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Margot Camones Maguiña

El sismo tenía olor a muerto

A 50 años del sismo del 70 en Ancash

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Margot Camones Maguiña 40

“Cuando siento un temblor, siento como si la electricidad pasara por todo mi cuerpo, al tiempo que corro y dejo todo. ¡Mamita…!!!, Mamita…!!!, mamitaaa…!!!, Se oye en mi ser, me retumba la mente y me perturba. Me lleno de miedo, angustia, desesperación, corro porque siento como si las casas empezarán a caerse y no hay dónde ir. El susto, se enciende en mi mente, se nubla mi ser y no sé qué sigue después. Me acuerdo todo, todo lo vivido hace 50 años, cuando solo tenía 10 añitos. Esos recuerdos rápidamente me desequilibran, nunca he podido superar”. Este es un testimonio de Julia Sal y Rosas, de 60 años, natural del distrito de la Merced, provincia de Aija mantiene las secuelas del sismo de mayo de 1970.

Son exactamente a las 3:20 de la tarde del día miércoles 20 de abril, momento en que suena mi celular y me anuncian que Julia, está con tiempo y quiere hablar conmigo. Hace mucho tiempo teníamos una plática pendiente. Una vez le dije, quiero que me cuentes toda tu experiencia en el terremoto del 70. Así que me siento a su costado, escucho lo que me dice; pero, a mitad de su relato cambia de tema y me dice: “Ahora con este virus, estoy igual. Siento que todo lo que toco está sucio, que me voy infectar, no quiero comprar nada de la calle. Sí, solo se pudiera vivir comiendo lo que hay en la chacra, no iría a la ciudad, pero falta sal, azúcar y tenemos que ir”. Levanta las manos mirando hacia el cielo y clama “Dios mío porqué viviremos todo esto”. Julia al igual que muchas mujeres y hombres llevan en la memoria los hechos ocurridos aquel fatídico 31 de mayo de 1970, con el sismo destructivo que se produjo en la historia de Ancash y algunas regiones del Perú. La cantidad de muertes que provocó es similar a la que viene

40 Margot Camones Maguiña. -Natural del distrito La Merced, provincia de Aija. Docente trabaja en el Ministerio de Educación. Es intérprete y traductora del quechua ancashino. Tiene publicados libros sobre el quechua ancashino.

1970 La hecatombe de Áncash 277

ocurriendo con la pandemia del COVID 19. Mucha gente si bien distingue que son dos acontecimientos diferentes en su forma de como ataca a la humanidad, relacionan por las circunstancias vividas y afrontadas cada uno en su momento y su forma de producirse.

Sentada frente a Julia, le pregunto ¿Qué estabas haciendo cuando la tierra empezó a temblar? “Recuerdo como si fuera ayer. Allaapa mantsaypaqmi patsa kaykurqa, imanawmi patsa kuyiikuq, manam tsay hunaqta qunqashaqtsu (La tierra se movió para desesperarse, todo el tiempo se estaba moviendo, ese día será inolvidable, nunca lo olvidaré).

Mis padres salían de la casa para ir al “Utsutsikuy de Sagrado Corazón de Jesús”, más o menos a las 4 de la tarde, ellos empezaron a caminar y yo lloraba, pidiendo que me llevaran; pero como era pequeña decidieron dejarme. Cuando mi madre se ocultaba y mi voz se apagaba, se escuchó un sonido fueeerte ¡Buuu..!, ¡buuu..!, los pajaritos empezaron a volar, se escuchaba sus gritos; las vacas que estaban al costado de mi casa empezaron a mugir, se sintió que la tierra se volteaba, por momentos se abría y luego se cerraba, la tierra no cesaba, no tuvo piedad.

Yo, gritando y llorando detrás de la casa, me sentí sola. Lloraba porque mis padres y mis hermanos mayores se fueron sin mí; pero también por el miedo que tuve. Me pegué al gigante eucalipto que estaba detrás de la casa, temblando me cogí la cabeza. Sentí entonces que mi mamá desesperada volvía y me llamaba, ¡Julia!, ¡Julia...!, ¡Juliaaaa! ¿Julia, dónde estás?, al escuchar salí temblorosa y llorando, pero no pude gritar para decirles que allí estaba. Vi a mi hermano que corría en búsqueda de mi abuelita, dice que lo encontró en Uqu (oconal), ellos volvían también desesperados, mi padre con la ropa color a tierra, se había caído con el susto.

Claudia, nuestra vecina, había dejado a su bebe de 8 meses durmiendo, mientras daba agua a sus animales para acompañar a mi madre a la fiesta de cumplimiento. Ella estaba desesperada, no era para menos, llegó gritando hasta la pampa al costado de mi casa, de allí ya no pudo pasar, el movimiento no cesaba, si seguía lo más probable hubiera muerto. Mis padres no permitieron que fuera; ya fuera demasiado tarde. Paradita gritaba al ver que caían las paredes de su casa, las calaminas volaban y toda la casa finalmente en cuestión de segundos

se derrumbó. Lloraba a gritos no era para menos, su bebe era aplastada por la brutal caída de la casa, nadie se animaba ir, que iban a ir, si apenas te parabas el suelo te tumbaba. La tierra temblaba con furia. Volteamos a la casa, la nuestra también estaba destruida, adobes, paja, maderas y pajas en el piso; no había nada, el telar de mi papá estaba destrozado dentro de los adobes.

Nada se podía hacer, miramos al cerro; se avecinaban a gran velocidad las galgas, gigantes piedras que a velocidad bajaban. Tuvimos suerte que no nos cayera, eran gigantescas piedras que pasaban muy cerca de nosotros, que ya todos nos habíamos reunido. La tierra gira que gira sin pena. El movimiento calmaba; pero volvía con fuerza y mayor poder de destrucción, el cerro Mulluhuanca parecía que se caía y volvía. Sentados sobre el piso, con el temor de ser tragados al abrirse, divisamos hacía Aija, nos dimos cuenta Mellizo, se cayó aquel cerro que era el guardián de los viajeros a Huarmey, estaba besando al río. El polvo empezó a salir con ferocidad que tapaba como una densa neblina de polvo, de un momento a otro ya no vimos nada, todo estaba lleno de tierra. El olor era como si los muertos hubieran salido en polvo abandonando los cementerios. Definitivamente, creo que esa noche no hubo ni hambre, ni sueño, recuerdo que mi mamá, mis hermanos mayores y los vecinos que nos habíamos juntado decían vamos a dormir, pero turnándonos. El turno era para cuidar que las piedras no caigan sobre nosotros; en esos momentos éramos testigos mudos nuevamente de ver que la tierra al costado nuestro se abría y se cerraba como un hambriento león que abre y cierra la boca, fue terrible e impresionante ver esa escena.

Esa noche, fue una noche de ensueño como en las películas, no había nada. Quién se acordó de la comida. Al fin amaneció, seguramente nosotros que éramos niños, dormimos algo, dudo que mis padres y los vecinos que velaban nuestros sueños hayan podido pegar los ojos. Mis padres habían sembrado papa al costado de la casa, en ese terreno plano, al día siguiente nos dimos cuenta que las papas estaban sobre la tierra, así que mi madre acompañado de nosotros fue a recoger con mucho cuidado, porque era lo único que había para comer; además teníamos que cocinar la papa en el fogón, no teníamos ollas, no había platos; todo estaba tirado dentro de la tierra que aplastó nuestra casa. No me creerás esas papas tenían un olor tan fuerte que no servían para comer, apestaba nuevamente sentimos el olor a los muertos. Ninguno comió esas papas, ni los pequeños, ni los mayores que éramos como

30 personas; Los vecinos llegaron la noche anterior porque mi casa tenía el lugar más plano, garantizaba seguridad de alguna manera.

Mientras intentábamos preparar algo para distraer nuestra barriga que, por cierto, no había reclamado comer; al pie de la casa en escombros, había una escena desgarradora. Recuerdo y me da ganas de llorar, ahora que soy madre, seguramente me hubiera vuelto loca. La gente había decidido ir en búsqueda y rescate del bebe de doña Claudia, enterrado en su casa la tarde anterior. Fueron alrededor de 10 o 11 personas, no recuerdo exactamente, en búsqueda del bebe, aunque ya sabíamos que estaba muerto, no iba soportar tanta calamidad. Cada vez que pasada el movimiento ingresaban con lampas y picos. Mi papá, mis hermanos y mis vecinos valientes, al final lograron tener al bebe en sus brazos. Lloramos todos, estaba completamente aplastado, apiñado; parecía un tamalito, o una pachamanca envuelto con su faja en una mantita. Doña Claudia, se jalaba los pelos de tanto dolor, lloraba desconsolada abrazando al niño. No hubo cómo consolar ese dolor, lloró y lloró hasta desmayarse. Ese dolor de madre es inimaginable, cómo se sentiría la pobre. Fue un día de llanto, de tristeza, ni cuando despertó con el auxilio de todos; no había un solo instante, en que ella se sienta tranquila. Todos los vecinos empezaron a preparar la olla común; para cocinar algo era una verdadera penuria. A la calma del movimiento, mi hermano Julio, Juan y Cristóbal trajeron platos de la choza y algunos otros de la cocina caída junto a algunas ollas y baldes que con un poco de arreglo doblarlos y desdoblarlos servían para algo. Sumado a todo esto, no había agua, el puquio de dónde sacábamos agua se había secado, el agua empezó a salir por otras partes donde nunca dio una señal de existencia.

Después del almuerzo los mismos varones que sacaron de la casa destruida, cargaron al bebe, lo envolvieron con una mantita y se fueron a Carmen, sorteando cada movimiento de la tierra caminaron rumbo al cementerio. Veíamos de lejos que iban uno tras otro alejados, uno se quedaba divisaba atrás y los demás caminaban, luego se sentaban durante el movimiento, para esperar al que estaba atrás mirando a distintos lugares avanzaron. Como he dicho, el temblor calmaba por unos momentos y luego volvía con fuerza, así estuvo todo el día. Con el polvo que ya había tapado el cielo y la tierra, ya no distinguimos cómo llegaron hasta el cementerio del Carmen. Al anochecer llegaron muy agitados, bastante desganados, no era para menos. Traían el rostro encajado de cansancio y susto; en la casa doña Claudia aun

lloraba. Sus lágrimas lamentaban haber dejado al bebe en la casa, su lamento era porque su inocente pequeño se quedó en casa mientras su madre cambiaba los animales para cargar con él al agasajo anticipado a los obsequiantes de la Fiesta de Sagrado Corazón de Jesús.

La Merced, Aija se habían destruido por completo. El polvo del Mellizo, las casas destruidas, cerros caídos seguían cubriendo todo. Era un manto de polvo como en la época de lluvia tapa la neblina. Fuimos enterándonos que no había una sola casa que se haya salvado, todos estaban caídos, las paredes, las tejas, calaminas y los adobes estaban destruidos por completo, así como nuestra casa. Esos fueron momentos desesperantes. No quisiera que esa experiencia se repita, no quisiera que Uds., estén contando episodios como las del 70.

Esta demás decirte que no teníamos casi nada para comer. Para cambiarnos la ropa, toda la semana nos quedamos con la misma ropa, creo ni siquiera podíamos bañarnos. Todos seguíamos con la olla común para comer. Dicen que en Huacna, la gente se había dividido en dos grupos: el barrio de arriba en la escuela y los de abajo en la capilla, desde allí se miraban, se llamaban y se distribuían los alimentos. Los más afectados éramos los niños.

Después de varios días, mi papá logró recuperar una radio pequeña que tenía; allí escuchamos que Yungay se había sepultado. Que Ancash había sido la región más golpeada y destruida. Me imaginaba a los niños, a las mujeres como a Claudia que estaban desgarradas de dolor al perder sus hijos, familiares y amigos. Esos momentos nuevamente nos hacían temblar. No era bueno para nosotros escuchar la noticia, pero los mayores naturalmente sí querían estar atentos a lo que estaba pasando.

Pasado varios días de tan terrible sismo, había alguna esperanza. Apoyo de la gente, muchos en diferentes regiones habían recolectado ayuda, así empezó a llegar ropa, víveres y algunas medicinas, pero con tanta gente que habíamos quedado sin nada, casi nada nos tocaba. Hace mucho que no comíamos bien, no dormíamos. Soñábamos con esos momentos. Claudia seguía con el dolor de haber visto cómo se ocultaban los vecinos cargando a su bebe para enterrarlo; esos dolores son irreparables.

