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Los astros

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Bibliografía

Bibliografía

Dioses de Lambayeque tipo mitológico ya que se trata de personajes con narices aguileñas bastante pronunciadas, haciendo recordar más bien el pico de un ave. Estas representaciones son comunes en grandes vasos de plata, característicos de las tradiciones rituales chimú y Lambayeque. Estos personajes pueden lucir además sobre una de las cabezas, la representación de una rana, lo que le confiere una connotación especial, por el significado de este batracio en la cosmovisión norteña y costeña.

Finalmente, un personaje de cuatro rostros tiene además antecedentes en otras regiones andinas, como es el caso de Huari, en donde presenta un rostro de aspecto humano con una gran nariz que se repite de modo opuesto, alternado por otro rostro de aspecto sobrenatural, con gesto fiero, mostrando los dientes y protuberancias alargadas que brotan desde el centro de los ojos hacia arriba. Este personaje, que se repite en cuatro niveles en el mismo objeto, nos permite afirmar la existencia de un mito reconocido en territorios muy amplios y diversos, mas allá de la costa norte del Perú.

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Fig. 207

Los astros

Sin duda, los astros han cumplido un rol de primera importancia en la cosmovisión lambayecana, una pequeña parte del universo andino, ocupando un espacio destacado dentro del conjunto de personajes del mundo mítico en las culturas lambayeque y chimú.

En el plano iconográfico tiene diversas expresiones relacionadas con los astros más importantes, dentro de los que debemos mencionar el sol, la luna y las estrellas (Fig. 209, ML019597; Fig. 210, ML025282; Fig. 211, ML025272). La iconografía chimú y lambayeque, reúne diversas expresiones que creemos son propias de estos personajes. Tal vez la más reconocida es la que se refiere a la luna en cuarto creciente, que puede aparecer sola, con un círculo en la parte superior o inferior, con un animal o seres antropomorfos, tanto masculinos como femeninos.

En estos casos, es interesante la relación de estas representaciones con una decoración moldeada característica del estilo chimú, conocida como “piel de ganzo”. La relación de este tipo de decoración con deidades, animales o representaciones de astros, configura más bien el fondo natural del mundo celeste, con un cielo estrellado, explicación que ya ha sido sugerida por otros investigadores (Mackey 2000).

Fig. 208

Dioses de Lambayeque

En el campo arquitectónico, el arte mural ha generado hasta ahora pocas expresiones relacionadas con los astros. Tal vez los más conocidos son el mural de una tumba de Huaca las Ventanas, en la que aparece la representación del sol y la luna en ambos extremos de una representación de olas marinas, con peces y una deidad que sostiene un cuchillo en una mano y una cabeza trofeo en la otra (Fig. 208).

Este mural es particularmente importante porque muestra por primera vez a los astros por excelencia, que sin duda han sido objetos de culto en las

sociedades costeñas. En este caso debemos destacar los rayos solares que culminan en cabezas de serpientes dragón, lo que emparenta a este ícono con los personajes radiantes de cuyos cuerpos emanan gran cantidad de rayos con cabezas de serpiente, comunes en la cultura moche y que llegan hasta las sociedades chimú y lambayeque. Esta expresión de los rayos solares se repite además en cerámica norteña (Fig. 209, ML019597), en la que debemos destacar además la expresa división del círculo radiante en dos secciones, una superior y otra inferior. De este modo, no solamente hay un principio de dualidad entre el astro diurno y el nocturno, sino que cada uno de ellos puede tener una división igual al interior.

De otro lado, debemos indicar la existencia de imágenes circulares radiantes, de rostro o cuerpo humano, que no necesariamente rematan en cabezas de serpientes, sino en otros elementos ornamentales, como flecos, borlas (Fig. 212, ML040130) o bastones o varas que culminan de forma redondeada, con una red. En este último caso, el personaje central se encuentra con los brazos semiextendidos, cogiendo con ambas manos, una parte del círculo central que lo cobija. Este personaje tiene un tocado y un cinturón de serpientes.

Como hemos visto, este es un gesto mítico característico, relacionado con eventos de creación u origen de varias formas de vida, entre las cuales hemos asociado por lo menos: animales, aves, peces, crustáceos, batracios y hombres. Si nuestra hipótesis es correcta, podemos establecer una relación muy estrecha de estas imágenes con aquellas en donde la cópula de una pareja mítica, en la cual el varón tiene cinturón de serpientes, genera la vida de diversas plantas, sobre las cuales aparecen monos, aparentemente detrás de los frutos. A pesar de los elementos formalmente distintos, en esencia se trata del mismo discurso mítico de creación. En este caso, la deidad solar -ubicada en el círculo central y cogiéndose de él- irradia por esta razón los rayos que hacen posible la vida en este mundo.

