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Wálter Vidal Tarazona

Testimonios de Circo y su creador Terremoto del 70

Wálter Vidal Tarazona 69

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El Amor mueve la vida

Circo es uno de los principales protagonistas de la novela Ma Maura (Killa Ed. nov. 2019). El Moisés que dirigió a los jóvenes de aquella región andina de Ancash a invadir Lima, sin hacer un solo disparo. Cobra importancia su protagonismo a partir del Cap. III, cuando, muy joven, abandona su terruño, “Queshpipa” (escapándose) y “Tsinkepa” (a escondidas). Caminó, a pie, durante casi dos semanas, continuó en camiones, que cargaban animales, hasta las haciendas de la costa cercanas a Lima, llegó finalmente a la Capital, al año de su autoexilio. Su sueño se hizo realidad.

En el Cap. XIII, ya frisando los cincuenta, conoce a Rosa, hermosa huaracina que trabaja con Maura, en la escuela nueva de la Alameda de los Descalzos. Se enamoran perdidamente. En este Cap. XIII Circo es testimonio viviente del Terremoto del 70 que destruyó Huaraz.

Ciudades destruidas

“[...] Aquel fatídico domingo de mayo, el último [día] del mes, el hermoso Callejón de Huaylas (hermoso por la Naturaleza no por la cultura que acababa de ser destruida) fue arrasada por un terremoto; muchos pueblos, además, sepultados por el aluvión. En Lima Circo y Rosa se dirigían al cine para ver La Muralla Verde cuando empezó a temblar [terriblemente] el suelo. Pasaron 10 minutos y la radio propaló que Huaraz estaba prácticamente destruida y cubierta por una densa capa negra de polvo [...] En busca de mayor información caminaron hasta el Club Ancash.”

69 Walter A. Vidal Tarazona. Docente universitario; poeta, narrador, ensayista; publicaciones:

Cantos para un aniversario (1980), Cantos de paz, amor y esperanza (2007), Cantos para el gorrión (2011); Palpitar del Ande (coautor); director de revistas regionales.

1970 La hecatombe de Áncash 435

Un miembro de la directiva del Club, coronel en retiro del E.P., estaba informando que Huaraz había quedado aislada por los derrumbes, que embalsaron al río Santa en varios sitios. “[Pero] El ejército está trabajando, calculo que por lo menos una semana va a durar la limpieza de la carretera”, dice el coronel, amigo del padre de Rosa, a quien él se le acercó para decirle que el viernes viajaba a Huaraz en su carro.

“En efecto, el sábado al amanecer encontraron a la brigada del Ejército Peruano trabajando a dinamitazos cerca de Ticapampa. El olor a cadáver en putrefacción los acompaña desde Cátac.” Los carros, todos con mucho recorrido por esos lugares, avanzaban en fila india, a medida que la brigada iba abriendo la carretera. Recién el domingo a mediodía llegaron a Huaraz. El auto quedó estacionado en la avenida Tarapacá porque no había forma de avanzar con él hasta la Soledad, donde vivían tanto el coronel como también Rosa; los carros no podían meterse a la ciudad porque las estrechas calles empedradas estaban bloqueadas por enormes terrones y escombros de construcciones de adobe y tapia, tejas y calaminas. Aquello era un escenario dantesco. Algo increíble y escalofriante...