La Merced era un pueblo sin rostro, la gente en las carpas estaba por el campo deportivo, por el lado de muchka, no había nadie en su casa. Todos abandonaron sus casas sin llevarse nada, se fueron con lo que tenían encima. Todas las construcciones en la Merced son nuevas después del sismo, una que otra casa habrá quedado. Ojalá haya una oportunidad de reconstruir en fotografías el antes y después del sismo de 1970. Un día fatídico que dio lugar a muchas miserias humanas, a mucho dolor, tristeza. Nadie sabía qué hacer, había gran desorientación de la gente. Esto duró buen tiempo, nada sería igual. Quien lo imaginaría, nadie lo esperó, nadie soñó con ese día.

Todos nos abrazábamos y llorábamos; Claudia, quería estar muerta, sus ojos perdidos, mirando aquí allá, hasta había olvidado que tenía otros hijos. Esos momentos fueron espantosos. No, ya no quiero recordar más, dice Julia con la voz entre cortada. Otro día te cuento hija, me pone triste, no quiero acordarme.

Después de un año seguramente volví a sentarme a ese eucalipto, detrás de la casa, donde todo estaba destruido, fue la última vez porque para reconstruir nuestro hogar tumbaron aquel arbolito. Al ver el arbolito, mis ojos se llenaron otra vez de lágrimas, volvía a sentir ese grito desgarrador que dije ¡Mamitaaa..!, ¡Mamita..! Era mi voz de auxilio, mi voz de desesperación. Esos momentos fueron los gritos de auxilio, de auxilio en vano, porque ni doña Claudia pudo salvar a su hijo, tampoco otros vecinos. Recuerdo a mi madre, mis hermanos y a mi padre que nos cogió junto a mi hermana entre sus brazos y se puso a orar al costado de mi madre, con las manos entrelazadas hacia el cielo, rogando a Dios, pidiendo piedad. El arbolito también me hizo escuchar nuevamente la voz de mi madre que llamaba ¡Julioo..!, ¡Julioo..! Hijo mío ¿Dónde estássssss?, y el eco se oía lejos desde el cerro y las piedras que caían sobre nosotros. Ya ni lágrima había para seguir llorando llapallaakuna iktsukuykaayaq kayaa “Todos estábamos llorando y suspirando de dolor”. Presentar este episodio es para rendir un homenaje a los caídos y a los sobrevivientes que conmemoran los 50 años del fatídico 31 de mayo. Como cada año es un día de reflexión, para prepararnos a enfrentar y responder a catástrofes como éstas. Sin embargo, escuchar a Julia con ese dolor que aun provoca lágrimas, siento que la secuela emocional aún queda; Sé que hay muchos ella, que se desgarran con un movimiento telúrico. Seguramente muchos que tuvieron la amarga

suerte de vivir esos momentos, tiemblan con un temblor y se desesperan. El estado ha respondido, poco a poco reconstruyendo las ciudades, colegios, centros de salud, hospitales y otras infraestructuras básicas. Para hacer frente a las emergencias, y desastres naturales creó el Instituto Nacional de Defensa Civil, que cada año cumple con organizar los simulacros de sismo con repercusión de aluvión; así prevenir y entrenar a la población para su reacción ante situaciones de emergencia. En la actualidad defensa civil se implementa en todas las municipalidades del Perú, como tarea de todos.

El estado poco invierte en garantizar la estabilidad emocional de las personas como Julia, que sufren fuertes impactos al enfrentar situaciones de la naturaleza. Las frustraciones y resentimientos sociales son producto muchas veces de impactos recibidos en alguna etapa de su vida. Situaciones como actualmente estamos enfrentando con el aislamiento social producto de la pandemia del COVID 19, produce fuertes secuelas del estado emocional y sus consecuencias muchas veces son graves. La modernidad, es reconstruir las ciudades, pero no alcanza la modernidad para lograr la estabilidad emocional de las personas. Es importante que se destine presupuesto como estado para brindar asistencia emocional y psicológica a toda la población que experimenta situaciones difíciles como lo vivido en la Merced, Áncash y el Perú hace 50 años. El sismo de mayo en Ancash de 1970 tenía olor a muerto.

Catedral de Aija (Foto: DBP.)

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