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LA VOLUNTAD ENCARCELADA
convocatoria era a pensar en décadas y siglos, pues los comunistas «somos águilas porque vemos lejos», porque «nos remontamos al futuro y sacamos del presente toda la fuerza suficiente para seguir desarrollándolo». Nadie mejor que los «prisioneros de guerra» para encarnar y servir como ejemplo de esta nueva apelación a la voluntad. Ellos, más que nadie, eran la demostración de que los comunistas «peleamos donde estamos y con las armas que tenemos». Que, aun en el más absoluto aislamiento, premunidos de «nuestra todopoderosa e invicta ideología», «nos afincamos en ella» para deducir «desde las mínimas leyes del aislamiento hasta las leyes generales del proceso de la lucha de clases internacional, nacional, de la situación del partido, de la guerra popular». Arma, por lo tanto, que potencia «nuestra voluntad, decisión, energía suficientes para seguir haciendo lo que sea necesario por el partido». Por ello era que, tras los muros de la prisión, era donde el doctor Guzmán apostaba a encontrar a la «nueva fracción roja» capaz de impulsar al PC hacia su salvación. Así lo vivieron ellos, habían peleado una guerra sostenidos por esa visión. «Acuerdistas» versus «felicianistas»: ¿guerra prolongada o eterna? ¿Hasta qué punto «ambas colinas» estaban «manejando» la «convergencia objetiva» que, según Abimael Guzmán Reynoso, la lucha de clases había generado? De hecho, el propio Montesinos se ocuparía de que el jefe senderista tuviese facilidades para difundir su «nueva gran decisión». La urgencia de llevar la colaboración entre las «dos colinas» a nuevas alturas se acentuaba en la medida en que el «bloque escisionista» -identificado por la prensa como «felicianista»-, aparecía como una nueva dirección y conseguía, más aún, seguir militando, lo cual, por cierto, echaba sombras sobre la supuesta victoria fujimorista sobre la subversión. En respuesta a estas circunstancias -como anotaría Nelson Manrique- «se inició la parte más tenebrosa de la negociación».43