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Capítulo VIII: Octava regla Promovió y multiplicó la confusión del adversario
Alan García Perez
niadamente en mayo de 1533, Huáscar vivió obsesionado por la derrota de sus tropas y por la pérdida de su legitimidad más que por la pérdida de su vida. Por ello fue uno de los primeros que creyó, a pesar del consejo de su máximo sacerdote Villa Huma, que esos sí eran los viracochas que volvían para poner justicia en la tierra y logró que sus más cercanos, los familiares de la panaca y del Hanan Cusco, compartieran esa interpretación. Desde entonces, contribuyeron a difundir y a defender el carácter mágico-divino de los extranjeros. Huamán Malqui Topa, padre del cronista Huamán Poma, fue enviado a Tangarará, donde exigió a Pizarro el castigo contra el usurpador. Desde entonces Pizarro supo que, empujado por su desesperación, Huáscar creería en su divinidad y sería su mejor aliado en el sur contra las tropas de Chalcuchímac y Quisquís.
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Pero al mismo tiempo comprendió que más adelante necesitaría la desaparición de Huáscar para poder sumar todo el sur en contra de Atahualpa y al cumplir con la demanda de su muerte, eliminar a los dos contendientes, tener abierto el camino del Cusco y estar en libertad de designar al nuevo Inca, como finalmente lo llegara a hacer. Huáscar expresó nítidamente la actitud de los hombres del mundo andino, ritualizado y mágico: ¿Cómo saber lo que por ser profecía es inevitable? ¿A través de qué signos encontrarlo? ¿Era el enano que visitó una noche a Huayna Cápac antes de su muerte o el cometa que Moctezuma vio? ¿Era la enfermedad que se inició en los auquénidos y mataba después a los hombres?
Manco Inca. Credulidad y ambición
El cuarto personaje a considerar fue Manco Inca. Al iniciar su marcha de Cajamarca hacia el Cusco, Pizarro iba acompañado por Túpac Huallpa, monarca designado por él, pero asesinado este, encontró en el camino a un adolescente de diecisiete años que habiendo sido perseguido por los soldados quiteños en el Cusco, fugó a la selva amazónica. Manco, hijo de Huayna Cápac, volvía para pedir protección a los viracochas. El futuro Manco Inca creía en el carácter divino de los españoles, pues era de la panaca de Huáscar y del Hanan Cusco y por ello fue fácil para Pizarro satisfacer sus pedidos, darle protección y ofrecerle al mismo tiempo que, a través de
Pizarro, el Rey de la Baraja él, continuaría la legitimidad del imperio.
Ello fue aceptado de inmediato por Manco, que fue coronado después con gran fasto en el Cusco. Como prueba de esa alianza, Pizarro le brindó la muerte de Chalcuchímac, quemado en Jaquijahuana antes de ingresar a la capital. Más adelante, Manco, utilizando a los soldados de Almagro, hizo asesinar a dos hermanos suyos para consolidarse en el poder. (Pedro Pizarro 61 v.). De esta manera Pizarro pudo incorporar en su séquito de ingreso al Cusco al nuevo pretendiente al Incanato bajo el aplauso y la expectativa de toda la población que, como dice la crónica, en todos los edificios de la ciudad y en los cerros vecinos aclamaba el ingreso de los justicieros divinos, que tras ello seguramente se irían «cargados de oro». Pedro Pizarro cuenta cómo Manco Inca aun mantuvo esa ingenua credulidad cinco años después, inclusive tras su rebelión, en 1537, luego de haber abandonado el sitio del Cusco y ver destruido el ejército que Titu Yupanqui envió a Lima: «Pues envió Almagro a un Ruy Díaz a Manco Inca por mensajero. Manco le hizo una pregunta, dime Ruy Díaz, ¿si yo diese al rey un gran tesoro echaría a todos los españoles de este reino? El Ruy Díaz respondió: ¿Qué tanto darías Inca? Dijo
Ruy Díaz que había mandado traer el Manco Inca una fanega de maíz e hizo la echar en el suelo y de aquel montón tomó una mazorca y dijo: los cristianos apenas han encontrado el equivalente a esta mazorca del oro y plata que hay y lo que no habéis encontrado es tan grande como este montón del que he cogido una sola mazorca. Y Ruy Díaz dijo a Manco: aunque todas las montañas estuvieran hechas de oro y plata y se las dierais al Rey no retiraría a los españoles de esta tierra».
Esto ocurrió cinco años después de la llegada de los españoles y comprueba que el propio Inca creía aun en la posibilidad de recuperar su reino a cambio de oro, sin comprender el propósito real de Pizarro.
Hernando de Soto. Ambición y vanidad
Un quinto personaje al cual Pizarro definió fue Hernando de Soto, que cumplió un papel esencial en el aspecto militar de la conquista