12 minute read

Juan Rodríguez Jara

Entierro sin cafecito

Juan Rodríguez Jara 23

Advertisement

Áncash, Edén de América engreída por el Pacífico y la hermosa cordillera blanca con sus pirámides blancos, Yerupajá, Hualcán, Huascarán, Huandoy y Alpamayo que cada amanecer hacen llegar al cielo las oraciones de todos los ancashinos y hacedores de tres regiones naturales marcadas por estas cordilleras gemelas negra y blanca, con sus bellezas naturales, gastronómicas e históricas y en un cerrar y abrir del ojo arrancaron muchos suspiros y lágrimas a todos los habitantes ancashinos en su tropel salvaje de la tierra el 31 de mayo de 1970, Aunque suene anecdótico decirlo, tuve la suerte de hacer frente al terremoto en la ciudad de Huaraz donde trabajaba como Guardia Civil del Perú; estuve día y noche entre sus muros, respirando el polvo, secando el sudor con tierra, buscando agua y comida, cumpliendo mi reglamento castrense, rescatando vivos y muertos.

Era una tarde tranquila como muchas, ahora ya ausentes, el sol ya terminaba su recorrido diario; la sombra crecía sobre las faldas de los hermosos nevados que recreaban el horizonte con su blanca cabellera. Yo estaba en mi casa y bajaba por la escalera del segundo piso, cuando sentí que se mecía el pasamano, mi esposa Lourdes que estaba en el primer piso, empujándome y gritando mi hijo, mi hijooo… corrió al dormitorio en el segundo piso en donde se encontraba nuestro primer hijo de un año, dormía en la cama después de su baño y de tomar el biberón.

El movimiento de una simple mecida pasó a sacudir las paredes, alborotar el piso que se quebraba como pedazo de semita mal horneada, las tejas rojas comenzaron a caer como lluvias. Los adobes de las paredes se convertían en pedazos y polvos que inundaban el pueblo, sellando el cielo con una densa nube y rebotar la luz solar para

23 Juan Rodríguez Jara. Nació en Piscobamba. Poeta, escritor, institucionalista y promotor cultural. Ganador de concursos literarios, con múltiples reconocimientos en el Perú y el extranjero. Premio nacional Legión honor Benemérita Guardia Civil. Autor de poemarios, antologado en muchas publicaciones.

1970 La hecatombe de Áncash 179

convertir en noche anticipada al pueblo. El pánico cundía a todos los vivientes, ruidos, gritos se sucedían. Lourdes apenas llega a la cama, toma en sus brazos a su vástago y sale hacía la escalera, pero una de las paredes de la casa que daba a la calle se caía, no puede bajar y me alcanza a nuestro hijo para quedarme en la escalera sin poder bajar, hasta que la tierra calme su furia. Lourdes busca su seguridad, corre hacía la calle Buenos Aires y cuando abre la puerta ve al frente, que una pared de la casa vecina se caía, ante el peligro retrocede y entra a la sala, pretendiendo salir al patio interior, ya era tarde la puerta se encontraba sellada por desmonte de otra casa vecina matando a los animales domésticos que tenían ahí. Desesperada y sin saber hacia dónde ir, no le queda otra cosa que tirarse al piso de la sala, donde siente el tropel endiablado en el corazón de la tierra, esperando que los segundos interminables de angustia terminen mientras veía como el piso de cemento se rajaba con el movimiento y se abre una grieta de 10 centímetros de ancho. Mientras tanto, con mi hijo en brazos, espero que el techo de eternit, si se cae, no nos lesione. Tanto duró el movimiento de la tierra en conflicto, para que bajara al patio y al tratar de salir a la calle, encontré que los escombros habían superado la altura de la puerta. En ese momento aparece mi esposa Lourdes que parecía disfrazada, el rostro lleno de polvo, cabello y ropa color tierra, al igual que mi hijo rostro color tierra.

Asustados, solo atinábamos a gritar el nombre de los demás familiares que habían desaparecido. Nuestro perro káiser no estaba, se habría escapado a la calle, huía del movimiento, los perros son muy miedosos los enloquece esta clase de acontecimientos; el gato techero también no estaba, los conejillos y las gallinas del patio interior habían sido sepultados vivos.

Después de unos minutos, los tres logramos salir a la calle venciendo los grandes muros que habían caído, por encima de los escombros como a cien metros encontramos un terreno abierto, sin peligros potenciales en caso de otra réplica del sismo. Ahí llegan muchos vecinos con lágrimas surcados sus rostros, cada uno narrando su versión y problemas, lamentando los heridos, muertos y desaparecidos.

A ese campo abierto la gente converge de todas las direcciones, el grupo aumenta, llegan llantos, dolores y comentarios se multiplican, también la noche se acerca inevitablemente, hay que protegerse del

frío de la noche y se debe tomar medidas por lo que a todos propuse formar un campamento, el lugar era adecuado y allí decidimos concentrarnos con los que vivían en esa zona, junto con sus familias, esposa e hijos, abuelos y ancianos que aún vivían, y entre todos nos organizamos acordando que los hombres debían ir sacar de sus casas ropa para abrigarse, frazadas, colchones, alimentos, en especial leche para los bebes, maderas para armar viviendas, cocinas y vajillas necesarias; también, ubicarían los pozos naturales para abastecerse de agua no contaminada e intentarían alcanzar el nexo con las autoridades u otros grupos para evaluar la situación y poder auxiliar a los heridos. Para esto último fuimos designados Mauricio y yo, con la finalidad de llegar a la Plaza de Armas, avisar a la policía, municipalidad u otras autoridades para que vengan a ayudarnos. Entretanto, se comenzó a empadronar a todos los que habían llegado, y seguirían llegando, ya que faltaban muchos vecinos de la zona, los cuales seguramente no se querían movilizar por las posibles réplicas del movimiento telúrico. Se registraron en ese campamento alrededor de 80 personas entre ellos ocho menores de edad.

Luego de una hora y media Mauricio y yo retornamos de nuestra comisión con una noticia: “ha desaparecido toda la ciudad, no hay edificio o vivienda sana, todos en ruinas”. Y es lo que vimos: nadie ubicaba a las autoridades, nadie escuchaba los pedidos ni atinaban a auxiliar, todos corrían, lloraban, habían muchos muertos en la plaza de armas, parques y en todos lados, no había auxilio de ninguna clase, todos como locos gritaban, corrían y se arrodillaban… clamando piedad al cielo. En la comisaría me indicaron que en mi zona auxilie a heridos, forme campamentos y organice a los damnificados.

Las horas siguientes nos seguimos organizando para socorrer a los heridos, llevando a muchos de ellos al hospital en donde ya no se daban abasto, la capacidad había colapsado, los heridos se dejaban en los patios, hasta los pasadizos estaban llenos, todos llegaban clamando ayuda para el herido, no había personal médico suficiente, ni medicina, inclusive el hospital estaba dañado, los que trabajaban también habían sido afectados en sus casas, no sabían de sus familiares. En la ciudad muchos heridos estaban atrapados por grandes bloques de escombros o maderas, y era difícil rescatarlos, a los muertos ya no se podía sacarlos, muchos moribundos ante la impotencia de ser salvados a gritos pedían que se les ayude a ¡morir!... "¡quiero morir, mátame para no sufrir!", gritaban.

