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Herbert Cajo Escudero

El regreso

Herbert Cajo Escudero 74

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- I La mañana transcurrió normalmente bulliciosa. El ambiente de fiesta y de feria atrae al pueblo de manera tradicional. Casi todas sus actividades domingueras se reducen al escenario de su plaza de armas. Los lugareños de los caseríos, comunidades y de los alrededores, desde el amanecer, vienen cargando sus productos para ofrecerlos y venderlos. Traen quesillos, huevos, frutas escasas como: chirimoyas, lúcumas, capulíes, gongapas (arándano), shirapogos (mora), pacayes, tunas, membrillos y nogales; tubérculos como papas, ollucos, ocas y yacones y, también diversas hortalizas y verduras frescas ; cargan sobre sus hombros leña de monte o de eucalipto para ser consumidas en las cocinas con ollas de barro y en el horno de arcilla; cargan paja para fabricar adobes para hacer casas, carrizos y chaclas para cubrir las bóvedas de los techos de las construcciones; toda clase de carnes, si es de venado mucho mejor; arrean animales vivos como ovejas, cabras, chanchos, gallinas, cuyes y otros productos alimenticios o no.

La tarde se presentó distinta, no era aquella que solía llegar sosegada, desierta; ésta se tornó sospechosa y entró levemente soleada e impregnada de un contorno misterioso producido por el soplido de un viento extraño que circulaba desesperado y travieso.

Cuando empezó a desvanecerse la modorra colectiva, inesperadamente: los eucaliptos, los cedros, los sauces, los pacaes, los molles, los fresnos, los capulíes, los pinos, los alisos y todos los árboles circundantes, al compás de una música imperfecta, comenzaron a interpretar la renovada danza de los funerales, hasta entonces desconocida para los jóvenes y olvidada por los mayores; esta vez se precipitó agitada y en su actuación se notaba cierto poder de anticipación y de permanencia pasajera.

74 Herbert Cajo Escudero. Abogado de profesión, docente en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Se dedica a la narrativa con publicaciones múltiples.

1970 La hecatombe de Áncash 473

Desde tiempos inmemoriales, los pomabambinos se deleitaban de la solemnidad del "Huanca", del ruidoso "Huanquilla", del parsimonioso "Anti", de la alegre y desenvuelta "Huaridanza", del ridículo "Pispicondor", del desordenado "Sargento", de las "Anacas" mezcla de cadencia y efusividad, la atropelladora "Marcha", los llamativos "Negritos", las candorosas "Pallas", así como la “Tinyapalla”, el “Auquidanza”, el ”Apu Inca”, “Pizarro”, El “Wayta Muruj”, “Los Campeadores”, “El Pumahuanca”, “El Antichunchuy”, “El Shashu”, “El Sarao”, “Los Awqas”, “La Tinya”, “Los Turcos”, “El Gatsuay”, “Los Yungas”, “El Tanshu”, “El Matachín”, “La Danza Ayana”, “El Alto –Vara Taytay”, en las grandes celebraciones de las fiestas patronales de San Juan y San Francisco y en otras festividades religiosas. Así como del coro de ángeles, los pastorcitos y el Kataymi en la vibrante noche de navidad; sin olvidar la representación de la celebrada ceremonia de la muerte del Inca Atahuallpa.

Las predicciones que brotaban del temor poco a poco se fueron desnaturalizando, empezó a reinar la fantasía y la imaginería que desbordaron el límite de lo acostumbrado hasta devenir en extravagantes. Los creadores de fáciles historias y los contadores de chismes, chistes y anécdotas se sintieron sobrepasados por el peso de la angustia silenciosa. Al poco rato el pueblo entero se amoldó al nuevo clima.

Mientras tanto, la tarde avanza imperturbable. El viento arrecia, recorre los bellos rincones ancashinos anunciando una catástrofe, pero todos teníamos los oídos tapados por una sombra guresa. Nadie entiende su lenguaje inefable. Los desesperados aullidos presajeantes fueron desestimados también y toda respuesta era silencio, fastidio, miedo.

Algunos precavidos se recogieron y cobijaron apresurados en sus casas de adobe con techos de teja, calamina, eternit o paja. ¿Otros? Por el campo trabajando en las cosechas de maíz o paseándose por ahí o remojándose en las pozas o en la piscina de los baños termales, o caminaban despreocupadamente en algún lugar fuera de la ciudad, por los contornos de Pomabamba, Parobamba, Quinuabamba, Acobamba, Añaspampa, Atojpampa, Cachipampa, Callapampa, Caniasbamba, Cañaybamba, Cashapampa, Castillopampa, Cochabamba, Colcabamba, Colpapampa, Comumpampa, Contabamba, Chacuabamba, Chinchobamba, Choquebamba, Gasagpampa,

Guerobamba, Huancabamba, Huanchacbamba, Huarcasbamba, Huayllabamba, Huayobamba, Jancapampa, Jocosbamba, Lluychubamba, Ruyaypampa, Macaybamba, Mesapampa, Mitobamba, Molinopampa, Pacosbamba, Piñapampa, Piscobamba, Puncubamba, Puyaupampa, Quichespampa, Quitabamba, Ruyaupampa, Segsebamba, sicsibamba, Tarbamba, Tuctubamba, Utupampa, Ututopampa, Vilcabamba, Willcapampa, Yahuarpampa, Yungaypampa, Zegtzepampa; o animadamente reunidos alrededor de la radio a todo volumen acompañados con unas cervezas o sin ellas, augurando el triunfo de la selección peruana de fútbol en el mundial de México 70 y ... ¿Otros? En una o hacia o desde una circunstancia especial y diferente, matando el último día de mayo para que se apresure en llegar junio.

- II –

Ya todo estaba dispuesto: crujen los árboles enojados y se levanta el solemne ajetreo de las alas de los pajarillos que despavoridos se van. Se precipitan las casas una a una, se derrumban cerros, la tierra entreabre sus entrañas, la ciudad se esconde en un enorme manto de polvo que pretende ahogar las conmovibles luchas briosas de los pueblerinos por sobrevivir a las aciagas garras del furibundo terremoto que sacudió las profundidades de la tierra causándoles un miedo paralizante y atroz.

Inmersas las gentes en un remolino de confusiones, acurrucados en si mismos, ocasionaron un desmedido despliegue de torturas y desahogadoras manifestaciones innatas: lóbregos llantos incesantes, angustiosos ruegos de rodillas, esfuerzos vanos...

Tembló la tierra. Desatose una histérica energía liberada por la naturaleza. La furia sísmica originó un estruendoso rugido subterráneo.

- III –

Las personas que estaban fuera de la piscina, de la nada, gritaron y corrieron desesperadamente. Segundos después el agua se arremolinó y enturbió, no podíamos nadar hacia los lados; con esfuerzo logramos alcanzar el borde hasta que nos jalaron y subieron al piso rajado. Al voltear la mirada vimos que estaba totalmente negra, llena de hojas de

eucalipto y otras ramas. Una densa polvareda cubría todos los alrededores. Nos vestimos apresuradamente. Salimos corriendo en busca de las personas que se encontraban en los pozos de los baños termales. En la carretera nos reencontramos. Rápidamente caminamos hacia el pueblo. Los lloros y lamentos se incrementaron. Todos caminaban con los rostros marcados por la incertidumbre, con la pisada tambaleante e insegura. Al voltear el codo del camino divisamos el río y sobre él, el puente por el cual corrían las personas antes que desaparezca. La corriente traía aguas turbias, ramas y troncos produciendo un fuerte ruido. Superando un temor paralizante atravesamos el puente grande. Muchos gritos estruendosos venían de todas partes. En la subida de Ushnu vimos la carretera agrietada, llena de piedras, terrones y tierra caídos de los deslizamientos. Luego vimos que alguien se acercaba apresurado en sentido contrario, era mi padre, que nos venía a darnos el encuentro. Minutos después llegamos a la casa con sus dos balcones y sus tres techos, el lado izquierdo estaba completamente rajado y hundido. Toda la gente del barrio rápidamente entraba a sus casas derruidas a sacar sus cosas de valor como dinero, frazadas, radios, pilas, ropa abrigadora, linternas, velas. Buscaban apresurados un lugar donde refugiarse y pasar una noche que se presentaba tensa y larga. Familias enteras deambulaban por las calles estrechas donde desaforados gritos se esparcían en el saturado ambiente. Fuimos a la chacra que estaba detrás del hospital, donde se escuchaba el ulular de la sirena de la ambulancia que llegaba y salía trayendo a los heridos. Empezamos a limpiar el piso para armar una carpa y, cuando se asomaba la noche, hubo una fuerte réplica. Nuevamente todos imploraron al Divino: que no siga más, que no haya más sismos.

Minutos después, en el lugar escogido para pernoctar, brotó agua lechosa a borbotones como si fuera una pileta. Despavoridos nos fuimos a la casa otra vez, sin saber dónde encontrar un lugar para dormir. Luego nos avisaron que las carpas estaban levantándolas en la plazuela de San Francisco. Inmediatamente nos dirigimos con nuestras cosas a ese lugar, donde de la mano con los demás plantamos palos grandes y con las frazadas multicolores armamos una espaciosa carpa. Las intermitentes réplicas retumbaban estruendosamente en toda la plazuela, a causa del zarandeo del techo de calamina del templo de San Francisco; el repique de una campana sonaba sin son ni ton; la campana de la otra torre no tañía porque se había desplomado y yacía quebrada en el suelo.

Llegaron noticias de Lima por la radio: Huaraz, Yungay, Ranrairca desaparecidos. Tuvimos suerte después de todo, aquí murieron siete personas y hubo muchos heridos leves. Nadie sabía los motivos del desastre, tampoco nadie se puso a averiguarlo.

- IV –

En el pesado amanecer del día siguiente, todos empezaron a discutir si fueron 43, 42 o 41 réplicas. Nadie durmió tranquilo. Caminantes de todas partes llegaron aturdidos contando historias fantásticas de lo ocurrido.

Unos días después apareció en el límpido cielo azul una avioneta. Al tercer día se escucharon afectuosos saludos de los familiares residentes en Lima y otras ciudades; barrieron las tejas despedazadas y la tierra de las calles; removieron los escombros, resanaron las goteras esperando la lluvia que felizmente tardó en llegar. El azúcar, la sal, las velas, las pilas, los fideos, las medicinas, los jabones se fueron terminando. Tres meses después seguíamos aislados. Llegaron más avionetas que se acercaban cautelosamente y soltaban paracaídas con bolsas de dormir, frazadas, sacos de arroz, harina, azúcar, soya, leche en polvo y otros alimentos. Todos corríamos en dirección de los paracaídas que los dejaban caer a la altura del estadio, pero el viento se los llevaba hasta Chacuabamba; a donde corríamos sin parar sólo para ver como caían. Un día, cuando estábamos en clases, llegó un ruidoso helicóptero, sobrevoló la ciudad y aterrizó en medio de la cancha; sin esperar nada todos salimos corriendo, los profesores no pudieron contenernos. ! ¡Quien llega primero al estadio! Fue el grito retador. Cuando llegamos vimos como cuatro personas con uniformes anaranjados y sus cascos bajo el brazo descendían del aparato; parecían extraterrestres. Los guardias hacían esfuerzos para evitar que no nos acercáramos al helicóptero, pero no pudieron. Logramos tocarlo con miedo, miramos por las ventanas lo que había adentro; nos echaban y volvíamos a acercarnos. Sacaron varios bultos y se los llevaron a la plaza de armas. Hubo varios vuelos, también llegaron zapadores. Estos buscaron un lugar apropiado cerca de Curayacu, instalaron sus equipos de radio, luego buscaron al telegrafista, y; mi padre, empezó a enviar y recibir telegramas todos los días hasta que se malogró la radio de los soldados.

Mucha gente quedó varada en la ciudad. Tenían que irse a Lima para superar el aislamiento. La ruta de Huari - Huamparán se hacía a caballo, para hacer el transbordo al ómnibus que los conduzca a Huaraz y luego a la Capital. Las acémilas y los guías escasearon. El viaje era agotador y había que llevar mucho fiambre. Un tiempo después, arreglaron la carretera y llegaron víveres, casas prefabricadas, pasajeros extraños de CRYRSA y también el suizo para empezar la lenta y penosa reconstrucción.

Un año después: un recuerdo amargo, una experiencia desagradable, un homenaje a los desdichados, un lamento silencioso y triste, con la cabeza gacha, el corazón oprimido, soportando el peso de las almas caídas.

- V –

Huaraz sepultada por el fatídico terremoto que lo asoló. Casas derrumbadas en sus calles empedradas, llenos de escombros de palos, tejas y piedras, tapada por un enorme manto de polvo de intenso olor ha guardado. Restos humanos enterrados para siempre. Desesperados sobrevivientes buscando a sus seres queridos. Rescatistas improvisados de los que piden auxilio ya sin aliento. Enorme frustración de ver como se ahogan los gritos y los llantos de los desdichados en medio del dolor y la angustia.

Inmediatamente después del cataclismo, se despertó la ira indómita del coloso Huascarán. Una gigantesca mole de hielo se desprendió de su imponente figura, cayó votando chispas multicolores sobre las lagunas de la quebrada de Llanganuco que rebalsaron sus aguas y produjeron un incontrolable aluvión que arrasó todo lo que a su paso encontraba. La monstruosa avalancha sepultó Ranrairca y Yungay y los lamentos tristes fueron eternamente silenciados. Destruyó sacrificados esfuerzos y esperanzas vivas, con una furia inconmensurable y feroz. Sólo quedó lodo, piedra y nieve, cuatro espigadas palmeras, el Cristo redentor sobre el cementerio de Yungay, algunos sobrevivientes de la tragedia y un espeso manto de polvo y niebla. Todo quedó en absoluta desolación.

- VI –

Un imperceptible instante después: Willy, advirtió que un inmenso remolino de viento se acercaba envolvente, tapando todas las ventanas

de salvación. A medida que avanzaba tomaba una fuerte consistencia y se notaba en su desplazamiento una envidiable voluntad de llegar. Le asaltó una desesperante sensación de opresión y un gran temor por enterarse de lo que le estaba sucediendo: tuvo miedo de abrir los ojos, de quejarse del fuerte dolor que sus heridas le causaban, de constatar si aún vivía. Luego, hizo un enérgico movimiento de cuerpo percibiendo de este modo la gravedad de su situación. Un remolino de viento invencible y humanamente insoportable terminó de llegar y, sin mayor esfuerzo, lo condujo a sus entrañas, lo delineó en su desconocida ruta y empezó a transportarlo velozmente hasta que se sintió lanzado con una fuerza descomunal en el vacío del abismo. Descendió despacio dominado por una tranquilidad total, al momento de llegar al suelo se había bruscamente cortado la línea del tiempo y ya no existía ni un antes, ni un hoy, ni un después en su memoria.

De pronto inició una carrera corta a través de una pampa abigarrada, alzó la mirada penetrante y la clavó en lo nevados de enfrente; el Ichu se multiplicaba a sus costados y el viento frío silbaba. Tenía el perfil dibujado por el viento sobre el tablero de la paz de su conciencia, como una inesperada sombra que se cruza en el camino bajo la luz de la luna que acompaña la soledad de la noche.

Sin hacer ningún esfuerzo, pisando apenas el lomo del camino, sin poder detenerse y poder decir: hasta aquí nomás, aquí me quedo, desnudo, con las evidencias de su desgracia, extasiado, se dirigía a la laguna azulina del final del camino, rodeada de cerros con gorros de nieve; allá llegó y tampoco pudo detenerse, se acercó a la orilla y empezó su última travesía sobre el agua helada dirigiéndose hacia el centro de la laguna y, cuando llegó, se hundió raudamente. Escuchose un !clock... Brotaron delatadoras burbujitas, formándose pequeñas olas circulares y un segundo después un viento extraño impactó sobre las límpidas aguas sacudiéndolas fuertemente. El día de su regreso a las entrañas de su origen había llegado violentamente.

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