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La primera República, Pablo Macera

Capítulo IV:

La joven República de la Independencia a la Guerra con Chile

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“El Plan del Perú”, Los Ideólogos, Colección Documental para la Independencia del Perú. Lima: 1971. Extractos seleccionados, págs. 369-371, 375-377, 397-398.

Discurso quinto: leyes fundamentales que convienen al Perú

Manuel Lorenzo de Vidaurre

(Lima 1773-1841)

Gran jurista y uno de los más controvertidos intelectuales de su tiempo. Tuvo la osadía de escribir un libro que contradecía sus propias ideas: Vidaurre contra Vidaurre.

El pueblo debe ser instruido de lo que constituye la libertad.

i un viajero anunciase el descubrimiento de un país feliz, donde el Sol despidiendo sus rayos de un modo suave y benigno, diese a la Tierra un calor moderado sin los ardientes rigores del estío; donde el templado céfiro soplase sin intervalo, vivificando hombres, aves, bestias, árboles y plantas; donde se recogiesen los mismos frutos de continuo, y los campos presentasen una extendida alfombra de matizadas y aromáticas flores, donde corriendo los ríos en concertados cauces, hiciesen un ruido apacible, semejante al sueño del justo; donde los montes presentasen caza abundante, los llanos espigas copiosas, las costas serenas delicada pesca; donde las mujeres fuesen tan bellas como las circasianas, tan virtuosas y modestas como las cuákeras; donde los habitantes sensibles y hospitalarios saliesen a recibir a los extranjeros, con la amable emulación de admitirlos en sus casas, y hacerlos partícipes de los abundantes bienes, con que los enriqueció la naturaleza, donde las alabanzas al unigénito de Dios en los templos, acompañadas de una deliciosa música, retratasen el carácter de paz y tolerancia de nuestro Jesús adorado; donde no hubiesen leyes escritas, sino santas costumbres; donde no se oyese el nombre de magistrados ni médicos, por no conocerse ni las enfermedades del cuerpo, ni los vicios del espíritu; donde no turbasen la tranquilidad el rayo, el trueno, la tempestuosa lluvia, el terremoto; donde la discordia, la envidia, los celos, las venganzas, esas tétricas hidras, jamás hubiesen asomado sus pálidos y horrorosos semblantes; todos, todos gritaríamos, enseñadnos el camino de ese verdadero paraíso, de esa comarca de placer y gloria, de ese terrestre empíreo, imagen viva de autor del Universo. Cuando en mis cuatro anteriores discursos yo os he hecho el paralelo entre la desgraciada clase de un abatido y miserable esclavo, rodeado de grillos y cadenas, sepultado en pestíferos y obscuros calabozos, asesinado en cadalsos, o expatriado en distancia de los objetos más tiernos de su amor; y la suerte próspera y dichosa del ciudadano libre, alegre en la abundancia, seguro en su domicilio y rodeado de su dilatada familia; me reconvendréis porque os hable sobre los medios de establecer un gobierno racional y justo. Creeréis tal vez que son pinturas, los que son convencimientos, o imaginaciones, las verdades más constantes, si contento con el nombre de Repú-

blica, nada os dijese sobre el modo de establecerla y perpetuarla. Tal vez me argüiriáis con lo que expuse en uno de mis entretenimientos. Roma y Grecia destrozadas en facciones, Venecia existiendo bajo el despotismo de las leyes, Génova siempre vacilante, Francia sin poder mantener por diez años el árbol que regó con la sangre de másde dos millones de sus mismos hijos. Yo no varío. En nada aprovechará la expulsión del español feroz, si no publicamos unos códigos perfectos y análogos al sistema que hemos jurado.

