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Gustavo Solís Fonseca

Áncash, espacio de terremotos

Gustavo Solís Fonseca 3

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No soy ni el profesional ni el académico indicado para hablar de cuestiones que tienen que ver con geología ni con sismología; pero soy, como cualquier ancashino, harto privilegiado en experiencias con temblores /terremotos y sus consecuencias, que constituyen parte constitutiva de nuestra identidad de región y de la gente de esta parte del Perú.

La cordillera de los Andes es el rasgo geográfico y geológico más importante del Perú y de nuestro subcontinente. Y lo es más para el departamento de Ancash, por la particularidad de pasar por su ámbito dos ramales de los Andes, las llamadas Cordillera Blanca y Cordillera Negra, con el Callejón de Huaylas en medio, como un valle que realmente es el espacio más hermoso del Perú, tanto o más que el Valle del Mantaro y el Valle del rio Urubamba.

Frente a los Andes tenemos el litoral del Océano Pacifico, el cual es un malecón abierto al abismo marino cuya profundidad en el mar frente a Ancash llega a las mismas dimensiones de sus contrapartes en altura de los picos nevados de la Cordillera Blanca.

Carlos Peñaherrera del Águila, en el Tomo I de la GRAN GEOGRAFIA DEL PERU (1986), usa el nombre “Terremoto de Huaraz” de 1970, para el sismo que ocurrió el 31 de mayo de 1970; otros se refieren a dicho evento como “Terremoto de Yungay”. Como sabemos, este sismo afectó desde Trujillo hasta Cañete en Lima, con una fuerza superlativa tal que la expresamos bien con el significado de la palabra “terremoto”, diferente a lo que significa “temblor” de tierra. Es bueno señalar que un terremoto anterior en el Callejón de Conchucos, en los lugares de Siguas y Quiches en 1946, destruyó a los dos poblados, seguramente por la misma causa del desplazamiento intrusivo por debajo del bloque continental de la llamada Placa de Nazca.

3 Gustavo Solís Fonseca. Natural del distrito Abelardo Pardo Lezameta (Llaclla), provincia de

Bolognesi. Doctor en Lingüística. Docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Declarado Personalidad Meritoria de la Cultura por el Ministerio de Cultura. Autor de muchos libros sobre lingüística andina.

1970 La hecatombe de Áncash 51

El sismólogo estadounidense Brian T. Brady y su comentada predicción de la inminencia de un gran terremoto en el Perú en 1981, luego de un largo “silencio sísmico”, felizmente no se cumplió; pero hablar de la posibilidad de su ocurrencia produjo enorme pánico en su momento. En relación con los miedos que causan los terremotos, la gente toma nota de los grados con los cuales se mide la intensidad del poder destructor de los movimientos sísmicos. En el Perú se expresa en una de dos escalas, sea la llamada Escala de Mercalli modificada, o la de Richter. Las informaciones suelen darse en nuestro medio generalmente en términos de la escala de Richter, pero la escala más explicativa y descriptiva pareciera ser la de Mercalli con 12 niveles, de I a XII, donde el primer nivel no es perceptible por la gente y la última escala representa la destrucción total. En esta escala, desde el tramo VII al XII, se representa el efecto destructivo de estructuras construidas por la gente, las cuales se derruyen o deforman y, en el grado XII, no queda nada en pie de lo hecho por los humanos. Las escalas se refieren a la constatación de deformidades del relieve terrestre y a la deformación de estructuras hechas por el hombre, tales como perdidas de alineamiento de carreteras, de vías férreas, paredes, acequias, etc.; o desestructuraciones de entidades geográficas o de formaciones geológicas. Si bien cualquier escala busca medir la intensidad sísmica y señalar los daños de estructuras construidas; el pánico, que es su correlato en términos de conducta humana y de muchos otros seres vivos, no ha sido objeto de indagaciones, hecho especialmente indicativo de la desatención de lo que sucede con los seres vivos más allá de lo que puede ocurrir con sus bienes y hábitat. Todos asumimos que el Perú es un espacio de terremotos, temblores, llocllas o huaycos, lo cual es parte componente de una “geografía atormentada” (Peñaherrera) y una historia de paroxismo de la orogenia, que configura a los Andes como resultado de levantamientos y plegamientos de placas –de Nazca de oeste a este y de América de este a oeste- generando solapamientos caprichosos en esta parte de la tierra que es heredad común como especie y la formación de nieves ¿perpetuas?, de cumbres altas (Huascarán), de depresiones de la superficie de la tierra como la de Bayóvar en Sechura (Piura) por debajo de 37 m. bajo el nivel del mar: o abismos marinos profundos como versión contrapuesta a las cumbres más elevadas de la cordillera, tal como la de Guañape (6308 m.), frente a las costas de Chimbote (6266m), frente a Pativilca en Barranca (6188). Además, con un zócalo continental que es el más amplio en la desembocadura del rio Santa (140 km) y un litoral casi rectilíneo, excepto precisamente en Ancash y el norte de Lima.

Nuestra experiencia geológica de pueblo, harto sobregirado de milenios en esta región tan movida del mundo, sustenta bien las metáforas de “geografía alborotada” y “geologíatrastornada”, al punto que la misma existencia del continente que nos “contiene”, se afirma que está relacionada con un cataclismo matriz que marca el nacimiento de esta porción del mundo que llamamos América, desprendida de una mayor conformada, hasta cierto momento, incluyendo a África.

El levantamiento tectónico de lo que es los Andes y con ella la formación de la cordillera que nos toca en Áncash, con alturas diferentes de los picos nevados y con los cañones productos de la erosión a lo largo del tiempo, dibuja nuestra geografía de nieves que creíamos perpetuas, pero comprobamos que los nevados se derriten y las aguas fluyen hacia abajo como llocllas produciendo erosiones y desgracias que configuran parte de nuestra personalidad ancashina y peruana siempre pendiente de terremotos y llocllas. Precisamente, la destrucción de Ranra Hirca (10.01.62) y de Yungay (30.05.70), como correlato de los terremotos respectivos, nos recuerda la ley de la gravedad de (Isaac Newton, siglo XVIII) y las laderas de nuestro territorio. La formación de nevados que se derriten o la ocurrencia de terremotos que los fracturan en partes que se precipitan cuesta abajo como llocllas enfurecidas de fuerza destructora inmensa, desfigura y a la vez configura una nueva fisonomía geográfica de Ancash.

Nuestra región tiene el río más caudaloso que lleva sus aguas al mar, tiene también en el caso del Santa la cuenca más grande entre los ríos de la costa en términos de kms.2; pero, asimismo, tenemos otro río de muy alta significación en la vida ancashina y peruana, que es el Pativilca. El caudal de este último río alcanza a 1.3 millones de metros cúbicos por segundo, con una cuenca de 4.850 km2. y un recorrido de 70 km aprox.

Todos nosotros, ancashinos, estamos convocados en este propósito de hacer memoria del Terremoto de 1970, del llamado específicamente Terremoto de Yungay. Se trata, por supuesto de un aniversario de lazo negro, no de una celebración; por ello, parece correcto hacer una parada en el camino y mirar, cincuenta años después, aquel evento enorme que nos marca como la generación del Terremoto de Yungay. Es seguro que muchos han tenido una vida muy signada por el terremoto sea como “huérfanos de viudez”, de hijos, de hermanos, de

padres, de parientes, de ciudadanos; o por la sensibilidad de ser ancashinos escritores, historiadores, investigadores científicos, artistas o por experiencias más personales de individuos, de familias, de comunidades, o de regiones.

Soy ancashino del extremo sur, de la vera del río Pativilca en Bolognesi. Mi tierra ha sido siempre espacio de frontera en las relaciones humanas a lo largo de la historia del Perú Central, por miles de años, que nos ha hecho diferentes en la mirada desde el centro regional, hoy de Huaraz en el Callejón de Huaylas, cambiante a lo largo de los tiempos cuando otros pueblos eran los centros. Nuestra última experiencia diferente debe haber sido con el centro unificador de poder que tuvo sede en Recuay, al que los arqueólogos llaman e identifican como Cultura Recuay, manifestación sucedánea de una cultura mayor Centro andina que se comunicaba con la lengua culli antes de la presencia quechua y de los contactos con “aru”. La zona de Pallazca fue el refugio del culli en nuestro departamento hasta años iniciales del siglo pasado, pero su territorio abarcaba anteriormente todo el espacio ancashino y más allá, llegando a Cajamarca y, muy probablemente a toda la zona del Perú Centro norteño si lo vemos en la perspectiva mayor de génesis de una cultura matriz asociada con las particularidades culturales del Perú del Chinchaysuyo frente al Perú sureño.

