
12 minute read
Manuel Lorenzo de Vidaurre
llamó, y bien soberana, según el uso común de la palabra. Habiendo, como hay, una oposición necesaria entre los efectos de la fuerza y los del derecho de mandar, no podía reconocer autoridad legítima, sino en aquellos á quienes se hubiese sujetado, por un acto de libre sumisión, para cumplir la ley divina que lo dispone así: y también en este sentido aunque impropio, pudo llamarse soberana. Esta especie de soberanía la reveló Nuestro Señor Jesucristo: la difundió por medio de los Apóstoles: y, con la pluma de Santo Tomas, la presentó luminosa á los hombres cuando parecía que todos la habían olvidado.
Feliz el Perú, si al declararse libre de la fuerza, hubiera tenido presente la enseñanza del Apóstol: “libertados del pecado os habéis hecho siervos de la justicia” (Rom. 6 18): pero se le hizo creer que la autoridad pública era invención suya; que podía desobedecerla y destruirla cuando le pluguiese; que su voluntad era su ley; y, si no se le anunció en términos formales que era independiente de Dios, se arregló su conducta práctica á este principio absurdo y espantoso.
Advertisement
Se autorizó de este modo la tiranía en las leyes: la rebelión en los particulares; y en los gobiernos la violencia que han necesitado emplear, para vencer la fuerza que sin cesar los empujaba. Y las revoluciones se han sucedido, bajo diferentes pretextos unas á otras, y con ellas las inquietudes, los delitos y las desgracias: y los campos y todas las fuentes de bienestar - la naturaleza entera se ha quejado del hombre, como asombrada de que él solo la perturbase en este feliz clima, lejos de prestarle su ayuda.
Oye pueblo peruano una parábola. Un poderoso se separó de sus tierras para ir á recibir un reino. Antes de separarse llamó á sus siervos y dio á cada uno una moneda; y les dijo; traficad mientras vuelvo, y partió. Y los que le aborrecían le enviaron esta embajada: no queremos que reines sobre nosotros. Y cuando volvió, después de haber recibido el reino, mandó llamar á los siervos para averiguar lo que había negociado cada uno. Al que con una moneda había ganado diez monedas, le dio potestad sobre diez ciudades y le llamó siervo bueno y fiel. Y al que había ganado cinco monedas le dio potestad sobre cinco ciudades. Mas cuando se le acercó uno que nada había ganado, dijo á los que estaban allí: quitadle la moneda y dádsela al que tiene diez monedas. Y ellos le dijeron: Señor, tiene diez monedas. Pues yo os digo, contestó, que á todo el que tuviere se le dará y tendrá más: y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene. Y á esos enemigos míos que no quisieronque reinase sobre ellos traédmelos acá y matadlos delante de mi (San Lucas c. XIX v. 12 y siguientes). Sin comentario, aunque no sin estremecimiento, presento, pueblo, á tu contemplación esta parábola. Es del que dijo: “el cielo y la tierra pasaran pero mis palabras no pasarán” (San Marcos c. 13 v. 31).
¿Qué buscamos, señores? ¿libertad? ¿la verdadera libertad? ¡Oh! Éste es un deseo santo. El primer Pontífice nos da una lección importantísima, dictada por el Divino Espíritu, para que lo realicemos. “Someteos, y esto por Dios, al gobierno; porque así es la voluntad de Dios, que os portéis como libres; y no teniendo la libertad de velo para cubrir la malicia, mas como siervos de Dios. Temed á Dios: honrad la suprema autoridad política” (San Pedro, Epístola 1a. c. II, vv. 13, 15, 16). Así asegura San Pedro la ventura pública en la libertad, y la libertad en la obediencia.
Los hombres son libres. Sí: lo son. Son libres porque están autorizados por Dios para atravesar, luchando con sus propias pasiones y con las ajenas y venciendo unas y otras, la senda que su dedo les ha trazado. Son libres, porque ninguna voluntad, ninguna suma de voluntades tiene derecho de dominarlos. Hay pues esclavitud cuando nos dominan nuestras pasiones ú otras pasiones, nuestros caprichos ú otros caprichos, mayormente si son los opresores, los insoportables caprichos de muchos en vez de la verdad eterna, de la razón de Dios que ejerce sobre sus criaturas un imperio suave y natural.
Pero como es una parte de esta verdad, una ley de Dios, que exista autoridad suprema en el estado, obedeciéndola, dentro de los límites de lo justo, solo obedecemos á Dios: somos libres. He aquí el profundo sentido en que el libertador de la humanidad, con su lenguaje siempre sencillo y siempre lleno del énfasis de Dios, nos dice: “si permaneciereis en mi palabra, seréis de veras mis discípulos: y conoceréis la verdad y la verdad os libertará. Si el hijo os ha libertado sois sin duda libres (San Juan c. VIII v. 32). Este, es el principio santo de la libertad humana que trajo Jesucristo. Esta es la luz que brilló en las tinieblas, y que las tinieblas, no comprendieron” (San Juan c. I v. 5).
