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Misael Noriega Barrón

Pasaremos al corral..!

H. Misael Noriega Barrón 25

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¡Pasaremos…! Una expresión típica, que seguía a los especiales acontecimientos familiares y amicales en nuestro Conchucos, y aún mantiene vigencia. Consiste en agasajar con un almuerzo, una cena, o bocaditos y bebidas a los asistentes a los eventos como bautizos, misa de honras, matrimonios, cumpleaños, etc. En no pocas ocasiones, el pasaremos se prolongaba en una jarana con “todas las de la ley” hasta la madrugada del siguiente día.

Así mismo, cuando se trataba del cumpleaños de un familiar o amigo, era costumbre “sorprenderlo” con una serenata; concluida la tercera interpretación musical salía el agasajado y anunciaba: “gracias por acordarse... pasaremos!”. Al celebrarse el matrimonio de un miembro de la familia, para que la consabida invitación posterior resulte exitosa era prioritario cumplir con labores previas como acumular la leña para el horno y la cocina, preparar la harina destinada a la elaboración de panes, destinar la res para sacrificarla, sin descuidar la ceba los chanchos para los chicharrones y jamones. En todas esas acciones era el ama de casa la protagonista principal de tales jornadas del hogar, mientras el padre de familia tenía su atención concentrada en las labores agropecuarias, o en los negocios para mantener intacta su capacidad adquisitiva o incrementarla más.

También en Lima, después de un matrimonio es ineludible el pasaremo, el que suele cumplirse en locales acondicionados especialmente para tal fin, puede ser en un club institucional, hotel, etc. En ciertos casos el escenario es el domicilio de uno de los contrayentes; los más prácticos suelen salir del apuro con un protocolar brindis en los salones del mismo templo donde fue el

25 Helí Misael Noriega Barrón, Mishanko. Nació en Pueblo Libre (provincia de Huaylas), con larga residencia en Chacas (provincia Asunción). Docente de educación primaria. Fue regidor y alcalde en Chacas. Integrante de la Comisión Pro Provincia y del Comité Pro Túnel y Carretera Asfaltada Carhuaz-Chacas-San Luis. Directivo del Club Ancash en tres períodos.

1970 La hecatombe de Áncash 189

matrimonio, tal como ocurre después de la misa de honras. De ahí provine la pregunta: ¿Qué tal estuvo el pasaremos?

Las siguientes noches del 31 de mayo de 1970, los chacasinos pernoctaban bajo improvisadas carpas en la plaza. Las torres afectadas tuvieron que ser demolidas en gran parte; años después el Padre Ugo de Censi las mandó reconstruir.

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La trágica hecatombe telúrica del 31 de mayo de 1970 tuvo como preludio el partido inaugural del Campeonato Mundial de Fútbol con sede en México, entre la selección de la Unión Soviética y los dueños de casa. En Chacas y en otros pueblos de la sierra ancashina, escuchamos la trasmisión a través los radios portátiles que funcionaban con pilas. Tenía yo cumplidos mis pletóricos 27 años de edad cuando al eufórico locutor azteca que anunciaba:

- Sale al campo el seleccionado visitante, luciendo en su casaquilla roja las letras CCCP (Siglas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), sinceramente no sé su significado, aunque sospecho que quiere decir “Cucurucucú Paloma” (Canción mexicana).

Terminado el encuentro en empate (1-1), pasada las tres de la tarde salimos a dar un paseo amical con la veinteañera Marialuz Egúsquiza Flor, Marilucha, por las casi desiertas calles chacasinas, hasta ubicarnos sobre el mirador de Ramos Jirca (donde cada Domingo de Ramos se venera a la imagen de Cristo, antes de la procesión). Recién nos habíamos sentado sobre la verde alfombra para deleitarnos con el formidable panorama que abarca hacia las cumbres lejanas de las provincias de Luzuriaga, Pomabamba y Sihuas, cuando de improviso, se escuchó un atronador rugido proveniente del subsuelo, y casi simultáneamente la superficie terrestre empezó a sacudirse como un caballo encabritado intentando desmontar a su jinete.

Me erguí y divisé hacia occidente, contemplando con asombro que desde las cumbres de los cerros adyacentes al nevado Camchas rodaban enormes rocas impactando en el trayecto unas contra otras. Mientras tanto, empezó a levantarse una polvareda en el radio urbano, impidiendo la visión. Los segundos transcurridos se hacían eternos y como el espantoso movimiento y el atroz ruido no tenían cuando terminar, pensé: La tierra se habrá salido de su órbita y estará a la deriva; ya no hay nada que hacer, es el final. De pronto, me serené y dejé de temer a lo que parecía una inminente muerte. Escuchaba a mi acompañante susurrar: ¡mamacita!,! mamacita!, pero no había forma de mitigar su pánico. Cuando finalmente, todo volvió a la calma, Marilucha caminaba con cierta dificultad por los rezagos del susto. Como ella no tenía ninguna lesión me justifiqué: Disculpa, debo ver a mis padres y mis hermanas, tu casa está más cerca que la mía. Inmediatamente emprendí una vez carrera.

