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Antonino Vidal Vidal

El terremoto del setenta

Antonino Vidal Vidal 32

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Era la una de la tarde del domingo 31 de mayo del año setenta, hora de recogimiento familiar para saborear el almuerzo, de pronto sentimos un terrible movimiento telúrico que despertó el pánico y nos obligó a salir para ganar la calle en busca de protección.

Después de algunos minutos de terror, ya en casa y algo más tranquilos, surgió la pregunta inevitable: saber dónde había sido el epicentro. Era sin duda la pregunta común y la necesidad de escuchar la información en radio o TV.

En tanto nos sentábamos para escuchar las informaciones, se me vino a la mente el terremoto de Pomabamba el diez de noviembre de 1946, casi a la misma hora. Yo era aún niño y casi quedé bajo la cornisa del corredor que se vino abajo. El movimiento tan fuerte repetido una y otra vez, aunque con menor intensidad, obligó a las familias a concentrarse en la Plaza Mayor y dormir al pie de los centenarios cedros.

El epicentro del terremoto de aquella fecha fue en Acobamba, un pueblito de la hoy provincia de Sihuas. En ese lugar se abrió la tierra y se hundió la casa hacienda de los Porturas, llamada Casa Blanca, por su suntuosidad. Allí quedaron sepultados los dueños de casa y los numerosos invitados que asistían a un almuerzo por el onomástico del dueño. Sólo se salvó el cocinero, quien salió disparado por la ventana y cayó sobre arbustos de la quebrada. Cerca al lugar, se unieron dos cerros, enterrando también al hijo de los hacendados, a los peones y a numeroso ganado vacuno que pasaba por el llano, Ruta de las orquídeas.

32 Félix Antonino Vidal Vidal. Nació en Pomabamba, docente de la Universidad Cayetano

Heredia y San Marcos, director de ODEMA, catedrático, odontólogo, político, poeta y narrador. Miembro de la Casa del Poeta. Tiene más de 40 obras. Antologados en Perú y en el extranjero.

1970 La hecatombe de Áncash 238

Pocos días después, vi por primera vez un paracaídas, que cayó al campo deportivo, con buena cantidad de medicinas y también vi un avión del que arrojaron innumerables sacos de alimentos que al caer se desperdigaban en el suelo.

Episodio inolvidable como llagas en la piel

Volviendo la atención a la televisión, escuchamos estupefactos:

¡Yungay ha desaparecido por el alud ocasionado por el desprendimiento del coloso Huascarán! ¡Huaraz está en ruinas, así como Carhuaz, Caraz y todos los pueblos del Callejón de Huaylas!

Días después, nos enteramos que en Yungay, solo se habían salvado un grupo de niños y las domésticas que los acompañaron al Circo, que se encontraba a cierta altura y distancia de la ciudad y los que se refugiaron en el Cementerio, ubicado también a cierta altura.

Huaraz estaba en escombros, con gran parte de la población bajo tierra. Las calles estrechas y casas de adobe en su mayoría, no les permitieron salir a salvo.

Con relación a la pintoresca ciudad de Yungay -ciudad hermosura - se pensaba que era la ciudad más segura por su ubicación en una planicie elevada y una quebrada profunda como protectora frente a aluviones, pero no pudo resistir al alud con millones de toneladas desprendidas del Coloso a consecuencia del terremoto.

El lodo y piedras de todo tamaño cubrieron inmensas áreas de cultivo y caminos, enterró la vía férrea que unía Huallanca con Chimbote, que era una simpática vía turística; en los túneles quedaron sepultadas numerosas monjas y turistas que iban de paseo.

El mundo entero sintió el terror y mostró su solidaridad. Día a día llegaron no sólo las notas de solidaridad, sino el apoyo con medicinas, ropa, carpas y dinero.

Fue tal el apoyo, que con ello, se pavimentó la carretera de Lima a Huaraz, de vital importancia para todo el departamento.

La nota que no puedo olvidar de esta tragedia es la pillería hecha costumbre en nuestra patria, como una lacra incurable, como la pandemia que hoy nos tiene secuestrados.

Yo tuve la oportunidad de ver carpas cubanas en casa de militares, así como una especie de uniformes cubriendo a los caciques velasquistas de la Reforma Agraria, además de la información detallada de parte de un ex reservista -alumno mío-. de la especie de saqueo en los escombros de Huaraz, para, durante las noches, llevar lo encontrado a casa de las tres principales autoridades: Prefecto, Alcalde y Comisario. Nota: de estas dos tragedias, aparte de todo el contexto, tengo grabadas en mis retinas y en mi mente, en el caso del terremoto del 46, la muerte del joven Ciro Tarazona por salvar a una niña atrapada en el primer remezón y a una tía enferma a quien fuimos a ver, y la encontramos postrada de rodillas en el patio, clamando al Cielo, una persona que permanecía en cama, sin movimiento y sin habla -caso para la psiquiatría-. En el caso de la tragedia del setenta, la muerte en Yungay de mi entrañable amigo y colega de La Cantuta, Washington Angeles, y la muerte de mi colega de San Marcos, Jorge Mejía que no quiso quedarse en Lima a ver el partido Perú – Brasil, porque su vehemente deseo era inaugurar su Consultorio en Huaraz, el 1 de junio, como homenaje a Acción Popular, en su aniversario.

Las tragedias del 46 y del 70, han dejado huellas profundas en mi mente y corazón, por un lado, la muerte de miles de personas entre ellos muchos parientes y amigos, de los niños que fueron al circo y quedaron huérfanos y un futuro incierto, la destrucción de ciudades que hasta hoy se mantienen en abandono por la indiferencia de gobiernos centralistas y despóticos-

Tal vez mañana, luego de la pandemia que nos tiene secuestrados y en suspenso, surjan mentes lúcidas y la fraternidad.

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