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Félix Jaimes Valderrama

Angustia y huellas dejadas en la ruta de lima a Chiquián en el terremoto de 1970

Félix Jaimes Valderrama 43

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Después de 50 años de ocurrido el famoso Terremoto del 70, les contare mi experiencia vivida en ese fatídico acontecimiento. Esta historia empieza el domingo 31 de mayo de 1970, fecha en que ocurrió el Terremoto más destructivo de nuestra historia.

Esa mañana me encontraba en casa, vivía junto con mi hermano Elías Jaimes en el distrito de San Juan de Lurigancho (Lima), como todo domingo teníamos planeado visitar a nuestra hermana Genoveva Jaimes, esa tarde después del almuerzo salimos a hacer compras para luego ir a la casa de mi hermana en el distrito de Independencia (Lima).

En el trayecto, a las 3:25 de la tarde, caminábamos desde la Plaza Unión con dirección a Caquetá, antes de llegar al puente del Ejercito sentimos un fuerte temblor, las personas que habían asistido al Coliseo Cerrado del Puente del Ejercito, donde actualmente es el Velódromo de Ciclismo, salían despavoridos, nosotros estábamos asustados contemplando como los carros se tambaleaban con el movimiento del suelo, en esos instantes se levantó una polvareda que cubrió todo el Puente y el Coliseo, causando más pánico y caos, en ese momento nadie sabía el motivo, luego nos dimos cuenta que era por un derrumbe de una parte de la rivera del rio Rímac, nosotros temerosos continuamos caminando hasta el Paradero de Caquetá para tomar un vehículo que nos lleve a nuestro destino.

Estábamos preocupados por nuestra hermana, al llegar a su casa vimos que todo estaba bien y ella estaba tranquila, ya juntos comentábamos de lo sucedido diciendo que: “seguramente en Chiquián (nuestro pueblo natal ubicado en Ancash) no se habrá sentido el temblor”. Luego escuchamos en la radio la noticia que era alarmante, decía que el epicentro era en Ancash, pero aun no sabían la

43 Félix Jaimes Valderrama. - Natural de Chiquián. Trabajador cesante. Empresario del turismo en el Cuzco. Autor de libros de relatos y poemas.

1970 La hecatombe de Áncash 297

magnitud del desastre. Nos quedamos en casa de mi hermana, ya el Lunes en horas del almuerzo escuchamos por la radio la noticia de que habían muchos muertos y heridos, decía que todos los pueblos del callejón de Huaylas estaban destruidos, más aun fue nuestra preocupación cuando dijeron que Chiquián había desaparecido porque los helicópteros que pasaban por la zona no podían ver al pueblo por la gran polvareda que cubría el cielo de Chiquián, es así que daban por cierto este desastre, fue entonces que decidí viajar a mi pueblo, pensando en el bienestar de mis padres, de la tragedia que les había tocado vivir.

El martes a primera hora de la mañana, agarre mi mochila, una chompa y una casaca, y salí con el poco dinero que tenía con dirección al parque Universitario para tomar un carro hacia Barranca, para ese entonces habían unos Comités de autos, uno de ellos, el Comité Nº 5 que me llevo hasta allá, ya en Barranca busque transporte con dirección a Conococha pero no había porque la carretera estaba completamente bloqueada, en la desesperación busqué un vehículo que me llevara al menos hasta el pueblo de Chasquitambo, en ese trajinar me encontré con un amigo llamado Trinidad Ochoa, que también viajaba por la misma ruta que yo a su pueblo Cajacay, entonces decidimos seguir el viaje juntos, logramos encontrar un expreso que nos llevó hasta Chasquitambo, una vez allá, la gente del lugar nos informó que la carretera estaba interrumpida por enormes piedras que habían rodado por el temblor, es ahí donde decidimos continuar a pie a nuestros destinos, no éramos los únicos, había mucha gente, preguntamos si es que algún chiquiano también iba en camino y nos dijeron que una delegación de alumnos habían salido 2 horas antes, entonces nosotros partimos a paso ligero con la intención de poder alcanzarlos.

