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Aristocrática

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Fuentes

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En 1915 se proclamó de facto (y no de jure) a los senadores Carlos Forero (Tacna Libre) y Juan Antonio Trelles (Apurímac), gracias afines al leguiísmo y a los liberales que buscan aumentar su presencia en el Parlamento. La elección de Forero no era válida debido a que en un solo escrutinio se dio la elección de diputado y de senador, mientras que Trelles no podían ser candidato ya que no se encontraba inscrito en el registro (Basadre 1980: 81). Cuando se les incorporó como parlamentarios, hubo una reacción violenta de la oposición (billignhurista). Se dinamitó el hogar de Rafael Villanueva (presidente del Senado) y se asaltó la residencia de Leguía.

4.5. Las elecciones de 1919 y el fin de la República Aristocrática

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Para estas elecciones estuvo en vigencia por primea (y última vez) la Ley de 1915, descrita líneas más arriba, y promulgada durante el gobierno militar de Benavidades. Una de las cosas más novedosa de esta ley electoral fue el uso del Registro de la Conscripción Militar. Siguiendo lo que se había hecho en Argentina con la Ley Saenz Peña, se pensó que de esta forma el censo electoral sería estable. Además, se pensaba que al mismo tiempo se generarían incentivos para que los ciudadanos cumpliesen con sus deberes castrenses (Basadre 1980: 74). Sin embargo, una vez más, lo normativo no se dio exactamente en el plano de los hechos: “La puesta en práctica de la reglamentación electoral de 1915 inhabilitó a muchos electores que no figuraban en el registro militar, pero este problema fue resuelto por los grupos políticos falsificando las libretas militares” (Aljovín y López 2005: 99).

Dos de los partidos tradicionales de la República Aristocrática se encontraban en crisis (demócratas, constitucionales), así como el joven Partido Nacional Democrático (Planas 1994; Gonzales 1996). Quedaba el Partido Civil, el partido hegemónico de la República Aristocrática. Y

una vez más se propuso como su candidato a Antero Aspíllaga que, recordemos, no pudo ser elegido presidente en 1912 frente a Billinghurst.

La oposición se estructuró alrededor de la candidatura de Augusto B. Leguía, que había regresado de Londres. Había residido ahí desde que Billinghurst lo expulsó del país en 1913. En Lima y Callao había mayor apoyo a la candidatura de Leguía. Su ausencia le había generado popularidad, debido esto también al creciente descontento con Pardo: “El descontento con el régimen de Pardo y contra el civilismo –estimulado por una demagógica oposición parlamentaria y periodística que no fue coactada- empezó a dar una aureola al hombre que llegó en 1908 al Gobierno por voluntad de Pardo y que encabezó luego uno de los grupos cismáticos de esta agrupación” (Basadre 1980: 88). Contaba con la mayoría de votos de los universitarios. Leguía tenía a su favor, además, el debilitamiento y fraccionamiento de los partidos políticos nacionales. El 18 y 19 de mayo se llevaron a cabo las elecciones, con tranquilidad, apoyo del Ejército y sin presión del gobierno (Basadre 1980: 91-92).

Elecciones generales 1919 Resultados nacional

Candidato

Augusto B. Leguía Ántero Aspíllaga Carlos Bernales

Isaías de Piérola Votos válidos

Votos % 122736 62 64936 33

6038 3

3167 2

196877 100

Fuente: Tuesta 2001: 609

Se puso al descubierto mucho corrupción. En varias circunscripciones un candidato obtuvo todos los votos, fruto de la toma de mesas. Cuando se quisieron llevar a cabo los actos para constituir las

asambleas de los mayores contribuyentes, sucedieron múltiples casos de violencia, como Otuzco, Chota, Chachapoyas, Yauyos, etc. (Basadre 1980: 91). Sin embargo, no parecía que esta violencia perjudicara a todos los candidatos por igual: “De todos los contendientes, Leguía fue el principal perjudicado con las nulidades practicadas por el máximo organismo electoral, ya que por ejecutoría de los jueces había perdido casi quince mil votos, lo que hacía que su mayoría absoluta se estrechara. Su temor a que la elección presidencial fuera al final decidida por un Parlamento que le era desfavorable en quórum, lo condujo a pedir apoyo al Ejército para forzar el derrocamiento del mandatario saliente. El golpe de Estado del 4 de julio puso el punto final al modus vivendi electoral amparado en la ley de 1896. Leguía acabó con la República Aristocrática, pero su agonía en realidad había empezado antes y había sido obra de los partidos que la solventaron a fines del siglo XIX, y en especial de sus prácticas electorales clientelistas, abstencionistas y excluyentes” (Aljovín y López 2005: 100).

Las irregularidades, las nulidades y tachas (habían circunscripciones donde cada uno de los dos candidatos principales tenía una mayoría abrumadora de votos, mientras que el otro tenía literalmente cero votos a su favor) habían, pues, imposibilitado que alguno de los candidatos pudiese tener la mayoría absoluta de los votos. Lo que estipulaba la Constitución era que sea el Parlamento el ente que designara al siguiente presidente, sobre la base de los dos candidatos que hubiesen obtenido los dos primeros lugares en la votación: Leguía y Aspíllaga.

Esta fue la razón por la cual, el 4 de julio de 1919, Leguía encabezó un golpe de Estado a José Pardo. Leguía temía que el parlamento no hiciere justicia a los resultados electorales. Sin embargo, no habían suficientes razones para tener la certeza de que Pardo no cumpliese con una transmisión legal del mando a Leguía (Basadre 1980: 93). A diferencia del golpe de 1914, aquí se buscó eliminar al poder ejecutivo

y al legislativo. Con esto se cierra el período denominado “República Aristocrática” para abrir un nuevo capítulo de nuestra historia republicana: el oncenio de Leguía (1919-1930).

Las consecuencias serán determinantes para la historia de nuestro país: “(…) el leguiísmo introdujo triunfalmente en la política peruana del siglo XX la idea del conflicto. Ella señala, como realidad fundamental de la vida política y social, que las regulaciones existentes son el producto de la coacción y así discrepa radicalmente de la idea de consenso. Son las estructuras sociales provenientes de intereses opuestos a las que agrupan a las personas e influyen sobre su conducta. No necesitan llegar al modelo marxista obligatoriamente quienes insisten en esta polarización conflictiva, si bien pueden estar influidos por él, de modo más directo o indirecto, cercana o muy lejanamente” (Basadre 1980: 98).

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