. Como producto de esa unión, en Jauja nació Francisca, que sumaba tanto la legitimidad conquistadora y carismàtica de Pizarro como la legitimidad imperial, por ser nieta de Huayna Cápac. En efecto, Huayna Cápac tuvo como mujer legítima a Arias Collqui, hija de Huancachillac, señor de Huaylas y en ella tuvo a Inés Huaylas (Cusi Quispe) y a Túpac Huallpa, nombrado Inca tras la muerte de
88
Alan García Perez
Atahualpa, pero además a Paulo Inca, que, siendo hermano de Inés, entregó su lealtad a los españoles, participó en la expedición a Chile y combatió ferozmente la sublevación de Manco Inca, también su medio hermano.
Por el nacimiento de Francisca y su bautizo, naturales y caciques celebraron grandes fiestas en Jauja. En la niña comprobaban la suma de ambas legitimidades. En este aspecto Pizarro, a diferencia de otros conquistadores, fue muy cuidadoso y pareciera haber seguido, sin leerla, la regla de Maquiavelo: «para no ser odiado, no deben tomarse los bienes y las mujeres de otros».
Las Ordenanzas olvidadas. Preservar el trabajo humano
Pero un tema adicional en cuanto a la nueva legitimidad son las Ordenanzas hechas a los cabildos sobre el tratamiento a los indígenas. Datan de 1534 y son por lo tanto anteriores a las Nuevas Leyes de Indias de 1542. Estas ordenanzas, que fueron anunciadas por pregonero en el Cusco, serían después confirmadas por la Corona. La intención de estas ordenanzas nada tiene que ver con la piedad o bondad de Pizarro, pero demuestran que su propósito no era el saqueo de tesoros sino la construcción de un reino sostenible sobre la base del pueblo campesino capaz de pagar impuestos en bienes o labores, al cual debía preservarse.
Recordemos algunas: «Que los indios sean bien tratados no consintiendo que les sea hecho agravio ni vexacion alguna por los españoles y quien sea osado de hacer mal tratamiento e hiriere alguno de dichos indios quede inhabilitado para tenerlos en otras provincias» (2da); «Que no se tomase oro ni plata a los indios de la ciudad del Cusco, ni de depósitos ni tesoros, so pena de quinientos pesos de oro para la Cámara de su Majestad y el tal oro y plata perdido» (3ra); «Que ninguno tome oro de su cacique ni molesten a sus indios e caciques que saquen oro de las minas» (4ta); «Que ningún español sea llevado en andas, salvo si estuviera muy enfermo, so pena de ciento pesos de oro de ley o pague el interés a los dichos indios» (Sta); «Que la orden que los dichos naturales tenían en la división de sus tierras o partición de aguas, aquella mesma se guarde o platique entre los españoles entre quienes están repartidos o
H‘>
Pizarro, el Rey de la Baraja que para ello sean señalados los mismos naturales que de antes tenían el cargo» (9na); «Que el español que no fuese encomendero o no tuviese oficio no permanezca más de veinticinco días en esta gobernación» (lima); «Que a los negros que maltratasen a los yndios les sean dados cien azotes» (13ma), etcétera. (Porras B., «Pizarro», p. 285).
Pizarro fue consciente de que la fuerza productiva, la población campesina de su reino estaba siendo diezmada por las enfermedades, por las guerras de legitimidad y las luchas curacales, por la desorganización agraria y por la codicia de sus propios soldados. Debía preservar el factor humano para el largo plazo. Ese es el sentido de sus Ordenanzas, dictadas en persona, ratificadas por la Corona, las cuales dieron origen a las Nuevas Leyes de 1542, cuyo mérito, sin embargo, ha sido exclusivamente atribuido a De Las Casas, que por cierto llegó en el mismo barco que Pizarro a La Española en 1504 y resultó a la postre siendo el gran impulsor del comercio negrero y de la esclavitud en América. Pizarro dictó las primeras normas, pero la leyenda negra creada contra él ganó la lucha por la memoria histórica. Ocurre muchas veces en la política. Fue el caso también de la segunda «abolición» de la esclavitud hecha por Castilla en 1857, que no fue liberación sino una compra amañada para enriquecer a los propietarios ya enriquecidos antes por la consolidación de la «deuda» de la Independencia, una «liberación» a la que siguió la introducción de más de setenta mil trabajadores chinos en condición cercana a la esclavitud, hecha por personajes cercanos a ese gobierno.