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Lucio Meza Marcos
Testimonio inédito de don José Sotelo Mejía, entonces alcalde de la provincia de Huarás (1970)
Recogido por Lucio Meza Marcos 29
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“Quince minutos después del sismo llegué a la plaza de armas de Huarás, en el centro de la ciudad, había tratado de entrar a ella por tres distintas calles, pues venia del Cementerio la zona nueva que no había sufrido mayor daño, y no pude salvar los escombros. Las enormes rumas de adobes que habían sido casas momentos antes, las paredes inclinadas a punto de caer, pedazos de techos que se suspendían casi en la nada, las enormes vigas de madera que antes servían de sostén y ahora parecían salir como arboles sin ramas de entre las ruinas, me lo impedían.
En ese momento agonizaban en Huarás cerca de diez mil personas”. “Al llegar a la plaza busque instintivamente las dos torres de la catedral, no estaba en su sitio, se habían destrozado, el sol brillaba débilmente a través de una densa nube de polvo oscuro dándole a las ruinas de la ciudad un aspecto sombrío y aterrador. Hacia el norte en un balcón sobre el que habían caído vigas enormes del techo, vi a dos personas colgadas con medio cuerpo y los brazos en el vacío, era Miguelito Angulo y su esposa, que al no lograr arrojarse a la calle murieron aplastado entre el balcón y la viga. Varios días estuvieron en esa posición hasta que cuadrilla de rescate lo sacaron”. “Volví la mirada hacia el sur y en un cerro de escombros que antes había sido el Colegio Santa Elena, alcance a distinguir a algunas mujeres que débilmente trataban de escarbar las ruinas del local donde minutos antes, cuatrocientas personas entre autoridades, niños y padres de familia, monjas y sacerdotes celebraban el cumpleaños de la directora, Madre Superiora”. “Como alcalde de la ciudad era la única autoridad aparentemente viva en ese momento, luego me enteraría que el Prefecto Estuardo Ángeles
29 Lucio Meza Marcos.
- Natural de Chavín de Huántar, provincia de Huari. Docente y promotor cultural y turístico. Autor del libro “Templo y dioses de Chavín”.
1970 La hecatombe de Áncash 210
Argumedo había muerto sepultado en la Prefectura, el Subprefecto se encontraba de comisión en la provincia de Aija, el jefe de la Policía se encontraba en la costa. Frente a esta situación de crisis de autoridades, rápidamente formé un equipo de rescate con algunos policías municipales y obligando a algunas personas que trastornadas por la impresión deambulaban cerca, a las mujeres las organizamos con baldes y latas a cargar agua de la pileta. Poco después, estábamos sacando los primeros muertos y heridos del Colegio Santa Elena, a los muertos los pusimos en el jardín de la plaza y a los heridos los concentramos en un lugar frente al Municipio, lugar donde se estableció el primer puesto de socorro”. “Habíamos abierto en lo alto del túmulo de Santa Elena, un agujero por donde comenzamos a sacar personas vivas y muertos. En algún momento, sacamos a un hombre joven, totalmente cubierto de tierra, y al limpiarlo reconocí en él al médico Carlos Gonzales, estaba ileso, le pregunté si podría atender a los heridos, contestó con gran serenidad que estaba dispuesto y de inmediato se puso a trabajar. Poco después, yo mismo llevé en brazos a una mujer adulta, joven aún y ya muerta, la puse en el suelo cerca de Carlos, él la reconoció era su esposa Catalina, el médico se desplomo sobre ella, sollozando desgarradoramente, después de un buen rato se incorporó lentamente y siguió atendiendo a los heridos”. “Ese ejemplo de increíble coraje, me acompaño durante toda la etapa brutal de la emergencia en que día y noche estuve en contado directo con los muertos, con miles de ellos, que a medida que pasaban los días se volvían más fríos, más rígidos, aún ahora, años después me alienta en los momentos difíciles en que se necesita valor”.
“Sacamos criaturas con vestidos de escena, largas túnicas desgarradas, mejillas pintadas de rosa, algunas con coronas y alitas de oropel, y un caso especialmente dramático y desgarrador, entregue una niña muerta a su propio padre, que destrozado por el dolor sollozaba”. “Para entonces a la plaza de armas convergían de toda la ciudad, cientos de muertos y heridos en brazos de sus parientes y amigos, se establecieron puestos de socorro con grupos de gente y la plaza quedó casi colmada, el agua de la pileta fue el único alivio para el dolor durante largas horas”. “Serían las cinco de la tarde cuando los Benedictinos del Monasterio de los Pinos, vinieron a buscarme, pues el Ministro de Transportes quería hablar por radio conmigo, me
llevaron hasta los Pinos y hable con el Ministro General EP Aníbal Meza Cuadra.
