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4.3. La caída de Billinghurst
Los intereses de Billinghurst por reformar la ley fueron recortados por una gran mayoría parlamentaria que no compartía, en buena medida, sus propuestas. Ello es comprensible, si es que prestamos atención al hecho de que en este caso concreto se expresa de una manera particular lo que los críticos del presidencialismo señalan cuando hablan de “legitimidad dual” (Linz y Valenzuela 1998). Y es que, en esta coyuntura crítica no solamente se bloqueaban mutuamente el poder ejecutivo y el poder legislativo, posibilitados por el hecho de que cada uno posee su propia legitimidad de origen, dentro del marco institucional, que impide establecer una verdadera jerarquía entre ambos. Aquí la cuestión es mucho más radical, en la medida en que ambos poderes cuentan con una legitimidad de origen diferente, que persigue objetivos diferentes.
4.3. La caída de Billinghurst
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Las masas que buscaron que Billinghurst accediese al poder, estaban de acuerdo con que se reformen las instituciones políticas del sistema electoral y de los organismos electorales. Sin embargo, el parlamento que debía aprobar dicho proyecto de ley, no iba a estar mayoritariamente dispuesto a hacerlo debido que fue elegido con el sistema que se pretende abolir. Basadre expresa esta cuestión así: “El presidente de la República, ungido en 1912 por una ola popular, llegó solitario al mando supremo y sus ideas de cambio total para la maquinaria del sufragio apenas si fueron compartidas aisladamente por unos cuantos amigos en el Congreso. En este Poder del Estado dominaban los señorones a él llegados en virtud de las no siempre puras elecciones de tiempos anteriores; muchos de ellos eran hijos de la arbitrariedad con que Leguía logró una mayoría parlamentaria en 1911. Billinghurst no estaba amparado por un partido similar a la Unión Cívica Radical en la Argentina, que apoyó la ley electoral Sáenz Peña. En el mismo año de la espectacular victoria del populismo, la oligarquía legislativa no se atrevió a impugnar de frente a la reforma; pero supo recortarla y manipularla al servicio de sus intereses” (Basadre 1980: 72).