La ruta se volvía cada vez más dificultosa, la carretera ya no existía, era difícil caminar sobre las piedras. Después de una hora de caminata, mi compañero me dijo que podemos acortar el camino por una ruta más directa que él conocía, que era cruzando los cerros, usada por los arrieros para llegar al pueblo de Cajacay; no quise ir por ese camino porque quería alcanzar a mis paisanos, entonces decidimos separarnos y el siguió su rumbo.

Yo continúe solo, pero en la ruta siempre encontraba caminantes que también iban y venían en busca de sus familias, eran de varios pueblos

de Ancash, unas horas después, empezando la tarde, siguiendo el camino pedregoso y dificultoso llegué a alcanzar al grupo de mis paisanos sorprendiéndolos. Esta delegación de chiquianos estaba conformado por el Doctor Marco Ramos Vicuña, Armando Zarazu, Manuel Lara Márquez, Salvador Garro y otros más que no recuerdo, el grupo había partido de Lima con aproximadamente 15 personas pero algunos de ellos desertaron en Chasquitambo, porque el camino estaba cubierto de rocas, considerando que cargaban un bulto pesado que consistía en 2 frazadas, 20 tarros de leche y más el equipaje personal que tenían, ellos sacaron sus conclusiones y decidieron regresar, los equipajes que dejaron lo distribuyeron entre los restantes, es entonces que cuando los alcancé, les ayude con el equipaje y seguimos con nuestro objetivo, llegar a Chiquián.

Lo lamentable era que ninguno de nosotros llevaba fiambre y para hacer las cosas más difíciles hacía un calor infernal, la sed y el cansancio nos consumía. Después de varias horas de caminata, por suerte nuestra, nos topamos con una chacra de tomates y guayabas; cogimos todo lo que podíamos llevar para saciar nuestra sed y hambre, ya que no podíamos tomar agua del camino porque estaba contaminado por animales muertos que ocasionó el temblor.

La tierra temblaba constantemente por las réplicas que no cesaban. Como habíamos caminado todo el día hasta el anochecer, el cansancio nos doblegó y nos detuvimos para descansar, a nuestra izquierda vimos una chacra donde había bastante coronta de maíz tirada en la tierra, quisimos pernoctar en ese lugar y hacer nuestra fogata, pero ni bien habíamos descargado nuestros equipajes, la tierra comenzó a temblar con fuerza, las piedras rodaban de ambos bandos de la quebrada, encendiendo chispas al chocarse; en ese momento, recuerdo que el Doctor Marco Ramos dijo: “es preferible morir caminando que morir durmiendo”; todos estábamos cansados pero sabíamos el peligro que corríamos, levantamos nuestro equipaje y nos encaminamos. La oscuridad nos impedía ver nuestros pasos y la tierra seguía temblando, pero todo esto no nos amilanó porque el amor a nuestros seres queridos era más fuerte que cualquier percance que tuviéramos, con esa fortaleza continuamos y vimos los primeros rayos de luz del día miércoles.

Siguiendo nuestro camino, esa mañana cuando llegamos al puente que se encuentra en la entrada del pueblo de Chaucayan, encontramos a una profesora que al vernos nos pidió ayuda para el pueblo; la reconocí, era una profesora que estudio en la Escuela Normal de Chiquián, ella era de Recuay. Al ver su desesperación entramos al pueblo con la intención de consolar y dar esperanza, ya que no podíamos quedarnos a ayudar. Encontramos una fila de 10 a 12 muertos cubiertos con mantas, había muchos heridos y los sobrevivientes estaban desesperados, fue algo horroroso. La profesora asumió la responsabilidad de guiar a la comunidad y proteger directamente a los niños huérfanos que dejo el desastre. Nos contó que, en el día del terremoto, después de la hora del almuerzo, se fue al bosque con 8 niños para que jueguen; es ahí donde el sismo los sorprendió y ella les dijo a los niños que se abracen de los árboles para poder sobrevivir; después de todo el susto, retornaron al pueblo y encontraron todo destruido, algunos padres de los niños habían muerto y es por eso que asumió el cuidado de los niños huérfanos. Nos pidió que la lleváramos con nosotros porque su situación tenia demasiada responsabilidad y no se sentía capaz de poder afrontarlo; entonces el Doctor le dijo que espere, que pronto llegaría la ayuda, le dio un calmante para los nervios y le aconsejo que trate de enterrar a los muertos porque podría ocasionar alguna epidemia, le dimos 2 frazadas, unos tarros de leche y algunas pastillas para el dolor. Salimos de allí con una pena carcomedora, pero ¿qué más podíamos hacer?, nosotros estábamos llenos de angustia por no saber nada de nuestro pueblo, así que proseguimos nuestro camino.

