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Amado Sabás Balarezo Minaya
Mi vivencia no tan grata del terremoto de 1970
Amado Sabas Balarezo Minaya 37
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Amanece el domingo 31 de mayo, un día cualquiera con un paisaje serrano que era lo único que yo visualizaba a mi corta edad, el viento fresco acaricia nuestros rostros y las aves del campo no desentonan sus trinos con un radiante sol que ilumina por Jaracoto y Capillapunta anunciando un nuevo día muy soleado. Mi madre apura con el desayuno con una taza de café con leche y con un buen trozo de pescado bonito bien frito con arrocito y salsa criolla que devoramos con avidez que no era de todos los días y no quedó ni un grano de arroz sobre el plato. Mi mamá nos engrió ese día y junto a mi padre, a las siete de la mañana y con los porongos bien asegurados al sillón sobre el lomo del burro, echamos a caminar atiborrados de nuestro fiambre al fundo de Packra.
Aquel día mi hermano de 10 y yo de 8, teníamos que pastar el ganado en el oconal que, para el mes de abril, mayo abunda la yerba fresca y natural, berros, pata de gallo, la shogla, el trébol, cebadillas propias de las lluvias de invierno.
Ya cerca a la chacra los perros nos dan el alcance y corremos a soltar los becerros para el ordeño que luego la leche fresca tenía que ser enviado a la quesería del señor Meza y luego el ganado a pastar al oconal, un manantial que brotaba debajo de la hierba santa y que humedecía buen sector de la chacra, el pastoreo no era tarea fácil porque yo y mi hermano equidistante el uno del otro teníamos que vigilar y evitar que por parte de mi hermano que las vacas no pasen al trigal y de mi parte cuidaba el maizal y las habas, mi papá nos deja y regresa a Chiquián llevando los porongos de leche.
Las cementeras los sembrábamos en sociedad y mi padre nos repetía a cada instante de no tocar la caña del maíz ni las habas, pero el deseo
37 Amado Sabás Balarezo Minaya.
- Natural de Chiquián. Estudió ingeniería química en la U de Ica. Ceramista dental. Compositor y guitarrista dedicado a resaltar los valores de su tierra natal. Dirige el conjunto musical Taky Tamia.
1970 La hecatombe de Áncash 262
nos ganaba y nace la idea de arrancar la planta de raíz y cubrir las huellas con piedras para que el socio no se percate de lo sucedido, la caña y el habas lo disfrutamos con tanta angurria que no miramos el fiambre, las hojas del maíz y el choclo tierno le dábamos a las vacas que devoraban con tanto placer sin medir las consecuencias y así repetimos la operación toda la mañana.
No comimos lo que mi madre nos preparó para el medio día, todo marchaba bien y de pronto el ganado deja de pastar en la hierba fresca pues claro habían saboreado el choclo tierno y sus miradas se dirigen al maizal, llamo a mi hermano como presagiando algo azaroso que vendría y no me equivoqué, el ganado se abalanzó al maizal vino mi hermano hicimos lo posible de regresar al ganado al humedal y con nuestros cuerpos frágiles no podíamos competir con tanto ganado que disfrutaban con prisa e hicieron un desastre el maizal.
Ya perdidos y cansados nos rendimos sollozando y preocupados por el castigo que nuestro padre nos daría pues el vendría a las cinco de la tarde para llevar el ganado al corral, no sabíamos la hora exacta porque no teníamos reloj cuando en un acto atípico el ganado junto a las crías con las colas levantadas empezaron a correr de un lugar a otro mi cuerpo se enervó, la potranca de nombre "Chabuca" empezó a corcovear y querer soltarse de la soga que le ataba a la hierbasanta, los pájaros en raudo vuelo se espantaron confundidos en vuelo sin destino.
Empezó a temblar la tierra, nos caíamos en nuestro afán de controlar el ganado, los potreros semejaban hondas del mar, los árboles se mecían hasta el suelo, de pronto una roca inmensa, a diez metros de distancia de nosotros, con un sonido ensordecedor se detiene y con el efecto del impacto somos lanzados sobre la hierba santa. Esta roca se había desprendido de una peña de las alturas de Huáncar, confundidos, desesperados y en pleno llanto, con espinas en el cuerpo, nos consolábamos, pero la tierra no dejaba de temblar.
De pronto avizoramos, con dirección al Yerupajá, una nube de polvo avanzaba cubriendo el río Aynín y dijimos: esto es el fin del mundo. Mi hermano llorando me decía nos hemos portado mal ahí vienen los diablos a llevarnos al infierno, aumentando mi desesperación y el llanto; la tierra dejó de temblar un poco, el sol dejó de brillar, el cielo se tornó algo de color gris y pensamos que eran las seis de la tarde. Cuando reaccionamos de lo sucedido, el ganado y la potranca, espantados con el movimiento, habían regresado al corral y lo
encontramos atiborrados de susto en un rincón del establo. Junto a la casa de la chacra, había un árbol de saúco, me apoye y sentía como vibraba el tallo del árbol, la tierra seguía temblando, separamos los becerros y empezamos a caminar por el camino que lo dominábamos a Chiquián; pero era imposible avanzar por las pircas caídas al camino y las galgas (caída de piedras) que de rato en rato pasaban por encima de nosotros porque la tierra seguía temblando.
Cuando llegamos a Huamagán vimos a Chiquián cubierto de polvo y algo sombrío, se nos apoderó la aflicción pensando en una catástrofe y que el pueblo habría desaparecido y toda mi familia con él. Aligeramos nuestro caminar y estando por la posta médica nos encontramos con mi papá que venía a darnos el alcance, nos abrazó y lloramos juntos y de pronto nos vimos en el suelo por otra réplica.
Aparte del terremoto, nuestra preocupación era el maizal perjudicado por las vacas y con total cinismo de mi parte aprovechando la coyuntura del temblor y le dije padre que las vacas, con el movimiento de la tierra, han hecho estragos en la cementera y mi papá me dijo que no me preocupara, siendo esa respuesta un alivio para nosotros. Seguimos caminando, todo era un caos, las tejas caídas sobre las veredas, era tan bizarro el panorama que seguíamos a mi padre para darnos el encuentro con mi mamá y mis hermanos. Las casas estaban rajadas e inhabitables, unos armaron sus carpas en el parque de Kiwillán, otros junto a la posta médica, otros en el campo de Jircán, nuestro "Acho”.
Recuerdo que mi abuelita nos hacía rezar arrodillados, sentíamos que la tierra seguía en movimiento y yo muy ingenuamente preguntaba a mi abuelo porque no deja de temblar la tierra; él me decía: hay un gusano inmenso con tres cabezas y cola de culebra que está rondando por debajo de nosotros para llevárselos a los niños que se portan mal, que no obedecen y que no rezan.
Orábamos hasta el cansancio pero la tierra no dejaba de temblar...el resto es historia conocida… Mi amigo Pablo Díaz Mendoza, más conocido como “Pacho”, en una de nuestras tantas tertulias, me comentó que a unos meses después del terremoto, llegaron al restaurante de su padre, el cual era de Don Ernesto Díaz, uno señores, comandados por el ingeniero minero Matweus, el cual comento que el movimiento telúrico en sí duró dos horas con cuarenta minutos.