9 minute read

Capítulo 2. Experimentos y tanteos

Next Article
Abreviaturas

Abreviaturas

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial Capítulo 2 Experimentos y tanteos

A medida que iba avanzando la Conquista, había que evangelizar masivamente a los indios, y en un principio, los sacerdotes eran muy pocos. Entre las primeras soluciones estuvo la de mandar a los hijos de caciques a España para que volvieran a sus tierras con toda la capacidad de buenos evangelizadores. Una cédula real de 1526, que no fue obedecida, ordenaba que veinte hijos de caciques fuesen enviados a la península (Osorio Romero, 1990: XVI). Pero con la extensión del territorio conquistado, y la consiguiente multiplicación de los jóvenes por educar, esta solución se volvió imposible. Más práctico era formar un clero indígena sobre el propio terreno. Los caciques serían los más eficaces para obtener la conversión de sus indios, por la autoridad que gozaban sobre ellos. Por esto, las cédulas reales recomendaron que los religiosos encargados de una doctrina educaran y dieran de comer a sus hijos. También —reiteradamente— ordenaban que se establecieran escuelas en los conventos y en los pueblos. Pero faltaba tiempo para edificar iglesias y conventos. Algunos frailes como el mercedario fray Martín de Victoria en Quito, no esperaron que se acabara para aplicar la ley. Este religioso enseñaba la doctrina y la gramática a los niños de los nobles indígenas en su casa (Hartmann & Oberem, 1981: 106). Otra posibilidad era poner al niño de seis o siete años al servicio de un fraile o del cura para que éste, a cambio de su asistencia le educara en la religión, enseñándole la doctrina, a leer y a escribir. El caso en el Perú de Gerónimo de Limaylla (véase cap. 7 en este volumen) es ejemplar en ese aspecto. Su padre había rechazado a otro

Advertisement

fraile antes de aceptar que fray Andrés de la Cuesta se lo llevara. Además, don Lorenzo se mostraba preocupado por el trato que el hermano iba a dar a su hijo, y había señalado a un indio para acompañarlo (AGI, Escribanía de cámara: 514 C). ¿Por qué no se educó Jerónimo en el pueblo de La Concepción donde había un convento de franciscanos? Las relaciones geográficas del siglo XVI mencionan pocos frailes en 1582: un guardián y un hermano en La Concepción. ¿La escasez de religiosos sería todavía la causa en 1643? ¿Persuadiría el fraile al padre de la necesidad de llevarse al niño al convento de Huaura? ¿Correspondía el alejamiento a una medida de educación tradicional? No se puede contestar con certeza. También, entre otros ejemplos, el cacique Francisco de Vergara declara en 1665 ser: «[...] christiano y educado y enseñado desde que tubo uso de raçon por el señor canónigo Padilla cuyo muchacho fue y por lo mucho que le quiso y le sirvió con fidelidad el mismo le enseñó a leer i escribir nuestra bulgar lengua». (García Cabrera, 1994: 358) Ahora bien, cabe preguntarse en qué consistía el servicio del niño, si se trataba de asistir al cura en la iglesia, o si era un servicio personal. En el caso de Limaylla, el hecho que huyera el indio acompañante y los malos tratos que sufrió el niño, hasta huir él también, permiten pensar que el fraile lo consideraba como su esclavo. En los grandes conventos solía haber escuelas que recogían a los hijos de los caciques y principales de la provincia. Ahí aprendían los rudimentos necesarios a su futuro oficio, o sea a leer, escribir y cantar la lengua castellana. No se sabe si los frailes pedían alguna contrapartida. Según la buena voluntad de los religiosos y la opinión que tenían de la capacidad de los indios, estos podían aprender gramática y nociones de derecho. Los caciques también sacaban partido de su instrucción en los conflictos que podían tener con la administración o con otros caciques. El ejemplo del cacique principal de Cotahuasi, don Cristóbal Castillo, cuyas cartas en quechua fueron traducidas y publicadas por Itier (1991; 2005), es particularmente relevante. No sabemos con certeza dónde fue educado don Cristóbal. Lo más verosímil es que fuera en el vecino convento de Santo Domingo. En 1616 este cacique sentía su poder amenazado por los curacas camachicos* subalternos y la influencia de un escribano cotabambino. A la desobediencia opuso en quechua un discurso que recuerda la epístola de San Pablo a los romanos (Alaperrine, 2002a: 153). Este cacique principal se mostró en sus cartas «capaz de elaborar por escrito un discurso político que integraba componentes conceptuales de orígenes culturales muy distintos: la teología y el sistema tradicional de legitimación del poder cacical». (Itier, 2005: 51)

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

Algunos jóvenes caciques recibieron lecciones particulares, ya porque sus padres contrataban personalmente maestros, ya porque la autoridad eclesiástica les colocaba de oficio con uno. De los primeros no me ha sido posible encontrar ningún contrato privado, pero en el censo de la población indígena de Lima que se hizo en 1613 se lee lo siguiente: «En casa de Francisco Nuñez que está en una tienda del secretario Navamuel se hallaron dos muchachos que dijeron ambos ser hijos del cacique de Guamantanga, don Martín Talpalchín, el uno llamado Francisco Talpalchín pareció de 13 años y el otro don Martín Talpalchín será de diez años, los cuales son de la encomienda de don Martín Pizarro y están aprendiendo a leer y escribir». (Cook, 1968: 165) Francisco Núñez aparece como escribano en la información contra visitadores de idolatrías (García, 1994: 92). Es de suponer que —en 1613— era empleado del escribano Navamuel, y que los dos muchachos fueron traídos a su casa después de una visita. El oficio de escribano era el más indicado para enseñar a los futuros caciques a leer y escribir. Otro caso, algo extraño, de un niño en casa de un escribano, llama particularmente la atención en el mismo censo de 1613: «En casa de Fernando de Najera y Arauz que trae el habito de penitente por el Santo oficio se halló en su compañía un muchacho indio que dijo llamarse Antonio Pariona y ser cacique principal del pueblo de Canta y será de nueve a diez años y gobernar por él don Diego Hasto Miguel su tio, y es el encomendero don Felipe y no sabe el sobrenombre y está aprendiendo a leer y rezar con el dicho Najera». (Cook, 1968: 327) En 1609, con orden de la Inquisición, habían prendido al dicho Fernando de Nájera, que andaba por la ciudad de los Reyes pidiendo limosna para los niños huérfanos «en hábito de barchilon llamandose Hernando de Dios». Lo habían encarcelado y procesado por ser sospechoso de judaizar. Este hombre desventurado, natural de Ecija, había sido escribano público, pero después de la muerte de su esposa, falleció su hijo, y tuvo que vender el oficio para pagar el entierro. Estaba en extrema pobreza y parece que de tantos infortunios perdió el juicio (ANC, Inquisición: vol. 311). Según Medina (1887, II: 7) le acusaban de haber dicho que su hijo se le había aparecido, de lavarse las manos antes de comer y de no ayunar los viernes. Condenado a cárcel perpetua, recorrió las calles acostumbradas en hábito infamante durante el auto de fe de 1612. Su pena sin embargo fue conmutada, puesto que al año siguiente le encontramos en el barrio de San Lázaro, encargado de la educación del pequeño cacique de Canta. ¿A qué se debía este cambio y tal decisión por parte del Santo Oficio? Es de suponer que su extrema pobreza le haya servido. No tenía con qué pagar los veinte pesos que cubrían los gastos de su detención y comida en la cárcel. Tal vez el tribunal

haya preferido encontrar otra pena que sirviera a la Corona sin que estuviera a su cargo. Su profesión hacía de él un maestro competente para enseñar a leer y escribir a un niño. Sin embargo tal solución puede parecer extraña. Eguiguren nota algo semejante que concierne a dos caciques en 1577. Se trata de un contrato —que más bien tiene figura de pena— que establece don Marcos de Lucio con Jerónimo Alemán. Este, según una primera escritura ha de educar y mantener a un cacique de doce años, de Mama (provincia de Huarochirí), y en otra a uno de la misma edad, de Trujillo. Jerónimo Alemán ha de enseñarles la doctrina y a rezar, darles comida, vestido, ocho pesos diarios y curarlos si enferman. Está obligado a aceptar y dar poder a la justicia real de apremiarlo. No se trata de enseñar a leer y escribir. Es posible que este hombre sea analfabeto y que la suma de dinero corresponda al salario de un maestro, aunque parece excesiva (Eguiguren, 1940-1951, II: 926). Sea lo que fuere, este ejemplo muestra que el caso del cacique de Canta no era excepcional. Sin embargo tal recurso parece paradójico: se castiga a un hombre por ser hereje, y la pena que se le inflige es la de educar a un niño en la fe. En realidad uno y otro son objetos de sospecha, el primero ha escarmentado en carne propia lo que cuesta ser mal cristiano, su experiencia es un ejemplo que amenaza al indio si no acepta la doctrina como se debe. Los dos son humillados, están bajo el control de los vecinos, se sienten observados y saben lo que vale una denuncia, se ponen a prueba mutuamente y la educación del cacique no cuesta nada al erario real. Que la educación de los caciques sea una prioridad y a la vez un castigo para quien la dispensara es una paradoja que nos permite medir la distancia que separaba a los indios de los cristianos en la mente de estos últimos: no se habría confiado la educación de un niño español a un reo de la Inquisición. También otras soluciones surgieron, como la de mandar niños españoles huérfanos bajo el concepto de que los niños obtendrían más fácilmente que los adultos la conversión de otros niños, sobre todo si eran «algo morenos de rostro». Así el Rey escribe en 1570: «Simon de Arevalo me ha hecho relacion que en las provincias del Peru avia mucha necesidad de algunos niños que enseñasen la doctrina xpiana a los de aquellas provincias especialmente a los muchachos del Repartimiento de Caxamalca y que para el dicho efecto se avia tratado con Alonso Perez administrador de la casa de los niños huerfanos de la doctrina de la villa de Madrid que diese uno dellos para que pudiese yr a las dichas provincias el cual avia señalado a Alonso Tovar que estaba bien yndustriado en el orden de rezar la doctrina xpiana y de buena ynclinacion y umildad y me ha sido suplicado le mandase dar licencia para pasar pues en ello seria nuestro Señor seruido [...] yo vos mando que dexeis y consintais pasar

This article is from: