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No soy un indio aculturado, José María Arguedas

de la nación y del Estado al mismo tiempo. Adiferencia de la problemática de González Prada o de los intelectuales después de la independencia, fue este doble problema, cómo construir nación y Estado, el que definió su horizonte político e intelectual.

Gran parte de estos intelectuales tuvieron más importancia en el campo de las ideas que en el de la historia social. Los puntos de vista de Riva-Agüero en el campo de la literatura y del arte tuvieron una vigencia de más de 50 años, pero su libro El carácter de la literatura en el Perú independiente, solamente se editó una vez en 1905 y después en 1962, cuando ya había pasado su período de hegemonía. Su larga hegemonía obedeció no tanto a que él mismo se proyectara a la historia social, sino al hecho de que tuvo muchos divulgadores que de alguna manera prolongaron a través de los textos escolares su presencia en la historia de las ideas, en la historia social Eso le da una gran influencia hegemónica a Riva-Agüero.

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Diferenciación y unidad entre políticos e intelectuales

Un segundo período es el que va del ’20 a los años ’30. Yo diría que lo que caracteriza a este período es una cierta diferenciación entre los políticos y los intelectuales. Se produce la emergencia de una racionalidad política debido al proceso de diferenciación de la estructura social, que permite distinguir la esfera de la autoridad pública de la esfera de la sociedad civil.

El proceso de modernización capitalista, el muy lento desarrollo del mercado interno, el crecimiento también lento de las ciudades “separan” la esfera de lo público de lo que es la esfera de lo privado, esto produce un cierto nivel de institucionalización política. Sobre esa base se puede desarrollar la política como una profesión ya no sólo en el Estado como burocracia, sino también en la sociedad como clase política. Se vive de la política y para la política. Se vive para la política en la medida en que se puede vivir de la política.

No obstante esta diferenciación lenta entre lo que es la racionalidad política y la racionalidad intelectual, hay una unidad todavía sustantiva entre intelectuales y políticos, unidad que proviene de la vigencia de la racionalidad clásica. La mayoría de los intelectuales y de los políticos piensan que entre ciencia y política hay un nexo muy estrecho, que la política debe fundarse en la ciencia. Esta es una de las claves de la racionalidad clásica según la cual existen leyes y órdenes naturales en el mundo y en la sociedad. La tarea de la ciencia consiste en develar las leyes de estos órdenes naturales y el de la política es actuar de acuerdo a esas leyes descubiertas por la ciencia.

En realidad no existe una doble legalidad, la de la realidad y la de la ciencia, sino que es una sola legalidad. La realidad se nos presenta ordenada y las leyes de la ciencia son una reproducción de las leyes de la realidad física o social. La utopía no es posible. En conclusión, la creencia en la racionalidad clásica es lo que une a la política y a la ciencia, a los intelectuales y a los políticos.

En este período, más creyentes en la racionalidad clásica son los intelectuales vinculados al APRAy a Haya de la Torre que los vinculados a Mariátegui. Es notorio en todos los escritos de Haya de la Torre y de los líderes apristas de entonces la voluntad de afianzar el desarrollo de la política en el desarrollo de la ciencia, de una nueva ciencia ciertamente al servicio de la nación, en contra de los intelectuales civilistas. El discurso del APRAdifiere del de los civilistas, no en la creencia en una racionalidad clásica, sino en las clases sociales diferentes a las que se dirige y, desde luego, en su contenido social y político.

Mariátegui, en cambio, es más abierto a entender una serie de elementos de irracionalidad en la política. Introduce el mito de Sorel en el marxismo como una forma de controlar la irracionalidad y de potenciar la racionalidad. Alo largo de sus escritos y sobre todo en En defensa del marxismo, Mariátegui concibe un marxismo abierto que es capaz de renovarse dentro del dogma.

La política del silencio

Un tercer período (1932-1956) es el más oscuro del desarrollo intelectual y político del país. Las 135 dictaduras no permitieron que se estableciera una relación fecunda entre intelectuales y políticos; la racionalidad del Estado oligárquico cerró la expresión a la racionalidad política y a la racionalidad intelectual y las sometió al silencio o al exilio, esa es, 135

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pecie de muerte civil que imponen los triunfadores de toda política de confrontación. La mayor parte de los intelectuales y de los políticos, tanto del APRAcomo del Partido Comunista, fueron exiliados o encarcelados.

Este es un período más bien de crecimiento y de tecnocratización del Estado y desarrollo de los aparatos de Estado, que será más importante en épocas posteriores. No hay que olvidar que en este período surgen algunos aparatos estatales vinculados a la economía o a la función de hegemonía como el Ministerio de Educación, el de Agricultura y varias nuevas direcciones, el Ministerio de Fomento y Obras Públicas. La compleja división social del trabajo en la sociedad se expresa también en la división política del trabajo en el Estado. La racionalidad política se condensa como racionalidad tecnocrática.

La débil relación entre los intelectuales y los políticos en este período obedece al clima político en el que se desarrolla la lucha por el poder. En la práctica, la política entre el ’30 y el ’56 es definida como guerra. El APRApensaba que para impulsar el cambio había que desorganizar el Ejército y éste pensaba que para imponer el orden había que acabar con el APRA.

La tensión entre intelectuales y políticos

Entre 1956 y 1970 se produce una cierta tensión entre los intelectuales y los políticos. Los intelectuales se quedan en la universidad y los políticos en la calle. Su nivel de comunicación es débil. Sus roles son diferentes y hasta conflictivos. Pocos son los políticos que al mismo tiempo son intelectuales o viceversa.

En el escenario político intelectual del mundo esta tensión con tendencia al divorcio se produce por los años ’30, si nos atenemos a las consideraciones del desarrollo del marxismo occidental.

En el Perú esa tensión no se instala sino hasta los años ’50 y eso obedece a varias razones. Una de ellas es el desarrollo significativo del campo intelectual y de las ciencias en general. La modernización capitalista y cultural produce una mayor especialización y un mayor desarrollo de las ciencias. Si se observa el desarrollo cultural de los años ’56 en adelante, se puede percibir una diferenciación creciente en las actividades intelectuales, una división del trabajo intelectual cada vez más significativa. Frente a los intelectuales más tradicionales (curas, abogados, médicos, filósofos) aparecen las carreras técnicas relativamente diversificadas, se desarrollan las ciencias, especialmente las ciencias sociales, y aumentan los artistas y los literatos como profesionales, ya no como aficionados. El Anuario Bibliográfico que publicaba el doctor Tauro muestra un incremento creciente de la publicación de obras en general, pero especialmente de obras de ciencias sociales y de diversas especialidades técnicas.

Los intelectuales se especializan y los políticos mantienen su exigencia de globalidad. Se produce entonces una contradicción entre una tendencia a la especialización de los intelectuales y una exigencia de globalidad de los políticos. Los intelectuales tienden al análisis, los políticos a la síntesis, porque sólo a partir de una visión global del país es posible elaborar un proyecto social y político.

Desde 1960 tenemos una gran producción de análisis e investigaciones en diversos campos de las ciencias, especialmente de las ciencias sociales.

Sin embargo, faltan visiones globales. No hay una visión global del Perú durante los años ’60 en adelante, a diferencia de lo que se produjo en los años ’30. Mariátegui en sus Siete ensayos, Haya de la Torre en El antiimperialiamoy el Apra, y Víctor Andrés Belaunde en Realidad nacional, nos ofrecieron una vision global del Perú. No sucede lo mismo de los años ’60 en adelante, donde hay algunas propuestas que no alcanzan la rotundidad de las visiones globales del ’30. Señalamos las visiones de Bourricaud. Julio Cotler, Aníbal Quijano y Pablo Macera. En general, predomina el análisis sobre la síntesis. La tarea de síntesis aún está pendiente en el campo de las ciencias sociales. Es más bien en el campo de la literatura donde vemos ciertas propuestas de visiones globales del país con más riqueza. Algunos narradores aventuran hasta dos visiones globales del país. Pienso en Arguedas, donde es distinta la visión más bien andina de Los ríos profundos de la visión más urbana, más cambiante y rica, de Todas las sangres; o pienso en la diferencia entre la visión crítica y escéptica de Conversación en la catedral de Vargas Llosa y su visión apocalíptica de Lahistoria de

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Mayta, por ejemplo. Son visiones muy ricas del país, llenas de sugerencias, vida y color, quizás más ricas que las ciencias sociales, pero que necesitaban ser explicitadas y reflexionadas por las ciencias sociales mismas.

Simultáneamente a la especialización de los intelectuales y a la exigencia de globalidad de los políticos, se produce una desvalorización de la universidad nacional frente a la universidad privada y a los centros particulares de investigación. El Estado entra en contradicción con la universidad nacional, que ya no proporciona las ideas, ni los programas, ni los cuadros que necesita para mantener y reproducir el orden social. La universidad privada y los centros privados de investigación cumplen esa función y la universidad nacional se desubica y entra en una crisis estructural.

Esto es así porque la universidad nacional es en realidad una universidad popular que, sin embargo, no se asume como tal; el Estado obedece más bien a los impulsos de las clases medias y de las clases altas, generándose, por lo tanto, una contradicción entre ellas.

Los intelectuales más destacados se desplazan de la universidad nacional a los centros privados de investigación. La producción intelectual del país se concentra en los centros particulares de investigación y en las universidades privadas de clase media y alta.

La tensión entre intelectuales y políticos se desarrolla dentro de la apertura política que se produce en 1956 y que se prolonga hasta 1968.

La emergencia de la racionalidad popular

Hoy, desde los años ’76, asistimos a un quinto período, al período de la emergencia de la racionalidad popular, que ha puesto en crisis los esquemas liberales y tecnocráticos de la política.

Yo pienso que esto obedece sobre todo a una crisis de la racionalidad clásica. La relación entre la ciencia y la política entra en tensión; la política ya no se piensa como mera deducción ni prolongación de la ciencia. Los mismos intelectuales cuestionan las explicaciones globales; no solamente en el marxismo sino en todas las corrientes teóricas hay una reivindicación de la subjetividad y de los temas de la cultura, y hay una valoración de las escenas y los actores no políticos.

Creo que la emergencia de las masas en el ’76, en demanda de autonomía y de protagonismo, pone en cuestión el modelo liberal y el modelo tecnocrático de la política, sin lograr establecer, sin embargo, una nueva relación productiva y democrática. Creo que eso es un poco la tarea de hoy: cómo establecer una relación horizontal entre intelectuales, políticos y masas, reconociendo la especificidad de cada uno de ellos.

Con la emergencia de la racionalidad popular, la política no es una actividad especializada sino una actividad de todos. La emergencia de la racionalidad popular supone nuevas concepciones de la política y del poder, de los sujetos políticos, de las vanguardias y su relación con las masas, así como una redefinición de la ética.

El poder no es solamente una forma de dominio sino también una forma de servicio y supone que el Estado no es solamente un aparato institucional para defender intereses nacionales y realizar intereses generales, sino también una institución para resolver problemas concretos.

Dentro de esta crisis del esquema liberal y el esquema tecnocrático de la política, se desarrolla lo que hoy podemos llamar una crisis orgánica de los partidos que no tienen capacidad de propuesta para resolver los problemas del país y de las masas: la crisis económica y la violencia política principalmente.

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