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Manuel Valladares Quijano
Al amanecer el día siguiente
Manuel Valladares Quijano 64
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Luego del violento paso del aluvión que en unos instantes sepultó Yungay, solo quedaron en pie unas cuantas palmeras allí donde se encontraba la plaza de Armas de la ciudad. Es lo que pudieron ver los pocos sobrevivientes al amanecer el siguiente día. Algunos de ellos, como nuestro amigo de Ranrahirca Glicerio Flores, nuestra compañera de estudios Carmen Giraldo y unas 40 o 50 personas más, vieron apenas las copas de esas palmeras desde la cúspide del cementerio de Huansacay y a los pies de la gigantesca estatua de Cristo donde habían podido refugiarse en las últimas fracciones de segundo que les quedaban para salvar sus vidas. Los sobrevivientes de Aurircán y Aura que se juntaban para interrogarse casi en silencio sobre todo aquello que había dejado de existir, solo pudieron mirar enmudecidos ue quedaban esos únicos rastros de la ciudad. Otros, lograron verlos desde lugares cercanos al estadio o desde las chacras y pircas de Pashulpampa, Pámpac, Lucmapampa, Huantucán o desde los últimos rincones de Runtu; algunos de los sobrevivientes fueron la profesora Graciela Ángeles de Olivera y su hijo Calolo; también, parte de los chicos y chicas que habían ido al circo instalado en el estadio. Los Yungay en la memoria 61 sobrevivientes de Cochahuaín, barrio aún semi-rural al oeste de la ciudad e increíblemente perdonado por la violenta fuerza de la naturaleza, no terminaban de salir de su asombro al haber sobrevivido casi al borde mismo del paso del aluvión, cuando dirigían la mirada hacia el corazón de Yungay no encontraban sino ausencia de todo; entre los que salvaron sus vidas en esa zona estuvieron los esposos Nehemías Vergara y Digna Huincho con su tierno hijo en los brazos, Magna Rosa Osorio con su madre y hermanos, Bertha Oliveros con su esposo Eduardo y casi todos sus hijos, Ricardo Mejía con su esposa y sus hijos, don Claudio Ramos y sus vecinos, don Justiniano Ayala y su familia, don Alfredo Blanco y su familia, Washi Roca con su esposa y algunos de sus hijos. Otros y otros, entre solitarios y dispersos, caminando sin rumbo por las diferentes orillas del sepulcral silencio y el dolor, miraban lo inexistente sin poder comprender la magnitud de lo ocurrido. Finalmente, aquellos que
64 Manuel Valladares Quijano. Nació en Yungay. Con estudios profesionales en sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde ejerce la docencia. Autor de muchas publicaciones como el libro.
1970 La hecatombe de Áncash 412
provenían de lo que quedaba de Huarascucho y Ranrahirca o desde Mancos, Caya y Chuquibamba, buscando conocer la real dimensión de la verdad del silencio y de las ausencias, descubrieron que aparte de las cuatro inermes palmeras no quedaba en dirección alguna ningún rincón para sus recuerdos.
Varios amigos yungaínos que por diferentes razones se encontraban entre Ranrahirca y Mancos en los instantes del terremoto y el aluvión, lograron salvar sus vidas. Entre ellos estaban Gilberto Jaramillo (Chepo), Aldo Barahona, Sergio Vergara, Jaime Fuentes, Ernesto Osorio y Enrique Parédez Vergara. En las horas siguientes a la tragedia, ellos y los moradores de lo poco que quedaba de Ranrahirca se encontraron al borde mismo del paso del aluvión; mirando a la distancia no pudieron ver sino montañas de lodo, nieve y piedras. Hicieron planes para salir al amanecer el siguiente día con dirección a Yungay, con la 62 Manuel Valladares Quijano esperanza de encontrar todavía vivos a sus familiares, vecinos y amigos; pasaron la noche casi sin dormir, porque no podían concebir la desaparición de su pueblo y su gente y, además, porque la tierra seguía temblando a cada rato. Llegada la hora de salir a su imaginado destino, desafiando el poder de la naturaleza, descubrieron que era imposible caminar por sobre el lodo y el agua; decidieron esperar que el agua pudiera bajar lo suficiente y mientras tanto se prepararon mejor, buscando palos, tablas y sogas para ayudarse en el difícil trayecto. Al amanecer el martes 2 de junio, a las 6 am., pudieron iniciar la tan complicada y peligrosa aventura y, al cabo de seis o siete horas o más, estaban llegando al lugar denominado Aura, pedazo de tierra con sus viviendas y sus chacras que fue perdonado al precipitarse parte de la masa aluviónica sobre la ciudad. Quiero recordar dos cuestiones: primero, la faja de tierra formada de arriba hacia abajo por Aurircán y Aura, quedó encerrada y a salvo entre las dos trayectorias del aluvión, la de Ranrahirca y la de Yungay; segundo, caminando de sur a norte, es decir, desde Huaraz, Carhuaz, Mancos y Ranrahirca, Aura era la entrada a la ciudad. Los valerosos seis amigos, entre los cuales quizás el más joven era Enrique Parédez Vergara, fueron pues los primeros seres humanos que se atrevieron a realizar esa difícil travesía hacia el lugar donde por más de cuatro siglos había estado asentada la hermosa ciudad de Yungay y donde ahora solo quedaban cuatro palmeras.
Yungay en la memoria 2010. Manuel Valladares Quijano