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Jesús Zaragoza Caldas
Terremoto del 70: Tragedia y esperanza
Jesús Luis Zaragoza Caldas 58
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Domingo 31 de mayo, la población chacasina transcurría en la rutina, como es la costumbre del prodigioso mes de mayo donde las lluvias dan paso a las cosechas, los animales con engorde natural y los verdes paisajes adornan el diario trajinar. Temprano desde las cinco de la mañana, en un ambiente claroscuro ya caminando unos en ruta a la puna a las cosechas de papa, olluco, oca y mashua; otros en ruta al temple, sacando choclos y planificando las próximas cosechas de maíz, trigo, cebada, avena y también otro grupo caminando a tomar las frutas tan apreciadas como las manzanas, naranjas, chirimoyas, lúcumas, duraznos, lima, tunas, mora, capulí, etc. Como en antaño, pasó el primero de mayo como un día festivo donde la unidad familiar es la característica para compartir el extraordinario almuerzo extraído del mismo corazón de la tierra –pachamanca-. Ya en la tarde se da el reencuentro, con radio en mano logramos escuchar la inauguración del campeonato mundial México 70, y también el primer partido del campeonato mundial, entre los seleccionados de México y Unión Soviética, que culminó sin goles.
Cuando tendidos en la plaza aún comentábamos las jugadas del mencionado partido, ZAS, se inicia el temblor, ruidos fuertes, caída de tejas, caída de techos y paredes. Por inercia llega a la plaza, a saltos y gritando casi toda la población. Sigue el movimiento, más gritos, llantos, ruegos con manos juntas, arrodillados, algunos incluso se desmayan y notamos una polvareda muy grande, hasta que a lo lejos notamos una explosión gigante como si fuera una bomba, culminó con luz roja irradiando todo el firmamento. La conmoción generalizada por el terremoto, y los constantes temblores nos mantienen en desesperación, espanto y dolor. Curiosamente pasaba por la plaza el párroco Cagliari y su comentario nos dejó perplejos: “¡Oh! Esto es como la guerra como si una bomba hubiera reventado, lleno de tierra”. Pasamos la primera noche con mucho frio y miedo.
58 Jesús Luis Zaragoza Caldas. Natural de Chacas, provincia de Asunción, docente de larga trayectoria. Participa en publicaciones educativas. Promotor del CEGNE Miguel Faraday.
1970 La hecatombe de Áncash 380
Recién el día siguiente se pudieron ingresar a las viviendas y también pudieron proveerse de abrigos y alimentos, así como se pudo construir improvisadas carpas en la plaza y resistió por más de una semana. Otros grupos familiares y vecinos se organizaron y usando sus patios y zonas seguras, se mantuvieron alerta hasta pasar el peligro. En estos terribles momentos se encontraron muestras de solidaridad y apoyo mutuo, que hicieron más llevaderos los días y las noches. Los niños pasaban el tiempo desligados de la tragedia, sin asistir a clases y jugando como si estuvieran en un paseo campestre. Pasada la semana empezaron a llegar material de ayuda, así llegaron helicópteros con frazadas y algunos materiales. El aterrizaje del helicóptero en Pirushtu fue un acontecimiento nunca antes visto, toda la población se trasladó a paso ligero para mirar la máquina, sus pasajeros y festejar este acontecimiento.
Las dos torres de la iglesia se derrumbaron casi desde los cimientos y la mayoría de las casas de la ciudad y del campo quedaron inhabitables. El camino de herradura hacia Marcará quedó interrumpido por varios meses, por gigantescas piedras. Hasta nuevo aviso, las cartas y encomiendas semanales que llegaban a lomo de caballo, asimismo al haberse roto los alambres en muchos lugares del cableado de alambre de Chacas a Huari, también adiós a los telegramas. Como consecuencia de caídas de rocas en cauces de ríos, se formaron nuevas lagunas, como en Cruz Pampa y Quebrada Honda. Hubo muchos heridos en las diferentes localidades, pero fallecidos fueron los de Pompey.
Mediante la radio nos íbamos enterando de lo catastrófico que fue en otros lugares, particularmente Yungay y Huaraz. Pero en las conversaciones de amigos el comentario de mucho agrado era de compartir casi masivamente en las casas huevo en polvo que llegó como apoyo solidario. Las radios limeñas competían con las ecuatorianas y colombianas en nuestras sintonías, así solo contábamos con las emisoras: radio Nacional, radio Unión, radio El Sol, radio Guayaquil, RBC, etc. Las mañanas con Pizarro Cerrón se hacían festivas con los clásicos huaynos, esa jocosa propaganda fanfarrona que decía: “invitamos a la gran pachamanca preparada para cinco mil personas”; también fueron de mucho agrado los pasillos y los sanjuanitos. Siempre estuvimos pendientes de los concursos de la música de los 60 protagonizada por los jóvenes, Rafael, Leodan,
Adamo, Piero, Palito Ortega etc. Y por supuesto los programas deportivos tuvieron mucha aceptación haciéndonos pasar espacios muy largos, especialmente los sábados y domingos escuchando en nuestros transistores las competencias deportivas del futbol profesional.
Chacas, distrito de la provincia de Huari, con sus carencias, limitaciones y fortalezas, pueblo apartado de otros, con instalaciones incipientes de agua potable, sin luz eléctrica, sin carretera y sin embargo los pobladores y sus autoridades buscaron y buscan siempre convertirse en un pueblo con unidad y laboriosidad. Las familias en sus casas grandes y aprovechando la luz lunar trasladaron las prácticas habituales de antaño con relatos, cuentos e historias locales. Por ello ahora se cuenta con exquisiteces en su comida, música y danzas tradicionales.
Con los profesores Samuel López y Misael Noriega emitimos el boletín Camchas, tratando de buscar explicación y tranquilidad de esta noticia que es un fenómeno de la naturaleza. Con los compañeros del colegio se hicieron grupos de autodefensa para evitar posibles robos y canalizar la solidaridad necesaria. Nuestra posta médica contaba con un sanitario –auxiliar de enfermería- que se encargaba más con la buena intención de la salud y curación. Luego de unos días llegaron dos voluntarios médicos soviéticos que se integraron a las costumbres chacasinas, muy solidarios y con medicinas propias atendieron por varios meses a muchos de nuestros paisanos. En estas épocas la plaza era lugar central de intercambio comercial, actividades deportivas, culturales, religiosas etc. En las tardes casi de reglamento se desarrollan las competencias de vóley entre los profesores de la escuela y del colegio. Mucho más emocionante era mirar la competencia de nuestros equipos conformados por seis integrantes contra los dos médicos soviéticos amigos –altos y atléticos- que nos regalaban tardes deportivas espectaculares.
En medio de las consecuencias del terremoto, los jóvenes muy emocionados esperamos el inicio el partido Perú con Bulgaria. Ya en la cancha de futbol aquel 2 de junio, la selección peruana inicia su debut y minutos más tarde, constatábamos con desilusión dos goles de Bulgaria, pero un avance peruano hace que Alberto Gallardo logre descontar la distancia, haciendo que el primer tiempo culmine con dos a uno. En el segundo tiempo, la esperanza y la ilusión al tope convirtió
la plaza de Chacas en un lugar de gran expectativa; entonces el gran capitán de América, Héctor Chumpitaz anota el gol del empate, logrando convertir nuestra plaza en un centro de una gran fiesta, con hurras, cánticos de Perú campeón animando así a la selección peruana y finalmente es el Nene Cubillas que anota el tercero y a voz en cuello, con gritos y barras pudimos celebrar esta grandiosa fiesta en medio de nuestra vida post terremoto con mil y un problemas pero también con mil y un esperanzas.
Así estamos ahora en la pandemia, esperando recuperarnos y seguir soñando por un mundo nuevo, justo y solidario.
Días después del terremoto. Plaza verde, añejos pinos, malecón en construcción, clásicas bancas, arco como testimonio del campo de fútbol e iglesia sin torres.
Minutos después del terremoto. Tragedia, dolor y angustia.
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Carta del recuerdo
James M. López Padilla 59
Recordarás un día, el calendario apuntaba 31 de Mayo de 1970, que se presentaba acogedor y auspicioso, con señales que presagiaba un resultado de disfrute dominguero favorable y nada adverso, como el de congregar a la familia en un ambiente de esparcimiento propicio, toda vez que a medio día había que escuchar por radio el partido inaugural del Mundial de Fútbol México 70, evento de orden del día, tantas veces esperado por grandes y chicos, dado el interés que había concitado en la población por la participación de nuestra Selección Nacional de Fútbol en esta justa mundial; a la par que en horas de la tarde, gran parte de aficionados al fútbol local tenía programado asistir al estadio de Jircán para alentar a sus equipos del clásico chiquiano; eventos deportivos estos, que marcarían el día en la agenda dominical y con los cuales se daría término a la inquietante jornada de aquel inolvidable domingo de hace 70 años.
Recordarás también que, no ajeno a estos acontecimientos que se venían muy cargados de alegría y entusiasmo, te levantaste muy de mañana, demostrando condescendencia y compromiso con la agenda social del momento a vivir, y te pusiste a pircar el horno de la pachamanca, de paso que ambientaste el corral donde se llevaría a cabo la humorada dominguera e instalaste un toldo a modo de cubierta para dar sombra que nos protegiera del sol abrazador, de paso que nos sirviera de tienda y fuente proveedora por donde discurriera la chicha oropuquiana, el vino y pisco iqueños, aperitivos infaltables para esta ocasión en que teníamos que degustar la rica pachamanca chiquiana, nuestro planto tradicional.
Todas estas andanzas de sucesos volcados en mente y obra del pueblo, de las familias deseosas a construir sus entusiasmos como el que nos
59 James López Padilla. Profesor de filosofía formado en la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica, en la que ejerció la docencia hasta su jubilación. Hizo postgrado en la Universidad Patricio Lumumba de la Unión Soviética.
tocó vivir, sin pensar que devinieran en situaciones trágicas y fallidas en sus consecuencias.
Entonces, ¿Qué ocurrió ese día?, ¿hubo, acaso, un condicionante que subordinó nuestro actuar humano, determinado por otras circunstancias de fuerza mayor?
Aquí, valdría la pena aproximarnos a una postura de nivel explicativo; o sea, ¿por qué algo sucede como sucede?, ¿por qué algo es cómo es?, para comprender un hecho o fenómeno de la realidad social en relación con sus causas del entorno inmediato, el medio natural; no en el sentido estricto de la ciencia, pero con la ciencia, que dé coherencia a explicaciones valederas de experiencias vividas, su problemática e implicancias. El teorema sociológico formulado por William Thomas nos servirá de paradigma de afirmación, cuando dice: “Si los individuos definen una situación como real, esa situación es real en sus consecuencias”, condicionalidad que dibuja con objetividad lo acontecido en esta interdependencia de factores, que se traduce:
Cuando en tanto natural fue la situación real, ésta se trastoca en problema social con todas sus secuelas y vicisitudes, determinismo causal que corresponde comprender en relación al Terremoto del 31 de mayo acontecido en el Departamento de Ancash, en 1970.
Volviendo a lo nuestro:
Ese día, la ciudad despertó con un sol radiante, cuyos rayos matutinos bajaban lentamente ganando las claro oscuras sombras del pétreo Caranca, para luego cubrir en plenitud la planicie chiquiana, desbordando su calor mañanero y anunciando el despertar del nuevo día, cual orden natural prefijado. El ir y venir de la gente, la dinámica pueblerina en sus diversas manifestaciones iba poniendo la nota dominguera que se iniciaría, no cabe duda, con las motivaciones litúrgicas de la misa de las siete, cuyo último anuncio vendría del repiquetear de las campanas franciscanas. Era de esperarse también, que para el suculento desayuno dominguero había que proveerse del pan crocante de Chincho, en tanto que parroquianos visitaban el mercado en procura de un pegan caldo reparador y las amas de casa, planificadoras de los quehaceres domésticos del hogar, provisionaban la canasta semanal; es decir, un interactuar alegre, bullicioso y de
recogimiento espiritual. Discurría así la mañana que rozaba ya con el doce meridiano.
En medio de este clima humano sucedió un hecho insólito, que para unos auguraban malos presagios, ya que la ciudad se había inundado de un olor intenso a orina de zorrino, o añaz, en quechua, como nosotros lo conocemos, hecho inadvertido para la querencia urbana, pero que, para el hombre andino del campo y sus creencias ancestrales, significaba el trágico anuncio de algún acontecimiento adverso, desfavorable y doloroso en el actuar humano. No olvidemos que Chiquián geográficamente es una meseta protegida por la cadena de sus colosos cerros como Caranca, Jaracoto y Capilla Punta, por un extremo y por otro, una configuración de lomadas de aspecto propiamente chacarero que se van confundiendo en su descenso territorial, a constituirse en el paisaje urbano de la ciudad, que en el mes del mayo otoñal se cubre de verdor dando auspicio a lo silvestre, como habría ocurrido con el curioso añas, que con sigilo se introdujo a la ciudad buscando un reducto para lo que dejó, su orina, dando pie a creencias, presagios y malos entendidos. Se tiene en cuenta en esta disquisición, para afirmar que hay estudios científicos en el ámbito del comportamiento animal, que revelan que muchas especies experimentan y perciben su entorno, anticipándose a desastres y perturbaciones de las fuerzas de la naturaleza.
Como se ve, fue una mañana llena de algarabía y sortilegios, circunstancia que prometía extenderse hasta agotar el domingo 31, para que superando la noche reparadora nos transportáramos a la mañana del primer día lunes de junio, otro escenario por cierto, que se iniciaría con el ajetreo bullicioso del ir y venir de estudiantes de todas las edades, grados y niveles de estudios, convocados como estaban por la campana de Martín, el campanero de la Pre -vocacional, prestos y presurosos a ocupar sus carpetas para proseguir con las lecciones rutinarias del quehacer escolar. Lo que no fue así, porque todo se aquietó con la catástrofe del día anterior: El sismo de Áncash del 31 de mayo de 1970.
Una información periodística narra los hechos de la siguiente manera: “A las 3:23 p.m. se produjo el sismo más destructivo de la historia del Perú, no solo por la magnitud sino también por la cantidad de pérdidas humanas que afectó la región ancashina y varias provincias de los departamentos de Huánuco, de Lima y La Libertad, dañando
una extensa área de aproximadamente de 450 Km. de longitud y 200 Km. de la costa y sierra peruana. A raíz de esta catástrofe el gobierno del Perú fundó el Instituto Nacional de Defensa Civil, el cual, además de preparar a la población acerca del actuar durante un terremoto, conmemora el 31 de mayo con un simulacro de sismo a nivel nacional. La zona andina siguiente al callejón de Huaylas, conocida como Conchucos quedó con daño moderado debido a la gran cantidad de energía sísmica que absorbió el macizo de la Cordillera Blanca una barrera natural que divide el callejón de Huaylas de la sierra oriental de Áncash, aun así, muchas de las construcciones quedaron inhabitables, y decenas de personas murieron mientras se encontraban laborando en áreas agrícolas debido a derrumbes en los cerros contiguos. La zona quedó aislada del resto del país”. (Fuente: Wikipedia).
