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José Yábar Alva

Mensajero de vida en medio de la tragedia

José Yábar Alva 53

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El pueblo de Chiquián, donde me hallaba, estaba tranquilo hasta que se sintió el peor remezón de su vida. Los del pueblo, reaccionaron de inmediato, todos quedaron arrodillados y orando a Dios en medio de ese terremoto de 1970. Hace 50 años de ese 31 de mayo de 1970, después de aquel episodio de drama y angustia, coincidente con la inauguración del Mundial de Futbol de México 70.

Ese día después de ver o escuchar el inicio del campeonato mundial de futbol, los jóvenes del pueblo jugaban, como todos los fines de semana, en Jircán, el estadio del pueblo, un espacio deportivo especial para mí por los momentos de triunfo y gloria que me hizo vivir.

Minutos antes la competencia arreciaba por el juego, se sentían las voces del juego, los golpes dirigidos al balón, y el ambiente estaba tranquilo, como en todo pueblo bucólico de la zona de sierra como era Chiquián, de la provincia de Bolognesi en el departamento de Ancash. La competencia de futbol, en el estadio de las grandes promesas deportivas, se reivindicaba en su estado natural.

De pronto, empezó el movimiento más fuerte que haría historia. El terremoto del 31 de mayo. En el reloj las agujas marcaban las 03: 25 p.m. Era domingo, y muchos vieron cómo el cerco perimétrico del estadio del pueblo cayó; los animales corrían desesperados, caballos relinchando y vacas en grupo corrían sin rumbo por el campo. Los pájaros se estrellaban contra nosotros,

53 José Yábar Alva. Natural de Chiquián, provincia de Bolognesi. Empresario dedicado a los medios de transporte luego al sector Educación. Hoy Promotor de la Institución Educativa Particular Inmaculada Concepción de Huacho.

1970 La hecatombe de Áncash 358

mientras quietos de pie o arrodillados temíamos que la tierra se abriera y que moriríamos ahí.

Las réplicas siguieron amenazantes, intensas. Todos quedaron impávidos, el susto del movimiento telúrico paralizó los reflejos de la gente y redujo la visión al límite, con la densa polvareda que parecía neblina cubriendo todo el pueblo. Era difícil ver más allá de donde estábamos. Luego nos enteramos de que la única víctima había sido un niño que retornaba de Shapash siendo alcanzado por una piedra que pasó como un proyectil. De las tantas viviendas afectadas, la que había quedado en ruinas era la de don Calixto Peña.

Habíamos sobrevivido al terremoto y el pueblo estaba incomunicado. El 02 de junio, era de noche y a través de radio “Victoria”, mientras escuchábamos el partido de la Selección Peruana frente a su similar de Bulgaria, el periodista dio la versión de que Chiquián había desaparecido. Ante esa noticia y lo insoportable del ambiente por la tragedia, hizo que decidiera salir del pueblo. Coordiné con el alcalde Juan Fuentes Bueno. Le pedí que a través de la radio municipal anuncie al pueblo que iría hacia Barranca y Huacho para dar aviso, llevando cartas, a las familias y descartar la versión de que el pueblo había sido destruido por el terremoto. Y que todos estábamos vivos. Que habíamos sobrevivido. Eso generó una reunión en la plaza del pueblo. En esa reunión, donde todos me entregaron sus cartas, apareció el “Ayacuchano” un profesor que dijo que iría conmigo.

Primer trayecto:

Ese día 03 de junio salimos de Chiquián a las 03 de la madrugada rumbo a Conococha. En el camino se nos presentaron varias dificultades como interrupción de camino, viajando a bordo del volquete de la municipalidad.

Segundo tramo:

Desde Conococha hasta Cajacay y Chasquitambo hicimos el trayecto a pie. Demoramos siete horas cumplir el trayecto, en el que encontramos la carretera bloqueada y destruida por la caída de rocas y piedras. En la zona llamada Tapacocha, nos encontramos con el profesor Pablo Vásquez Ibarra y su hija Zoila Vásquez, con quienes compartimos diálogo, quienes caminaban rumbo a Chiquián.

Al llegar a Raquia, en el puente Luis Pardo, decidimos seguir el trayecto del cauce del río Fortaleza, porque el camino era de difícil acceso y a eso de las 11 o 12 del medio día hubo otra réplica que avisaba de riesgos si íbamos por la carretera.