Debemos aspirar a la perfección de las leyes

Los derechos del hombre en sociedad son los mismos derechos que le dio la naturaleza, Para asegurar estos derechos los hombres se debían unir, y formar un cuerpo político, Las leyes no debieron ser sino la explicación del derecho natural sostenida por la fuerza común de los miembros que componen el Estado. Yo no hallo pacto social conforme al modelo primitivo que enseñó el Eterno a no excepcionar a los suizos y anglo-americanos. Tengo presentes los códigos antiguos y modernos: en todos ellos hallé usurpaciones, defectos, error, fuerza, opresión, e injusticia, Aquellas palabras de Solón, yo no doy las mejores leyes, pero sí las más adecuadas para Atenas, se tuvieron por una máxima incontrovertible y sagrada. Este es uno de los perjuicios de autoridad, que ha perjudicado más a los pueblos. Una Constitución, que necesita de varias reformas, decía M. Langriske, célebre orador de Irlanda, es un cuadro formado por diversos pintores. Cada uno tiene su idea y su gusto: no puede haber ni orden ni exactitud. La Providencia que nos organizó, de modo que deseásemos ser felices, debía poner a nuestro alcance los medios de serlo: Si el ascético lo confiesa en lo moral, no debe negarlo en lo político. Yo he formado de Dios una idea más justa: yo lo confieso bueno y omnipotente. Lejos de mí pensar que se deleita en el dolor, el tormento, la aflicción, el hambre, y la miseria de sus criaturas. Este es el carácter de un Nerón, de un Torquemada o de otro Inquisidor. El hombre es capaz de perfección en sus obras: no la suma, porque eso es reservado a la Deidad. Dios quiere que aspiremos a esa perfección, porque Dios quiere lo mejor para nosotros. No tenemos sino que seguir la voz de la naturaleza, y no separarnos un ápice de sus doctrinas. Ella dicta preceptos, que si los cumplimos, seremos sin duda dichosos. Maquiavelo creía incompatible la grandeza de una República, y su tranquilidad constituía su elevación en ser conquistadora; su opulencia en hacer muchos pueblos infelices. No presumía un gobierno sin grandes defectos. Yo lo perdono: Maquiavelo no alcanzó los efectos prodigiosos de la representación nacional: este bien nos era reservado.

Hacemos una mezcla de la aristocracia y la democracia

Lo que hay es que en el curso de un largo gobierno, como pensaba Montesquieu, se desciende al mal por una gravitación insensible, y se sube al bien con grande esfuerzo. Esto es lo que necesitamos. Envejecidos bajo una dominación despótica, retenemos infinitos hábitos de servidumbre, sin poder avenirnos con las nobles maneras de la libertad. Como los que nacieron en la miseria, y una fortuna próspera les hace mudar de estado, descubren a cada momento signos de la educación que recibieron, del mismo modo, nosotros árboles injertos hacemos sentir el gusto de dos frutos muy diversos. Yo mismo jamás fui consecuente: aborrecía a los tiranos, detesté las preocupaciones aristocráticas, escribí y declamé en favor de los derechos del hombre; pero ¡ah, cuántas conversaciones, cuántos modos, cuántos ridículos gestos en oposición con mis ideas! ¡Pensamiento sublime de Maquiavelo! El pueblo es como una bestia feroz, cuyo natural salvaje se ha suavizado en prisión y acostumbrado a la esclavitud. Si se le deja libre en los campos incapaz de procurar por sí su mantenimiento y proporcionarse un asilo, es presa del primero que quiere sujetarla de nuevo a los fierros. Esto es lo que sucede a un pueblo acostumbrado a dejarse gobernar. Esto es, diré yo, el carácter de una Nación en la que se procuró educar en la servidumbre: esto es lo que motivó el sofisma de Mabli: ¿de qué sirve la libertad al que no se halla en proporción de mantenerla?

Necesidad de la ilustración

El remedio a este mal, a este radicado mal, es la ilustración. Montesquieu y Filangieri convienen, que para las mejores leyes, es menester que los espíritus estén preparados. La necesidad es mayor, cuanto más fuertes y radicados los errores recibidos. La fuerza de las costumbres hace que se amen prácticas odiosas, decretos bárbaros, disposiciones despóticas crueles y duras. Debe anteceder el convencimiento para que se ame el nuevo sistema. Es-

te debería ser el trabajo de los dichosos genios, que abundan en el Perú en más copia, que los metales. La ocasión es dichosa. Nuestro conciudadano Sunon persigue las últimas reliquias del ejército del Rey de Persia. Nosotros los ancianos gozamos de la más perfecta paz y tranquilidad en nuestro gabinete y podemos escribir sin comprometimiento, ni temores. Yo lo hago por mi parte, aunque de un modo tan débil, que no me satisface a mí mismo. Desearía que esta empresa se tomase a cargo de otro talento feliz y proporcionado al digno objeto.

Remedio contra la aristocracia

Hagamos lo que esté de nuestra parte; pongamos en ridículo lo que antes era objeto de adoración. La locura de la caballería, era la enfermedad de toda la Europa. Los hombres de más mérito salían al campo, se desafiaban, se batían, porque se confesase la hermosura superior de sus damas. La historia presenta casos, los más extravagantes. Un español escribe El Quijote, él fue la quina contra aquella inveterada fiebre: en el momento desaparecieron los caballeros andantes. Por muchos siglos la religión sirvió de pretexto y cobertor para los designios más viles. La hipocresía tomaba la exterior forma de la virtud. Los progresos en la política se medían por el estudio de una aparente buena fe. Palabras de edificación, movimiento de ojos y de manos, indicando la resignación y la esperanza en el Ser Supremo, atraían la atención, el voto y el partido de innumerables gentes incautas. Presenta Moliere el Tartufo, y revientan todos los resortes de la máquina de la bigotería. Se abusa de la cátedra del Evangelio, esa oratoria que debía ser la más sentimental, o se abate o se profana; los textos sagrados se aplican sin criterio; las pinturas cómicas se sustituyen a los serios discursos morales; el padre Isla publica el Gerundio, y en el momento se advierte la reforma. Yo no hallo un remedio tan adecuado contra estos males, como el ridículo. Llamemos condes y marqueses a nuestros caballos y perros: sea el nombre que se les dé a los locos; en los teatros aparezcan estas góticas instituciones con el ropaje del desprecio; sustitúyanse esas palabras a las de necio y fatuo; úsense por insulto y como la mayor ofensa; a un hombre descomedido, mal educado, sin talento, llámesele Conde o Marqués. Yo aseguro que en breve no se ocurrirá a la chicanería del para continuar el inútil y aún perjudicial rango.

Yo no procedo por prevención, sino por principios. Montesquieu me enseña que el que ama la democracia ama la igualdad. Yo prescindo de teorías. Yo recuerdo con Mirabeau a los pueblos, no lo que se ha estudiado en los libros ni en las meditaciones abstractas, sino lo que él mismo ha aprobado. La libertad no es tanto el fruto de una doctrina trabada por deducciones filosóficas, como la experiencia de los días y raciocinios simples, y las consecuencias necesarias que de allí resultan. Es menester haber perdido el entendimiento, carecer de reflexiones, entregar la conciencia, romper los vínculos de la naturaleza, renunciar al pudor, endurecerse en el engaño, y privarse para siempre de todos los sentimientos naturales para hacer el menor pacto, tregua o convenio con la antigua aristocracia. Si nosotros mantenemos sus formas en un gobierno democrático, resultará lo que a un enfermo que ha sufrido una fuerte indigestión. Si su estómago no está perfectamente purificado, cualquier alimento que tome, por noble que sea, en el momento le altera y corrompe: yo no hallo entre los gobiernos simples otro peor que el aristocrático: la Polonia garantiza mi palabra. Pero el aristo-democrático me presenta mayores turbulencias, inquietudes, y anarquías. Roma fue gloriosa mientras la alta clase todo lo gobernaba y regía. Los principios de decadencia yo no los concibo como Montesquieu y Gibbon. Su plan fue alterado; desde entonces comenzó la guerra civil y la ruina. Es verdad que César y Pompeyo casi concluyen la conquista del gobierno conocido. Yo confieso el hecho, pero en él veo aquellas luces que al expirar parece que alumbran más, que en su estado perfecto. El día de las glorias de esos grandes hombres, es la víspera de la caída espantosa de la República. Si han de gobernar el pueblo los nobles, éstos siempre han de trabajar por la tiranía.

Yo no quisiera en mis discursos nombrar jamás personas, pero hay algunos casos en que es necesario e imprescindible. Torre-Tagle y Riva-Agüero, el uno pretende entregar la patria, el otro la vende. Berindoaga es el agente de la más alta traición. El vicepresidente Aliaga es un desertor, tanto más criminal, cuanto que con engaños detuvo a muchos patriotas y les impidió que en tiempo emigrasen. Fuente González admite el gobierno a nombre del Rey, y publica el bando de que se habla en mi primer discurso, Yo no he visto emigrados sino a Soria, y a don Manuel de Salazar y Baquíjano. Todos los demás títulos han quedado haciendo la corte a Rodil, menos dignos de excusa, pues tenían abundan-

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