El ministro me puso con un cuerpo de asesores con quienes hable durante media hora, no recuerdo que cosas, luego retorne al trabajo”. “Durante la primera espantosa noche, nos alumbrábamos con los faros de algunos automóviles, que estuvieron cuadrados en la plaza. No sé bien, a qué hora me quedaría dormido en el jardín de la plaza al lado de los muertos, era ya muy tarde, tal vez las tres o cuatro de la madrugada y la despertar e incorporarme casi de día, y contemplar la terrible desolación de mi pueblo, me encontré con una dantesca escena que aún hoy no se me borra de la mente ninguno de sus detalles, serían las seis de la mañana, aún no salía el sol, ni corría el viento del amanecer, una densa nube de polvo flotaba sobre mi cabeza y muy baja, dándole al paisaje una tonalidad oscura, irreal y aterradora. Veinte o más fogatas que la gente prendió en la noche para abrigar a los heridos, se debilitaban en perfectas columnas de humo, que parecían sostener del suelo el peso de la nube de polvo”. “Cientos de muertos y heridos llenaban la plaza de mi ciudad, junto con decenas de personas que se abrigaban cerca de las fogatas, algunos continuaban llevando agua de la pileta, y como fantasmas se movían en la penumbra, atendiendo a la gente”. “Los tres días siguientes fueron de febril trabajo, en el hospital repleto de heridos se había agotado todo material de urgencia, entonces acompañado de dos guardias nos pusimos a saquear las farmacias, haciendo agujeros entre las ruinas para poder pasar, rompiendo puertas llenábamos en costales algodón, gasa, desinfectantes, y cuanto podíamos hallar, escarbamos las ruinas de las tiendas para sacar leche y conservas para los niños”.
“Desde la plaza en improvisadas camillas transportábamos a los heridos al hospital, muchos se nos morían al moverlos o llegaban ya cadáveres. Los cientos de muertos se ennegrecían y hedían por el quemante sol, no había forma de sacarlos de la plaza bloqueada, entonces decidimos trasladarlo al hall del municipio, y los acomodamos primero muy juntos, luego uno sobre otro, y otros más encima, hasta formar una ruma de un metro de alto. Hasta meses después el olor a muerto que se impregno en el piso y en las paredes del hall, era insoportable”.
“Entretanto los sobrevivientes vivíamos en covachas de cartones, tablas, calaminas y cuanto pudimos rescatar. De noche los sismos –replicas nos sacaban de nuestras improvisadas camas, despavoridos y de día no teníamos que comer. Finalmente llegaron LOS SINCHIS mediante paracaídas para cuidar el orden, porque se producían robos y saqueos, luego se apertura la calle Echenique y por ella en volquetes, sin identificación, se cargaron los muertos y los sepultaron en enormes fosas comunes, que aún perduran en el cementerio. Mucha gente busco durante años a sus seres queridos, pensando que no habían muerto y que pudieran haber sido llevados por los equipos de socorro fuera de la zona del sismo, incluso al extranjero, tan grande fue el caos…”.
La crónica jamás contada del aluvión en Chavín
Lucio Meza Marcos
Faltando pocas semanas para culminar el año de 1944, entre las autoridades y la población de la ciudad de Chavín corría un rumor generalizado en decir; que el gran Lanzón de Chavín (representación del dios Wari de nuestros ancestros) seria retirado de su lugar primigenio y luego trasladado a un Museo arqueológico de la ciudad de Lima.
Por ello, las autoridades y la población estuvieron pendientes de la llegada de la comisión de Lima o Huarás, hasta que llego el día funesto, miércoles 17 de enero de 1945. Para aquella época, la ciudad de chavín y los demás pueblos de la zona de Conchucos atravesaban por momentos de un crudo invierno, con lluvias intensas e incesantes, incluso las montañas sagradas que circundan esta primorosa ciudad, estaban envueltas de nubes grises y apenas eran perceptibles. Y así, amaneció la ciudad aquella mañana cubierta de neblina, un día huraño y triste para los pobladores de Chavín.
A tempranas horas de la mañana, de aquel fatídico día del 17 de enero habían arribado a la localidad de Chavín en un lujoso auto color verde claro, conducido por su chofer particular, el Prefecto del Departamento de Ancash Pedro Artola, acompañada de su hija (estudiante universitaria) y una comitiva de la ciudad de Huarás
constituido por el secretario de la prefectura el Sr. Rubén Loli, el director del Colegio Nacional “La Libertad” Dr. Mariano Espinoza Chávez, entre algunos personajes más. En verdad, la intención de nuestros visitantes era retirar al monolítico Lanzón de Chavín del lugar de su origen y trasladarlo a un museo de Lima.
