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Américo Rodríguez Jara

Lágrima de madre

Américo Rodríguez Jara 36

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El sismo del 31 de mayo de 1970 partió el Huascarán y el tempano de hielo arrastro piedras y lodo sepultando la ciudad de Yungay. Las ciudades del Callejón de Huaylas entre ellas Huaraz fueron destruidas, mi hermano Juan Rodríguez Jara se encontraba en Huaraz y mi madre lloraba todos los días, habiendo pasado varios días y no sabíamos nada en la lista que daba Radio Nacional de los fallecidos y sobrevivientes no figuraba. Mi hermano Rodrigo ya había partido en el grupo de auxilio de la Cruz Roja.

Papá, mamá yo y mis dos hermanos vimos en el noticiero de la televisión una vista panorámica desde el aire el desastre del Callejón de Huaylas, Yungay ya no existía y todas las ciudades destruidas. Mi mamá dio un grito “Mi hijo” entonces tratamos de secar las lágrimas de mi mamá. Llenamos nuestras mochilas de víveres y partimos rumbo a Huaraz los tres hermanos, yo, Jorge y David, en mi carrito ladrillo Datsun. Por tanto dolor no pensé que todas las llantas estaban peladas, en Puente Piedra voló una llanta, era las doce de la noche, cambiamos con la llanta de repuesto y seguimos el viaje, estábamos en Pasamayo y reventó la otra llanta, era una de la mañana, nos quedamos sin llantas, no sabíamos que hacer, los carros pasaban raudos y un camión se detuvo y el chofer nos preguntó – qué había pasado y ¿A dónde van? – a Huaraz respondimos y no tenemos llanta de repuesto. El chofer sacó sus herramientas y logró arreglar una llanta de nuestro auto y seguimos nuestro viaje, llegamos a Pativilca al desvío, y se encontraba cerrado por haberse derribado la carretera, entonces continuamos hasta Casma tomando la carretera hacia Huaraz, llegamos a LLautan y no dejaban pasar más carros por vía destruida, aquí dejamos el carro junto con otros tantos. A pie con nuestras mochilas iniciamos la caminata hacia la cima de la cordillera negra, pasamos por Pariacoto abundancia de frutas, íbamos en conjunto con otros tantos caminantes, allí nos encontramos con Rubén Poma Trinidad, cuñado de mi hermano Juan, regresaba

36 Américo Rodríguez Jara. Nació en Piscobamba, estudio en la UNMSM, profesor secundario. Publicó el poemario “Rumor de Lluvia” en Huaraz. Escribió dos libros referentes a la educación y poemas en revistas y antologías.

1970 La hecatombe de Áncash 258

completamente herido, no podía caminar, dijo que se había caído por una pendiente al intentar llegar a Cajamarquilla, y nos pidió que nos regresemos, manifestando que “Los pocos sobrevivientes de Huaraz ya habían salido rumbo a Lima”. La decisión de los hermanos era llegar a Huaraz, sin embargo el menor de los hermanos David tuvo que regresar con Rubén para auxiliarlo en el viaje a Lima.

Yo y Jorge seguimos la caminata rumbo a Huaraz, llegando a la altura de la hacienda Chacchan, nos alcanzaron comida y bebidas a los caminantes, había mucha gente caminando a su manera en la misma dirección para ver a sus familiares, la caminata era dura y dolorosa, los zapatos se deterioraban, el aire flaqueaba, el estómago gritaba hambre. Las personas que viven dispersas por los campos a pesar de su pobreza, nos traían comida y agua por solidaridad a donde pasábamos y nosotros ante tanta generosidad recompensamos con víveres que cargábamos en nuestras mochilas, porque ellos también eran damnificados por el sismo y así en el camino nuestras mochilas iban quedando vacías.

Seguimos subiendo por los cerros cortando camino, “el camino se hacía al caminar” teníamos que sortear las piedras que caían de la parte alta por las pequeñas réplicas del sismo, aun la tierra seguía temblando.

En toda la subida tomamos un pequeño descanso y escuchamos por radio de un caminante la trasmisión del partido de fútbol Perú –Bulgaria en “México 70” al ritmo de “Perú campeón”. Luego seguimos trepando la cordillera negra, algunos se iban quedando porque no los aguantaba sus zapatillas o zapatos que se malograban por la rudeza del chaqui nani” y otros se quedaban por el mal de altura, el frio o el soroche y algunos seguían aun descalzos. Muchos otros ya no podían más y de rodillas lloraban por sus seres queridos.

Ya llegaba la noche de este segundo día y buscamos una piedra grande, una roca para acurrucarnos debajo y que nos proteja de las piedras que rodaban de vez en cuando, ya habíamos pasado Yupash donde sale camino al distrito de Pira.

En el tercer día apenas amaneció iniciamos la caminata hacía la cresta de la Cordillera Negra, nos encontramos con personas que venían de Huaraz, queríamos noticias y le preguntamos a pesar de verlos con el rostro de dolor y las penas rodando por las mejillas, nos contestaban “Yo he perdido toda mi familia, ya no vayan todos han muerto”, nos causó mucho dolor pero teníamos que poner corazón de acero y seguir

avanzando paso a paso por las pendientes, por los bordes de los abismos y derrumbes.

Preguntamos a otra persona que venía y nos dijo “Ya no vayan a Huaraz que sólo van a encontrar muerte y dolor, desolación, hambre, ya no hay nadie, ya no vayan, porque si llegan se van morir de dolor”. A la última persona que preguntamos, había perdido todo, lo que más quería a papá, mamá y hermanos y “se iba porque ya no tenía a nadie” y le alcanzamos lo último que nos quedaba en la mochila (una galleta). Decidimos ya no preguntar a nadie porque las respuestas arrancaban el corazón.

Ya cerca a la cresta de la cordillera seguimos caminando paso a paso en silencio y a esta altura por el frío y falta de aire, todos callan y ya estamos en “Punta Callan”, desde allí se distingue Huaraz y vimos la ciudad roja como bañado de sangre, no era sangre de los muertos, era el color de las tejas.

Antes de que anochezca empezamos a caminar en forma recta cortando el camino, llegamos al puente de calicanto sobre el río Santa, pasando por las carpas que habían levantado cerca al río. Ya por el estadio Rosas Pampa, preguntamos a un policía, si conocía a Juan Rodríguez Jara y nos dijo que en la mañana había estado de servicio, ¡Qué alegría! saltamos de alegría nos abrazamos con mi hermano; además nos dijo que su carpa estaba en los Olivos por la subida de calicanto, entonces regresamos y al entrar a un tienda cerca al puente a tomar gaseosa nos encontramos con nuestro hermano Rodrigo nos abrazamos luego fuimos a la casa de Juan, allí estaba su esposa Lourdes con su hijo bebito John quien los había salvado de la muerte en el sismo, abrazos y lágrimas interminables en el reencuentro.

Llegaba minutos después nuestro hermano Juan con su abastecimiento de alimentos para su esposa y bebé con un atado de leña para la Watia que había armado al lado de su carpa. Tan grande fue nuestra alegría que votó todo lo que traía para confundirnos en un abrazo, de emoción, lloramos y agradecimos a Dios de volvernos a reencontrar los cuatro hermanos. Juan, Américo, Jorge y Rodrígo, charlamos, contamos y recordamos nuestros pasajes de estudiante que vivíamos en Huaraz y ahora se había convertido en nada: tierra y muerte.

Al día siguiente temprano nos fuimos a la calle Buenos Aires, barrio de la Soledad donde estuvo la casa de mi hermano, Huaraz era irreconocible, todas las calles confundidas con la caída de las casas de

adobe en su mayoría, palos y bloques de adobes no dejaban caminar libremente, llegamos a la casa de Juan, estaba en pie, pero las paredes que daba a la calle había sido derruido por la casa vecina, los escombros llegaba al segundo piso de su casa, algunas de sus cosas aún permanecían allí por ser difícil sacarlas, vimos que había tenido mucha suerte para salvarse y no quedar enterrado en los escombros, mientras que su suegra señora María Beatriz Trinidad Osorio había salido de la casa con sus sobrinos fue aplastado por las paredes vecinas.

Ya media mañana, decidimos retornar a Lima, gracias conseguimos caballos para cabalgar hasta Punta Callan, nos embarcamos Yo, Jorge y Rodrigo hacia Casma por haber dejado el carro en Llautan, ya la gente comenzó a viajar en forma restringida por Conococha, de la punta Callan a pie hacia Casma de bajada era más fácil y una vez en carro no medimos el tiempo emprendimos el retorno por carretera con nuestras mochilas llenas de alegría y felicidad, llegamos a Lima y en casa secamos las lágrimas de mi madre.

En la foto Rodrigo, Américo, Jorge, David

y Juan.

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