Podríamos hablar, por ello, sin temor a equivocarnos, del sol como una deidad de suma importancia para las sociedades prehispánicas de la costa peruana, tan importante como la luna, su opuesto y balance. El agua se constituye en un elemento fertilizador de la tierra, la cual solamente podrá ofrecer sus frutos con la ayuda y el poder de la deidad solar. Por ello, los frutos podrían dividirse en aquellos que nacen bajo el suelo, de aquellos que nacen sobre el suelo, los que son fríos y aquellos que son cálidos. El sol, en el cuerpo de las creencias, viaja todas las noches dentro del otro lado del mundo, es una bola de fuego que penetra dentro del mar, su opuesto, para ello debe adaptarse a las formas de vida marina para luego de su viaje nocturno, retornar en el amanecer de un nuevo día por los picos de las montañas que delimitan la faja desértica. Este rol solar tiene consecuencias que se observan en los dioses de la producción que cogen tanto frutos subterráneos y con las leguminosas o el maíz, definiendo así su rol como un fiel de la balanza entre ambos. Por ello no es extraña la asociación iconográfica entre escenas marinas y producción agrícola a la que nos hemos referido en el capítulo 7 de este trabajo. Por

Fig. 211

Fig. 212

Dioses de Lambayeque todo ello, no podemos aceptar la interpretación que hicieran el padre Calancha, cuando se refirió a que los indios de la costa solamente adoran a la luna, considerándola más poderosa que el sol, ya que también se puede ver de día (Calancha, [1678] 1977). Argumento que aun usan algunos investigadores que tratan este tema, sin ningún sentido crítico.

Otra expresión arquitectónica procede de los relieves de Huaca las Balsas de Túcume, en la que un grupo de embarcaciones de totora, conducidas por aves que reman, se asocian con una representación circular radiante, que ha sido considerada como un astro, que podría ser una estrella o la luna, tratándose de un contexto marino (Fig. 213). En este caso se sugiere una representación de navegación y pesca nocturna (Narváez, 2011).

En el caso de la luna creciente, parece que continúa una vieja tradición moche, en la cual era común representar a la luna creciente con un animal encima de ella, conocido como el animal lunar, interpretado de diversas maneras. Nuestra opinión al respecto es que se trata de la representación del perro peruano sin pelo, por varias razones: la primera es que es un animal cuya forma iconográfica coincide con su morfología, las proyecciones simbólicas de espirales y escalonados que emanan de su cabeza y su cola, coincide con los únicos espacios del cuerpo en donde le crece el pelo, elemento de mucha importancia en el campo religioso. De otro lado, las garras que muestra la iconografía son bastante realistas. Finalmente existen registros etnográficos que dan cuenta de la relación entre el perro sin pelo y la luna (Campana, 1994:140). No estamos de acuerdo en la identificación del animal lunar con el “amaru” tal como ha sido mencionado por otros investigadores (Hocqhemghem, 1989), pues este es un complejo mítico que tiene otras correspondencias en las que el orden de las aves, los felinos y la serpiente con cuernos de venado ocupan un lugar de privilegio.

La luna creciente, además ha sido relacionada con una mujer que está sentada al lado de un telar en forma de X, como hemos visto en el capítulo 4 de este libro, sugiriéndose la relación entre la luna y la hilandera, que registró como una fábula andina, el cronista Garcilazo de la Vega. La luna tuvo un especial rol para las sociedades costeñas, habiéndose sugerido –a partir de los registros de algunos cronistas- que se la consideraba más poderosa que el sol, razón por la cual solo se le rendía culto a ella. Lo que consideramos poco probable. Todo sugiere que tanto el sol como la luna tuvieron un rol de la mayor importancia y ambos tuvieron un lugar de culto de la misma importancia. La presencia de tumbas de elite en las cuales la dualidad aparece expresada en objetos mitad, oro y mitad plata, han sido interpretados como esta expresión de dualidad que tiene como paralelo al sol y la luna, como el día y la noche (Alva s/f).

Las representaciones de luna creciente también han sido realizadas en diversos objetos de metal, en los que se relacionan además monos (Fig. 214, ML100830) o personajes antropomorfos, con los cuales es obvio que la luna compartió un discurso mítico. Es interesante observar que los personajes antropomorfos tienen no solamente tocados de forma semilunar, sino aquellos que hemos denominado bipolares, de connotación femenina.