La noche no comprende que aún hay mucho por hacer y cubre de oscuridad al pueblo, solamente las velitas y lámparas a kerosene tomaban posesión de las improvisadas viviendas, no había luz eléctrica ni teléfono, se había cortado toda comunicación, en el silencio de la noche se escuchada alguna emisora de la capital trasmitir sus programas como si no supiera la desgracia que había ocurrido, los bebes comienzan con sus sinfonías, el estómago ya había terminado la leche materna, ¿qué hacer con 15 bebitos de un año a los cinco de la mañana? Los varones nos organizamos nuevamente para lograr conseguir tarros de leche en nuestras casas o en la vecindad, otros van por leña, unos por agua del "puquío" ojo de agua, que seguía brotando gracias a Dios. Todos volvieron, solamente con dos tarritos de leche. No importa, con eso se prepara una olla de leche para todos, el agua teñido de blanco, con poquito azúcar, que la vecina María trajo de su casa derruida.

La noche se apoderó del firmamento, hoy la luna se ha negado vernos, el polvo de la tierra no los deja, el silencio parecía dominar la tierra y callar todo gemido perdido entre los escombros de moribundos abandonados. Cansados nos dormimos para despertarnos al reflejar la luz del sol tras la tierra hecha nube. Nuevamente en vano se buscó ayuda por lo que el campamento tenía que tomar medidas concretas y dividirse las tareas. Con un grupo del campamento me organicé para conseguir alimentos, medicinas y abastecimientos y poder armar más carpas utilizando las frazadas, sábanas, etc., para no sufrir frío en la noche; todos debíamos traer novedades y ayudas posibles con el padrón que se había elaborado.

Mi esposa Lourdes tenía sepultada a su madre con tres de sus ahijados y era necesario localizarla, pero el tercer día llegó la orden de que la población debía ser evacuada a lugares establecidos por las autoridades de emergencia, por lo que comenzaron todos a marcharse a los campamentos donde estaban sus familiares o amistades. Lourdes, mi hijo y yo, nos establecimos en un campamento lejos del lugar de nuestra casa en escombros, ubicado en Los Olivos, que queda al frente de Huaraz, pasando el río Santa, a estribaciones de la cordillera negra, por donde se viaja a Casma y Cajamarquilla, sin embargo, todos los días me dedicaba a buscar a mi suegra entre los escombros de nuestra casa y al sexto día de acontecido el sismo, con la “prueba de la barreta”, ubicamos el cadáver bajo los escombros.

Busqué más gente para poder sacarla, sin conseguirlo ya que solamente con dos personas trabajaba todo el día. Ya pasado el mediodía finalmente pudimos sacar todo el cuerpo, envolviéndola con dos sábanas blancas y a falta de cajón, la colocamos en una improvisada camilla de toscas maderas de eucalipto del techo de mi casa, como muchos, para llevarla a enterrar al cementerio general de la ciudad.

Se inició el cortejo fúnebre paso a paso descansando a pocos trechos ya que pesaba la finada. Detrás, avanzaba llorando su hija Emperatriz, quien además cargaba las herramientas para cavar el sarcófago ante la carencia de nichos. Con tres personas al relevo se avanzaba muy poco, por lo que pedí a Emperatriz que tomé la delantera al cementerio para contratar peones y caven el suelo y ubique el lugar adecuado con el guardián. En cuanto hizo esto, volvimos a levantar a la difunta y parecía que había perdido el peso, llegando rápido al cementerio en pocos relevos de las tres personas. Aquí se cumplía el dicho: "Que el muerto pesa cuando el familiar que más amó está a su detrás, como si no quisiera separarse", y es que, al pasarse adelante su familiar, la difunta parecía que le seguía muy a prisa.

