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Segundo Sánchez Sánchez
Chimbote en la tragedia y el resurgimiento
Segundo Sánchez Sánchez 48
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Si hay un hecho que los chimbotanos jamás olvidaremos fue el terremoto de 1970, desastre de la naturaleza que afectó a todo el departamento de Áncash, pero con más incidencia en el Callejón de Huaylas y en nuestro querido Chimbote. En esa época tenía 13 años, a 28 días de cumplir los 14, y ya vivíamos en lo que es nuestro actual domicilio, la cuadra 18 de la avenida Aviación, en Chimbote, después de haber vivido 10 años en la cuadra 6 del jirón Derteano, entre las avenidas Buenos Aires y José Balta. Las cuadras 5 y 6 de Derteano, así como las cuadras 3 y 4 de la avenida Buenos Aires quedaban en una hondura, aproximadamente a metro y medio de la línea del ferrocarril que cruzaba esta avenida, dividiéndola en dos partes. De manera que cuando queríamos ir hacia José Gálvez o viceversa teníamos que subir la pequeña cuesta por donde se desplazaba el viejo ferrocarril.
Fue un domingo como cualquiera para nuestra familia. Mi padre estaba en San Jacinto, mi madre y mi hermana Luri en Los Pinos, en casa de otra hermana; y Flor, en Trujillo. De manera que en nuestra casa estábamos mis hermanos María, Carlos y Amalia, mi abuelo y yo. Ese día llevamos a mi abuelo a visitar a un tío en la cuadra 6 de Derteano, calle en la que habíamos vivido hasta diciembre de 1969. Como era el mayor, me hice cargo de mis hermanos menores. Dejamos a mi abuelo en casa de mi tío y fuimos a la parroquia Señor de los Milagros, donde había una kermesse, evento social tradicional en esos tiempos. Recuerdo que llevaba a mis hermanos cogidos de la mano y tenía la mirada fija en una pareja que bailaba alegremente, la que más me impresionó de las que estaban en el lugar.
De repente un ruido estruendoso, seguido de un movimiento fuerte e inusual de la tierra, hizo que saliera de mi concentración. En ese momento pensé lo peor porque recordaba que en primaria algunos
48 Segundo Sánchez Sánchez. Natural de Chimbote. Estudió Física en la Universidad
Nacional de Trujillo, laboró en la Empresa Siderúrgica del Perú. Articulista en El Tiempo y las revista Mar del Norte, Operación Fishland y Sucesos de Chimbote. Labora en la ONPE. Publicó el libro Historias no contadas de Chimbote.
1970 La hecatombe de Áncash 325
profesores nos habían metido la idea de que un terremoto sería el fin del mundo. Pero ya tenía 13 años y poco a poco esa falsa idea se fue yendo de mi mente, pero aun así estaba totalmente asustado y confundido. Lo primero que hice fue salir del lugar donde estaba porque la pared nos podía caer encima. Tomado de la mano de mis hermanos menores subí hasta la línea del ferrocarril para ponernos a salvo. Caminé por unos segundos como en penumbras porque no podía ver nada. Todo era polvareda, ruidos, gritos, lamentos y llanto. De pronto tuve que detenerme: a unos metros de nosotros la tierra comenzó a abrirse. Mis hermanos no paraban de llorar, especialmente Amalia, la menor. El sismo duró 45 segundos, pero para nosotros pareció una eternidad. Aun cuando la tierra dejó de temblar, uno sentía que esta vibraba.
Después de unos minutos pudimos ver la magnitud del terremoto: todas las casas destruidas, la gente en las calles llorando, tratando de recuperar lo que podía o salvar a algún familiar que se encontraba entre los escombros. Lo que hice fue correr a la casa de mi tío, siempre con mis hermanos cogidos de la mano, para ver a mi abuelo. Este estaba en la calle con la cabeza llena de tierra y también preocupado por nosotros. Nos contó que estaba sentado en un mueble pegado a una de las paredes de la casa. Esta se desplomó para el otro lado, lo mismo que la pared del frente, cayéndole el techo de esteras en la cabeza. Como mi abuelo usaba bastón para caminar, se apoyó en este y pudo sacar la cabeza para pedir ayuda. Una vez que vi a mi abuelo, recordé a mi madre.