Yo no estaba en Áncash en mayo de 1970, pues me hallaba en Lima, en el día preciso del temblor. A la hora en que ocurrió el sismo caminaba por la avenida Uruguay al encuentro de la antigua avenida que en ese momento se llamaba Wilson y ahora Inka Garcilaso de la Vega. Cuando estaba pasando por el costado del primigenio local de la Universidad Federico Villarreal comenzó un ruido que no provenía de ninguna parte, sino de toda el espacio de nuestro alrededor, y luego se siente el temblor de la tierra que no cesaba y, al llegar ansioso a la vereda de la Av. Wilson, veía a la gente con gestos como de los seres que aparecen en el cuadro “Guernica” de Picasso, resumen absolutamente elocuente del pánico de quien no atina saber qué hacer y por qué el dios de los temblores que nos corresponde nos elige en el día y lugar preciso para experimentar nuestra pequeñez temblorosa e inseguridad en el sitio que pisamos, que resulta se ha dado por moverse por tan largo tiempo pese a que unos dicen que ya va a parar, y otros gritan llorosos que está durando demasiado.

Tal vez desorientado por esa incongruencia en la duración procesamos la extrañeza que nos sobrecoge con lo que, allí al lado, se ve a una señora que se tira de rodillas al cemento con crujido de huesos a rezar llorando, y más allá se oyen voces que piden piedad a su dios, o alguien que se pregunta por qué le castiga el señor sin ninguna piedad.

En frente de la vereda quedaba el Club de la Policía, un local grande de varios pisos, distinguido e imponente y por supuesto envidiable, con ventanas vidriadas en los pisos superiores que daban a la avenida Wilson. El edificio temblaba y se oían vidrios que se quebraban y pedazos que caían a la vereda. Un vidrio grande caía desde lo alto y yo me quedé alelado viendo venir a tierra en el momento en que un grupo de personas corría en cualquier dirección, pero el vidrio se incrusta por la espalda en alguien que huía hacia la Avenida Uruguay,… da unos pasos y se desploma, no sé si para morir, pero sí para no levantarse. Mientras, el muerto o quizá todavía solamente herido, permanecía tirado en el cemento de la vereda, y la gente corría por el costado sin dirección segura, algunos tropezándose con el caído.

Tendemos a pensar muy rápidamente que todo terremoto o temblor que sentimos bajo nuestros pies, atenta contra nuestra sensación de segura estabilidad bípeda en la tierra que pisamos. La sensación es que, en los Andes, me parece, la tierra se mueve en bloque, pero a diferentes velocidades de masa más bien sólida, como una sola pieza, con una buena columna vertebral; sus muletas del oeste tiemblan más, sin vergüenza alguna cuando eso corresponde, aunque lo hace muy raramente, y si es el caso, siempre con intensidad tímida, porque su centro no está en los Andes y menos hacia el oeste, en sus contrafuertes orientales. Los terremotos de los Andes centro norteños tienen su foco, generalmente, en la zona del litoral del Pacífico, más bien en el subsuelo marino o por derrumbes del acantilado que van a dar a las depresiones profundas del mar.

Y lo digo con una mirada rápida de los mayores terremotos de los cuales se tiene evidencias desde la época de la presencia española en el Perú, particularmente de aquella que tuvo lugar en el siglo XVIII, en 1746, casi a mediados de dicho siglo.

Aquel terremoto destruyo Cusi, un asentamiento cercano a las orillas del río Pativilca en la confluencia con los pequeños ríos Yaroq y Yana yaku. Al río Pativilca lo llamaban los sacerdotes evangelizadores, empeñados en la extirpación de idolatrías desde Cajatambo antiguo,

río Marañón de Llaclla, haciendo evidente parangón con el río Marañón de la montaña, que en realidad era el Amazonas, pues Marañón era el antiguo nombre del Amazonas, el mismo que, como el Pativilca en la zona de Llaclla que recibe la confluencia de hasta cuatro ríos, el de la montaña tiene un sinnúmero de afluentes por ambas márgenes.