Antes de llegar a Chaucayán y luego a Chasquitambo, fuimos testigos de algo impresionante. Mucha gente que caminaban descalzos o los zapatos en la mano hacia Huaraz, lloraban y llevaban velas porque se acercaba la noche. Esa escena nos conmovió y nos dolió en el alma porque sabíamos que el trayecto que seguían era difícil para llegar a su destino. Eran caminantes en procesión en medio de la emergencia rumbo a la zona del Callejón de Huaylas y Conchucos.

Más allá, logramos divisar y unirnos a un grupo de chiquianos con quienes dialogamos, eran conocidos del pueblo, viajaban rumbo a Chiquián. Ellos estaban preocupados por sus familias y les dijimos que todos estaban bien y por eso desistieron de seguir con su viaje y exponerse a riesgos. Llegamos con ellos a las 7 y 30 p.m. a Chasquitambo. Allí decidimos descansar y lo hicimos a la intemperie en la plazuela. A las 11:00 de la noche nos sorprendió otra réplica. Fue otra experiencia de miedo, pero también sorprendente: el deslizamiento con fuerza de rocas y piedras generó una luz potente en la zona. Al caer las piedras y golpearse entre ellas, generaban inmensas chispas que iluminaron el lugar, mientras caían en el camino y el cauce del rio. El evento lo observamos mientras arrodillados orábamos a Dios pidiendo protección junto al amigo Carlos Núñez, el popular “Chapcha”. El 04 de junio, seis de la mañana, iniciamos la caminata hacia Barranca. Después del difícil camino, llegamos al campamento donde estaba instalado el equipo de periodistas de Radio Nacional, en el trecho comprendido entre Paramonga y Chasquitambo. Allí fue la primera vez que pudimos dar el testimonio a la prensa de que en Chiquián todo se encontraba bien, al ser entrevistados por el director del Diario la Prensa Oscar Díaz Bravo.

Es ahí, en ese lugar, donde también pudimos dialogar con el propietario de la Empresa de Ómnibus “Expreso Huaraz”, Rafael

Ortiz, quien preocupado por la situación de su personal y sus máquinas recibió la noticia de que no había nada de daños. Fue él quien ofreció trasladarme en su vehículo hacia Huacho, y en el trayecto dialogando la ruta cambió: me hizo reflexionar y me recomendó viajar hasta Lima junto con él y hacer la entrega de las cartas de manera personal por ser testigo de la tragedia.

Y así ocurrió, ese mismo día llegamos a Lima en horas de la tarde y fuimos a la sede de Radio Victoria donde intentamos ser entrevistados, pero nos cobraron por la entrevista y no aceptamos. Más bien decidimos ir al Parque Universitario y dejar las cartas en la agencia de Transporte Expreso Huaraz que se ubicaba en la calle Leticia. Mientras coordinábamos la entrega de las cartas, caminando por la avenida Abancay me encontré con el señor Nicolás Cano, un amigo transportista, quien dijo: “En el local del Club Chiquián hay una reunión que parece velorio, porque nadie tiene noticias de lo sucedido realmente en el pueblo de Chiquián”. Decidimos ir al local del Club donde todos se desesperaron por saber noticias de la salud y condición de sus familiares en el pueblo. Entregué las cartas que se pudo para los que estaban presentes y el resto se dejó encargadas para que fueran entregaras en los días posteriores. Ahí terminó mi travesía que duró dos días, después de ocurrido el terremoto del 70. Volví a Huacho con el deseo de encontrarme con mi familia. En esos días de viaje mi madre Julia Alva Allauca; mi esposa Zoila Bolarte Sánchez y mi hija de tres años, Julia Yábar Bolarte, me esperaban. Ellas me habían buscado en los hospitales y otros lugares, con la idea de que me había ocurrido algo. Ellas habían recibido la información de que yo había llegado a Barranca y que después había desaparecido. Al llegar a casa el rencuentro fue muy emotivo: nos abrazamos todos llorando y desahogando la preocupación.

Tenía 37 años en aquel episodio de mi vida, esa vez sentí una satisfacción tremenda de saber que había cumplido con mi deber como testigo de lo que ocurrió durante el terremoto más devastador de la historia del país. Cumplí la labor de mensajero de vida, en medio de la tragedia.

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