Pero este propósito inicuo, no llegaría a consumarse, porque aquella mañana funesta, en las profundidades de la cordillera, del nevado Huantzan, se había producido un alud de grandes proporciones que se precipito a la laguna Ayhuinlla, que se encontraba situado al pie del “gran apu nevado huantzan”. El impacto fue terrible que en contados minutos se rompió el dique morrénico natural de la laguna, y las aguas totalmente enfurecidas descendieron por la quebrada Huachejza, pues su hedor frio, e incomparable hacía de suponer que procedía de las profundas entrañas de la tierra y se escapaba por una inmensa grieta abierta, para sepultar la ciudad de Chavín, o de un lugar desconocido del mundo, hubiese sido arrojados la borrasca y cólera de los dioses.
El Prefecto de Ancash y su séquito, con la presencia de algunos autoridades y ciudadanos notables de la ciudad, esa mañana, se dirigían presurosos al templo arqueológico, habiéndose hecho presente don Martin Flores García, a cuyo cargo se encontraba las ruinas, el Maestro Lizardo Muñoz Solís director del Centro Escolar de Varones N° 345 del distrito, alumnos y exalumnos del mismo plantel, vecinos, noveleros y curiosos que se sumaron en el trayecto. La comitiva que vino de la ciudad de Huarás, las autoridades, los vecinos y muchísima gente se hallaban en la cumbre del templo del Lanzón y eran las 9 de la mañana, para ser precisos. De manera inesperada se escuchó en las profundidades de la cordillera, un ruido incalificable, que estremeció toda la ciudad de Chavín, que su estruendo, fue cada vez más intenso, más desesperante, que llegaba de uno a otro confín de la población. La gente pensó que el ruido estremecedor, se debía a la presencia de decenas de aeronaves de guerra, que desfilaban surcando el cielo chavino y debido a la rigurosa época del invierno, un día lluvioso y completamente cerrado con nubes grises del mes de enero, no se podía avistar la supuesta escuadra de aviones, los vecinos y la gente que se encontraban allí, pensaron en la adversa creencia que esto pasaría en instantes, pero jamás, se imaginaron que la muerte les pisaba los talones.
Todo pasó en instantes, cuando de pronto aparece por el cañón de Huachejza una inmensa y espesa nube negra, arrastrando en su incontenible corriente todo cuanto encontraba en su despiadada marcha, destruyendo las insignificancias del mundo terrenal en instantes, sepultando vidas y seres inocentes. La oleada mortífera se precipito hacia la boca del cañón de Huachejza, destruyendo en instantes el puente antiguo de piedras o “el Rumi Tzaca”, luego la Capilla de la Virgen del Perpetuo Socorro de reciente construcción, aguas abajo, arraso la miniplanta hidroeléctrica y sepulto el barrio Raku con su toda su gente.
Finalmente, la espesura del barro mortífero se abalanzo al complejo arqueológico conocido por los pobladores como el “castillo”, embalsándose por unos momentos, para luego arrasar y sepultar la ciudad de Chavín.
En esta tragedia perecieron casi medio millar de personas. En esos precisos momentos, el Prefecto del Departamento Pedro Artola, estaba acompañado de don Martin Flores García, don David Matos y muchísima gente más, que se hallaban en la cumbre del templo del Lanzón, cuando vieron anonadados la presencia del fatídico aluvión que se precipitaba por la boca del cañón de Huachejza, los visitantes al igual que los demás pobladores, pretendieron ocultarse entre las galerías interiores del Castillo pensando posiblemente que todo pasaría, pero menos les sobrevenga la muerte, en tanto que los dos últimos, fueron los únicos, que a pesar de la confusión y desesperación que reinaba en esos momentos, teniendo en cuenta, que el impacto del aluvión que venía por el cañón de Huachejza, tenía que soportar los milenarios muros del castillo, Martin Flores y David Matos, lograron tomar la carretera que pasaba a inmediaciones, pudiendo de esta manera ponerse fuera del alcance del aluvión, mientras que todo el resto fue sepultado.
