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12. Las prometedoras cédulas reales a fines del periodo colonial

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Abreviaturas

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si se hubiera aplicado siempre los principios de las primeras constituciones. En realidad, sabemos que lo fueron muy poco tiempo y que no resistieron a la animadversión de las clases dirigentes. Sin embargo, los colegios de caciques sobrevivirían todavía hasta la Independencia.

12. Las prometedoras cédulas reales a fines del periodo colonial

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Estas cédulas, que debían marcar un viraje decisivo en la educación de los caciques después de la expulsión de los jesuitas, prometían la igualdad de los nobles indios con los españoles en las carreras religiosas, militares y civiles. ¿En qué medida se aplicaron? Los estudios que ofrecían los colegios de caciques concernían sobre todo las carreras religiosas y en menor grado de leyes y militares. Uno de los colegiales del Príncipe, Vicente Jiménez Ninavilca, logró ser procurador de su nación en la Audiencia (O’Phelan, 1997: 61), fue él quien intervino en el litigio sobre los uniformes del colegio bajo el nombre de Ninavilca. Un Vicente Quispe Ninavilca aparece en la lista de los colegiales en 1779, como cacique del repartimiento de Huarochirí. El colegial que fue arrestado en 1783, después de Fernando Thupa Amaru, bajo sospecha de rebelión, se llamaba Vicente Ninavilca sin más (AGN, Temporalidades; Colegios: leg. 171). ¿Se trataría del mismo Vicente Quispe Ninavilca que ganaría grado de sargento mayor en 1822 (O’Phelan, 1997: 61)? Pero, en cambio no consta ningún Vicente Jiménez Ninavilca en la lista ni en los documentos consultados de Temporalidades, relativos al colegio. En cuanto a los otros casos de caciques abogados (Guibovich, 1990: 70; O’Phelan, 1999: 272), no fue posible localizarlos en San Borja, en el marco de la presente investigación. Las aperturas en materia de curatos se hicieron paulatinamente a partir de la década de los setenta, y conciernen, sobre todo al principio, a los hijos de caciques que habían sido alumnos de los jesuitas en Cuzco. Como se ha visto, hubo en el siglo XVIII ya algunos alumnos de San Borja, los más brillantes, que pudieron recibir una buena formación, completada en las aulas de la Compañía. No fue, en realidad, el caso de muchos sino de los mejores y más nobles. Por supuesto, estos alumnos debían su éxito a la buena integración de sus padres en la sociedad, y sobre todo a su fidelidad al Rey. Tres de los linajes más importantes del Cuzco lograron colocar a sus miembros en el clero colonial con un presbítero y dos doctrineros (O’Phelan, 1995: 63). También don Bernardino Pumacallao se presenta en 1776 como hijo legítimo del cacique gobernador maestre de campo Marcelo Pumacallao, colegial becario de San Bernardo, donde estuvo seis años estudiando artes y teología, graduándose de: «doctor en dicha sagrada facultad. Insiste en su linaje de caciques sin mezcla ni infeccion alguna y pide que le admitan en virtud de la Real

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cédula que encarga a los arzobispos y demás prelados eclesiásticos atiendan a los hijos de nobles caciques y les franqueen con preferencia los beneficios eclesiásticos». (AAA, Concurso de curatos: 1776) Su nobleza y pureza de sangre, los servicios de sus antepasados al Rey y a la Iglesia le valdrán para ser admitido «sin titulo alguno, y solo de gracia que le mereció», lo que es bastante excepcional para un indio. Cinco años después, se encuentra en su pueblo de Pampacolca pero solo como teniente de cura: aún si hubo un progreso, no era tan fácil ascender en la carrera religiosa para quien no pertenecía al reducido núcleo de nobles confirmados por la Corona. Sin embargo, este hijo de cacique, cuyo caso es ejemplar, no debió de estudiar en San Borja, sino en la casa de los jesuitas de Arequipa, puesto que como lo hemos visto, el reclutamiento de este colegio no pasaba de los límites del obispado de Cuzco. La Compañía acogía en sus colegios de Arequipa, Huamanga y La Paz a los jóvenes que no pertenecían a la nobleza inca ni eran de las provincias cercanas a Cuzco, aún si las constituciones los destinaban a San Borja. Los caciques de menor rango fueron ordenados a título de lenguaraces y se contentaron con las doctrinas pobres aisladas en la sierra, que rechazaban los españoles y criollos, o con ser simples donados, como fray Matías cuyo hijo ingresó al Príncipe, lo que él no parece haber logrado. No hay prueba tampoco de que Antonio Chayhuac, hijo del cacique de Mansinche, haya pasado por el Príncipe. En 1734, un certificado expedido por Vicente Palomino, catedrático de teología moral, declaraba que este alumno había cursado dos años de estudios en la facultad de teología del Colegio Máximo de San Pablo pero sin decir dónde había estudiado latinidad antes. Presentó otro el mismo año del catedrático de prima y otro en 1735, de otro catedrático de prima de sagrada teología. Todos estos certificados lo declaran apto y suficiente, pero no dan más precisión y no aparece en la lista del colegio del Cercado, lo que no ha de sorprender. Una de las consecuencias de la rebelión de 1780 fue que se facilitó aún más a las familias nobles que se habían mostrado fieles al Rey el acceso a dignidades religiosas (O’Phelan, 1995: 68). Don Fernando de Silva, cura de Pantipata, hijo de un cacique indio noble, merecía el apoyo y elogio del obispo del Cuzco que, en 1795, lo declaraba: «Bien instruido en la teología escolástica y moral, pero sobre todo es de una vida ejemplar y costumbres arregladas; el celo que tiene por el aseo y adorno de sus iglesias y la caridad con que socorre a sus feligreses indigentes acreditan su piedad, y asi lo consivo digno de una Racion en este coro». (AGI, Cuzco: 66) A pesar de esta recomendación no obtuvo todos los votos, pero sí en 1796 la doctrina de Maras (AGI, Cuzco: 66). No ha sido posible dilucidar si había

estudiado en San Borja este cura ejemplar, puesto que no se especifica dónde estudió, ni figura entre los pocos nombres de los que disponemos. También pudo ingresar en el seminario de la catedral. Desde la década de los setenta se multiplicaron los casos de hijos de caciques solicitando curatos aunque fuese de manera disimulada, declarando ser de ascendencia española o corrigiendo un apellido demasiado indígena en otro de asonancia más castellana, como lo muestra Lavallé en el estudio que hizo de los casos de ordenaciones en Arequipa a fines del siglo XVIII. Uno declara haber ingresado al seminario de la ciudad en 1777 (Lavallé, 1998: 112) pero dadas las fechas, no se debe excluir que su educación se haya iniciado en la casa de los jesuitas.

En pocas palabras, si la educación de los jesuitas para formar sacerdotes de indios es perceptible sobre todo en Cuzco en la década de los sesenta del siglo XVIII, en particular para un puñado de hijos de nobles confirmados; después, la educación de más porvenir en colegios reales se daría en el Príncipe. Al respecto se nota que varios hijos de caciques de Cuzco fueron a estudiar a Lima, donde se aplicaba la orden del virrey Amat de dar estudios de gramática a los indios. Es el caso, entre otros, de Lorenzo Cusi Lloclla Pachacute o de José Marcos Manco (Inca: 821-822). Por otra parte, la mayoría de las veces resulta difícil saber si los candidatos a curatos fueron alumnos de los colegios de caciques, porque solo mencionan en sus solicitudes sus estudios de latinidad, muchos sin decir dónde o refiriéndose a los seminarios o colegios mayores de más prestigio. También hay que tener en cuenta que las listas de colegiales de las que disponemos son demasiado incompletas. La solicitud de Ramón Pumachaico en 1755 (AAL, Ordenaciones: leg. 66) ilustra estas imprecisiones: pide ser ordenado a título de lengua y se declara «lenguaraz nativo» sin aludir al colegio de caciques ni a ningún seminario. Dice haber estudiado latinidad pero no se sabe dónde. Tampoco consta en la lista de los colegiales del Príncipe, además se dice forastero en Lima y no tener personas que testifiquen de su limpieza de sangre. También es relevante que este hijo de cacique gobernador aspire a las órdenes menores de cuatro grados y corona, a la muerte de su mujer, para mantener su familia huérfana. Algunos afirman, con un certificado, haber asistido a las conferencias morales del colegio de Santo Toribio y estudiado gramática, sin decir tampoco dónde. Pero ninguno fue colegial del número de este colegio prestigioso, puesto que cuando Juan Bautista Yacra Yauri pidió ser admitido en 1797, en virtud de los

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decretos reales, el secretario afirmó que nunca hasta entonces se había visto a un indio noble conseguir la beca (AAL, Seminario de Santo Toribio: leg. 5-50). Juan Bautista Yacra Yauri, había ingresado al Príncipe en 1787 (Inca: 822) pero no lo menciona en su solicitud. Sin embargo, a medida que pasan los años la institución se encarga más de la formación de los futuros curas: el rector Silva explica, a propósito de los uniformes, que ya los hijos de caciques podían estudiar teología moral después de estudiar gramática y examinarse en la Universidad para ordenarse y volver a sus pueblos «a instruirlos y edificarlos con su doctrina y ejemplo con mejor suceso que si se hubieran retirado a ejercer sus cacicazgos que no tienen ya la dominación que en los tiempos anteriores, y que tanto influyó en la fundación del colegio». (AGN, Temporalidades; Colegios: leg. 171) Según este rector ilustrado, también se debía ofrecer al resto de los caciques la alternativa que se ofrecía a los linajes cuzqueños en compensación de su pérdida de poder (O’Phelan, 1997: 68). Se volvían aceptables las ideas defendidas doscientos años antes por nobles indios y mestizos. Poco a poco las mentalidades fueron evolucionando, pero no por esto se suprimieron los prejuicios. Por otra parte, el virrey José Fernando de Abascal y Sousa, marqués de la Concordia (fig. 5), que llegó a Lima en 1806 se enfrentó con los primeros movimientos independentistas a partir de 1810 y ocupó militarmente el alto Perú. Se conserva de él, en el museo de Arte de la Universidad de San Marcos, un retrato de cuerpo entero por Pedro Díaz5. A su lado, en una mesa se ve un escritorio con cuatro expedientes que obviamente remiten a decisiones políticas y a la defensa de los intereses reales en el Perú. Curiosamente, en el primero se lee «Colegio del príncipe» y en los otros: «Cuartel de la Concordia», «Baluartes», el cuarto es ilegible. Se sabe que este virrey militar reprimió las conspiraciones y venció los avances de los patriotas contra las tropas reales. Es de notar que entre junio y diciembre de 1811, firmó doce becas de merced6 para el colegio del Príncipe lo que representa un ingreso particularmente importante si se comparan con los otros años (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 70, 71)7 . ¿Por qué se convertiría, de repente, el colegio del Príncipe en una prioridad en la política del Virrey? Lo cierto es que Abascal elaboró una reforma de este colegio, al parecer poco antes de otorgar las becas de 1811 puesto que en la providencia del 31 de agosto del mismo año se lee la siguiente recomendación:

5 La reproducción de este lienzo en El Barroco Peruano 2, propone la fecha de 1804 que corresponde a su nombramiento como virrey de La Plata, pero me parece temprana ya que solo llegó a Lima dos años más tarde y los atributos de su poder en el lienzo evocan más bien su acción contra las rebeliones independentistas. 6 Y no de médico como se puede leer en la trascripción de la revista Inca. 7 En los años siguientes, de acuerdo con el mismo documento, entre 1812 y 1816 solo firmó nueve becas.

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«se tomara razón de ella [la providencia] en los libros del colegio y Caja General de Censos trayéndose por separado el cuaderno que trata de su reforma como está mandado». (AHNC, Fondos varios: vol. 63, fol. 70, 71)8 Podemos suponer que el recuerdo de la gran rebelión de 1780 estaba todavía vivo y que la atención al colegio de caciques tendría por fin asegurarse el apoyo de la nobleza india en aquellos tiempos inciertos —1811 fue el año de la rebelión de Tacna, y se multiplicaban las insurrecciones que Abascal reprimiría con éxito—. Es relevante además que se trate únicamente del colegio del Príncipe, lo que confirma la venida a menos del colegio cuzqueño. Después de la expulsión de los jesuitas, los dos colegios conocieron destinos distintos: mientras San Borja decaía, definitivamente reducido a una escuela de primeras letras, el Príncipe conoció una serie de reformas que permitían a sus colegiales integrarse mejor, por lo menos en teoría, y para unos pocos en realidad. Porque San Borja no competía a Temporalidades, no se benefició de las reformas que los virreyes Amat y Abascal impusieron al Príncipe. La oposición más que centenaria de las clases pudientes y del clero secular cuzqueños a los jesuitas, pudo tomar entonces su revancha y los prebendados nombrados rectores dejar de lado las medidas de progreso que la Compañía había tomado para algunos de sus alumnos, en particular en las últimas décadas de su directorio. El abandono material que revela la visita de 1793, y la permanencia del mismo vestuario de los colegiales son significativos. En cuanto al colegio limeño, tan decaído en los últimos años de los regulares, su mejora, dentro de lo que cabe, se debió también a la oposición a los jesuitas. No se respetaron casi nunca las constituciones que hacían de estos planteles escuelas exclusivamente reservadas a los hijos primogénitos de los caciques y segundas personas, y que recomendaban tratar a los colegiales como a gente noble. La concurrencia de niños pobres, o no tan pobres, españoles y criollos, con los jesuitas en Cuzco, pobres de todas castas en Lima, persistió con los seculares en ambos lugares, haciendo imposible una buena enseñanza para los caciques. Es este, además, un factor que puede explicar la permanencia en el colegio de tantos años de ciertos alumnos. Las dificultades que tuvieron los rectores para cobrar lo necesario de las cajas de censos como de Temporalidades también fueron permanentes. Para resolver el consecuente problema económico, los jesuitas contaban con la administración de los bienes que hacían adquirir al colegio e hicieron de San Borja una empresa floreciente, lo que les permitía hacer las reparaciones y gastos necesarios para un mantenimiento decente de los planteles. No fue el caso después. Siguieron

8 No me ha sido posible profundizar este hecho: será objeto de un estudio posterior.

la corrupción y la dejadez administrativas, al mismo tiempo que los prejuicios raciales, que se revelan claramente en el litigio sobre los uniformes del Príncipe, obliterando los principios de igualdad con que los monarcas ilustrados coloreaban sus discursos.

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