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12. Vida cotidiana de los colegiales

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Abreviaturas

Abreviaturas

Las medidas de restricciones del Real Acuerdo, que el nuevo Virrey no iba a abolir a pesar de las protestas de los rectores, tuvieron consecuencias nefastas para los colegios. Sabemos que Jacinto de Contreras, más de 45 años después, explicaba la disminución del número de colegiales por la decisión del Real Acuerdo de no proporcionarles el vestido. ¿Era el gasto lo que motivaba a los caciques para no dejar que acudieran sus hijos al colegio? ¿O más bien la humillación? No se debe olvidar que la «inclinación a los honores» sugerida por el doctor Acuña ya estaba mencionada en el proyecto de fundación de los colegios. En efecto, antes de establecer definitivamente las constituciones, el Rey había sometido a los oidores algunas preguntas en lo que atañía a la financiación, y la primera era: «Supuesto que no parece justo ni conveniente que se pida cosa alguna a los caciques para el sustento de los indios en el dicho colegio, de dónde se podrá suplir con justificación ? […] supuesto que los indios se agradan de cualquier especialidad que con ellos se use, y que conviene inclinarles a que apetezcan a venir y asistir al colegio y que es justo que sean diferenciados de los demás [...]». (Inca: 785-786) Entonces, en 1617, el Rey solo retomaba las primeras disposiciones del virrey Toledo que conocía la necesidad de distinguir a los nobles indígenas de la masa del común y de darles la satisfacción de algún privilegio. Según la personalidad de los virreyes, más o menos conscientes de la condición de los indios, más o menos en su favor, sus actitudes para con el colegio de caciques diferían y se otorgaba, o no, el uniforme. Las promesas del virrey Esquilache de cuidar personalmente de sus hijos y de favorecer sus carreras honrándolos, solo habían sido promesas para mover a los caciques a mandarlos al colegio: no fueron seguidas de efecto. Después de su ida, las garantías que había dado no fueron respetadas y el mero hecho de abandonar el uniforme era para los caciques una marca de desprecio que explica en gran parte su desafección por el colegio. Tal vez no sea la única razón, pero fue importante y lo que dice el padre Contreras muestra hasta qué punto las estrategias elaboradas por los virreyes Toledo y Esquilache para atraer a los caciques eran justas pero inaplicables en una realidad política hecha de tensiones continuas entre la Corona, las elites españolas y la corrupción del sistema administrativo.

12. Vida cotidiana de los colegiales

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La calidad de vida cotidiana de los colegiales varió con el tiempo. Mientras al principio estaban de por sí, unos veinte, más o menos, con un hermano coadjutor maestro y un padre rector, en una casa comprada o acondicionada

La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

para ellos, la intromisión de los españoles cambió la atmósfera, multiplicando considerablemente el número de alumnos y haciendo de los hijos de caciques una minoría en su propio colegio. En cuanto a la distribución del tiempo, parece no haber variado mucho. Por lo menos es lo que afirma en 1776, casi 10 años después de la extinción de los jesuitas, el canónigo Francisco Joseph de Marán, nuevo rector del colegio (Macera, 1966: 365). El provincial de la Compañía era quien la dictaba. Según lo que ordenó Gonzalo de Lira, visitador de la Compañía para el colegio del Príncipe el año 1625, o sea en los primeros tiempos, los colegiales se levantaban por la mañana cuando los padres salían de oración, a las seis. Recitaban entonces las cuatro oraciones y lo que sus maestros les habían enseñado. Después oían misa, al fin de ella rezaban el acto de contrición y la acción de gracias «por todos los beneficios recibidos». Luego iban a desayunar. El desayuno que llamaban almuerzo, empezaba con la bendición del padre y consistía en medio panecillo, unas pasas, o higos, o miel u otra cosa (Inca: 795). Luego, la escuela tenía lugar, con el hermano maestro, hasta las nueve y media y de nueve y media a diez y media, todos aprendían a cantar y a tocar sus instrumentos. Entonces venía el recreo hasta la hora de comer. Hasta las dos tenían otro recreo, y de dos a cuatro y media otra vez se ejercitaban en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Después cantaban durante una hora. A las cinco y media rezaban el rosario en la escuela y hasta las siete, jugaban, leían o aprendían la lengua española. A las siete y media tocaban la doctrina. Se juntaban en la sacristía para media hora de catecismo que se terminaba por las letanías. A las ocho menos cuarto iban a cenar y descansar. Antes de acostarse hacían el examen de conciencia y rezaban. Lo mismo se repetía cada día, excepto los jueves por la tarde en que había asueto. En total eran cuatro horas de escuela, dos de música y canto, el resto de oraciones y doctrina. Además, es de notar que el aprendizaje de la lengua española parece ocupar un lugar reducido, si no opcional en esta distribución. Las órdenes que dio Diego Francisco Altamirano en mayo de 1699 para el gobierno del colegio difieren poco: solo precisa que en la iglesia por la mañana: «se encomendaran a Dios y estarán instruidos de lo que pueden rezar en aquel tiempo: el acto de contrición, a la Virgen, al santo del nombre, al Ángel de la guarda, y el ofrecimiento de las obras del día». (Inca: 830-831) La cuestión es saber si estas reglas venían a poner orden en el gobierno del colegio o si eran pura formalidad por parte del visitador. Ningún documento permite contestar.

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