A dos kilómetros más adelante nos topamos con un señor que cargaba a su hijo en la espalda de aproximadamente 2 años de edad, él iba en dirección a Chasquitambo mascando hojas de coca y pensé: “solo Dios sabe si habrá comido este pobre hombre”. Él estaba desesperado, al vernos nos pidió ayuda para su hijo que había sido herido por una piedra que le había caído, entonces el Doctor Marco le dijo que le muestre al niño para poder revisarlo; para sorpresa de todos, vimos que el brazo del niño estaba destrozado; el doctor lo reviso y le dijo al señor que no se preocupe, que su hijo iba a estar bien, le dio un calmante y le dijo que se retire para poder curar al niño; uno de mis compañeros se acercó a señor y lo distrajo. Ahí en medio de la nada, el doctor sedó al niño, le pidió a uno del grupo que sostenga el brazo y es ahí cuando nos dimos cuenta que la única solución que encontraba el doctor era amputarle el brazo, y eso hizo. Fue una decisión inmediata

para evitar que se gangrene, ya que solo lo sostenía la piel y algunos ligamentos. Después de toda la operación, con el niño ya vendado le entrego a su padre diciéndole que todo está bien, que el niño está estable y que en Chasquitambo había auxilio médico; este consuelo era tan solo para que no se preocupara y pueda soportar la caminata que le esperaba. El padre agradecido, inmediatamente continuó su camino a Chasquitambo sin saber que su hijo había perdido el brazo. Luego el doctor nos pidió que enterráramos el brazo, hicimos un hoyo en un rincón de la carretera y ahí lo enterramos para luego continuar con nuestro camino.

Conforme pasaba el tiempo, el hambre y la sed nos desgastaba, más o menos a una hora antes de llegar a un lugar llamado Cabracuta, encontramos un pavo y todos nos alegramos, decidimos llevarlo hasta el pueblo de Colca para cocinarlo; uno del grupo lo chapó y cargó, pero a 10 minutos de caminata no pudo más, el peso era demasiado, entonces otro colega lo intento y paso lo mismo, con el dolor de nuestros corazones tuvimos que dejarlo.

Seguimos nuestro camino enderezando las curvas de Cabracuta, cansados, hambrientos y sedientos, con el sol encima nuestro, pasamos el famoso puente de Luis Pardo y después el pueblo de Raquia, así llegamos hasta el pueblo de Colca, donde para suerte nuestra, trabajaba como cocinero un amigo que era del pueblo de Carcas, quien nos preparó un rico caldo de gallina, nosotros le retribuimos su servicio con mucho gusto, ya que para los demás transeúntes no había comida. Después de tan rico almuerzo retomamos el viaje.

Al poco tiempo, nos encontramos con el Profesor de Inglés del Colegio Coronel Bolognesi de Chiquián (conocido por su alumnado como Teacher), nos informó que en nuestro pueblo no había pasado nada, que todo estaba bien y que no nos preocupáramos; también nos dijo que los pobladores habían pedido el volquete de la municipalidad para que nos diera el alcance, porque habían sido informados por una emisora radial que una delegación de alumnos estaban yendo a pie a Chiquián. Nosotros, al saber todo esto, alimentó nuestro ánimo, nos despedimos del profesor y seguimos caminando. Ya pasando la zona de Huambo, empezando la subida a Conococha, nos encontramos con el volquete que habían enviado. Ustedes ya se imaginarán la alegría que teníamos, nuestro cansancio desapareció por arte de nuestra

emoción, cansados de haber caminado tanto, subimos al volquete y nos llevaron al pueblo.

