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Angélica Aranguren Paz

Testimonio del terremoto de Áncash - 1970

Angélica Aranguren Paz 60

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Fue la tarde del Mundial de Fútbol de México 1970. Perú estaba en el campo de juego, la hinchada arremolinada en familia y amigos miraba el Partido en la pantalla de televisión.

De pronto comenzó a temblar el suelo y al no calmar el sismo se optó por salir. Se creyó que el epicentro era Lima, movimiento interminable, luego se cayó la luz, la televisión y el símbolo de la noticia minuto a minuto “Radio Reloj”. No se sabía nada. El silencio duró unos tres días, las primeras noticias señalaban un muerto en un barco del Callao y una abuela con su nieta que las había aplastado una pared en Chorrillos.

Avanzaron las horas y se comunicó que habría muchos muertos en el Pto. de Chimbote y que el epicentro sería en Ancash. Se calculaban unos 1500 muertos.

Se abrieron inscripciones en el Ministerio de Vivienda para ir como voluntarios en apoyo de los damnificados. Nos inscribimos muchísimos universitarios. Me tocó un grupo de nueve en que habíamos 05 de UNMSM.

Partimos rumbo a Chimbote con un ingeniero responsable del grupo en una Van. Nuestra misión era vacunar, censar y transportar medicamentos a la zona de emergencia. Llegados a Chimbote estuvimos bajo las órdenes de CRYRSA dirigido por el Cmdte. Blanco de la Marina de Guerra del Perú.

Nos alojamos en un corralón de compostura de carros con esteras en el piso para dormir y cuatro palos con techo de esteras ubicado en la

60 Angélica Aranguren Paz. Nacida en Nazca, Ica. Licenciada y doctora en antropología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde ejerce la docencia por más de 40 años. Dedicada a la investigación y divulgación.

1970 La hecatombe de Áncash 389

Av. Bolognesi. Era de noche y lo más notorio era el intenso olor de muerte y sangre que emanaba de la ciudad.

Al amanecerse nos distribuyeron en grupos de tres para subir al cerro y censar a los sobrevivientes. En Lima se nos había entrenado para potabilizar el agua y cómo poner vacunas. Lo primero que observé es que la Carretera Panamericana tenía una gran brecha longitudinal con un desnivel de más o menos metro y medio ancho y alto formando una zanja que no podíamos saltar teníamos que remontar varias cuadras para cruzar.

Debíamos subir a los cerros del frente de la ciudad que habían sido tugurizados por la gran migración que constituía la mayor población del Perú por el boom de la explotación de la harina de pescado.

Nuestras primeras constataciones:

1. Las casas de los cerros habían volado a la costa, de tal suerte que una pintada de lila, inusual color, había desparramado sus paredes en la Carretera Panamericana a cuatro cuadras de sus cimientos, donde el zócalo mostraba su emplazamiento como el de decenas de ellas. 2. Al sur de la ciudad aparecieron geiseres con borbotones de aguas calientes y humeantes. 3. Cerca de la Playa había una urbanización que tenía muchas viviendas al parecer intactas, tras el terremoto. Al acercarnos constatamos que el suelo y el techo estaban pegados, y había aflorado agua que en los espacios visibles llegaba a más de un metro de altura. 4. Caminando por las calles se observaba que los techos de las azoteas estaban a ras de la pista, se las había chupado la tierra. 5. Los edificios de cuatro o más pisos totalmente quebrados y derrumbados tenían sus escaleras y los baños en buen estado. 6. Hicimos el Censo de Chimbote entre todos los grupos dando el resultado de tres mil muertos. 7. Finalmente, se nos citó al Estadio y Coliseo para tomar un helicóptero Guam e ir a la Cordillera Negra. Se canceló el viaje y lo debíamos hacer a pie. En el Estadio observamos una construcción que parecía un plato invertido, una cúpula pegada al piso, cuando preguntamos nos enteramos que era el techo del Coliseo y se lo había chupado la tierra con todo el público asistente al espectáculo,

que los artistas se salvaron por haber terminado su presentación y estaban en el camerino lateral decían que entre ellos estaba Maritza

Rodríguez. Estábamos impactados. 8. Regresamos al corralón y debíamos partir al día siguiente vía Jimbe hacia la Cordillera Negra. 9. Las réplicas eran fortísimas. Llegamos a Jimbe y de allí partimos sin el Ingeniero. Comenzamos el ascenso por un camino destrozado con tramos de herradura. Nos dieron de fiambre galletas de la

NASA (que eran las mismas que comían los astronautas) con forma de una cajita de fósforos, insípidas, y unas latas de conserva de carne de res donadas por un país nórdico como de 300 gramos cada una que no nos duraron mucho. Cada uno de nosotros debía portar una botella de litro para potabilizar agua. La única que llevó fui yo, por lo que potabilizaba todo tipo de agua por veinte minutos y la compartíamos entre todos. Tomamos agua hasta de lavado de ropa. 10. En marcha de subida portábamos maletines de dos asas con nuestros efectos personales, muy incómodos, una bolsa de dormir y una casaca impermeable. 11. Mientras nosotros subíamos la gente bajaba de la sierra en un verdadero aluvión. Sus miradas eran como extraviadas y casi no portaban equipaje, con zapatos rotos, descalzos, estaban tal cual los sorprendió el terremoto. La cordillera seguía temblando caían cascadas de piedras de tamaño de cuartos y lluvia de cascajos. En algunos momentos pensé que quedaríamos muertos aplastados en el camino. 12. Los árboles con copas de casi 10 m o más de diámetro, habían reventado por los aires, quedando de cabeza y las raíces expuestas eran tres veces más grandes que la copa. 13. En la ruta cruzamos muchos pueblitos casi totalmente deshabitados. Preguntábamos y seguíamos subiendo. Doblamos tres veces La cresta de tres contrafuertes andinos. 14. En línea paralela pudimos observar a la distancia unos fierros altos como rueda “Chicago”, en olas que habían subido y bajado. Nos respondieron unos peatones que eran los rieles del tren de

Huallanca. 15. Oscurecía y un compañero presentó taquicardias, mientras seguíamos una línea blanquecina del camino de herradura. Decidí adelantarme para encontrar un sitio seguro para dormir sin desbarrancarnos; buscar una explanada y arbustos de contención, de pronto caí, el camino me trago hasta la cintura en una grieta que

no se lograba ver. Con gran susto me senté a esperar a mis compañeros para que no se accidenten. 16. Cada día creíamos que llegábamos al destino, nos decían “en esa curva” “a la vuelta de la cumbre” etc. Ya no teníamos alimentos y algunos pobladores que abandonaban la sierra rumbo a Chimbote para no volver, llevaban de fiambre mandarinas y limones que generosamente nos regalaban. La arritmia del compañero la íbamos curando con cáscara de mandarina por concejo de los que se iban a la ciudad. 17. También conocimos a un extraño personaje, hombre alto con una cola trenzada que pasaba su cintura, parecida a la de los culís chinos, vestido de mujer con pollera hasta el pie, jalaba un caballo que transportaba a su mujer, rumbo a Chimbote. Los conocidos nos contaron que la leva era tan brutal, que su madre lo vistió de mujer para evitar que los soldados se lo lleven al cuartel a cumplir el servicio militar obligatorio. Y nunca desde allí se ha vestido de hombre (recordaba a los wititi del Callejón del Colca en Arequipa). 18. Seguíamos subiendo y bajado a veces a ras de la Cordillera nevada (4600 msnm). En una de esas amanecidas, de pronto, nos dimos con una extraña niebla azul hacia el fondo de la quebrada que debíamos bajar. Pensé que era una laguna después de la última cresta de la cordillera era impactante, como un profundo abismo sin fondo. De pronto esta extraña niebla azul nos tragó, no había marcha atrás, por allí llegamos al Fundo Ihuaín. Todas las construcciones se habían caído, y la hacendada y sus trabajadores estaban refugiados junto a troncos y toldos improvisados a la orilla del río. Pernoctamos allí, vacunamos a los sobrevivientes, y nos invitaron un almuerzo de cuy guisado con trigo fuerte y achiote, que sigue siendo el mejor cuy que he comido en mi vida. Cuando nos fuimos, la señora fue tan generosa que me regaló todas las plumas de un pavo real. Tenía varios animales sueltos y ninguno se iba. El misterio de la niebla azul no era otra cosa que el polvo suspendido desde el día del terremoto. Había unos diez a doce sobrevivientes. Constatábamos con el último censo y la baja era de un 80%. 19. Partimos a Macate, la población concentrada más grande de la zona encontrando una catástrofe total. Quedaban unos quince pobladores y un sanitario de la Posta médica, lo demás era desolación y muerte. La infraestructura muy colapsada. Nuestro techo fue una mesa muy grade y tomamos el tablero como techo para protegernos de la intemperie, polvo y pájaros. Encontramos

un herido grave con una pierna hinchada desde la ingle a la punta de los pies, muy hinchado. Pensé que ya tenía gangrena por el color de la pierna. Era el momento de sacar las medicinas que portábamos y hacer entrega al único entendido en salud en todo el camino. Todos habíamos portado antibióticos, (suero fisiológico y penicilina sódica); unos antibióticos listos con jeringas incorporadas. Fue muy difícil trasladarlos sin quebrar las medicinas donación de los Laboratorios de la época. 20.Cuando el Sanitario abrió las cajas buscando la medicina para aplicar al herido, fue indignante constatar que el cien por ciento de los remedios estaban pasados. El líquido del antibiótico parecía yogourth. Era un crímen y una estafa, pues el Gobierno les había dado regalías y los había liberado de ciertas cargas tributarias a los laboratorios por su donación. Nosotros sacrificamos equipaje para portarlos y fue doloroso constatar que nada servía. Pastillas para dolor, cajas selladas, etc. Nada era confiable y nos jugamos el pellejo llevando peso extra ascendiendo la cordillera. Era una burla a la vida y un crímen. Los denunciamos porque todos presentamos un informe al final del viaje de “socorro” de los laboratorios implicados. No pasó nada, era una finta de ayuda a poblaciones serranas “descartables”. 21. Trabajamos vacunando y contabilizando a los sobrevivientes. Se nos comunicó que cruzaríamos un río en una “oroya” o teleférico doméstico y llegaríamos a un pueblito donde nos recogería un helicóptero. El cruce era tan riesgoso que decidimos regresar a pie por el camino que nos había hecho cruzar la Cordillera de Los

Andes y doblar tres veces la cresta de sus contrafuertes. 22.En Chimbote estuvimos unos días más antes de volver a Lima. Las réplicas seguían siendo muy fuertes. Tuvimos una reunión general, supimos que un grupo de la Universidad Agraria había contraído tifoidea y hubo dos muertos socorristas. Nos enteramos de que

Cuba había donado dos barcos de calzados; que Chile había donado dos barcos de pollos Legorth (allï le tomamos el gusto); que trabajadores corruptos de CRYRSA habían robado un cuarto lleno de frazadas, y víveres de Europa. Etc. Se nos dio una cena en un edificio que estaba quebrado pero parado. El comandante Blanco nos agradeció y nos informó que el balance general de los muertos era de 70 000 personas. La secuela y el estrés post terremoto tuvo diversos costos para los socorristas. Nuestra vida cambió radicalmente para todos. Nunca olvidaré esta tragedia que nos golpeó al Perú el 31 de mayo de 1970.

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