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Mónica Rodríguez Poma
Benemérita guardia civil: héroes anónimos del 31 de mayo de 1970
Mónica Rodríguez Poma 33
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El 31 de mayo de 1970, domingo soleado en la ciudad de Huaraz, mientras el viento comenzaba a rugir, los aullidos de los perros se multiplicaban, los movimientos de la tierra zamaqueaban y el reloj se paralizaba para grabar en la memoria de todos cada segundo de terror y angustia que vivieran, se escuchaba a lo lejos también, el silbato de labios temblorosos de un Guardia Civil.
Como todos en ese día, ellos buscaron también un rincón donde ocultarse para resistir la furia de la naturaleza, algunos de ellos quedaron mudos, con la mirada perdida, con el rostro borrado por el polvo, quizá sin escuchar por unos minutos las voces de auxilio, pero para otros, su capacidad de servicio los hizo reaccionar y querer detener el sismo a punta de silbatos en medio de una polvareda que ya enterraba a todo Huaraz.
En los minutos que siguieron, se desató un desconcierto y desesperanza total, padres buscando a hijos, hijos llamando a sus padres, los cines Huaraz, Radio y Tarapacá totalmente enterrados, el colegio católico inicial San Benito ubicado en la Plaza de Armas de Huaraz, había reunido a padres y alumnos para un festejo, a la hora del sismo cerraron las salidas y los adobes y tejados no tuvieron piedad, los enterraron vivos a todos; todas la edificaciones colapsaron, se borraron calles y avenidas. Los gritos de auxilio se multiplicaron y comenzó el acarreo de heridos, se llenó el hospital Área de Salud, en las calles adyacentes se dejaban a quienes se resistían morir, mientras que en la ciudad era imposible rescatar muertos, eran demasiados, faltaban herramientas y fuerza de rescate, y aun así… ¿a dónde los llevarían?
33 Mónica Rodríguez Poma. Con estudios en Administración de Empresas Amante de la lectura y escritora amateur.
1970 La hecatombe de Áncash 241
- ¡Corre hijo, busca un Guardia! ¡Anda, madre llama un Guardia, que me muero! ¡Hermano, padre, mujer, busca al Guardia para el moribundo, brújula para el perdido, protección para el huérfano, médico para el herido! Una ayuda para enterrarlo… un Guardia era para todo, para un pueblo en desgracia, una luz en tanta oscuridad. La Guardia Civil, sembrada entre los adobes, regada entre las soledades de las calles, pero en cumplimiento de su deber, subiendo y bajando entre los escombros de la ruina.
La tarea es grande, extensa, dura y desconsolada, los Guardias Civiles, buscan un espacio seguro para resguardar a los que viven aún, organizan y arman carpas, forman comisiones para buscar frazadas, alimentos, utensilios con lo cual poder alimentarse Se prenden teas, se hacen las “Huatias (fogatas) para hervir agua, se multiplican campamentos, bajo la iniciativa y concurso de indesmayables hombres forjados por el lema “El Honor es su Divisa”, hombres bañados de sudor, retocados por el polvo, de silueta inconfundible, con voz de aliento, de esperanza, como su tenaz voluntad y sagrada misión, hacen que los agonizantes tengan esperanza y calidez en sus últimos minutos.
Muchos efectivos de la Guardia Civil de la ciudad fallecieron llevándose en el pecho la eterna GC, brillante como el sol naciente. Entre ellos, el Cabo GC Tomás Flores, aplastado en la calle Belén, cuando se dirigía a firmar su libreta de control como jefe de servicio de calle y el Sgto. 1° GC. Benito García Pinedo, quien junto a sus ocho Guardias Civiles y dos alféreces GC, dejaron el último suspiro en su puesto de Yungay donde siempre reposarán.
Los que aún quedaron, fieles a su convicción, continuaron auxiliando a todos lo que lo necesitaban, fungían de curanderos, cargadores, cocineros, centinelas, sepultureros, nada los amilanaba ni detenía, era arduo su deber, pero lo cumplían sin dudar. Los días se alargaron más aún cuando se comenzó a escuchar en el aire el esperanzador ruido de los aviones y helicópteros que sobrevolaban Huaraz, pero luego estos se retiraban al pensar que nada había pasado debido a que la polvareda no les permitía tener una visibilidad de lo que realmente había sucedido.
En Yungay se salvaron del alud los menores que concurrieron al circo que estaba en una colina y no alcanzó el alud, así como seis personas que se refugiaron en la cumbre del cementerio de Yungay
quienes fueron rescatados después de varios días por miembros de la Guardia Civil colocando tablas sobre el lodo a manera de camino. Hoy, de todo eso y más, solo quedan de testigo cuatro palmeras sobrevivientes, una ya marchitando en el camposanto testigo de muerte y desolación.
Ya luego, con la divulgación de la noticia del terremoto, dentro de los sinsabores, penas y dolores, el cielo se vistió de gala con el rugir de los motores voladores, de los aviones de la FAP, la esperanza se hacía realidad al ver a sus símiles volar para auxiliarlos. Vienen desde Mazamari, son los “Sinchis” preclaros, indesmayables Guardias Civiles, que convierten el dolor en sonrisa, bajan en el aeropuerto de Anta traspasando el colchón de polvareda que cubría el aeropuerto que estaba lleno de piedras caídas de la cordillera negra durante el sismo. La primera operación que hicieron fue limpiar el aeropuerto para futuros aterrizajes y levantar un campamento juntamente a una carpa de auxilio inmediato a heridos y ollas comunes para atender a los habitantes que se agolparon hacia ellos, siempre en cumplimiento de su apostolado: ayudar al desvalido, dar comida al hambriento y curar a los heridos. Inmediatamente realizaron coordinaciones con el comando local de la Guardia Civil y los miembros que aún quedaban e hicieron un informe pormenorizado levantando una estadística que sirvió posteriormente de referencia para los trabajos de reconstrucción que se hicieron.
Una labor fundamental de los Sinchis fue la de establecer una comunicación fluida con las radios aficionadas nacionales y extranjeras, y posteriormente con Radio Nacional, única radio que informaba minuto a minuto con novedades de este destacamento policial. Es de esta manera que se supo que el sismo había enterrado totalmente a la ciudad de Huaraz y el alud, a Yungay.
Los días pasaron y comenzaron a llegar ayudas nacionales y del mundo. En Vichay instalan un hospital los médicos rusos, distribuyendo remedios, ropa, medicina, carpas y posteriormente materiales de construcción provisional. Los Guardias Civiles, por su comando, fueron prohibidos de recibir ayuda humanitaria de las instituciones de auxilio, quedando olvidados a su suerte, pero nunca dejando de auxiliar y trabajar.
Yo nací en Piscobamba y en Cajamarquilla. Y digo nací, porque mis padres son hijos de esos bellos lugares y como tal, sus costumbres, añoranzas, experiencias y vivencias también son parte de mi vida, aun cuando Lima sea el lugar de mi nacimiento.
Ellos se conocieron, amaron, casaron y tuvieron su primer hijo en la “muy noble y generosa ciudad de Huaraz” que es donde ya habían echado sus raíces cuando un 31 de mayo de 1970 en plena tarde de domingo sobrevino el gran terremoto que borró a esta ciudad del mapa.
Mi madre con mi hermano mayor regresó a Lima luego de un mes de ocurrido el sismo debido a enfermedades que adquirió por las malas condiciones sanitarias de ese momento, y luego de dar cristiana sepultura a mi abuela María Beatriz Trinidad Osorio quien falleció pero pudo ser encontrada por esfuerzos propios de mi padre, seis días después del siniestro.
Mi padre, Guardia Civil de profesión, optó como muchos de su cuerpo policial, por embarcar a su familia hacia Lima y permanecer en Huaraz, brindando apoyo y auxilio permanente a las demás personas, recogiendo niños abandonados, sacando cuerpos de escombros, curando heridas o despidiendo muertos ajenos; haciendo de tripas corazón y buscando consuelo en las lágrimas que dejaba correr cuando nadie lo veía.
Es él quien al evocar sus recuerdos me narra algunas veces cada minuto de ese doloroso 31 de mayo, tantas veces que ya me parece haber estado en ese momento, y que he resumido en este texto a manera de homenaje, reconocimiento y agradecimiento a todos los que conforman la Guardia Civil, los mismos que en ese día aciago perdieron a muchos colegas y seres queridos, pero ayudaron a muchos otros más en cumplimiento de su deber.
Las grietas que ese sismo abrió en la tierra serán siempre iguales de profundas como las heridas que no cicatrizan en la mente y recuerdo de cada persona que sobrevivió al siniestro. Y no solo por lo que se perdió ese día, sino por lo que perdió su ciudad al ver a su pueblo emigrar a otras zonas y perder con los años su identidad, sus tradiciones y vivencias, que se traducen en la indiferencia y atraso que vive en la actualidad. Basta con ver a la Catedral de Huaraz que hasta
la fecha no se ha recuperado en su totalidad, no obstante ser la ciudad con mayor ingreso económico por el canon, o ver a vendedores informales lucrando y pisoteando el camposanto de Yungay como cualquier vereda.
A pesar de ello, de lo lejos que puedan estar ahora de su tierra añorada y de lo que vivieron en el sismo, celebro que mis padres y su generación compartan estos recuerdos, que, si bien pueden ser tristes, los transporta también a muchos otros de feliz infancia y juventud y que son los que al final quedarán como herencia inspiradora para sus hijos y descendientes
Monumento ubicado en el
Camposanto de Yungay .
“Los JJ y OO, personal subalterno de la Jefatura Departamental y Quinta Comandancia de la GC. Ancash en homenaje a sus hermanos caídos en la catástrofe del 31 de mayo de 1970.
Yungay, 30 de agosto de 1971”
Alférez GC. Alegre Pineda Manuel Sgto.1ro. GC. García Pineda, Benito Cabo GC Flores Sáenz, Tomás Guardia GC Almeyda Mayta, Eloy
“ “ Benites Llanos, Víctor
“ “ Beteta Olivera, Daniel
“ “ Castillo Trujillo, Felix
“ “ Ponce Ayala Luis
“ “ Quijano Velásquez Orlando
“ “ Méndez Romero Francisco
“ “ Salazar Ramírez José
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Juan Rodríguez Jara, junto a sus colegas en Áncash