Lo no esperado e inadvertido sucedió ese día a las 3:23 p.m., que en medio de esa cotidianeidad ya en marcha, se tuvo que virar brusca y trágicamente hacia un espectro horrible y horroroso, cuando una violenta sacudida telúrica nos coloca a lidiar con la fuerza natural, exponiéndonos indefensos y desprevenidos a soportar los embates del sismo de 7.8 grados de intensidad en la escala de Richter. A partir de ese momento Chiquián y su gente responde de otra forma, al compás de los acontecimientos determinados por la naturaleza y los condicionamientos sociales que de ella devienen.
Una breve incursión de los acontecimientos vividos se describe desde sus inicios, cuando en medio de la desesperación y el aturdimiento generalizado de la gente, se observa que instintivamente optan por buscar un lugar seguro donde guarecerse. En tanto que el efecto devastador del fenómeno telúrico genera una y otras formas de destrucción, de lo que se ve a primera vista en la ciudad, que son derrumbes por doquier, casas caídas y cuando no, rajaduras en sus estructuras dejándolas inhabitables, tejados desprendidos obstruyendo las arterias, los servicios de luz y agua colapsados, dejando la ciudad en un estado ruinoso y destartalado, por decir así. Desde la perspectiva del campo, ver otro panorama de destrucción, no solo percibidas por el hombre del campo, sino el reaccionar desesperado de los animales. Mencionar, por ejemplo, de lo que vi a mi rededor y el entorno inmediato del ámbito natural, el desprendimiento de rocas de los cerros aledaños, que eran galgas que rodaban precipitadamente por la pendiente, de tumbo en tumbo, con
la amenaza inminente de ser impactados por desprevenidos, produciendo mayores desgracias de las que ya se presentaban. De observar, el comportamiento inusual de los animales domésticos entumecidos en su espanto; del mugir desesperado de las vacas, el relincho encabritado de los caballos, queriendo saltar los cercos de los potreros; en fin, un panorama dantesco, desolador y totalmente caótico que vivió Chiquián en esta catástrofe. Calmado el momento después de aproximadamente dos minutos que duró el terremoto, se observa el azorado y desenfrenado ir y venir de la gente, dando gritos de auxilio de todos lados, muchas veces con signos de arrebato; el querer ordenar lo no ordenado, tratando en lo posible calmar lo incalmable; en fin, conductas perturbadas, cuyas repercusiones tendrían sus efectos más adelante en lo psíquico, moral y social de la población. Chiquián, ciudad destruida y sus habitantes confusos y desesperados, al ver que sus casas y pertenencias son insalvables, optarán por acobijarse de algún modo, buscando espacios donde agolparse, improvisando carpas para pasar la noche, no solo para guarecerse de las bajas temperaturas estacionales, sino seguir protegiéndose de las fuertes y continuadas réplicas de las ondas sísmicas, que eran desesperantes a lo largo de los días siguientes, cada vez interminables y tortuosos. Uno de esos espacios de refugio fue la Plaza de Armas, donde se instalaron muchas familias damnificadas, constituyéndose así, en un agrupamiento humano indiviso, de una comunidad temporal, adecuada a las circunstancias de una convivencia digna de recordar. Un manto denso de polvo negruzco enlutaba el paisaje chiquianesco y su contorno, dando crédito del desastre que la naturaleza otorga y la expresión de la miseria humana en sus dimensiones de angustia e incertidumbre.
Este corpus del recuerdo se lo dedico a mis padres fallecidos, que desde su mundo insondable me envían su mensaje como el soporte de lo dicho y expresado en este testimonio de parte, a mis hermanos Lucho y Helen que ya no están, pero que estuvieron en ese fatídico terremoto de hace 50 años. A mi hermana Alicha, a la distancia, que en esos momentos estuvo sirviendo la pachamanca que quedó humeante. A la memoria de los más de 70,000 caídos del departamento de Áncash. A mi amigo de promoción, Rubén Robles Moreno, con quién compartimos la carpa del refugio, diseñado, construido e instalado por él mismo en la Plaza de Armas, en sus afanes geométricos e infinitesimales por el tiempo y el recuerdo.