Llegamos al cementerio y el guardián autorizó el entierro en cualquier lado del cementerio que se encontrara vacío a libre elección de los enterradores, así que escogimos cerca de la entrada para facilitar las visitas futuras e iniciamos la tarea de abrir la tierra que guardaría para siempre a la señora madre de Lourdes. Le pedí a mi cuñada emperatriz que vaya a las oficinas encargadas de conceder la autorización y realizar el pago respectivo, para evitar posteriores complicaciones. emperatriz recorrió todos los lugares donde podría conseguir la autorización, nadie sabía de nada, todos tenían sus propios problemas que resolver, familiares muertos, heridos, desaparecidos, todos se comportaban ya como locos. Nuestra comisionada de tanto caminar pasada la media tarde pudo contactar con una persona de la anterior oficina quien le dijo que “entierre y luego pagará”; además, la persona que cobraba del cementerio había pasado a ser ocupante de uno de los nichos ya que murió en el sismo. Con esa premisa, retornó al cementerio, pero no encontró los restos de su madre, ni a nosotros. Para ella, habíamos desaparecido y se desesperó poniéndose a rezar frente a la gran cruz insignia que se encuentra al centro del cementerio, en donde la encontré en uno de mis recorridos buscando escalera.

Un pabellón de nichos nuevos que se venía construyendo en el cementerio había sido invadido por asalto y abarrotados por otras personas, para darles una buena ubicación y confort a sus seres queridos y no estar cavando el suelo duro. Ahí, en la última hilera de los nichos, tocándose ya con las tejas del techo, había dos vacíos, pero al solicitársele uno de ellos al guardián, este se negó manifestando que estaban "reservados". Sin embargo, en un descuido del guardián que se retiró para atender un llamado, nuestra difunta fue colocada en uno de los nichos, en donde reposa hasta la fecha.

El guardián, al enterarse de la indebida ocupación, se molestó y dijo que lo sacaría, pero todo se arregla, hay algo que rompe la mano como dicen, así fue, recibió su pago y el nicho dejó de ser reservado. Se había concluido un entierro en silencio, sin cajón laqueado, sin velorio, sin rezos, sin tazas de café, sin velas prendidas, ni ceremonias, sin curiosos que piden detalles de las muertes, sólo con nuestras lágrimas dejadas en las sábanas que se llevó nuestra difunta, porque era una mujer buena, aguerrida, luchadora, decidida. Las personas buenas siempre se van al cielo, de allí nos cuidará.

A los pocos días, Lourdes y nuestro hijo fueron evacuados a Lima debido a enfermedades contraídas a consecuencia de la insalubridad que había en ese momento. Yo me quedé en mi calidad de Guardia Civil para continuar apoyando en el armado de campamentos, levantar escombros y rescatar muertos, seguir cada día derrochando esa voluntad de trabajo y vocación de servicio a los demás para ayudar y dar paz a mucha gente, consolar al desolado, orientar al perdido hasta cuando dejé de dar mis pasos de ser humano que con valores me criaron mis padres Rodri y Laura que ahora acompañan a doña María. En el cementerio de Huaraz, marcado por el destino, existe un pabellón de nichos, que en su integridad alberga a muertos fallecidos una misma fecha, día y hora, donde llegaron pobres y ricos, con cajón o sin él, todos en un "entierro en silencio" en donde no hubo velorio ni tazas de café sólo oraciones y lágrimas, allí permanecen ante el tiempo, todos juntos como llegaron. Al año mi cuñado Rubén Poma Trinidad, mandó colocar la lápida en mármol todo blanco con la Virgen María y allí permanece viendo que las flores se marchitan hasta cuando alguien llegue cambiarlos Cuando viajo a esta ciudad, voy a visitar el nicho de mi suegra, retiro las flores marchitas, coloco unas frescas y le agradezco por ayudarme

en su diario batallar por la vida, por recordar y mantener vivo el recuerdo de nuestra tierra.

Como María, Madre de Dios, subiste al cielo, una tarde soleada, sin cruces ni coronas de flores, dejándonos en este valle oscuro de polvo, adobe, tejas y palos. No hubo café ni velorio en familia. Desde allá, no te olvides de tus hijos.

De izquierda a derecha: Emperatriz, Lourdes, Sra. María (†) y Juan Chancos (1966)

Lourdes y Juan - Cementerio de Huaraz, Pabellón 31 de mayo (2012)

This article is from: