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Luis Albitres Mendo
50 años del terremoto del 70: epopeya de un joven pomabambino
Luis Albitres Mendo 44
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Conversación con don Washáington Gonzáles Moreno
Preliminares de una larga caminata
El 31 de mayo de 1970, yo estaba en Lima. Eran las tres y veinticinco, había salido de mi domicilio rumbo a mi centro de trabajo, en la calle Chincha 226, oficina 806.
Cuando llegué a la Av. Arica, media cuadra antes de llegar a la plaza Bolognesi, sentí el remezón y empezaron a caerse las cornisas de las casas. Vi a muchas personas cruzar de un lado a otro, corrían desesperadas y angustiadas.
Retorné a mi casa, que estaba a media cuadra para ver a mi hermana Mamicha quien no contestaba cuando ingresé. Me asusté al no divisarla. Volví a decir su nombre, mi voz vibraba, esta vez con mayor fuerza, entonces, esta vez sí percibí apenas un susurro; aquí estoy, balbuceó. Se había refugiado en el ropero.
Una vez calmado, volví a emprender el camino hacia mi oficina. Allí, lleno de inquietud, prendí la radio para saber dónde había sido el epicentro. Una de las emisoras explicó que estaba en Ancash. Se creía que en el Huascarán.
¡Aurazo vive! ¡aurazo vive!
Seguí cambiando el dial, hasta que a las ocho y cincuenta de la noche, una estación de radio retransmitió los mensajes de un radioaficionado de la ciudad de Caraz. Cuál no sería mi alegría al escuchar la voz del administrador de mi oficina de Huaraz: Martín Aurazo Díaz, quien era de la provincia de San Miguel de Cajamarca.
44 Luis Albitres Mendo. Estudió Instituto Pedagógico Victorino Elorza –Cajamarca, Docente,
Escritor, Pintor, varias publicaciones y exposiciones de pintura.
1970 La hecatombe de Áncash 304
En la audición, afirmaba a viva voz: “¡aurazo vive! ¡aurazo vive! ¡Avisar a Wáshington Gonzáles de la Editorial! ¡Estoy en Caraz!”. Me volvió el alma al cuerpo, ya que sus familiares se habían apersonado a la oficina y me estaban reclamando por qué tenía que haberlo enviado a Huaraz. Su mamá se mostraba muy preocupada por la situación incierta de su hijo. Felizmente este anuncio que ellos mismos escucharon, tranquilizó a su madre y familia.
¡Huascarán se viene! ¡Huascarán se viene!
Yo tenía mayor preocupación por él. Sabía que pasaba los domingos con las turistas gringas en el restaurante Los Claveles de Yungay. Como tal, había estado ahí, en compañía de turistas belgas. Su informe fue que después del fuerte remezón salió corriendo con dirección a Caraz, gritando: “¡¡¡Huascarán se viene!!! ¡¡¡Huascarán se viene!!!” De este modo se salvó él, mas no sus acompañantes. Después de tres días apareció en Lima, traumado por la tragedia vivida.
Mi temor era mayúsculo
Teniendo a mi madre, hermanos, parientes y toda mi familia en la provincia de Pomabamba, mi temor era mayúsculo, ya que no se sabía nada. No había ninguna comunicación.
En vista de esa atemorizante falencia que duró varios días, nosotros los de Pomabamba y provincias aledañas nos reuníamos todos los días hasta altas horas de la noche para saber alguna noticia de esas tierras trasandinas.
Habiendo transcurrido 5 días y no sabiéndose nada, decidí viajar hacia Pomabamba. Comuniqué a toda la concurrencia, asistente en el club Ancash, mi decisión de salir de viaje y pedí voluntarios para que me acompañaran. Se ofrecieron las siguientes personas: Filadelfo Romero Ponte, Hugo Sáenz López, Elfre Delgado Escudero, Marco Escudero Egúsquiza, Orlando Flores y Víctor Vidal López.
Decidimos salir al día siguiente, rumbo a Huaraz para emprender el viaje a Pomabamba por el viejo camino que siempre hemos transitado: Llanganuco, Portachuelo del Huascarán, Bajada a María Huayta y luego subir hacia Yanagaga, bajar por Ingenio, subir hasta la cordillera del Rima Rima, seguir bajando hasta Huayllán y de ahí tras una pequeña travesía, enrumbar hacia Pomabamba.
Pero, cuando llegamos a Huaraz nos indicaron que también se había reabierto la ruta a Huari y así lo hicimos, viajamos a Huari, llegando al anochecer, siete u ocho de la noche. En Huari, pedimos el apoyo del señor alcalde, quien nos facilitó implementos para dormir en una esquina, por si acaso, pues intermitentemente se daban las réplicas de temblores.
Descansamos allí y al día siguiente proseguimos el viaje a pie por la ruta de Huamparán, cuesta arriba hasta llegar a Huachococha, llegando al atardecer y de ahí, cuesta abajo, nos dirigimos al distrito de San Luis. Mis compañeros de viaje estaban súper agotados y en el trayecto sentimos una réplica regular, allí hubo desprendimiento de piedras.
A pesar de ser una noche estrellada con luz de luna, la presencia de Mama Killa era notoria, no pude percibir que del cerro bajaba una piedra, la cual impactó en mi dedo pulgar del pie izquierdo, destrozándolo, no me protegió ni el zapato militar, proporcionado en el club Ancash.
Pese al dolor continuamos caminando hasta llegar a San Luis, ciudad a donde llegamos entre diez y once de la noche. Acampando en la plaza de armas, también pidiendo apoyo a la familia del señor alcalde, quien nos proporcionó frazadas y demás implementos para dormir en medio de la plaza de armas. Tuvimos suerte de que algunos vecinos nos proporcionaran un poco de comida.
El pueblo había celebrado una fiesta familiar y solo circulaban por caminos y calles algunos borrachitos. Al día siguiente, despertamos a las nueve de la mañana, rodeados por una juventud curiosa de toda edad, quienes nos miraban asombrados como quien contempla a extraterrestres.
Mandamos preparar nuestro desayuno en un restaurante cercano. El papacashqui, pan de trigo del lugar y su té de toronjil. San Luis es conocido como la Ucrania de Ancash por ser productor de trigo de gran calidad. Tras lo cual retomamos nuestro viaje a las once de la mañana.
Pumallucay: el lugar que inspiró la fundación de la escuela de talladores de chacas
Pasando por Pumallucay, donde encontramos una tremenda iglesia quemada, contemplamos las talladuras de su altar mayor.
Por esos años también pasó por allí el R.P. Ugo de Censi, sacerdote italiano quien también contempló los tallados, apreció la calidad y habiendo preguntado a los pobladores quiénes eran los autores de esas hermosas talladuras, le respondieron: “Nuestros padres tallaron”. Al ser interrogados sí podrían hacer lo mismo, ellos confirmaron que sí. Eso dio pie para que Ugo de Censi fundara una escuela de tallados y ebanistería en el distrito de Chacas, la cual con el paso del tiempo ha ganado celebridad, pues actualmente están exportando los muebles realizados por alumnos y talladores egresados de este centro.
Hoy en día, no solo tallan madera sino también en piedra. Estos talleres se han multiplicado en distintas provincias del Perú. Por ejemplo, en Abancay, Huaraz, Llamellín, etc.
Llacma, y el milagro de Santo Toribio de Mogrovejo
Proseguimos hacia el norte la larga travesía a orillas del río de San Luis, zona tropicalísima y sin agua, hasta que llegamos a las 5 de la tarde a Llacma, famosa porque cuentan que Santo Toribio de Mogrovejo anduvo por esa zona, tuvo sed y calor; al no disponer de agua, golpeó con su bastón en la roca viva y saltó un chorro de agua cristalina y fresquita.
Además de saciar nuestra sed, nos metimos con ropa y todo a darnos un duchazo. Después de caminar un kilómetro nuestra ropa ya estaba seca. Nuevamente nos agobiaba la sed. Pasando el distrito de Llumpa empezamos a caminar cuesta arriba para llegar al centro poblado de Mashqui, donde esperábamos pasar la noche y conseguir comida. Como yo iba con veinte kilos de remedios a la espalda me rezagué porque mis colegas se adelantaron para conseguir refrescos y comida en ese poblado.
Bendito encuentro preparado por mi madre
A la mitad de la cuesta, bajaba un joven montado en un caballo, jalando otro caballo más. Me pegué al borde a fin de dejar pasar a los caballos, pero sobreparó, volteó y preguntó, tal vez adivinando, pronunció: “¿Washi?” Se trataba de mi primo Edwin, a quien mi madre había enviado a mi encuentro con dos porongos de chicha más un fiambre completo. Como estaba sediento bebí tres tazas de la rica chicha preparada por mi madre.
Fue una gratísima sorpresa porque nosotros no habíamos comunicado nada. Pero después nos enteramos, que el señor Luis Pizarro Cerrón, folklorista y locutor de Radio El Sol, había propalado desde Lima, para todo el Perú, que un grupo de jóvenes se dirigían a pie a Pomabamba, lo cual le comentaron a mi madre. Ella pronunció: “Seguro viene mi hijo, quién más va a ser. Él es el más intrépido de los jóvenes pomabambinos”. Con esa seguridad preparó fiambre y chicha. Y así envió a mi primo, un jovencito de 15 años. Refrescado del todo y con la alegría en alto, retornamos al camino hacia Pomabamba, llegando a mi casa a las tres de la mañana.
Feliz recepción en Pomabamba en la primera vez
En casa, conversamos hasta las 7 de la mañana. Después de tomar el desayuno, me dirigí hacia la plaza de armas de Pomabamba, donde al repique de campana, la población salió a la plaza de armas, ávida de conocer sobre el terremoto. Las autoridades y población en general escucharon atentos el informe que les hice.
Preguntaron cómo estaba Huaraz, Yungay y demás provincias y pueblos que había recorrido. Preguntaron también quiénes eran mis acompañantes y dónde estaban. Les manifesté que se habían quedado descansando en el pueblo de Mashqui, pues venían muy agotados, seguramente llegarían en la tarde.
Washington Gonzales Moreno, hijo ilustre de Pomabamba
Después de mi informe, intervinieron las autoridades y personalidades, alabando mi actitud y cariño a Pomabamba. Declarándome Hijo Ilustre de la provincia de Pomabamba.
Al día siguiente, a las cinco de la mañana proseguí mi viaje a Piscobamba, llegando a las ocho de la mañana, encontrándome en la plaza con el subprefecto don Rodrigo Escudero Vidal, luego apareció el fiscal Tinoco y demás autoridades y pobladores, a quienes también les informé de la situación y de la preocupación de los Piscobambinos residentes en Lima.
Me hicieron muchas preguntas y halagaron mi actitud heroica de llegar a pie a su provincia. A las dos de la tarde, retorné a Pomabamba y al día siguiente emprendí el viaje a Huari, Huaraz. Aquí no conseguí
movilidad para Lima. Me informaron que fuera al aeropuerto improvisado en el distrito de Anta.
Allí, pugnaban miles de personas por viajar a Lima en los aviones que retornaban luego de dejar la ayuda internacional. Daban prioridad a personas de tercera edad y heridos. Luego una enfermera soviética sintió el fuerte hedor de mi dedo que estaba en estado de descomposición por haber estado cinco días con una infección sin curar. Ella abogó a fin de ser considerado como una situación de emergencia.
Junto a otra enfermera me condujeron al avión y pude viajar en el avión soviético Antonov, de Huaraz a Lima, a donde llegué más o menos al mediodía del 12 de junio.
Los médicos quedaron sorprendidos
Del aeropuerto, me llevaron en una ambulancia al Hospital Militar. De ahí me derivaron al Hospital Dos de Mayo. Allí se asombraron de cómo había podido soportar semejante infección y empezaron a curar. En la noche acudí al Club Ancash donde me esperaban pomabambinos y piscobambinos residentes en Lima ansiosos de tener noticias frescas. Les informé con lujo de detalles la verdadera situación en que había encontrado nuestras provincias.
Preguntas y halagos, no se hicieron esperar. Continué con la repartición de cartas y envíos de familiares. Los entusiasmos de los favorecidos, paisanos y amigos se tradujeron en un agasajo. Después de la reunión, preguntas, respuestas, etc.
Me llevaron a un chifa en la plaza de armas cerca al palacio de gobierno. Allí seguimos conversando hasta tarde. Todos seguían curiosos por saber más, hacían preguntas y renovaban sus comentarios y criterios hasta altas horas de aquella noche.
Segunda viaje: penurias y decepción
Después de tu retorno de actos heroicos de Pomabamba, de tu rehabilitación, ¿qué actos y actividades continuaste realizando a favor de tu provincia y de Ancash?
Después de recuperar la salud y como siempre todas las noches seguíamos reuniéndonos en el Club Ancash, nos enterábamos del apoyo internacional que seguía llegando. De Lima, partía para
Chimbote y para Huaraz y provincias tanto de la costa como del Callejón de Huaylas.
Por la prensa estábamos enterados del gran apoyo para Ancash, aviones rusos, franceses cubanos no solo traían el apoyo aquí sino también lo dejaban en el aeropuerto de Huaraz y Chimbote. Nosotros decidimos gestionar para nuestra provincia, nombramos una comisión para ir a la JAN (junta de asistencia nacional) que estaba en Sucre y Bolívar. Allá nos atendió con mucho esmero, la señora Consuelo Gonzales de Velasco y nos dijo que apoyáramo0073 consiguiendo camiones y ellos asumirían los costos para transportar la carga consistente en sal, azúcar, queso parmesano, ropas, zapatillas, clavos, frazadas entre otras cosas. Como no era fácil conseguir transporte aquí en Lima tuve que viajar a Huaraz, Yungay y Caraz donde me dieron referencias para conseguir en Lima los camiones necesarios. Una vez hecha esta gestión, le comunicamos a la Sra. Consuelo que ya teníamos los camiones.
Ella exigía que se nombre a una persona quien se haría responsable de viajar con los camiones y hacer entrega a las autoridades de la provincia.
Una vez conseguido nuestro objetivo, hicimos nuestro informe en el club ancashino frente al grupo de pomabambinos reunidos y les comunicamos de la necesidad que alguien se hiciera responsable de este envío. Ante esta interrogación nadie aceptó.
Ante esta negativa me vi obligado a asumir esta responsabilidad.
Previamente, el Centro Unión envió un telegrama al señor alcalde de Pomabamba indicando que iban dos camiones de veinte toneladas cada uno llevando el apoyo material del gobierno y que vean la forma de mandar acémilas a Huachucocha. El alcalde respondió vía telegrama en la fecha y lugar indicado que enviaría aproximadamente 1500 acémilas.
Por lo cual, nos acercamos con los camiones a la JAN para recoger, en cola, haciendo nuestro turno porque salían cargas para distintas provincias. Al llegar nuestro turno nos cuadramos para que cargaran todo lo que se necesitaba: ropa, frazadas, zapatillas. Insistí que la sal y el azúcar eran de urgencia fundamental. Completamos la tolva de los dos camiones, se llenaron y partimos con dirección a Ancash.
Al día siguiente llegamos donde terminaba la carretera en la cordillera de Huachucocha aproximadamente a las tres de la tarde. Descargamos los dos camiones, demoramos cerca de tres horas, los dos choferes y yo. Ellos retornaron de inmediato, quedándome solo con toda la carga en esa cordillera inhóspita, en espera de que llegaran los arrieros.
Seguí esperando uno, dos y más días y no había ni asomo de los arrieros. Se presentaron dos jóvenes que trabajaban en el Hotel Crillón de Lima. De inmediato preparé una carta en la superficie de una bolsa entera de azúcar dirigida al periodista Ramírez Lazo, productor de una radio cercana al Crillón, en la carta le decía que estaba cinco días botado en la cordillera de Huachucocha, sin alimentos e invitaba a las comunidades campesinas, los caseríos y distritos de la provincia de Pomabamba que vinieran con todas las acémilas posibles a recoger el apoyo del gobierno revolucionario de Velasco.
Recibida esta carta gigante, transcrita con una letra desesperada y angustiosa por la gravedad de la circunstancia; el señor periodista tuvo a bien repetir varias veces el tenor de dicha carta con su previo comentario personal: “Que había recibido la carta más pequeña del mundo en un sobre de una bolsa grande de azúcar. Lamentó la irresponsabilidad de las autoridades, llamó la atención a éstas: “¿Qué pasó? Están matando de hambre a un joven en una cordillera inhóspita y helada”. Este comentario lo escucharon en la comisaría de Pomabamba y ellos coordinaron con las comunidades a fin de armar el equipo de acémilas para que puedan acercarse a Huachucocha. La policía tomó cartas en el asunto después de 9 días de espera. Aproximadamente, a las 8 de la noche en plena luna llena escuché en el eco de los cerros que alguien gritaba mi nombre: “¡¡¡Washingtooooon!!!” Al escuchar esto, primero pensé que me estaba volviendo loco y me zumbaba el oído. En vista de ello, subí a la punta de la carga y como volvieron a llamar mi nombre, contesté: “Aquí estoy, aquí estoy”. Con caballo apareció un policía, era nada menos que José Alvarez, un viejo amigo mío del colegio. Luego otro policía más… Detrás de ellos, cientos de burros, mulas, caballos y unos ochenta arrieros.
Acamparon todos alrededor de la carga, me invitaron a comer aproximadamente a las ocho y treinta de la noche, el riquísimo jamón pomabambino, acompañado por el popular Jaramillo (maíz amarillo tostado con trozos menudos de chicharrón), charqui (cecina de carne seca dorada), mote de maíz y de trigo, panes y bizcochos con trigo
molido en los molinos de Pumacucho, chicha de jora y chicha de molle. Esa noche fue más que un banquete. Entre comida y chicha estuvimos planeando con los policías y delegados de los arrieros que se habían hecho presentes cada uno con un buen número de acémilas.
A ellos les manifesté que tenían que dar un burro por cada diez, para llevar sal y azúcar a la ciudad. Y con el resto llevarían para repartir a su comunidad de manera proporcional a cada uno de sus pobladores. Al día siguiente, a las ocho de la mañana tomamos desayuno bien despachados porque ya teníamos que hacer el reparto de un solo tiro hasta terminar. A las diez de la mañana, desde Lima, llegó un auto donde venían dos jóvenes piscobambinos que retornaban a su tierra, y aprovecharon para tomar fotos. Luego llegó un jeep militar donde venía el coronel Varela, jefe político militar de la zona (Huaraz). Enterado por las noticias propaladas por radio, vino con la intención de ver el volumen y de qué se trataba, para mandar tantos camiones a recoger toda la carga y cambiar de destino.
Los campesinos son los eternos damnificados desde 1532
Les expuse mi plan de reparto y expliqué que los campesinos son los eternos damnificados. Por lo tanto, ellos merecen más que nadie recibir este apoyo. El coronel Varela aprobó y apoyo mi tesis. Está muy bien me dijo y se regresó, indicando que el reparto en las comunidades fuera supervisado por los policías.
Demoramos todo ese día en repartir y preparar la carga. Al día siguiente partimos a las tres de la mañana con dirección a Pomabamba, llegando al día siguiente, al mediodía. Habíamos empleado día y medio.
En la plaza de armas estaban autoridades y toda la gente, ávidos por recibirnos y saber qué es lo que les traíamos. “Como ustedes no han mandado, las comunidades han llevado para su comunidad; ellos son los eternos olvidados y como aquí necesitan sal y azúcar, estamos entregando 150 costales entre azúcar y sal, ya que hace meses los necesitan pues no llegan carros a Pomabamba.
El alcalde y sus regidores reclamaban el cien por ciento de la carga que debía haber sido entregada al municipio de la provincia, argumentando que el destino era para el municipio de Pomabamba, que yo no tenía ninguna autorización para realizar el reparto. Y así mil argumentos que no tenían mayor sustento.
Se les notificó que se había repartido entre las comunidades en presencia del coronel Varela, pero no escuchaban mis razones, decían que era para Pomabamba, que era para la alcaldía, etc. Y amenazaban mandarme a la cárcel y enjuiciarme. Me atarantaron; ahí también estaba el fiscal de la provincia quien no decía nada, solo su acto de presencia, más algunos notables de la ciudad. La única regidora que me apoyaba era la Señorita Rebeca Egúsquiza Roldan, profesora y directora del colegio nacional.
Pasada las cuatro de la tarde le dije: “Si usted no me firma este cargo, ordenaré que se lo lleven los dueños de las acémilas a sus respectivas comunidades”. El público que asistió protestó y reclamó por la demora, exigiendo el inmediato reparto, entonces, el alcalde tuvo que ordenar al administrativo que firme el cargo para que recepcionen, descarguen y repartan.
Recién a esa hora, cerca de las cinco de la tarde me despedí. “Adiós Pomabamba, volveré cuando haya otro terremoto u otras desgracias” y me fui, a buscar algo de comer pues a esa hora recién tenía que almorzar, ya que estaba experimentando un día más de hambre.
Al retornar a Lima, informé a los pomabambinos residentes en Lima y lamentaron mucho lo sucedido. Se acordó que el Centro Unión Pomabamba hiciera llegar una carta de extrañeza por el incumplimiento de enviar acémilas y el maltrato al heroico ciudadano que tuvo a bien ser el primero en llegar después del terremoto y luego volver con la carga para nuestros hermanos damnificados.
¿Después de 50 años del fatídico terremoto, qué reflexiones harías? Lamentablemente, casi nada ha cambiado, nuestras autoridades siempre están con dejadeces, sin planes de desarrollo y gastan ingentes cantidades de dinero, no viéndose obras trascendentales.
Pomabamba no tiene un buen hospital, a pesar de que hace años tiene presupuesto para la construcción de uno moderno. El analfabetismo y la pobreza campean en los anexos y centros poblados.
Me preocupa cómo afrontarán la llegada del coronavirus.