![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
5 minute read
4. El punto de vista de los españoles y criollos
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
que servían de mediadores entre las fuerzas naturales y los hombres, y cuyas interpretaciones representaban una forma soberana de saber para la comunidad, fue desconsiderada, reducida al silencio y perseguida. La tradición, sus ritos y mitos pronto resultaron sospechosos, ya que perpetuaban las idolatrías. Por lo tanto, se produjo un hundimiento de gran parte de las elites locales que tuvieron que renunciar a toda forma de privilegio para perderse en la masa de los indios del común. La elite indígena susceptible de ser educada a principios del XVII era tan solo un puñado de hombres. Es significativo que tanto en el Cercado como en pueblos aislados de la sierra, el oficio de escribano haya sido ocupado por indios. Estos escribanos habían aprendido no solo a leer y escribir sino también a redactar utilizando las fórmulas adecuadas para cada tipo de documento requerido, basándose en textos jurídicos. Desempeñaban un papel preponderante dentro del pueblo, puesto que manejaban tanto las quejas como los testamentos. Constituían otro vínculo con la administración colonial. Es de suponer que la mayoría pertenecía a familias de caciques. Sin embargo, la falta de documentación al respecto no permite ir más allá de las conjeturas.
Advertisement
4. El punto de vista de los españoles y criollos
En cuanto a la opinión que tenían los españoles sobre la educación de los caciques, variaba entre dos polos opuestos, que remitían a dos posturas frente al indio: el cacique bien educado sería el mejor evangelizador de sus indios, o al contrario, el cacique educado sería una amenaza para el orden colonial. Las dos posturas coincidían en un punto: la autoridad innegable del curaca sobre sus indios. Ya en 1541, el escribano Jerónimo López escribía al emperador desde Nueva España que los indios por su habilidad «y por lo que el demonio negociador pensaba negociar por allí», se habían vuelto tan buenos escribanos que «por sus cartas se saben todas las cosas en la tierra de una y otra mar muy ligeramente lo que antes no podían hacer» (Icazbalceta, 1962: I, 297). Para él, dar instrucción a los caciques equivalía a dar armas al demonio contra los cristianos. Las mismas ideas se encontrarían algunos años más tarde en el Perú. En un memorial dirigido a Felipe II en 1588, un cura de la diócesis de Charcas, Bartolomé Álvarez, denunció con vehemencia ejemplar las idolatrías y doble juego de los caciques e indios ladinos. Insistió en el gusto que tenían los caciques por el poder y la influencia nefasta que ejercían sobre sus indios. Acusó a los viejos «dogmatizadores» de seguir transmitiendo los cultos paganos y no vaciló en decir que había que quemarlos a todos, ya que de todas formas se asarían en el infierno (Álvarez, 1998: 139). Pero también evocó a los caciques ladinos a quienes acusaba de ser espías al servicio de los herejes. Se escandalizaba de que uno de ellos hubiera comprado un
Monterroso —un tratado de Derecho para escribanos, también mencionado por Huaman Poma (1989: 359)— y otro las Partidas del rey Alfonso, viendo en esto la mala intención de poner pleitos. En la opinión de Álvarez, los indios ladinos, tenían la posibilidad de leer libros prohibidos, sobre todo libros heréticos traídos por los ingleses. Concluía diciendo: «De aquesto se ve cuán pernicioso sería dejarles aprender latín, y cuán mal hecho es el enseñárselo» (Álvarez, 1998: 269). De hecho, el latín era un instrumento de poder. Por eso, Huaman Poma pedía que los caciques principales, y solo ellos, supieran latín. Bartolomé Álvarez, al denunciar el daño que representaba enseñárselo, añadía: «quien tiene codicia de querer saber hacer una petición y estudiar leyes para hacer mal, también la tendrá mañana de querer saber interpretar el evangelio» (Álvarez, 1998: 269). A pesar del desprecio que manifestaba por la poca capacidad intelectual de los indios, tenía que reconocer que algunos aprendían bien y pensaba que un saber equivalente al de los cristianos los volvería más peligrosos aún que sus prácticas idolátricas. Un indio ladino podía abrir la puerta a las herejías y a la traición. Según él, los indios pacasas ya aprovecharon su educación para escribir una carta «Á los muy magníficos señores luteranos» cuando vino Francis Drake (Álvarez, 1998: 268). El miedo a los piratas que se propagó en el Perú entonces sirvió como pretexto para reforzar la desconfianza hacia los indios y el control ideológico sobre la población (Flores Guzmán, 2005: 48-49). Proporcionaba un argumento apreciable a los detractores de la educación de los caciques. Pero esta teoría no logra disimular un sentimiento que no podía confesar: el temor a que los indios, al saber demasiado, encontraran argumentos lógicos para refutar el dominio hispano. Esta preocupación asoma en algunas anécdotas, como la del indio que pretende que si el cura, al consagrar la hostia, estaba en estado de pecado, el sacramento no valía porque no había consagración (Álvarez, 1998: 270). Parece que aquí, el temor a ser juzgado es la verdadera motivación de la acusación de herejía del ensañado doctrinero. Que el indio llegue a interpretar el evangelio equivale a que pretenda una igualdad intelectual con los españoles. Siempre virulento, Bartolomé Álvarez denuncia el empeño de los caciques en educar a sus hijos. Se escandaliza de que uno de ellos quiera mandar a su hijo a Salamanca: «y maxime según la diligencia que este cacique quiere hacer en su hijo, que un día de estos le pretenderá hacer oidor y otro día gobernador» (Álvarez, 1998: 269). El memorial de Bartolomé Álvarez refleja lo que pensaba una buena parte de la elite española y criolla. Para este extirpador encarnizado, la educación de los indígenas amenazaba la autoridad de los doctrineros y del poder colonial, lo mismo que un clero indio amenazaría los privilegios del clero español. Comparar las posturas de Bartolomé Álvarez, doctrinero entre muchos, y de Huaman Poma, descendiente de caciques, cristiano convencido que participó de
La educación de las elites indígenas en el Perú colonial
la extirpación de las idolatrías, pone de manifiesto la oposición continua entre la elite indígena y cierta parte de la sociedad colonial sobre el tema de la educación. La educación superior de los indios principales, considerada como peligrosa o inútil por unos, como necesaria por otros, y temida por la mayoría de las elites españolas, no carecía de importancia en la formación de la sociedad colonial. Era constantemente objeto de medidas y decretos muchas veces repetidos porque no se aplicaban. Facilitar a los caciques la práctica de la lectura y de la escritura, requerida por su oficio, podía abrir una caja de Pandora, ya que significaba dar acceso a toda clase de lecturas, al razonamiento crítico y a la defensa de intereses contrarios. Dar una buena educación a los indios significaba, para muchos, darles armas para rebelarse. El hecho de que los caciques pidieran aprender latín y leer libros de Derecho, manifestaba su intención de poner trabas al poder colonial con peticiones y pleitos, y nada más.