En 1746 ocurrió un gigantesco terremoto en las costas del Norte chico del Perú, en el litoral Pacífico del norte de Lima y en frente de Áncash. Los efectos de ese terremoto fueron mayores y afectó desde Cañete hasta Trujillo. El terremoto tuvo su epicentro en el mar, pero sus repercusiones más destructivas fueron en los Andes aledaños, hecho que implica una gran profundidad en el mar para mover la mole de la Cordillera andina inmediata, la del norte de Lima y la de Ancash. No sabemos con seguridad los efectos directos del sismo en las construcciones de la gente, pero si de un huaico que corrió por la cuenca del Pativilca que habría arrasado toda la agricultura que hubiera habido a lo largo de su recorrido hasta el litoral mismo en el océano. Las huellas de este huayco son aun visibles en las paredes de los farallones de la cuenca, señalados allí por los rastros de tierra de colores diferentes y por uno en especial, por el color negro de una parte de la cuenca que es carbonífera, que hace que la gente de los poblados de Chilcas y Aco y Pimache que se encuentran en la margen derecha conozcan al río no como Pativilca, sino como Río Negro. Este indicio dice bien a las claras que el huayco no provenía de las cuencas de los pequeños ríos de Yaroq o Yana yaco, sino de la cuenca del Pativilca que está entre Llaclla y la cabecera del río, tramo en que es conocido como río Aynin.

Este huaico socavó las bases de una pequeña meseta en la que se ubicaba el asentamiento prehispánico llamado Cushi, que castellanizado aparece como Cusi y la meseta misma como Cushi pampa o Pampa de Cuse en boca de los habitantes hispanizados del pueblo de Llaclla actual. La meseta de Cusi tiene correlato en frente en la margen izquierda pues aparece en un nivel de altura similar una meseta en el cerro que corresponde al asentamiento de Tauripón, cuyo nombre tiene una terminación –pon que no es asimilable a ninguna lengua indígena, actualmente vigente, lo que revela indicios de una antigua presencia de un pueblo no quechua ni aru. La meseta en referencia se relaciona a su vez con una meseta de mayor tamaño que corresponde al asentamiento de Gorgorillo que es sucedáneo de un pueblo antiguo que a la llegada de los españoles se llamaba Pajash, sitio de extracción

de minerales de oro y plata durante la Colonia. Estas mesetas tendrían que haberse formado antes del terremoto de 1746, quizás con un fuerte terremoto del siglo XVII, de mediados de ese siglo.

El terremoto de 1746 no fue la razón directa de la destrucción de Cusi, pero fue la causa de un derrumbe o fractura de parte del nevado de Shirish hanka, que tiene la forma de incisivos puntiagudos que apuntan al cielo siempre límpido y de azul intenso, que la gente imagina que es como el de un colibrí (shirish) de largo pico, pues es tal lo que ve desde las alturas cercanas de Conococha o Ticllos. Este nevado se desgajó y la masa de nieve se convirtió en una lloclla sin freno cayendo a la cuenca del Pativilca y llegando a Llaclla socavó las bases de la meseta en la que se asentaba Cusi, construida en la cresta de la meseta, que se desplomó en masa, cuyas ruinas aún se mantuvieron hasta mediados del siglo pasado, y alguna vez me señalaron los ancianos que las casas eran redondas, con una sola puerta orientada al este por donde sale el sol. Los restos de Cusi desplomado se pueden ver ahora mismo en el lugar llamado Wari Wari que el suscrito encontró hacia 1950 como ruma de piedras que indicaban lo que queda de un sitio que era ocupado hasta antes de 1746, donde ocurrieron juicios de idolatría y murió el héroe cultural Andrés Chaupis natural de Chilcas, preso del sacerdote Fernando de Avendaño.

La gente anciana de Llaclla decía que los habitantes de Wari Wari y Cusi eran de buena estatura, aunque sus casas eran pequeñas. Estos datos aparecen desperdigados en documentos de extirpación de idolatrías llevados a cabo en la repartición de Cajatambo (Duviols, 1986), una ciudad antigua y una región bien definida, con zonas de población wari y llacuaces, los primeros agricultores y los segundos pastores de altura, de culturas diferentes como lo evidencian los rituales específicos sea de cazadores o de agricultores.

Referencias

 Duviols, Pierre. 1986. Cultura andina y represión. Procesos y visitas de idolatrías y hechicerías. Cajatambo. Siglo XVII. Centro Bartolomé de las Casas. Archivos de Historia

Andina, No. 5, Cusco.  Giesecke, Alberto y E. Silgado. 1981. Los Terremotos en el Perú. Ediciones Rikchary.

Lima, Perú.  Peñaherrera del Águila y Mariano Iberico. 1986. Tomo I. Gran Geografía del Perú.

Naturaleza y hombre. Coedición: Monfer y Juan Mejía Baca. Impreso en España.  Solís Fonseca, Gustavo, 2010, Llaclla y el río Pativilca. Documentos para su historia.

Ediciones Rio/Mayu. Lima.

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