![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
5 minute read
Omar Robles Torre
Algún día estaremos juntos
Para ti Leoncio Robles
Advertisement
Omar Robles Torre 68
Cuando las nubes dejaron de ser negras, una claridad dolorosa cayó en los ojos de los sobrevivientes que empezaron a verse cual vagabundos, con sus ropas raídas y sucias, clamando ayuda al primer hombre que encontraban para que los ayude a rescatar los cuerpos de sus familiares muertos.
Víctor, que había sido sorprendido por el fuerte movimiento telúrico cuando leía la cartelera en el cine, se dirigió al centro de la plaza de Armas conmovido por lo que había vivido; tenía la cabellera llena de tierra, los zapatos empolvados y los nervios muy alterados. Al momento de limpiarse, escuchó una voz a lo lejos, imaginó a una persona atrapada; recordó que unos minutos antes de llegar a la plaza había rescatado a un hombre de los escombros; siguió escuchando el auxilio, se acercó cada vez más hasta dar con la ubicación exacta del lugar donde emergía esa dolorosa voz; era de la puerta del colegio Santa Elena. Un padre de familia herido, con la ropa sucia y rastros de sangre en el rostro, suplicaba ayuda para retirar los cuerpecitos de los niños que habían sido sepultados. Víctor no dudó en ayudar al hombre; ingresó raudo al colegio, observó varios cuerpos de niños atrapados entre los enormes adobes, padres de familia escarbando la tierra como si fueran perros; ingresó un poco más al fondo y se empezó a preocupar por su madre viuda, por sus hermanos, por la señorita que vendía bolsas de papel, ¿qué estarían haciendo a estas horas de la tarde en que todos lloran por una ciudad castigada? Sus ojos hallaron a un niño aplastado entre las puertas de madera, tenía la pierna fracturada, estaba desmayado lo puso sobre sus brazos y lo llevó hasta los jardines de la plaza de Armas. Muchos padres
68 Omar Robles Torre. Natural de Huaraz. Licenciado en Periodismo, dirigió la revista Kordillera. Publicó el libro de entrevistas Mishki Rimay. Así como otros de crónicas y reportajes, poesías, relatos y cuentos. Sus artículos, crónicas y cuentos en su blog personal www.omarroblestorre.blogspot.com– Escribir para Vivir.
1970 La hecatombe de Áncash 432
lloraban al ver a sus hijos muertos, hincados de dolor con sus rostros desencajados. Se fue alejando de toda esa escena, triste, muy triste y con la ropa raída y sucia; vio caer algunos pedazos de concreto del frontis de la catedral, pensaba en su familia. Subió por el jirón Simón Bolívar, las casas estaban derruidas cual castillos de naipes, todas en el suelo; parecía una ciudad bombardeada con mucha gente muerta debajo de sus adobes; pensó que quizá él también estaba muerto porque no sentía el peso de su cuerpo; al caminar, su sombra no se reflejaba; no le importó en ese momento, siguió avanzando.
Cuando el reloj marcaba las 3 y 25 de la tarde de aquel domingo de mayo sintió que de la tierra algo se levantaba, su cuerpo empezó a tambalearse, perdía el control, se movía y caía todo, levantó la mirada y el cielo que era azul se volvió negro intenso, negro de luto; un susto que jamás había sentido en su vida se apoderó de su cuerpo, permaneció tieso, esperó que el terrible instante pasara, pensó en correr, alejarse de todos e ir a su casa, pero una fuerza extraña lo detenía. Otras personas como él, que observaban la cartelera, salieron raudas, unos pasos más adelante fueron impactadas por las tejas que habían salido disparadas por los aires. Víctor se quedó mirando cada escena como si estuviera frente a una pantalla de cine. Luego de la conmoción, del frenético movimiento, el cielo se aclaró y la tristeza que solo era una palabra hueca en ese momento se materializó en una ruptura del corazón, en una muerte prematura, en llantos crujientes, amigos muertos, familiares muertos; cada uno de nosotros sin vida; la tristeza sin la vida no significaba nada. Víctor comprendió que debía levantarse para ir tras el encuentro de los seres que amaba, pero una voz dentro del cine clamaba ayuda.
–¡Auxilio, auxilio! ¡Ayuda, por favor!
Ingresó sin presagiar que en aquel salón no solo iba a hallar un cuerpo sepultado, sino también dos niños aplastados por unos tablones; tembló de miedo, fue hacia la voz del hombre que pedía ayuda y lo jaló de las manos desenterrándolo completamente de los escombros, llevándolo hacia el umbral del cine.
Mientras caminaba hacia su casa no dejaba de ver personas clamando ayuda, en ese trance halló a una anciana; trató de rescatarla de unos pesados adobes, pero no pudo mover ni uno solo pese a que hacía todos los esfuerzos para lograrlo; en ese instante comprobó que estaba muerto. ¿Dónde se produjo el lamentable hecho? No recordaba nada. Solo pensaba en su familia.
Siguió avanzando. Entre medio de todo el dolor recordó a la vendedora de bolsas de papel; un día antes hablaron, vivía cerca de su casa; quería contarle a su amigo Nancho que se estaba enamorando; iba a pedirle consejo de cómo llevarle serenata; en ese trance fue que se quedó en el cine por curioso.
Necesitaba con urgencia saber cómo estaban su madre y sus hermanos; no quería distraerse en las escenas de sufrimiento que encontraba en cada esquina, quería tenerlos a su lado, abrazarlos fuerte, lo más fuerte posible; pero esto era difícil ahora en que solo era un espíritu pensativo caminando en el aire por una ciudad derruida y con ríos de lágrimas.
Al llegar a su vivienda vio los cuerpos de su madre y sus hermanos atrapados por una enorme pared, clamando ayuda; no sabía qué hacer, maldijo su muerte, se arrepintió de haber rescatado al señor en el cine o al niño en el colegio. Llegué tarde, pensó. Entonces vio a la vendedora de bolsas acercarse a su derruida vivienda, había escuchado los gritos; se alegró cuando la vio ir en busca de ayuda. Un joven socorrió a su madre y sus hermanos, los vio salir vivos, empolvados, con susto, pero vivos; sus buenas acciones se recompensaron. Lloró desconsoladamente. Al momento de limpiarse los ojos una imagen apareció en su mente, su cuerpo inerte frente a la catedral.