Encargué a mis hermanos en casa de mi tío y me dirigí a Los Pinos. Tomé la avenida Buenos Aires hasta Los Andes y de allí hasta José Gálvez para coger la Panamericana Norte. Lo que vi en el trayecto fue algo que jamás olvidaré y lo recuerdo como si fuese ayer: la gente en la calle llorando, con lo poco que le quedaba afuera de lo que hasta hace unos instantes había sido su casa; pero lo más doloroso fue ver personas con sus muertos en la calle, llorando a sus familiares que minutos antes estaban departiendo en casa. El panteón totalmente destruido, tanto las paredes como los nichos. La carretera Panamericana un caos: gente que iba de un lado a otro en busca de sus familiares, que venía del estadio, del coliseo o del Vivero Forestal; todo era confusión. Finalmente, llegué a Los Pinos para ver a mi madre y mis hermanas, quienes junto a mi cuñado y mi sobrina habían salido
a resguardarse al arenal donde ahora es un centro de educación especial y la institución educativa Pedro Ruiz Gallo.
Lo que vino horas después fue algo que, estoy seguro, quienes pasamos esa experiencia no se la deseamos a nadie. Esa noche nadie durmió. No se podía. Cómo íbamos a dormir si cada 15 o 20 minutos había un temblor, cada cual más fuerte que el otro, y nos hacía pensar que podía haber otro terremoto. Casi todo Chimbote quedó en escombros y la gente se acomodaba como podía en la calle. Por la radio ya nos habíamos enterado de la tragedia del Callejón de Huaylas. Esa noche, lo recuerdo muy bien, la pasamos como sea; ayudándonos unos a otros, dándonos aliento para seguir soportando las inclemencias de la naturaleza. A excepción de las urbanizaciones Buenos Aires, Las Casuarinas, La Caleta, Los Pinos, Laderas del Norte, el Barrio 5, El Trapecio, 21 de abril y El Carmen, el resto de barriadas quedó en escombros, incluyendo parte del casco urbano.
Al día siguiente se inició la limpieza de escombros, para lo cual nos organizamos en un sistema que hasta la actualidad se mantiene: la organización barrial de cuadra por cuadra con un coordinador por manzana y un coordinador general, lo que ahora es el secretario general. Las tareas de limpieza de calles y canales de regadío y remoción de los escombros no podían esperar, para lo cual cada casa designaba, obligatoriamente, una persona para realizar estos trabajos. La ayuda internacional llegó de inmediato y la condición para acceder a ella era precisamente designando a alguien para esa labor. Esta era canalizada a través de los coordinadores. Quién no recuerda los pollos chilenos congelados y los tarritos de frejoles americanos con sabor dulzón, a los que mucha gente enjuagaba para quitarles el dulce.
Recuerdo que por cada faena de trabajo teníamos derecho a una bolsa de víveres que contenía lo básico para nuestra alimentación: pollo, menestras, arroz, avena, sal, azúcar y aceite, además de otras especies. La respuesta a este desastre fue inmediata, y no solo por parte del gobierno sino de toda la población. Aparte de la ayuda internacional, la participación de brigadas de jóvenes universitarios fue fundamental para la reconstrucción de nuestra zona. Papel importante jugó la Junta de Asistencia Nacional (JAN), organismo creado durante el primer gobierno de Belaunde, quien canalizó y centralizó toda la ayuda nacional e internacional a fin de que llegara en forma inmediata a los beneficiarios. Estuvo a cargo de la señora Consuelo Gonzáles de
Velasco. La ayuda internacional que recibimos fue, en mayor medida, de los países del grupo socialista, en especial del hermano país de Cuba, que no solo destacó profesionales (médicos, ingenieros, profesores y sociólogos) a nuestra zona, sino también instaló dos hospitales de campaña: uno en Chimbote y otro en Huaraz.
Aun cuando teníamos lo elemental para nuestra alimentación, después de la primera semana ya sentíamos que algo faltaba en la mesa: el pan. Y este alimento no lo teníamos porque los hornos de las panaderías se habían destruido por lo precaria de su construcción. Sin embargo, nos enteramos de que la panadería Carbone, en la cuadra 6 de Pardo, cerca del restaurante Ica, seguía funcionando. Así que desde ese día madrugamos a las cuatro de la mañana para hacer cola y adquirir el preciado alimento. Y no era el pan normal, sino una especie de pan baguete o marraqueta de precio elevado. Quién podía reclamar, si era la única panadería. Podíamos comprar uno o dos para repartirlo por raciones en casa. Así estuvimos por casi 15 días, luego varias panaderías repararon sus hornos y poco a poco se fue normalizando la venta de pan.
A pesar del terremoto, Chimbote siguió creciendo porque la migración no se detuvo debido al auge de las dos actividades pilares de la economía en nuestro puerto: la pesca y la siderurgia. Pobladores de distintas partes del país siguieron llegando a la ciudad. A fines de 1970, pese a las recomendaciones de que Chimbote no era apto para vivienda, las invasiones se incrementaron después del terremoto; primero, por la falta de vivienda; después, por la migración. Pueblos jóvenes –así se les llamaba a las barriadas en ese tiempo– como Dos de Junio, San Juan, La Unión, Primavera, San Francisco de Asís, Primero de Mayo, Tres de Octubre, El Porvenir, además de otros que escapan de mi memoria, se sumaron a los que ya existían antes del terremoto. Muchos de ellos tenían el nombre de la fecha en que tomaron posesión del terreno donde se asentaron. A los pocos meses del terremoto, el gobierno creó la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada, CRYRZA, entidad que de inmediato inició su trabajo en nuestra zona y cuyos resultados los pudimos apreciar.
Es bueno precisar que la reconstrucción de nuestra ciudad se hizo, en su mayoría, con material precario. En un inicio fueron los palos y las esteras los que reemplazaron a las destruidas casas de adobe y
quincha. Después fueron la madera y el triplay lo que se usó para las nuevas casas, incluso actualmente si usted ve por algún lugar una casa con este material, es una muestra de lo que fue Chimbote después del terremoto. Con el correr de los años, poco a poco, se fueron reemplazando estas precarias viviendas por las de material noble, obviamente con todas las recomendaciones de los entes gubernamentales. Y esto se hizo sin ninguna ayuda económica, como sucedió con los damnificados del terremoto de la zona sur.
A fines de los años 60’ y los 70’, en las emisoras de la localidad, escuchábamos a un dúo cubano extraordinario que nos hacía gozar con sus canciones. Ninguno de sus discos podía faltar en las fiestas familiares o bailes sociales. Eran Los Compadres de Cuba, integrado por los hermanos Lorenzo y Reynaldo Hierrezuelo. Cuando tenía 12 años ya los escuchaba en las radios de Chimbote y pensaba que, si alguna vez tendría la oportunidad de verlos, pagaría un buen precio. Jamás pasó por mi mente que en 1972 los tendría frente a mí y gratis, sin necesidad de hacer cola para comprar una entrada. Así es. A raíz del terremoto las relaciones entre Perú y Cuba se incrementaron y esto incluyó la parte cultural; fue así como llegó este famoso dúo cubano a Chimbote. Ese año se presentó en la plaza de armas, frente a la heladería San Remo; ambos integrantes con su terno blanco y zapatos de charol, para deleitarnos con sus canciones y su simpatía. Yo ya tenía 16 años y mis conocimientos sobre la música se habían ampliado, así que tener frente a mí a “la clave y la flauta humana” era de una emoción indescriptible. Escuchar y bailar “Rita, la Caimana”, “Baja y tapa la olla”, “Hay compadres para rato”, “Sabor a caney”, “Llanto de cocodrilo” y otros temas de este formidable dúo cubano fue una experiencia inolvidable. Y esto fue gracias a las gestiones del señor Víctor Rodríguez Paz (+), entonces concejal de Deporte y Espectáculos del Concejo Provincial del Santa. En aquellos años la denominación era concejales y Concejo –ahora regidores y Municipalidad–, siendo alcaldesa la señora Carmela Oviedo de Sarmiento.
