JOSÉ LUIS RÉNIQUE
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Comuna roja carcelaria A las 8:30 de la mañana del domingo la cola de visitantes serpentea por cerca de tres cuadras frente a la puerta principal. Una hora más tarde comienza el ingreso. Tras una meticulosa revisión física y documenta,. un oficial me aplica tres sellos diferentes en el brazo derecho. Examino las leyendas de los sellos mientras me dirijo hacia el pabellón 4B. Uno de ellos dice, curiosamente. «Javier Heraud Sports Club». SL Heraud, el célebre poeta-guerrillero muerto en 1962 en un paraje del sur-oriente peruano cuando ingresaba al país como parte de un destacamento del Ejército de Liberación Nacional. Unos cuatro minutos toma recorrer, a través de una especie de tierra de nadie flanqueada por elevados cercos, el camino a la rotonda o patio central del penal. Deambulan a ambos lados del pasadizo que recorremos, algunos internos casi en harapos, con aspecto alucinado; meten sus brazos a través de las rejas hasta casi tocarnos, mientras pronuncian frases ininteligibles. Cada pabellón es un edificio de cuatro o cinco pisos, con ochenta celdas y su propio patio central. El panóptico clásico en que el máximo de las instalaciones puede ser observado desde un punto central. Desde fuera, con los internos agolpados en las ventanas, mirando el ingreso de la visita, emitiendo gritos que no alcanzo a discernir, la sensación es la de estar en un lúgubre anfiteatro de la antigüedad, medio ruinoso ya, a pesar de que Canto Grande no ha cumplido aún su primera década de existencia. Urgido por las circunstancias, el gobierno lo inauguró sin completar el equipamiento que correspondía a su condición de establecimiento de «máxima seguridad». Sensores, detectores de metales, rejas eléctricas inexistentes. Su lugar es ocupado por el lento y medroso trabajo de los aburridos policías y sus curiosos sellos, quién sabe de qué procedencia. El pabellón 4B es el que corresponde a los detenidos por terrorismo. A la entrada, un hombre joven con aspecto estudiantil abre Nf0l02.pdf, el contacto con los prisioneros senderistas al que mi articulo en ANCLA alude fue una «falsa alegación» de quienes ellos veían como un «agente fujimorista».