Era una tarde soleada, llegamos a Chiquián y la gente nos dio la bienvenida en el kiosco de la Plaza de Armas, bajamos nuestros bultos, entregamos las frazadas y los tarros de leche a las madres que más necesitaban; después de aquel pequeño encuentro con los paisanos, nos fuimos a nuestras respectivas casas.

Al llegar a mi casa, entré y vi a mi madre, que al verme se acercó llorando, en medio del patio nos dimos un cálido abrazo y la llene de besos. Después de tal emotivo encuentro, aun me sentía tensionado, le pedí que me acompañe a nuestra chacra de Hualpash, necesitaba sentir un alivio que me libere, estando allá, vi que los choclos estaban en su punto, la caña y las habas ¡ni que decir!, me puse a la orilla de mi chacra, meditando contemplé la cordillera y el verdor del campo; de pronto mis ojos se nublaron de llanto al ver lo hermoso que es mi tierra querida. Todo lo pasado fue como un mal sueño y estar allí, mirando esos bellos paisajes fue como un despertar y sentí que nada fue real.

Mi partida a Lima fue después de una semana de estadía en Chiquián. Lo hice por la ruta a Huánuco, porque aún no había pase en la ruta Chiquián-Barranca. Partí con el ómnibus de la empresa llamada TUBSA, era de propiedad del señor Lucho Rayo y manejado por su chofer Braulio Duran; el bus estaba repleto, porque había mucha gente que quería viajar, por suerte yo era amigo del señor Lucho y me aceptaron viajar en el techo del bus junto con la carga. Pasando Huallanca en el lugar conocido como Huagtahuaro, el río Vizcarra se había estancado, inundando la carretera e impidiendo el pase, habían otros vehículos que también esperaban para poder cruzar, en esa espera conocí a un pasajero que viajaba junto con nosotros, de nacionalidad Irlandesa, quien nos cuenta que el día del terremoto estuvo en Huaras y que tenía filmado todo el acontecimiento del terremoto, lo lamentable de su historia era que se quedó solo, ya que dos compañeros que le acompañaban en el paseo turístico habían fallecido en el terremoto, le quedaba regresar sólo a su país, todo esto nos contó en el tiempo que estábamos esperando al tractor que venía de la mina de Huanzalá para desembalsar el agua represada, después de un buen rato por fin pudimos continuar, llegando a la ciudad de Huánuco. Después al anochecer, por la pampa de Junín, paramos en un restaurante y disfrute un buen caldo de rana que me calentó hasta

los huesos; continuamos con el viaje y como les mencione anteriormente, yo viajaba en el techo del ómnibus, envuelto con la carpa que cubría la carga, pasamos el Abra de Anticona (Ticlio), hacía un frio insoportable. Llegando a Matucana, el amanecer nos brindó un sol radiante, que llegó a calentarme y así seguimos nuestra ruta ya sin problemas hasta llegar a Lima.

Seguro que mis colegas de travesía también han tenido diferentes emociones, después de haber vivido esta caminata, simplemente es un relato que encierra dolores y sufrimientos.

Después de unos años, me llego a enterar que mi amigo Trinidad Ochoa, quien me acompaño en un tramo de este viaje, nunca llegó a su pueblo, un paisano suyo me contó que había fallecido en ese camino y que sus familiares lo encontraron una la semana después. Así como el hubieron miles de personas que este Terremoto nos arrebató. Ruego por el alma de cada uno de ellos, que descansen en Paz y sigan gozando de la Gloria del Señor.

Chiquián antiguo, hacia 1950 (Colección Roberto Aldave Palacios)

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