De la misma manera, se le vio, al Maestro Lizardo Muñoz de la escuela de Varones N° 345 y Director del Semanario Ricay, ubicado en el área de las ruinas hacia el costado izquierdo del edificio “A”, quién enmascarado con el barro completamente irreconocible aparecía y desaparecía, de cuando en cuando, gritaba voces de auxilio apenas perceptible, sus movimientos eran desesperantes, pero el espeso barro negro, le impedía algún intento de salvarse, en vano fueron todos los sacrificios que desplegaron para su rescate, porque la distancia que
guardaba de la orilla demasiado y solo se le vio cuando caía desfallecido, luego de tanta lucha. No cabe en la imaginación, como se salvaron de la muerte doña Damiana Vargas de 65 años de edad y don Teobaldo Vega de 40 años, en esos precisos momentos, cruzaban el río Huachejza de regreso a su domicilio por el entonces puente de piedras ubicado en la misma boca del Cañón. Y solo, se pudo hallar a ella, que despertaba como de un sueño eterno tras los muros de entre los corrales de don Samuel Rotta, a corta distancia sobre una piedra grande, la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro procedente de la capilla del barrio Raku, que estuvo ubicado junto al puente de piedras, sin ningún indicio del pestilente barro a don Teobaldo, en medio del barro luchando entre la vida y la muerte, a quién se le pudo salvar aprovechando de unos cables que se le fueron lanzados ya que su ubicación estaba a las orillas de la playa.
Es difícil, verdaderamente narrar todo cuanto pasó, en esos dolorosos momentos de desesperación en que se hallaban los pobladores de Chavín, mucha gente en su afán de salvar sus vidas, corrieron despavoridas hacia la falda del cerro Shállapa, su pronunciada pendiente no permitía el ascenso inmediato al tropel de personas que corría en esa dirección, la confusión era terrible, los llantos de los niños que se encontraban perdidos, las madres, que clamaban auxilio y muchos sinsabores momentos que dejó como secuela el trágico aluvión que sucumbió a la noble y arqueológica ciudad de Chavín. Dejando a cambio una extensa playa de barro pestilente, solo cabe en la imaginación el dolor sufrido, las lágrimas derramadas, los gritos, la miseria y toda clase de dramáticas y sorprendentes escenas que se llevaron a cabo en este macabro espectáculo.
El simple hecho de narrar esta crónica, de ese aciago momento, hace que se apodere de mí persona, un estado de nerviosismo, en el que se agudiza el tímpano de los oídos para escuchar todo el estupor de esas circunstancias. El aluvión, trajo como consecuencia incalculables perdidas culturales, arqueológicas y económicas, el puente megalítico de piedras de la época Chavín, desapareció. El primer museo de sitio donde albergaba las principales reliquias arquitectónicas hallados por Tello y de otros arqueólogos, fueron arrasadas y junto a ello, el cincuenta por ciento de la población antigua de Chavín sepultada, y casi medio millar de vidas desaparecidas.
Además, gente que bajó de las comunidades aprovechando el estado psicológico de los sobrevivientes, alarmando con nuevos aluviones, aprovechaban para ingresar a las tiendas comerciales y robar lo que aún quedaba, prueba de ello, en la puerta de la casa comercial de Don Francisco Palacios, se halló a varias personas hundida entre el fango con fardos de telas en la espalda, su ambición lo llevó hasta la muerte.
El drama triste de los sobrevivientes
Habría tenido que vivirse esos momentos para saborear la cruel realidad de los días pasados, para sentir, el dolor, la miseria y el hambre a través de aquellos días de nostalgia, azotados por el crudo inverno del mes de enero, sin poder, como alcanzar una migaja de pan y satisfacer el hambre de sus hijos, sin poder, comunicarse con el exterior ya que había desaparecido las vías e interrumpida las líneas de comunicación, sin ninguna gota de agua, con qué amalgamar la ardiente sed de sus paladares, junto al barro pestilente, la descomposición de los cadáveres que fueron recuperados y escuchando los llantos de los que habían perdido sus familiares y el triste gemir de los que estaban heridos, viendo a criaturas, que desconsoladas buscaban a sus padres y padres desconsolados indagaban por los suyos.
Habría tenido que confundirse entre aquellas dramáticas escenas y contemplar los angustiados rostros en las tardes tristes, y en las noches lúgubres, sin el calor del fuego, sin poder abrigarse, olvidados por los rayos del ardiente sol y de la consoladora luz de la luna, atormentados con los terribles silbidos del viento y el murmullo de las aguas enmudecidas con el látigo del martirio y la desolación… La ciudad de Chavín, con su pasado histórico tan grande, cuna de la civilización andina, asolado por el aluvión del 17 de enero de 1945 solo consiguió en su gestión de sus autoridades ante el Gobierno Central y los poderes públicos, él envío de un grupo de zapadores (soldados), una pequeña donación de víveres y casi nada de medicinas.