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Conclusiones
Retomando los criterios evaluadores presentados a lo largo de primer capítulo y, teniendo en consideración los elementos descritos en el segundo capítulo, es posible ahora hacer un ejercicio de evaluación del sistema electoral de la República Aristocrática en su conjunto.
Elecciones competitivas
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Sobre si las elecciones fueron efectivamente competitivas, debemos decir que si había la posibilidad de que exista una propuesta electoral libre. Siempre fue posible que hubiese una mayor oferta de candidatos y propuestas. Sin embargo, en la mayoría de elecciones presidenciales se contaba prácticamente con una candidatura única (fue algo más posible que efectivo). Esto creemos que se debe sobre todo a dos factores, ligados a la competencia de los candidatos: (1) la manera como las élites preferían pactar una única candidatura, con el fin no tener que competir en las elecciones y asegurar determinada transmisión de mando y estabilidad; y (2) el hecho de que el Partido Demócrata, el único que en muchos casos hubiese podido competir efectivamente con el Partido Civil, se abstuvo numerosas veces de participar.
Esta situación era agravada con el hecho de que no todos los candidatos tenían una verdadera igualdad de oportunidades, ya que los organismos electorales no fueron nunca tenidos por autónomos o
independientes, salvo casos puntuales. Ello generó que quien controlase los organismos electorales tuviese un poder muy fuerte para poder decidir sobre los resultados. De ahí que muchas veces se hayan dado casos de alteración en los resultados de las mesas. Podríamos decir, entonces, que las elecciones tenían la posibilidad de ser competitivas (nada formalmente lo impedía), pero en la mayoría de casos se pactó una única candidatura (fue una decisión de las élites). También es posible señalar que, debido a la poca independencia de los organismos electorales frente a los partidos y élites políticas, la competencia electoral no era justa.
Principios del sufragio
En lo que respecta a los principios básicos del sufragio que toma en cuenta el derecho electoral, y que son fundamentales para la democracia liberal, debemos empezar diciendo que aquí el sufragio no era universal. El requisito de tener que ser alfabeto para poder sufragar hizo que la gran mayoría de la población, que a su vez era indígena, quedase excluida de poder elegir a los representantes políticos. Ésta fue la restricción más importante que se dio al voto durante de la República Aristocrática.
Planas dice al respecto lo siguiente: “La reforma constitucional de 1895, alentada por Piérola, al exigir como requisito electoral saber leer y escribir, excluyó al sector indígena del sufragio. Proporcionalmente, la población indígena constituía algo así como las tres cuartas partes del total de la población con lo cual el componente aristocrático quedaba mucho más resaltado en la composición social peruana que en las que correspondían a Inglaterra, Francia o, en América Latina, a países como Chile, Argentina o Uruguay” (Planas 1994: 69-70).
Luego, el voto de los alfabetos, los únicos que estaban posibilitados de sufragar, eran iguales y valían igual. Asimismo, el sufragio también, a
partir de 1896, directo (se abandonaron los colegios electorales que la ley de 1861 estipulaba). Finalmente, el sufragio también se pensó como secreto, pero no siempre se respetó esto, al punto de prohibir muchas veces (con violencia) el acceso a las urnas de ciudadanos que no tuviesen preferencias similares a las de los que controlaban las mesas. Y, si bien es cierto que el sufragio era libre (incluso uno podía inscribirse o no en el registro para ser tenido apto para sufragar), lo cierto es que esta libertad muchas veces no se expresó en la oferta electoral. De ahí que hayamos visto candidatos únicos que ganaban con prácticamente el 100% de los votos en muchos casos.
Representación
En el caso de la representación, debemos decir que el sistema electoral que estuvo vigente durante la República Aristocrática no fue representativo. La razón fundamental se debe, como vimos, al hecho de que la gran mayoría de peruanos fueron sistemática excluidos de la posibilidad de elegir y ser elegidos. Es por eso que no hubo posibilidad que hubiese organizaciones políticas que representantes directamente sus intereses. De ahí que el parlamento, en su composición, no reflejara la diversidad social y cultural del país, además de los clivajes sociales (Lipset y Rokkan 1967).
Concentración o efectividad
En este rubro, el sistema electoral tiene un mejor desempeño. Y es que, después de haber sido excluida la gran mayoría de la población de la decisión política, resultaba mucho más factible generar alianzas o coaliciones entre la élite política. Esto no significa que se tratara de un período pacífico (hemos visto cómo se dieron múltiples actos de violencia a lo largo de estas décadas). Sin embargo, las élites prefirieron pactar entre
sí y competir juntas (o no competir, avalando una única candidatura) con el fin de mantener una estabilidad política y una hegemonía para con el manejo del Estado. Es cierto que se censuraron muchos gabinetes a lo largo de esta época (Basadre 2005), pero la fragmentación de los partidos en el parlamento no fue muy grande. De hecho, el sistema estaba diseñado para mantener esta hegemonía, siempre y cuando los partidos no generasen facciones internes. Los dos partidos más importantes, el Partido Demócrata y el Partido Civil, perdieron mucha presencia y poder de decisión cuando empezaron a dividirse internamente.