Es interesante señalar además que en ciertos casos, las embarcaciones marinas eran concebidas formalmente como una luna creciente, de modo que se reitera la relación entre la luna y las actividades relacionadas con el mar. De hecho, las fases de la luna son de mucha importancia en las actividades pesqueras, que debieron generar rituales específicos previos. En este sentido, es interesante comprobar representaciones muy comunes de una pareja que rema sobre una embarcación de totora. En el cuerpo de una de estas vasijas encontramos a una luna creciente

Fig. 213

Fig. 214

Dioses de Lambayeque sobre la cual hay dos personajes sentados, uno frente al otro, ambos son idénticos y tienen ambos sostienen un vaso cerca de la boca. Estas libaciones relacionadas con escenas marinas y luna creciente favorecen esta propuesta.

La relación entre producción agrícola y el mar –a la que hemos hecho referencia líneas arriba- tiene expresiones interesantes además en diversos frutos que son usados metafóricamente como embarcaciones, sobre los cuales aparece también la pareja de navegantes (Fig. 215, ML 025971).

En el campo iconográfico no tenemos registros de representaciones de estrellas o constelaciones propiamente dichas, sin que esto quiera decir que no tuvieron importancia. Un estudio relacionado con el tema ha sido realizado para explicar las orientaciones y diseño urbanístico del sitio de Chan Chan, en el que las constelaciones y estrellas en particular, adquieren protagonismo. En el arte mural moche de Huaca de la Luna, el recinto esquinero muestra un conjunto complejo de imágenes míticas, que tienen como protagonistas a diversos iconos radiantes, que han sido considerados como estrellas, generando la idea de un contexto mítico celeste. Estos entes radiantes están dispersos, sin conformar –aparentementeningún agrupamiento o constelación legible.

Uno de los mitos más interesantes registrados en Lambayeque se refiere a la relación de la luna con otras constelaciones (León, 1938), que citaremos textualmente:

“La venganza de la luna

La luna se había enamorado de un indio mochica noble, que era un hechicero, para lo cual se convirtió en mujer, pero fue desdeñada por él, a pesar de los constantes requerimientos de aquella, debido a que él quería dedicarse por entero a las actividades de su oficio.

Sin embargo, fue tal la paciencia y la constancia de la Luna, cuya condición desconocía el hechicero, que éste para deshacerse de ella y engañarla, fingió aceptar sus amores llegando a realizarse la ceremonia matrimonial.

Para sancionar el acto, como era de ritual, se colocó entre ambos novios una vasija nueva, de barro, conteniendo harina de maíz. En seguida fue encendida la hoguera, que ambos novios avivaron soplando y una vez que el fuego había cocido la torta, el más anciano de los concurrentes a la ceremonia, que debería ser presenciada por todos los habitantes de la comarca, dijo ritualizando el acto: “Ya estáis casados y formáis una sola pareja. Estáis obligados al mismo cariño ya a partir igual las penas y alegrías, tal como habéis atizado los dos juntos, esta hoguera, que refleja vuestro amor no se holgará el uno cuando el otro no lo haga, ni se mostrará indiferente el uno cuando el otro se encienda en las llamas del amor de esta hoguera, porque entre vosotros habrá ligadura de un solo afecto”. Y el ritual matrimonial estaba terminado, esperándose solamente la torta de maíz se enfriara para ser dividida y repartida entre ambos novios y el padrino.

Pero como quiera que el hechicero mochica había asistido al acto con el deliberado propósito de no cumplirlo, hizo que la torta conservara su calor y que no pudiera ser repartida, por cuyo inconveniente el matrimonio, en realidad, no tenía legalidad requerida.

Cuando la Luna se dio cuenta del hechizo que sufría la torta de maíz leyó en la mente de su consorte sus pensamientos más recónditos, castigó al mochica como ladrón, por haberle robado su amor y lo colocó en el Cielo, en la constelación de las Tres Marías.

De las tres estrellas que forman esta constelación la del medio representa al hechicero mochica, a quien la Luna para castigar, hizo prender por las otras dos estrellas, las de los extremos, las cuales no lo dejan escapar. Pero previendo que pudiera evadirse, colocó cuatro guardianes más, que son las otras cuatro estrellas, las que se encuentran al sur de dicha constelación y que en

Fig. 215

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