El sobrino del coronel, quien fue el que realmente manejó el carro, se quedó cuidando; Rosa y el coronel a ambos costados de Circo, cada uno agarrado fuertemente de su brazo llegaron con dificultad a la plaza donde estaba trabajando una pala mecánica levantando trozos de pared y cadáveres enterrados; de aquí se hizo más difícil todavía continuar subiendo, por la cantidad de desechos de madera, vidrios y otros materiales que cubrían las calles. Circo iba al centro abriendo camino con las manos. Al fin llegaron a la casa del coronel: Estaba desplomada. Le dejaron en la puerta y continuaron caminando dos cuadras más y después torcieron a la izquierda. De pronto, Rosa, pegó un alarido: Ahí, a cuadra y media, estaba su casa completamente destrozada. Adentro encontraron, sentados cerca de la puerta, en un rincón del patio, techado provisionalmente con calaminas, a sus padres y tres chicos más. Rosa abrazó llorando a todos. Se sentaron en un madero que hacía de banca y escucharon, a cada uno de los sobrevivientes, cómo y en qué circunstancias les sorprendió el terremoto. El testimonio que más le impactó a Circo fue el de la señora Hermelinda. Ella contó que ese domingo había ido, como de costumbre, a la Iglesia del Señor de La Soledad, llevándole un ramo de flores y una vela. Cuando de regreso estaba cruzando la esquina en

diagonal experimentó un sacudón. Se quedó paradita, tratando de no caerse; de pronto sintió que alguien la levantó en vilo por la espalda y la cargó a la losa deportiva que había allí: “No se mueva de esta canchita”, le dijo, al parecer era un sinchi, que salió de ese sitio a tropezones con los primeros desprendimientos, de techos y balcones. Cuando terminaron todos a dar su testimonio, un vientecito con olor a tierra fétida, sangre y orines sopló suavemente, abriendo un largo y hondo silencio. ¿Qué había en cada pensamiento? ¿Qué se leía en cada mirada?, “quien sabe Señor” (diría Chocano). Circo rompió el silencio con una pregunta:

– ¿No hay carpas y puestos de socorro?

– Sí, papito, Geshu y Mañuco duermen en la carpa de la plazuela de Belén –responde la señora Hermelinda– nosotros bajamos a recibir nuestras raciones de comida, hay que hacer cola y estar empadronados. Yo y mi esposo no hemos querido movernos de aquí para cuidar nuestras cositas, allí dentro de los cuartos; mi hijo Néstor nos acompaña de noche.

– Qué importan las cosas, mamá, primero son ustedes; debían haber ido a las carpas –dice Rosa.

– Hija, esa máquina puede destruir las cosas si no estamos mirando –explica su padre– además ha habido mucho pillaje.

– Pero, ahora, los soldados ya están metiendo bala al que roba –dice Geshu–. Y esa máquina grande que echa humo negro ya está cerquita, subiendo por el jirón Sucre.

– Sí, he visto a la pala excavadora con neumáticos cerca; pienso que estas máquinas lo primero que están haciendo es limpiar las calles –dice Circo. Se levanta y da unos pasos por el estrecho patio. Le llamó su atención el capulí, al medio, bien conservado. Se acercó a la puerta de la sala, abierta de par en par, pero soportando el techo de carrizos y barro secado, pero ya descolgando encima.

Rosa se paró para impedirle que se asome a esa sala, pero Circo entró rapidísimo. Segundos después sintieron una réplica de sismo. Circo salió de inmediato con una silla en la mano y una gigante alfombra completamente empolvada, en la otra.

– ¡No estás viendo que de milagro ellos están vivos! y ¡tú vienes de Lima a morir! –increpa Rosa –. No me hagas eso, Circo, concluye llorosa.

– Nos han dicho que no entremos, papito, el techo está por caerse en cualquier momento – le dice la señora Hermelinda–; porque la tierra sigue moviéndose por ratos.

– Mi amor –le dice Rosa ya calmada–, el Señor de la Soledad está cerca, quiero que conozcas su iglesia, de paso vemos al coronel para agradecerle por su movilidad, ¿qué te parece?

El Señor de la Soledad

Salieron bien recomendados para que caminen con bastante cuidado; ya va a anochecer, les recordaron también. En la puerta de la iglesia encontraron un puñado de hombres y mujeres orando, algunos querían entrar; pero no se puede entrar, hay dos soldados cuidando en la puerta. “Su casa del Señor no se ha caído y El Señor está intacto al fondo”, comenta una conocida de Rosa. Rosa se arrodilla frente a la puerta y se santigua lentamente, Circo hace lo propio a su costado.

Mientras bajan a la casa del coronel, con mucha dificultad porque todas las calles están enterradas por escombros, Rosa le hace el siguiente comentario:

– ¿Circo, no te parece un milagro que el Señor de la Soledad no se haya caído o quebrado por los sacudones?

– Más me parece lo de tu madre, yo diría que quien la sacó de allí fue el Señor.

– Tienes razón, mi amor – dice Rosa agrandando los ojos.

Después de una rápida conversación, en la cual el coronel les cuenta que de la casa han desaparecidos dos chicos, Rosa se despide con un abrazo y le agradece por la movilidad. “Mis saludos a su papacito y gracias por la visita”, les dice el coronel. No bien voltearon por la derecha, presenciaron a la pala mecánica muy cerca levantar un cadáver aún ensangrentado con los brazos tendidos al vacío. Rosa se

incorpora: “Dios mío”, implora. “Ya lo bajaron”, dice Circo. Se pararon en la esquina, antes de llegar a la casa al sentir otro remesón, que fue breve.

– Rosita, hasta cuando crees que podemos quedarnos –pregunta Circo.

– No sé, Circo. ¡Ahora no sé qué hacer!

– No desesperarse, despejar nuestra mente para pensar –replica Circo–. Es importante esperar a esta pala para que recoja el escombro sin dañar las cosas. Sospecho que primero limpiarán las calles y después desmontarán los techos y paredes que constituyan un peligro. Tus padres deben tener adentro granos y comidas, no sé... por otro lado seguramente ya los mercados van a funcionar o están funcionando, hay que ver eso y dejarles bien establecidos.

– Cierto. Mañana salimos a ver qué hay de la ayuda de la Municipalidad y del Gobierno.

– Quiero averiguar también si hay carros a Llamellín –añade Circo –. Estoy pensando darme un saltito para ver mi casa mientras estés acompañando a tus papás.

– Buena idea, mi amor. Anda sin preocuparte por mí, porque, como has visto, la carretera de aquí a Lima ya está habilitada.

El miércoles Circo estaba viajando a su tierra colorada. Fue una sorpresa para él que la carretera ya llegara a su pueblo; para Llanshy fue mayor, cuando al abrir el portón distingue, casi ya a oscuras, a Circo.

Tayta Pahuaqoto y la Tierra Colorada

– ¡Qué sorpresa, Circo querido! ¡Te has acordado de tu casa! –Llanshi estrechó fuerte, con sus brazos, a su pecho a Circo y alzó su maleta queriendo llevar.

– Deja tía, yo voy a cargar, pesa –con su maleta en una mano, y con la otra en la cintura de su tía, avanzaron hasta el corredor de la parte alta

del patio empedrado, donde están las puertas del dormitorio, de la sala y del cuarto de Emelito. – Voy a acomodarme en el cuarto de Emelito –Circo se dirige hacia esa habitación que está con candado.

– Pero por esta noche puedes dormir en el dormitorio, hay una cama desocupada, está limpia y tendida –le dice Llanshi.

– No, tía, prefiero no incomodarte y tener más libertad también yo.

– Bueno, entonces voy a traer la llave –Llanshi entra al dormitorio y regresa con la sarta de llaves. Abrió la puerta, y entraron a la habitación. Llanshi raspó un palito de fósforo y prendió la vela.

Circo se puso a sacar las frazadas de la cama de Emelito, una por una, y sacudirlas afuera.

– Deja eso, Circo, yo voy a tender. Siéntate en esta silla y cuéntame cómo han quedado en Lima –. Muy bien, ya está tendida, ahora recuéstate mientras preparo una sopita, ¿o quieres algo más de comer? Dime, ¿has almorzado?

– Hemos almorzado a las tres, el carro ha venido muy despacio, está muy mala la carretera.

– Anda acostándote mejor, yo voy a preparar una mazamorrita no más –sale corriendo a la cocina.

Circo abre su maleta y saca su buzo azul oscuro, se pone y se mete a su cama, que por encima de su cuerpo soporta el peso de tres frazadas y la colcha. Entró Llanshi con una tasa de infusión de orégano, tapado con el platillo: “Anda adelantando con la infusión, para la sed, mientras hierve tu mazamorra, que te va a hacer sudar”. Circo reconoció la tasa floreada que usaba su padre, despostillada en la base en forma de una estrella. Sale nuevamente. Apenas entró, con el humeante plato de punky, Circo le preguntó cómo sintieron aquí el terremoto. Ella dice que fue horrible, que la tierra no paraba de sacudir. Yo arrodillada en la plaza con la mirada a la Cruz de Pahuacoto, pidiéndole que calme a la tierra, y también cuidándome de las galgas que pudieran desprenderse del cerro.

– Entonces fue también fuerte acá...

– Muy fuerte, Circo. Tu tío Eutimio estaba viniendo de la banda, y cuando subía después de pasar el puente, le agarró una galga que se desprendió. Habrás visto que hay piedras grandes que con la lluvia y el viento han quedado como sombreros encima de una columna delgada de tierra –Llanshi no para de hablar–. Cuando yo estaba yendo a ver, en Mallallín me contaron que ya habían recogido su cadáver y en su propio caballo lo estaban llevando a Huacaybamba. También en Coto falleció una señora conocida y dos desconocidos más en Mirgas.

Mientras hablaba, metió su mano debajo de las frazadas. “Tus pies están helados, voy a traer grasa de gallina para frotarte”, dice. Circo recogiendo sus pies hacia adentro, le dice: “No tía, por favor, lo que tengo es sueño porque en Huaraz ha sido difícil dormir; mañana me cuentas todo”. La tía se acomodó en el espacio que hizo Circo al recoger sus pies; volvió a meter su mano, haciéndose la distraída subió, rozando su parte íntima. Circo se puso nervioso. “...no nos dejes caer en tentación...”, invoca el Padre Nuestro.

– Tía, ¿sabes? Cuando era pequeñito –Circo ha pensado en una estrategia para salir de su apuro–, al amanecer me metía a la cama de mi mamá para que me cuente cuentos. Mañana tempranito voy a tu dormitorio a hacer lo mismo para que me cuentes del terremoto, ahora quiero dormir porque estoy muy cansado.

– Te espero. Entonces descansa bien. Si necesitas algo, despiértame. – Ya tía, hasta mañana, y cierra la puerta, por favor –besa su mano de Llanshi.

Amaneció un día de sol y límpido cielo. Circo salió al patio y le entraron ganas de gritar, sin saber exactamente por qué. De pronto vio una rajadura en la pared de abajo, en el corredor donde está la “Ropería” y el cuarto que fue de su abuelo. Va hacia ella, pero al darse cuenta de que su tía está en la cocina, se encamina hacia ella para preguntarle.

– Hola tía, buenos días. Pensaba que estabas todavía en tu cama; pero veo que ya estás preparando el desayuno. Yo he dormido muy bien.

– Yo también, al amanecer me había quedado dormida, después de haber estado anoche un buen rato sin poder dormir.

Algunos recuerdos de la niñez

Lo que tuvo Llanshi anoche, en realidad, no fue exactamente insomnio, sino, sus recuerdos en forma de imágenes le quitaron su sueño. Imágenes en las que aparece ella con Circo; como ésta, cuando eran niños: Agarrados de la mano quieren pasar la acequia al otro lado para coger el racimo de shiraca que cuelga entre espinas, brillando con el sol que se filtra entre las ramas. Han escogido la parte más ancha y escondida de la acequia de agua cristalina que corre silenciosa por la cabecera de la huerta, cerca de la casa con patio y horno del pequeño fundo de Huaucón. Están descalzos dentro del agua. Ella, para no mojarse, se levanta la falda y le dice a él que se quite el pantalón, pero junto con el pantalón sale también su calzoncillo. Circo se queda completamente calato, mostrando su pequeño e inocente “pajarito”, ella festeja a carcajadas; empieza a echarle agua con sus manitas, finalmente a tocarle; entonces la risa se fue hacia Circo, por las cosquillas que sentía. Pasa el tiempo, tres o cuatro años no sé, nuevamente bajan a la cosecha de trigo. Llanshi y Circo entran a la huerta, al mismo sitio de la acequia de agua mansa y cristalina. ¿Nos bañamos?, le dice Llanshi. Circo piensa un rato y se niega, es niño aún pero ya sentía vergüenza... Esta noche, hace minutos, se repitió mi frustración, en el cuarto de Circo, reflexiona Llanshi ahora teniendo como telón de fondo aquellos recuerdos y aceptando que está enamorada de su sobrino. Eso está mal –se increpa–. Circo si fuera otro cualquiera hoy se habría aprovechado de mí y dejarme embarazada de un hijo, no sabemos si mostrito. ¡Señor Mío! perdóname. Has que mañana no entre porque yo no podré resistir la tentación si se mete a mi cama...

Circo observa en silencio cómo en la cocina los cuyes corretean y regresan rápido de donde salieron al notar que hay gente extraña allí.

– Ya está la yaawapa, Circo. Lávate las manos; lleva un poco de agua que hay aquí en el balde, y regresa rápido porque el papacashky hay que tomar calientito.

Circo no tardó en regresar ya con la cara y las manos limpias

– Ah, muy bien –Llanshi sirvió el humeante papacashky, y como tallón puso al centro de la mesita un plato de pelado de trigo, cancha de maíz y rocoto con chinchu picado.

– A ver, vamos a yawapar –Circo coge su cuchara, la llena de mote y se lleva a la boca–. ¡Qué rico llushtu!

Se callan ambos por completo para dejar actuar sus manos con la cuchara y el tenedor. Circo mientras come se da cuenta que su tía está distinta. ¿Se habrá dado cuenta y arrepentida de su actitud excesivamente “cariñosa” con el sobrino?, piensa y sonríe mientras disfruta de la sopa humeante. Lo que le falta a la tía es un buen marido, piensa.

Después Llanshi sirve café con oca

– La mitad de la taza no más, por favor tía; la hoga no se va a salvar, pero en el almuerzo. No recuerdo haber tomado algo más rico que el papacashky de hoy, tía.

Después de agradecer, le dice que va a recorrer desde Paqtsaraqra hasta Allauca; pero “a las once estoy acá para yo cocinar el almuerzo.” Sale de la cocina, en el patio toma la toalla y el jabón, y se va a la quebrada de Paqtsarraqra a lavarse la cara y toda la parte de arriba. Regresando a casa, se puso una camisa de mangas largas y Salió sin rumbo definido. En la esquina distinguió que la puerta de la iglesia estaba abierta. Se dirigió hacia ella. Adentro se quedó mirando la pintura que está encima del altar mayor. Está igualito, dice. Es Dios Padre, con abundante barba blanca y una cabellera larga y hermosa, hombros y tórax cubiertos por algo que parece una manta o poncho marrón; se le ve como si estuviera volando con los brazos abiertos en el cielo azul. ¿No será Moisés?, porque a Dios Padre jamás le han visto, menos para haberlo pintado, reflexiona. Salió de la iglesia, divisó el parque y recuerda que al costado derecho hay una canchita de tierra, a donde, de niño, venían en los recreos con sus amigos a jugar con pucash pelota hasta que sonaba la campana. Al costado izquierdo también hay un pamponcito, donde jugaban al trompo, a las bolitas y choloques, o al taco, que se juega saltando con un solo pie.

Bajó las gradas de piedra del atrio, con la intención de sentarse un rato en una banca del parque; pero cuando cruzaba la calle se encontró con don Pablito, de quien recordaba Circo que había estudiado también en su escuela. Se abrazaron y caminaron conversando hasta la esquina.

– Desde que desapareciste recién tú apareces; dónde has estado, Circo. – Hace ocho años regresé después de haber estado ausente durante diez años y permanecí un mes; vine después, pero de ida y vuelta nada más, como ahora que he venido sólo a ver cómo quedó la casa después del terremoto.

– Por acá se ha sentido también muy fuerte, Circo, pero no se han caído las casas, la mayoría están intactas y muy pocos han muerto en toda la Provincia.

Circo le preguntó por Fico, le responde que vive en Allauca; “es vecino de Oswaldo Antúnez, el gordo, nieto de doña Mañuca.” Voltearon a la derecha con dirección a Allauca.

Amistad, bendecida amistad

Don Pablito se quedó en su casa, Circo siguió caminando hasta la casa de Fico. Tocó la puerta, pero como nadie salía y estaba abierta, entró como por un pequeño túnel oscuro de piso muy húmedo al patio de tierra, sorprendiéndole a Fico.

– Wauque, gamga, panteón pitacha illu yarqueykamunky –Fico abraza efusivamente largo rato a Circo.

– Jaaaaajajaj –se ríe Circo– San Pedruchaa cacheykamashga “taguee calegón runata salvashun”, nimashcha –contesta al tiempo que vuelve a estrecharlo en sus brazos.

– Esto sí que es increíble, Circo del alma –saca una silla y le invita a sentarse junto a él–, dime de dónde apareces, hermano. ¿Sabes qué?, yo siempre preguntaba por ti al gordo Ushwa cuando llegaba de Lima, él me decía que se veían en su centro de trabajo –le cuenta Fico –¿Cómo es la vida no? Familias enteras desaparecen, sin dejar rastro. Cuando paso por tu casa me da mucha pena, Circo, porque yo entraba y salía como en mi propia casa, cuando vivían tus padres. Habrás llegado pues a tu casa. Dime y ¿la jipash que vive allí, ¿quién es?

– Aaah… No voy a contestar todavía esa pregunta –se echaron a reír–Regresé a esta santa tierra, Fico, después de diez años. Te busqué; me recibió tu linda mujer con tu hermoso pequeño; me dijo que estabas de viaje. Y estoy acá, hermano, todo es posible para Dios, amigo. Por eso yo vivo siempre agradecido de Él.

– Yo no tengo fe desde que perdí a mis seres más queridos, Circo. Apenas habíamos vivido cuatro años de casados, me quedé con mi pequeño Jushty, que un día se cayó al río, el remolino lo contuvo y logré sacarlo todavía con vida; pero... no duró –rompe en llanto–, dime Circo, cómo quieres que tenga fe.

– Comprendo tu dolor, Fico; pero tú no es que has perdido la fe, tú no has tenido fe. Crees ciegamente que la muerte es el fin. No, no es así. La vida no tiene fin porque los dos te están esperando. No hay muerte, solo diferente forma de vida, vida espiritual… Fico entró a su salita, sacó una botella de Guashku bien tapada con corcho.

– Esta botellita –la besa– me acompaña ya varios años. Es aguardiente puro, de Colca, cuando el fundo producía y mi padre era el administrador. Circo, amigo, quiero que me acompañes probando un poco; no creas que soy un borracho. Los doctores dan pastillas; nunca he tomado esas cosas. Esto funciona.

– No siempre, amigo.

– No sé, hermano. Sabes yo no soy leído. Allí donde me dejaste, allí me he quedado.

– No creas, no te has quedado ahí, no solo te enseña la escuela. La vida es la mejor universidad del hombre.

– Tú tienes mucha razón y sabiduría –dice mientras llena la copa–. Circo, hermano, hoy no voy a tomar porque la vida me ha hecho llorar delante de ti, sino porque tú estás delante de mí. Si no quieres solamente huélelo, y yo ya estaré contento.

– Fico, llegas a las fibras de mi corazón y también a las ondas de mi razón –dice Circo–. Voy a tomar una copa por ti. Y nada más que una y a mi estilo, saboreando gota por gota.

– Como gustes, hermano, entonces me obligas a sacar otra copa, y creo que no tengo –se ríen. Entra a su cuarto y sale al instante con otra copa, pero de vino. Le pide a Circo que eche la cantidad que quiere tomar. – Qué lindo regalo a tu pueblo, a tu casa, a tu amigo. ¡Carajo! ¡Qué lindo por Dios!

– Sí, gracias a Él, estoy aquí solo de ida y vuelta como dicen. Pienso irme rápido. No sé qué días hay carro.

– Salen dos veces a la semana; pero los sábados ya hay directo a Lima –. Fico cambia de tema –: Circo, mañana quiero estar contigo en mi puna, voy a sacar papas y hacer patsamanca.

Circo se entusiasma y recuerda responder la pregunta que le hizo sobre la “jipash” que vive en su casa. – Ah... la “jipash” que vive en mi casa es hermana menor de mi madre. Ella ha estado viviendo allí con Maura y Emelito. Es una buenísima tía nuestra.

– Entonces, hermano y “sobrino”, llévala contigo mañana. – Jajaja –Circo festeja lo de “sobrino”–. No sé si ella me crea que también es invitada, tendrías que acercarte a invitarla. Esta tarde pienso abrir mi tiendita que para cerrada porque no hay nada que vender. A ver si alguien se interesa, para alquilarla.

– Circo, yo estoy buscando una tienda. Estoy interesado de tu tienda.

– Y también en mi tía –se ríen jubilosos.

– Para mí esas cosas ya pasaron, amigo.

– O llegan otra vez –contesta Circo mirando su reloj, y se para de la silla para despedirse.

– A las tres estoy en tu tienda, si está cerrada toco el portón, como lo hacía de chico.

Circo sale. Apresura el paso. Al llegar a la plaza, en la esquina de su escuela, compró cebolla, tomate, limones, lechuga, ajo y alfalfa. Empujó el portón de su casa, cruzó el patio y de frente se fue a la cocina. Tremenda sorpresa le tenía preparada su tía Llanshi: Un cuy grandazo pelado y aderezado, esperando la sartén caliente con manteca.

– Tía, qué hiciste –dice gratamente sorprendido–. ¿Y mi ensalada?

– Haz nomás, vamos a comer cuy con ensalada, otro día hacemos el “jaca pichu”. Su tía puso manteca en la sartén y mientras calentaba revolcó al cuy por ambos lados en harina gruesa.

– Yo voy a poner el cuy, tía –se acomete–. Mucha manteca –dice–separa un poco.

Su tía separa ya casi disuelta. Circo le da el cucharón de madera, mientras él prepara en media tasa: agua hervida, un poco de sal y limón, ajo chancado y añade poco a poco a la presa para que no se queme y quede homogéneamente cocida.

– Ahora sí vamos al comedor; por favor, lleva los platos de cuy; yo llevo la olla de lawita de Shacui, para servirnos después.

Mientras comen, Circo le cuenta que ha estado con Fico, en Allauca. Le dice que mañana viernes estamos invitados a su chacra en la puna, va a preparar pachamanca. “A mí no me conoce. Anda tú, Circo”, contesta ella. “Como te vas a quedar sola, tía. Nos ha invitado a los dos”, dice Circo. “Yo estoy acostumbrada a vivir sola, como nací; sin embargo, cuando Maura con Emelito fueron a buscarme para acompañarlos, me alegré mucho y sin pensar dos veces me vine a vivir con ellos... jamás me imaginé que me iba a quedar sola en tremenda casa” ... – No será así. Maura te quiere mucho y no estará tranquila hasta tenerte junto a ella o estar ella junto a ti. Yo tengo fe en que se vienen años mejores para todos –continúa Circo–. Mi idea es vender esa casa

chica donde estamos viviendo en Lima y comprarnos una más grande, que alcance para los seis que somos hasta ahora, aunque no estemos permanentemente todos juntos. Más bien, esta casa donde estamos, hay que mantener hasta el último para cuando venimos, tengamos dónde llegar.

Llanshi solamente le mira sin atreverse a interrumpirle. En esos momentos tocaron fuerte el portón. “Es Fico, hay que recibirlo en el patio nomás, debe estar apurado”, dice Circo. En efecto, tal como quedó, solo ha ido para invitarles a los dos a su cosecha de papas. Fueron a la puna y pasaron el día muy feliz. Trajeron, como fiambre, una canasta de patsamanca.

El retorno a Lima

Y llegó el día del retorno de Circo. Llanshi se echó a llorar en brazos de Circo. Circo salió de la casa también sin poder contener sus lágrimas. El ómnibus le esperaba en el parque con el motor arrancado. Al día siguiente, al anochecer, estaba entrando a su casa de Lima, cargado de mucha pena, pero también de mucho optimismo y alegría. La vida marcha imparable, en la gran ciudad o en el campo. Bueno, hasta aquí el testimonio de Circo respecto a la destrucción de Huaraz.

Ma Maura añade que, a los pocos días de la llegada de Emel a Lima, Circo le pidió a su hermana Maura llevarle a Emelito a ver “La Muralla Verde”, mientras él se quedaba a cuidar a sus hijos. Después del cine, camino a casa, Maura le dice a Emelito “esa caída de agua del río Rímac, con bañistas debajo, se aprecia bien desde el Puente de Piedra, que está a solo cuatro cuadras de mi escuela. Hay que decirle a Circo para que el lunes los lleve, a Edguital y a ti, a mi escuela. Nos esperan, almorzamos los cinco por ahí cerca, vemos esa caída de agua desde el puente, cruzamos, de paso conoces el palacio de gobierno, y después de pasearnos en la Plaza de Armas, subimos a la avenida Abancay para tomar carro y retornar a casa, ¿Qué te parece?” “Estupendo, Mama Maura. Ojalá Circo acepte”. “Estoy segura que sí, porque el lunes empiezan sus vacaciones”, responde Maura.

Aquel esperado lunes jamás llegó para Emelito. El terremoto de Huaraz cambió por completo los planes de Circo.

Qué se quiere con este pequeño trabajo

El terremoto fue de tal magnitud que puso a prueba, una vez más, el coraje del heroico hombre ancashino; pero, no solo eso, también fue una advertencia y un reclamo de la Naturaleza a un mejor trato a la Patsa Mama. Así como Circo fue con Rosa al Club Ancash en busca de información sobre el terremoto; el autor de Ma Maura también se apersonó al Club, aunque no el mismo día ni en compañía de alguien. Leyó en su vitrina una lista de fallecidos, ya identificados, en Huaraz. Estaba el nombre de su padre. No quiso creerlo. Se aferró a su fe de que su padre estaba vivo. Empezó a llamar a amigos y familiares, a ver si alguien iba a Huaraz. Encontró que un primo suyo viajaba con su carro. Llegaron en siete días a Huaraz, a medida que la brigada de trabajadores del E.P. iba abriendo la carretera. Llegando, lo primero que hizo el creador de Circo fue buscar a su padre “fallecido”, lo encontró encima de los escombros cuidando su tiendita, hecho que le hizo arrancar de su pecho la siguiente frase dolorosa pero vital: ¿Papá, tú no habías muerto?

Con el testimonio se propuso: Uno: Decir que su novela, como casi todas las novelas, es pura ficción, pero al nutrirse de la realidad es también historia que hay que descifrar; y Dos: gracias a la existencia de homónimos (en este caso creo en Pomabamba) el autor no perdió la esperanza de encontrar vivo a su padre.

Plaza principal de Llamellín (Foto: Internet)

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