Simplicidad
Si bien la manera en la que estuvo estructurado el sistema electoral no parecía ser muy complicada, es necesario señalar que las irregularidades presentes a lo largo de este periodo generaron mucha desconfianza frente al sistema mismo. De ahí que la minoría parlamentaria presentase prácticamente siempre intereses en promover la nulidad del proceso. Un Estado débil, incapaz de fiscalizar las irregularidades hacía materialmente imposible el garantizar, en muchos casos, qué sucedía con el voto de los ciudadanos. Incluso, en algunos casos, se adicionaron votos de personas que ya habían fallecido.
Cultura democrática
Todo esto nos lleva a concordar con Basadre, cuando éste describe el espíritu que anima la cultura cívico-democrática, espíritu no siempre muy presente en las élites políticas de la República Aristocrática: “La democracia liberal o burguesa se basa en la idea del consenso desarrollada por diversos estudiosos de la Ciencia Política. Supone un punto de vista pluralista y es un concepto que funciona cuando en una sociedad, quienes están enrolados en favor de opuestos intereses en pugna tienen una
consideración básica mínima de los unos respecto de los otros. Dentro de este orden moral y jurídico, un partido busca su propia victoria, así como la derrota de su adversario; pero no su aplastamiento. Es decir, no niega la legitimidad de su existencia, o la de sus valores, ni quiere infringirle humillaciones extremas que sobrepasen el caudal buscado de las legítimas ganancias. Cada uno de los bandos no olvida la humanidad básica de quienes a él se oponen. No se pierde durante mucho tiempo la idea de que la vida comunitaria debe proseguir luego de los acerbos choques del momento, ni se desecha la posibilidad de que la oposición será gobierno algún día. Todo esto no impide el surgimiento de conflictos, tensiones, controversias” (Basadre 1980: 96).
¿Verdad electoral?
Piérola se propuso con las reformas institucionales que dieron origen al sistema electoral de la República Aristocrática el poder “terminar con las frecuentes irregularidades en la práctica electoral, las cuales, desde los primeros años de la República y hasta finales del siglo XIX, habían impedido que los comicios expresaran la verdadera voluntad del electorado” (Aguilar 2002: 39).
Sin embargo, y como lo hemos podido apreciar a lo largo de los múltiples procesos electorales que se dieron durante este proceso histórico, lo cierto es los efectos no fueron los esperados: “La Junta Electoral Nacional terminó representando al Ejecutivo, dominado por el Partido Civil; y las Juntas de Registro y Escrutadoras, órganos fundamentales en las elecciones políticas, fueron siempre constituidas por personas gratas a la mayoría dominante en la Junta Electoral Nacional. El Ejecutivo, por su parte, no desaprovechó en absoluto su representación mayoritaria en ambas cámaras legislativas, la cual sirvió para el dictado de normas favorables a sus candidaturas o para imponer su voluntad en
la designación de representantes en la Junta Electoral Nacional” (Aguilar 2002: 39).
Entre las principales causas que podrían explicar varios de estos efectos, se podría empezar mencionando lo que Basadre había señalado como el centralismo que desarrolla la República Aristocrática para con sus instituciones políticas y organismo electorales propios del sistema electoral. La Ley de 1896 concentraba mucho poder en la Junta Electoral Nacional: elegía a los presidentes de las Juntas Departamentales, elaboraba la lista de los veinticinco mayores contribuyentes de cada provincia y realizaba el sorteo, sorteo que terminó convirtiéndose en un “sorteo”. La composición de la Junta, además, siempre estuvo estructurada de tal manera que favorecía al partido de gobierno. De ahí que se genere como efecto lo que diagnostica Aguilar así: “Esta mayoría oficialista en un organismo electoral cuya característica principal era la centralización de funciones y atribuciones, logró imponer su voluntad a nivel de los miembros de las juntas departamentales y provinciales, y así favorecer la continuidad del partido de turno en el poder, aún a pesar de la larga lista de sanciones previstas en la ley electoral de 1896 contra todos aquellos que alteraran el normal funcionamiento de los procesos electorales” (Aguilar 2002: 39). Los efectos de la Junta nunca fueron la obtención de la “verdad electoral”. Lo que se reprodujo fue el fraude, la corrupción, la irregularidad y el clientelismo.