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Abdón Figueroa Morales
Víspera y barrunto
Abdón Rufino Figueroa Morales 71
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Un día común, un día igual al anterior, un día igual al que viene. El mismo Sol, el mismo aire, la misma gente que va y viene para el desayuno cotidiano con sus panes en canasta o limpio mantel. El mismo café, el mismo cedrón, las mismas tazas designadas, la misma rutina; las mismas oraciones, los mismos saludos en las mismas andariegas calles, la misma hermosura en todo su esplendor.
“Es un rico sonido de pueblerinos pasos que riman y no riman cuando los andantes intentan con llanques o tacones sobre la alfombra de piedras andar” Y todos los pies de toda esa gente recorrieron todas esas calles sin saber que tal vez sería por última vez. Mañana será otro día, pero hoy la gente está ocupada en sus quehaceres… que el mercado, que limpiar la casa, que dar de comer a los animales, que lavar la ropa, que visitar a la comadre, a los suegros… en fin.
El Sol de vertical sobre las cabezas de la gente y sobre las palmeras de la Plaza, algunos en las bancas con sus helados “Niza” o “Blancanieves” en la mano, otros entrando y saliendo de la Iglesia, las negociantes volviendo a sus estancias con sus canastas y llicllas vacías, hermanos de la Jalca arreando sus burros con dirección al Estadio para tomar el camino de herradura, más campesinos con sus burros subiendo Cruzcucho, otros van hacia Aura y la Guanera y los citadinos alistando las mesas para almorzar todos juntos como siempre.
Un día común, un día cualquiera… quien supiera lo que mañana ha de venir. El viento está inquieto, está raro; las palmeras se hamacan como
71 Abdón Rufino Figueroa Morales. Natural de Yungay. Narrador, poeta, escritor. Dedicado a resaltar las bondades de su terruño como de los pueblos del Callejón de Huaylas.
1970 La hecatombe de Áncash 457
queriendo darse cabezazos entre sí, se arremolina el aire en las esquinas de las calles, polvo y papeles por los aires, no sé, qué va a pasar, antes nunca se ha visto esto, la gente anda con un nudo en la garganta, pero no dice nada, es que no puede decir nada, esto es horrendo. Se va el Sol anaranjando anunciando la muerte del día, como de costumbre la gente por la plaza se pasea asentando la cena y hablando de sus cosas; proyectando para mañana, para el mes siguiente los asuntos que les conciernen, que mi hijo el mayor viajó al extranjero, que mañana es santo de mi comadre, que estoy vendiendo mi chacra, que la cosecha no me salió tan buena, que se casa la hija de fulana tras siete años de noviazgo, que ya hice mi masa para hacer pan mañana, que el muchacho tal se quiso propasar con tal chica, que fulana no sale por que se ha confesado y mañana comulga, que mañana llega mi madre de Lima, que nuestro amigo fulanito está malito y hay que visitarlo, que tales fulanitas han discutido y no se hablan, que a don fulano lo han visto saliendo de tal casa por la madrugada, que mañana es domingo y hay que ir a misa.
Pero algo está mal, algo está diferente, hasta la orquesta que está tocando en el Concejo se escucha débil y tristona, la Luna está oscura, opaca; los pajaritos no duermen, mas al contrario al son de un gorjeo loco, vuelan en la oscuridad cambiando de palmera a cada rato y chocándose entre ellas, las rosas todas están gachas, los faros de la Plaza parecen que están llorando y los pasos de la gente poco a poco se van distanciando … alejando … apagando…. como sollozando. La Plaza, la calle Comercio, ¡se van quedando… se están quedando! Es de noche, la gente ya no quiere caminar la gente ya no piensa en la vida, la fatiga se ha quedado dormida y el amor, el amor se ha puesto a llorar.
¡Ay dónde está aquel visionario, que oliendo los vientos pueda decirme sin remilgos lo que ha de pasar mañana! ¡Quien tiene la clave para detener esto, si es que lo que viene no es conveniente! ¡Y si es que es bueno para la gente, pues que suceda sin miramientos! Que se muestren los elementos para que la angustia que secuestra y se mofa
de la ciudad, no corroa los cimientos de la humana fe que se eleva a los firmamentos.
Mañana será otro día, pero hoy… hoy estuvo horrendo. No encaja la bella rutina urbana; no encaja la fantasía de su realidad divina. La realidad de su fantasía no combina con la leyenda que ostentó desde siempre, desde tiempos inmemoriales, desde que Dios la dibujó.
Qué está pasando!.. ¡Qué es lo que viene!, parece que cien mil bestias van a salir no sé de dónde y van a devorarlo todo. Se presiente una hecatombe, se presiente la muerte!, se siente frío en la espalda y temblores en las corvas, el Huascarán sabe algo , los últimos andantes de la noche se abrazan como nunca, los perros aúllan a lo lejos, el Huascarán sabe algo, la noche en su apogeo despide a la Luna por los lomos de la Cordillera Negra, pronto estará todo en silencio, todo será como un desierto, pronto todos los ayes se apagarán bajo las piedras …. Y el Huascarán sabe algo… el Huascarán sabe algo.
“Pero sin embargo ya no pienso en la quimera, yo solo me hago cargo de que Dios puede matar a cualquiera”. “Las lágrimas de mi cara se secaron, mi frente entre mis rodillas suspira, el llanto ya no tiene fuerzas para seguir llorando y solo espera que la ciudad nunca más, pero nunca más se quede inerte y fría.
Y se fue el día, se fue el sábado 30 envolviendo celosamente los misterios que ocurrirán mañana. ¿Por qué no te volvieron humano y te dieron el don de hablar, para que avises a la gente de la macabra fiesta que se avecinaba? ¿Por qué no amarraste al Sol en el medio del día, sobre las palmeras o dejaste suspendida a la Luna sobre Quillo o en los lomos de la cordillera negra para siempre, para que no llegara el Domingo? ¿Por qué te dejaste morir y permitiste que llegara el día siguiente?
La eternidad debió estancarse, pero no se estancó, el espacio y el tiempo debieron detenerse, pero no se detuvieron, el mañana pudo
esperarse, pero no esperó nada. Y al día siguiente, bajaron de las montañas las cien mil bestias a tragarse todo, dicen que las casas se derretían como azúcar, que las piedras rodaban como alfajores, que la Iglesia reventaba de gente, que miles de cuerpos fueron desmembrados, que miles más no alcanzaron el abrazo del Cristo del Cementerio, que los que no fueron tocados deambularon perdidos, que miles de nombres fueron reclamados a las penumbras y que las penumbras en forma de muerte se quedaron con los nombres. Y ésta fue la noche más triste de la vida, noche que hasta ahora dura en el sentimiento de la gente, sentimiento de la gente que no se borrará, así venga otra vez la misma muerte.
¡Y cuántos treintas han pasado desde aquella vez! Cuántos treintas diferentes, extraños, irreconocibles. La Plaza ya no está donde estuvo, los arrieros ya no andan por las calles empedradas porque esas calles se fueron con nuestras huellas, la alcurnia y el abolengo están extintos, sus campiñas son de cemento y no hay promesa ni juramento que devuelva la belleza, la vida.
Mientras tanto,
“Inventemos algún brebaje que pueda pausar nuestras memorias y nos haga olvidar a las moiras y sus negras zarpas, que tomaron forma de bramido y barro que le robaron a nuestro coloso que dormía porque era Domingo, y envolvieron con su fúnebre manto a la gente que amamos tanto”.