Se buscó la libertad en el desorden de la revolución, cuando Dios la ha establecido en la obediencia; y se cayó en la esclavitud. Se quiso reconocer soberanía absoluta en la voluntad de los hombres, cuando Dios había dicho que él solo es el Señor, y resultó un ídolo vano. “Todos los forjadores de ídolos son nada, y las cosas que más aman no les aprovecharán. Ellos mismos, para confusión suya son testigos” (Jerem. c. 44 v. 9).
Los ídolos de que habla aquí Jeremías escapan del fuego, porque son trabajados con la leña que sobra en el hogar: pero este otro ídolo es adorado para arrojarlo al fuego, sin que su falsa divinidad pueda levantarlo de las llamas.
El pueblo no puede libertarse de las desventuras en que lo precipitan sus más crueles enemigos, sus aduladores: no puede establecerse la paz y la armonía social, sin una autoridad que obligue al ciudadano en lo íntimo de su conciencia, de la que se sienta realmente súbdito y de quien tenga una dependencia necesaria: y esta autoridad es solo la de Dios, soberano del universo.
En el hombre sólo se puede respetar pues la autoridad que emane de Dios, como emana sin duda la de los jueces, la de los legisladores, la del jefe de cada estado. Suponiéndola emanada del pueblo, cada enemigo de Dios, quiero decir, del sosiego público, ha podido invocar el nombre del pueblo para derrocar al gobierno y el poder de las leyes; y para que la miseria, la ruina y la afrenta hayan caído sobre este desdichado pueblo. “Acuérdate de estas cosas Israel, porque siervo mío eres tú” (Is. c. 44 v. 21).
Yo te he formado. Te he regalado y embellecido con los más ricos dones de la Creación. Tus montes son de oro: y mi mano ha bendecido tus llanos. Yo te he traído á los goces sociales con la índole apacible de que te he dotado: te dí vigor con la raza española que introduje en tu seno: ennoblecí y perfeccioné tu corazón con la verdad católica; y en fin te he constituido estado independiente. ¡Perú! sé de una vez libre y feliz.
Deja el necio pensamiento de seguir tus antojos. Estudia mi voluntad en el Evangelio, en tu razón, en tus necesidades, y repele a los malvados que te digan que no es mi voluntad tu soberana para esclavizarte ellos á su corrompida voluntad.
El gobierno que te he dado te conduce con paternal fatiga, como á un convaleciente, que tiene mil deseos vagos, que no puede él mismo determinar, y cuyo alterado paladar no siente el sabor del bien. Obedécele. Obedece á las autoridades constituidas: y tiemblen ellas de no obedecerme á mí; de no respetar cada uno los linderos que la separan de las otras; y de emplear en daño de la patria el poder que han recibido para bien de ella; porque su derecho termina y su peligro comienza donde comienza su rebelión y su injusticia.
Mira Perú: mira el alto destino a que te llamo. Al débil alcance de tu ojo es una lejana constelación que te deslumbra; y si quieres examinar algún punto de ella, se te pierde en el azul misterioso de los cielos. Pero trabaja, emplea los medios que he colocado en tu seno para que hagas mi voluntad, y tu serás... lo que yo revelaré á los siglos. “Yo te he formado siervo mío eres tú Israel: no te olvides de mi”.
“Importancia y utilidad de las asociaciones”. En Educación y sociedad. Lima: INC, 1973. Extractos seleccionados, págs. 23-32.
Importancia y utilidad de las asociaciones
Francisco de Paula González Vigil
(Tacna 1792-Lima 1875).

Sacerdote liberal peruano, gran crítico de la Iglesia Católica. Fue condenado por las autoridades eclesiásticas.
1. El espíritu de asociación es característico delhombre
l espíritu de asociación es tan característico de la especie humana, que no ha podido atribuirse a ciertos animales, sino en un sentido impropio y exagerado. Sólo el hombre puede unirse a otros hombres, por el convencimiento de la utilidad que a todos resulta de formar unión; sólo en la unión pueden desarrollarse las semillas, que dormirían aisladas y morirían quizás, si la mano poderosa de la asociación no las cultivara y desenvolviera, e hiciera fructificar. Desde el niño recién nacido hasta el adulto lozano y membrudo, todos, todos sin diferencia de uno solo, necesitan el auxilio de otros, para dar energía a un propósito cualquiera yllevarlo a cabo. Cada individuo es débil, aunque no lo crea, y solamente en la asociación podrá llamarse fuerte.
2. Razones que obligaron alhombre a dejar el salvajismo
Estas razones movieron a los hombres a dejar el estado salvaje y la morada de las selvas para reunirse en sociedad civil. Robustos y forzudos varones había entre ellos, que infundiendo terror a los demás, no tenían miedo a ninguno; pero sabían que la fuerza no era un título ni para honrarlos, ni para hacer tranquilas sus vidas, y las de sus generaciones; y que su actual estado no podía proporcionarles aquellos goces, que hacen segura y cómoda la existencia, sin adivinar todavía los inmensos beneficios que la sociedad franquea, y que no pueden apreciarse ni aun conocerse, sino en su seno.
3. Ventajas de la sociedad civil
La sorpresa que experimenta el salvaje, al entrar por primera vez a una sociedad civil, podrá darnos idea de la ignorancia completa en que se hallaba acerca de los beneficios que en ella se reciben. La seguridad individual, y de sus propiedades, era sin duda el objeto que se proponía. Pero las artes y oficios para satisfacer todas las necesidades de la vida; los elementos de saber que disipan la ignorancia, desde los primeros rudimentos de la lectura y escritura hasta las ciencias más profundas; los establecimientos de beneficencia, desde aquél que recibe al niño expósito, hasta los hospitales que acogen al enfermo: éstas y otras ventajas de la sociedad civil eran cosas enteramente
desconocidas del salvaje, y de que no podía tener idea sino al tiempo de disfrutarlas. Cada paso que diera en una población arreglada, no sería para él un recuerdo doloroso de lo que había perdido, fuera de su natural apego al lugar donde nació.
4. Además de la sociedad civil, se han menester asociaciones particulares
Pero cualesquiera que sean las ventajas de la sociedad civil, no bastan ellas a satisfacer todas las necesidades del hombre, ni contentarle enteramente. A fuerza de ser generales, y multiplicadas sus atenciones, o de los que en ella están encargados de hacer sus veces y llenar sus fines, no se piensa en éste y aquél y se escapan, por decirlo así, las individualidades. Recibe al que viene, pero no le busca cuando está necesitado. Enseña buena doctrina, procura su cumplimiento; manda prestar auxilio o socorrer; y lo hace; pero las más veces con una sangre fría, que si no mengua la obra, la priva de interés, y quizá de merecimiento. En nada de esto hay culpa; porque es un defecto inherente a las generalidades: particularidades se han menester, o considerar los casos especiales, hacerse cargo del individuo, y no mirar sólo a la especie. Este es cabalmente el objeto de las asociaciones de que nos proponemos hablar.
5.Ventajas de las asociaciones particulares
Las sociedades particulares están diciendo con su propio nombre, que personas convencidas de que con sus facultades aisladas no alcanzarían a entablar y llevar adelante un propósito en el seno mismo de la sociedad civil, han convenido en reunir sus fuerzas para conseguirlo. De contado experimentan una ventaja, que por sí sola recomendaría la asociación; y es que los asociados adquieren relaciones, se conocen, se tratan, se aman. No pueden numerarse los grandes resultados que han de seguirse a este espíritu de fraternidad, alimentado con frecuentes reuniones, y oficios mutuos de benevolencia. Cuando uno sólo da, y otro sólo recibe, se establece sin duda un comercio de generosidad y gratitud, que acarreará consecuencias que pudieran con el tiempo resentir el amor propio, y no dar garantía de permanecer; pero cuando todos dan, y todos reciben, a proporción de sus talentos y facultades, hay un equilibrio conservador de la armonía entre los individuos y de la existencia de la asociación. “Tales oficios, decía Cicerón, por lo mismo de ser multiplicados y correspondidos, producen en el ánimo un sentimiento grato, que da por resultado la constancia y la firmeza quoe, mutua et grata dum sunt, firma illi devinciuntur societate”.
6. Poder de las asociaciones cuyo objeto es laudable
Y tal es el poder de la asociación que aun cuando ella tuviera un mal propósito, sería fuerte y capaz de grandes empresas y resultados. Nosotros no intentamos hablar de éstas, que por desgracia existen, sino de contraponerles otras asociaciones, que animadas de diferente espíritu, neutralicen su maléfico influjo, y lo superen, recomendándose ésta, y desacreditándose aquéllas por la comparación, a vista del objeto que cada una se haya propuesto. "Así como no hay sociedad más estimable, decía el mismo Cicerón, que la de los hombres de bien, tampoco la hay más duradera: semejantes ellos en costumbres, y unidos en amistad. No hay cosa más amable, y que más estreche, que la semejanza de costumbres en los buenos: porque dotados de los mismos deseos e inclinaciones, cada uno se complace en lo de otro, como si fuera propio; verificándose lo que decía Pitágoras, que la amistad hacía de muchas personas, una sola"
7.Las asociaciones útiles deben oponerse a las nocivas
Los que conozcan las malas tendencias de asociaciones corrompidas y corruptoras, o tienen que iniciarse en ellas, o guardar profundo y criminal silencio o que formar otras asociaciones en sentido contrario. Por grande que se crea, y en verdad sea, el influjo de un hombre, nunca bastará por sí solo a impedir que tengan efecto los esfuerzos de una asociación; como si dijéramos penetrar una fortaleza sólidamente construida, y animosamente defendida. Se necesita una suma de esfuerzos reunidos para contrarrestar a los primeros, y sobreponérseles, haciendo triunfar a la justicia, siempre bienhechora, y reprimiendo a la injusticia con su funesta comitiva de intereses privados, o de corporación.
8.Las asociaciones particulares deben auxiliar en laatención de los intereses generales
Pero cualesquiera que sean los objetos a que se , 83