A inicios del año 73’, el gobierno ya había construido los primeros cuatro programas de vivienda (urbanizaciones) en la zona sur de Chimbote: José Carlos Mariátegui, más conocido como Unicreto debido a que las paredes de estas viviendas no eran de ladrillo sino de material antisísmico, justamente bloques de unicreto que reemplazaban al material tradicional (de allí el nombre con que hasta ahora se le conoce); Los Héroes, que es más conocido como Canalones
porque los techos de las casas eran de este material y de un gran tamaño; a continuación, pasando la prolongación de la avenida Pacífico, Cáceres Aramayo, cuyo nombre se debe a que es el de la constructora que hizo las casas; cruzando la famosa doble pista, la urbanización Túpac Amaru, más conocida como Bruces, debido al nombre de la constructora que realizó esta obra.
Al año siguiente se creó la urbanización El Pacífico, programa de vivienda cuyos beneficiarios fueron los trabajadores de CRYRZA; poco después surgió la urbanización Los Cipreses, también para quienes laboraban en este sector. Estas urbanizaciones, junto a Buenos Aires y Las Casuarinas, además de los pueblos jóvenes Villa María, Primero de Mayo y 3 de Octubre, conformaban la zona sur de Chimbote, conocida en ese tiempo como Buenos Aires. En los años siguientes, las invasiones continuaron y se incrementaron en forma alarmante en todo Chimbote. La zona de Miraflores fue la que más creció, dividiéndose en Miraflores Bajo, Miraflores Alto, Miraflores Zona de Reubicación, Alto Perú y La Victoria; en tanto que otros pueblos jóvenes como Dos de Mayo y San Isidro continuaron creciendo, dando paso a otros como Magdalena Nueva y Pueblo Libre.
Mientras que la zona sur (Buenos Aires) se implementaban dos nuevos programas de vivienda: la urbanización Bellamar y PPAO. Otros pueblos que crecieron en forma considerable fueron El Progreso y El Acero. En los años 80’ y los 90’, Chimbote creció tanto que llegó a superar largamente más de 100 pueblos jóvenes y urbanizaciones populares, siendo la zona sur la que tuvo mayor crecimiento, dando lugar a la creación del distrito de Nuevo Chimbote. Aunque esto ya es historia reciente. Después de la etapa de reconstrucción y rehabilitación de todo el departamento, CRYRZA dejó de funcionar y se creó el Organismo de Desarrollo de la Zona Afectada (ORDEZA). A fines de los años 70, este organismo dio paso al Organismo de Desarrollo de la Zona Nor Centro (ORDENOR CENTRO); una experiencia piloto que se implantó en nuestra provincia. Luego se formaron las Corporaciones de Desarrollo (CORDE), en los años 80’; posteriormente, en los años 90’ y los primeros años del 2000, los Consejos Transitorios de Administración Regional (CTAR); y ahora, desde el año 2006, gobiernos regionales. Han pasado 50 años y aún el recuerdo del terremoto nos traslada a esa trágica fecha, porque quedó impregnado para siempre en nuestra memoria. Es imposible olvidar y recordar con dolor esa fecha por todo lo que significó para quienes, como en mi caso, vivimos en carne propia el terremoto del 31 de mayo de 1970.