Monique Alaperrine-Bouyer
12. 1. Las comidas El momento de la comida era particularmente importante en la medida en que era un tiempo de sociabilidad, que los jesuitas aprovechaban para educar a los colegiales en buena policía. El uso de manteles y servilletas que estaba previsto en las primeras disposiciones parece haberse perdido poco a poco, puesto que en ocasiones muy raras se encuentran en los diferentes inventarios: un solo mantel de tocuyo en el de Temporalidades (AGN, Temporalidades: L155).
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A imitación de todos los colegios jesuitas, un alumno leía algún libro edificante o la «Vida del Santo» del día durante la comida, y otro servía. Esto se observó efectivamente al principio, ya que lo consigna el hermano Sebastián en su relación (Vargas Ugarte, 1948: 150). Las constituciones preveían que comieran todos juntos en su refectorio con el padre. Este les echaba la bendición antes de comer, y a medio día los jóvenes tenían todo el pan que pudieran comer, un guisado o locro de carnero, una escudilla de caldo y carne cocida. Todos los jesuitas que tuvieron que defenderse ante los jueces de censos insistían en que alimentaban muy bien a los colegiales. Sebastián de Villa, por ejemplo, cuando se presentó ante los oficiales de las cajas reales del Cuzco, preguntó retóricamente si es verdad: «que los veinte cassiquitos que conmigo vienen a visitar a V Mdes estan bien gordos, commiendo [sic] dos platos por la mañana de carne, dos a la noche y medio real de pan». (ADC, Colegio de Ciencias: leg. 21, cuad. 9) En realidad lo que debían comer los futuros caciques se discutió en la Real Audiencia así como lo que debían vestir, en el momento de establecer las constituciones, y los pareceres reflejaban la opinión que tenía cada uno sobre estos colegios. Si el vestir sitúa de inmediato al individuo en la escala social, el comer ofrece otras dimensiones. Es una costumbre adquirida desde la niñez y propia de un grupo. También existe un vínculo con la religión, con prohibiciones y ritos. Lo que se ingiere suscita lo imaginario. Lo que comía el vecino o lo que no comía podía ser una prueba de herejía ante la Inquisición. En ciertos procesos de idolatrías, algunos testimonios contra «hechiceros» declaraban que estos explicaban las enfermedades, como la hinchazón del pie, por haber comido pan, carne de cordero o de chancho, que eran alimentos de españoles. Aquello era, para el visitador, prueba de persistente idolatría (Duviols, 2003: 229, 243). Por tanto no ha de extrañar que la dieta alimenticia de los caciques conste en las constituciones de los colegios. Unos pensaban que había que darles el sustento necesario conforme a lo que acostumbraban, mientras que otros estaban de acuerdo en darles de comer como a los otros colegiales españoles. La primera solución tenía la ventaja de ser más económica y de dejar a los caciques en su sitio de indios, pero el Rey decidió que comieran lo que los españoles, sin abandonar del todo sus costumbres, poniéndoles en la mesa: