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12.1. Las comidas

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Abreviaturas

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12. 1. Las comidas

El momento de la comida era particularmente importante en la medida en que era un tiempo de sociabilidad, que los jesuitas aprovechaban para educar a los colegiales en buena policía. El uso de manteles y servilletas que estaba previsto en las primeras disposiciones parece haberse perdido poco a poco, puesto que en ocasiones muy raras se encuentran en los diferentes inventarios: un solo mantel de tocuyo en el de Temporalidades (AGN, Temporalidades: L155). A imitación de todos los colegios jesuitas, un alumno leía algún libro edificante o la «Vida del Santo» del día durante la comida, y otro servía. Esto se observó efectivamente al principio, ya que lo consigna el hermano Sebastián en su relación (Vargas Ugarte, 1948: 150). Las constituciones preveían que comieran todos juntos en su refectorio con el padre. Este les echaba la bendición antes de comer, y a medio día los jóvenes tenían todo el pan que pudieran comer, un guisado o locro de carnero, una escudilla de caldo y carne cocida. Todos los jesuitas que tuvieron que defenderse ante los jueces de censos insistían en que alimentaban muy bien a los colegiales. Sebastián de Villa, por ejemplo, cuando se presentó ante los oficiales de las cajas reales del Cuzco, preguntó retóricamente si es verdad: «que los veinte cassiquitos que conmigo vienen a visitar a V Mdes estan bien gordos, commiendo [sic] dos platos por la mañana de carne, dos a la noche y medio real de pan». (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 21, cuad. 9) En realidad lo que debían comer los futuros caciques se discutió en la Real Audiencia así como lo que debían vestir, en el momento de establecer las constituciones, y los pareceres reflejaban la opinión que tenía cada uno sobre estos colegios. Si el vestir sitúa de inmediato al individuo en la escala social, el comer ofrece otras dimensiones. Es una costumbre adquirida desde la niñez y propia de un grupo. También existe un vínculo con la religión, con prohibiciones y ritos. Lo que se ingiere suscita lo imaginario. Lo que comía el vecino o lo que no comía podía ser una prueba de herejía ante la Inquisición. En ciertos procesos de idolatrías, algunos testimonios contra «hechiceros» declaraban que estos explicaban las enfermedades, como la hinchazón del pie, por haber comido pan, carne de cordero o de chancho, que eran alimentos de españoles. Aquello era, para el visitador, prueba de persistente idolatría (Duviols, 2003: 229, 243). Por tanto no ha de extrañar que la dieta alimenticia de los caciques conste en las constituciones de los colegios. Unos pensaban que había que darles el sustento necesario conforme a lo que acostumbraban, mientras que otros estaban de acuerdo en darles de comer como a los otros colegiales españoles. La primera solución tenía la ventaja de ser más económica y de dejar a los caciques en su sitio de indios, pero el Rey decidió que comieran lo que los españoles, sin abandonar del todo sus costumbres, poniéndoles en la mesa:

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La educación de las elites indígenas en el Perú colonial

«Maíz tostado o cocido y algunas papas así porque están en costumbre de comerlo como porque no la hayan perdido cuando vuelvan a sus tierras [...] y los días que no fueren de carne, se les dé alguna escudilla de garbanzos, arroz, lentejas o de otra legumbre y un plato de pescado fresco o salado y alguna fruta conforme al tiempo y las pascuas y fiestas muy solemnes se les dé algun extraordinario, como pasteles o asado». (Inca: 795) Este régimen ofrecía la ventaja de ser equilibrado, tanto desde el punto de vista dietético como político. Reflejaba el papel del futuro cacique, bisagra entre españoles e indios y la voluntad de la Corona de educarles en policía pero sin alejarlos de sus indios: «que no les extrañen los suyos» —recomendó en sus tiempos el visitador Plaza—. El Real Acuerdo después de la partida de Esquilache se apresuró en reducir los gastos: «En cuanto a la comida se declara se les de a los dichos colegiales según y como en las otras constituciones está declarado procurando la proporcionar y tasar los Padres que los tuviese a cargo segun la naturaleza de los yndios con que el gasto que en esto se a de hacer se modere y en lugar de dos reales y medio que están señalados por día para alimentos de cada uno de los dichos colegiales no se dé ni pague de aqué adelante más de a razon de dos reales». (MP II: 526) En su protesta el padre Jacinto de Contreras declara que no bastan dos reales porque los precios han subido «y el carnero que valía un patacón quando se fundó el colegio vale hoy dos [...]» (Eguiguren, 1949, II: 564). Era evidente que alimentar a los colegiales «a su uso» hubiera evitado gastos pero también hubiera sido una medida de vejación para esas elites indígenas que aspiraban a españolizarse. Una tradición oral recogida por Gerald Taylor (1975) pone de manifiesto la importancia de las costumbres alimenticias y el desprecio que los indios inspiraban. En este cuento un cacique, sacristán de su pueblo, se muestra tan buen cristiano que en ausencia del cura dice misa en su lugar sorprendiendo a todos. Pero el cura, furioso al enterarse de lo acontecido, lo lleva a Lima a comparecer ante la Inquisición. El cacique se defiende con tanto brillo que lo absuelven. Por el camino de regreso, los españoles le preparan un banquete con comida «decente» y en la mesa le ponen papas y maíz. El cacique, en vez de escoger la comida decente opta por las papas y el choclo. Los españoles se ríen a carcajadas y el pobre cacique muere de vergüenza. Lo que llama la atención en este cuento es la semejanza de los alimentos escogidos: las papas y el maíz, que las constituciones reales ponían también en la mesa de los jóvenes caciques con fines políticos bien claros: para que el cacique, de regreso entre sus indios, tenga una acción eficaz porque no le extrañarían. Ahora bien, la leyenda hace de esta comida, no un elemento complementario sino el objeto

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