Así quedaron algunas viviendas después del sismo. Vista desde Gantujirca

Apenas bajé a la senda, apareció de Tinco Pampa un tropel de carneros y burros que corrían espantados, pese a que ya había pasado el terremoto. Me despojé de mi casaca y revolviéndola en el aire, emitiendo fuertes gritos, junto con mi alumno Jacinto Agüero que había salido de su casa, logramos apaciguarlos. Después, logré pasar

presuroso sobre algunas paredes caídas y sorteando el agua proveniente de una tubería rota que inundaba la calle, logré llegar al hogar paterno donde mis seres queridos mostraron espontánea alegría al verme llegar ileso, aunque todo el techo del horno y la construcción adyacente se había estrellado sobre un sector del patio.

Varias viviendas del distrito habían quedado inhabitables y otras totalmente destruidas, resultaron más afectadas las casas aledañas al actual hospital, (en ese entonces recién estaban edificadas las paredes de la posta médica), por tener la base del piso un poco arcillosa y menos sólida. En cambio, las construidas en el entorno de la plaza del pueblo y la mayoría de las ubicadas en otros barrios del pueblo no sufrieron mayor daño debido a la estructura rocosa de su subsuelo. Durante esa noche, ni en el transcurso de las siguientes de esa semana, nadie en Chacas se aventuró a pernoctar dentro las habitaciones porque cada cierta hora se producían las sorpresivas réplicas, cuyos fuertes remezones provocaban un pánico colectivo en la población.

Muchas familias se congregaron sobre el verde gramado de la plaza del pueblo, improvisando carpas de emergencia grandes mantones de lana (jergas) que se extendían sobre el piso para hacer secar el trigo lavado (antes de enviarlo al molino), las que después de siguiente día fueron reforzadas con maderos largos y livianos. Recuerdo que se congregaron debajo del coposo ciprés ubicado frente a la tienda de don Próspero Roca (donde ahora está la estatua del cajero), los grupos familiares de los señores Vicente Hadabaka, Mario Egúsquiza y la familia Bazán Del Río. Distintos sectores de la plaza fueron “parcelados” y se irguieron vistosas carpas de diversos colores que durante las sucesivas noches sirvieron de precarios dormitorios. Las noches de luna eran aprovechadas por los niños para explayarse en juegos propios de la edad.

En el caso nuestro, nos congregamos en los corredores de la vivienda de mis padres, cinco familias muy cercanas: los Zaragoza Barrón, Cafferata Díaz, Amez Durán, Díaz Cerna y Noriega Barrón. El lugar elegido para pasar la noche e intentar dormir fue un área del corral ubicado detrás de la cocina, el que ese día, por coincidencia, se encontraba limpio y desocupado. De inmediato los varones de cada grupo familiar empezamos a armar unas precarias carpas, poniendo como base las sillas de la sala y unos maderos largos sobre los que extendimos las jergas. Mientras la tierra seguía temblando con

intermitente frecuencia, colocamos encima de unos costales extendidos sobre el piso, algunos colchones livianos traídos de diferentes casas con el fin de acomodarnos y estar relativamente cómodos, así mismo nos proveímos de frazadas para cubrirnos sobre la ropa puesta, porque la situación de emergencia no estaba para mayores protocolos.

Poco después del anochecer, todos nos ingeniamos para compartir una especie de “olla común”, sirviéndonos una merienda de emergencia en el patio, alumbrados por lámparas de kerosene, porque el techo de la cocina amenazaba con desplomarse y nadie tenía el coraje suficiente para sentarse en el comedor ya que las paredes superiores de la casa estaban ligeramente rajadas.Los más jóvenes de entonces intentamos amenizar la reunión con comentarios optimistas, pero algunas de las señoras apenas controlaban su nerviosismo a duras penas, fue entonces que el tio Shatuco Zaragoza (esposo de mi tía Olinda Barrón), comentó:

- No comprendo por qué se preocupan tanto, todos sabemos que nadie se ha muerto en la víspera, sino en el día!

Palabras que provocaron sonrisas y lograron tranquilizar momentáneamente a los presentes. Después de la sobremesa se prolongó la conversación mientras nos íbamos acostumbrando a los temblores sucesivos; escuchamos, a eso de las ocho de la noche, que un fuerte remezón ocasionó el tañido de una de las campanas, y como respuesta la muchedumbre congregada en la plaza reaccionó con un agudo y lastimero coro que nos conmovió. De rato en rato, el tío Shatuco desaparecía y al retornar de la plaza nos contaba las últimas novedades, pero se mostraba cada vez más alegrón por la dosis de gro (pisco o aguardiente con infusión y limón) que iba libando con sus amigotes para “calmar los nervios”; tal es así que cuando salió la última vez poniendo como excusa que iba a recoger su poncho olvidado en una tienda, retornó muy mal humorado porque la consabida prenda había desaparecido por obra de algún “amigo de lo ajeno”. Ya sería más de las nueve, y al notar que algunas señoras empezaban a dar muestras de cansancio, mi madre, con esa su actitud hospitalaria de siempre, en forma espontánea y tal vez ingenua, invitó a todos los presentes:

¡Pasaremos al corral...! Nuestra primera reacción fue de sorpresa, pero luego de tensos segundos, todos estallamos en una carcajada general. Mi mamá agregó, algo azorada, pero entre sonrisas: Disculpen, ... pero jamás me imaginé que pediría a mis visitantes que pasen al corral.

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Al siguiente día, pude comprobar con tristeza, que el techo posterior del local de la Escuela de Varones 346, donde estudié una parte de mi educación primaria y en ese entonces era el Director, se había desplomado totalmente afectando el entablado del segundo piso, porque las columnas de ladrillo que lo sostenían habían colapsado. Por suerte el sismo sucedió un día domingo, de lo contrario hubiésemos tenido que lamentar la muerte de muchos estudiantes y docentes. Pudimos volver a techarla, antes de la llegada de la temporada de lluvias, en acción conjunta de padres de familia y docentes, con el apoyo del Obispo de Huari Dante Fransnelli, en una epopeya que mereció una narración especial.

El techo de la parte central de la nave de la iglesia, cerca al altar, se había desplomado dejando expuesto a la intemperie el hermoso retablo colonial tallado en cedro y recubierto con pan de oro. Así estuvo durante un año, cuando el ingeniero suizo Robert Funk, voluntario de la congregación Luterana Mundial, mandó confeccionar un gigantesco cortinaje, uniendo jergas y costales para proteger de la lluvia y los rayos solares la valiosa obra artística, hasta cuando en 1973 se volvió a techar con la donación de un grupo de voluntarios chacasinos residentes en Lima, liderados por don Ludgardo La Puente Aranda.

Ambas torres de la iglesia cuya edificación se concluyó el año anterior, quedaron muy afectadas, y tuvieron que ser demolidas hasta cerca a sus cimientos para reedificarlas; obra de la que años después, asumió el Padre Ugo de Censi.

En casi toda una semana no se distinguía con nitidez la luz solar como consecuencia de la nube de polvo que cubría al firmamento ancashino e impedía, durante varios días la recepción de las ondas sonoras, dejando “mudos” a los radioreceptores a pilas, siendo la causa de nuestro prolongado aislamiento. No escuchábamos noticia alguna del

mundo entero, tampoco llegaban los cotidianos telegramas por la ruptura de la línea telegráfica en sus diferentes tramos, (en ese entonces carecíamos sel servicio de alumbrado eléctrico y no teníamos carretera). La temperatura de la atmósfera descendió por el cielo encapotado de polvo, haciendo que la mayoría de los pobladores varones de Chacas urbano y rural apelen a cubrirse con el infaltable poncho de lana, prenda común en ese entonces a nivel de todos los estratos sociales.

Al final del cuarto o quinto día después del sismo, se nos acercó presuroso, en la plaza, un profesor cuyo nombre prefiero no mencionar; su semblante reflejaba espanto y con voz alterada nos informó:

- Escuchen, ¡Yungay ha desparecido! ¡Yungay ha desaparecido! He captado una noticia increíble en mi radio: el día del terremoto se ha desprendido del nevado Huascarán, un inmenso bloque de nieve, y toda una masa de lodo y piedras, bajando en forma de un gran aluvión ha sepultando totalmente la ciudad. Después no he podido escuchar más.

Al escucharlo, nos quedamos mudos ante tan trágica novedad, pero don Shatuco le replicó al instante:

- No seas talegón sobrino, Yungay no ha desaparecido, debe estar intacto debajo del lodo. Una risotada general festejó la original ocurrencia.

Catedral de Chacas (Foto: DBP.)

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