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textos españoles, lo que los naturales tenían como propio, como expresión cultural, como forma de vida. Aún no se hacen presentes las grandes censuras a la información que entra y sale de Indias; aún no se ha consolidado la cultura europea, española, en el área; la evangelización avanza muy lentamente y todavía se pueden celebrar ritos nativos. Este es un periodo breve, aunque muy rico y complejo, en que españoles interesados y relativamente competentes describen el mundo andino en maneras que nos permiten tanto vislumbrar lo que fue antes que llegaran como percibir lo que era cuando lo describían.

En esta época se elaboran muchos documentos manuscritos que se conocen hoy como “crónicas”. He observado que bajo este término se agrupa a varias clases de textos, como si pertenecieran a una misma tipología documental. Esto se puede deber a que el término “crónicas” describe, hasta cierto punto, los documentos de esta época que refieren secuencias de hechos considerados históricos, acaecidos en un determinado periodo y lugar, siguiendo un patrón mayormente cronológico. Lamentablemente, muchos documentos que forman parte de ese grupo escapan a esta descripción. Considero que el rubro “documentos manuscritos coloniales” es lo suficientemente general como para albergar a todo tipo de documentos identificados hasta ahora: crónicas, relaciones, cartas y otros. La clasificación propuesta 1 se basa tanto en la forma (organización, lengua utilizada, estilo, extensión) y en el contenido (temática, coherencia, cohesión), como en la función 2 y el objetivo, explicitados a partir de la identificación del eje destinador/destinatario. Considerados desde estas perspectivas múltiples, los documentos muestran sus características con mayor claridad, permitiendo una clasificación más ajustada. Esto es especialmente cierto con respecto a la identificación del destinatario 3 del documento, quien participa, aunque de manera indirecta, en la elaboración del mismo. Digo esto porque el destinador lo tiene constantemente presente al redactar el documento, ajustando su expresión a las expectativas de ese destinatario específico. Las formas expresivas varían en función del destinatario: la lengua, el registro, el léxico, las fórmulas de cortesía que exige la diplomacia. Estrechamente relacionado con el destinador, está el objetivo del documento. La identificación de la motivación que guía la elaboración del texto contribuye a establecer qué tipo de documento es, puesto que ese objetivo modela tanto la forma de expresión (organización temática, selección léxica) como el contenido del mismo.

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La cantidad de información escrita sobre las colonias españolas en América, en particular sobre la zona andina estudiada, obedece a una necesidad imperiosa de la Corona española de obtener información de esos territorios. La información se requiere tanto por motivos intelectuales: incorporar lo “nuevo” al mundo de lo conocido, como pragmáticos: optimizar la gestión colonial. La necesidad de contar con datos y descripciones de las Indias da inicio a las solicitudes de información general presentadas en los numerosos cuestionarios reales sobre materias geográficas, topográficas, etnográficas, económicas y otras. Era urgente registrar la nueva información náutica y perfeccionar la cartografía existente para poder transitar con relativa seguridad entre ambos continentes. Es evidente la importancia de obtener información sobre recursos mineros, su ubicación y su posible extracción y transporte a España. Los datos etnográficos eran especialmente útiles para fines evangelizadores, así como para el cobro de tasas impositivas. En general, se preguntó, durante decenas de años, lo que le interesaba saber a la Corona española para afianzar su posición de dominio en los Andes y aprovechar al máximo los recursos existentes.

Los documentos informativos o descriptivos de hechos más o menos específicos que responden a los requerimientos explícitos de la Corona, deben constituir una subdivisión de los documentos manuscritos coloniales, la de las relaciones. La diplomática identifica estos documentos como ascendentes dentro de la burocracia española y los describe como

1. “El uso de la lengua se lleva a cabo en forma de enunciados (orales y escritos) concretos y singulares que pertenecen a los participantes de una u otra esfera de la praxis humana. Estos enunciados reflejan las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas no sólo por su contenido (temático) y por su estilo verbal, o sea por la selección de los recursos léxicos, fraseológicos y gramaticales de la lengua, sino, ante todo, por su composición o estructuración. Los tres momentos mencionados —el contenido temático, el estilo y la composición— están vinculados indisolublemente en la totalidad del enunciado y se determinan, de un modo semejante por la especificidad de una esfera dada de comunicación. Cada enunciado separado es, por supuesto, individual, pero cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos relativamente estables de enunciados, a los que denominamos géneros discursivos” (Bakhtin 1982: 248). 2. “Una función determinada (científica, técnica, periodística, oficial, cotidiana) y unas condiciones determinadas, específicas para cada esfera de la comunicación discursiva, generan determinados géneros, es decir, unos tipos temáticos, composicionales y estilísticos de enunciados determinados y relativamente estables” (Bakhtin 1982: 252). 3. “Toda comprensión de un discurso vivo, de un enunciado viviente, tiene un carácter de respuesta (a pesar de que el grado de participación puede ser muy variado): toda comprensión está preñada de respuesta y de una u otra manera la genera: el oyente se convierte en hablante” (Bakhtin 1982: 257).

la contraparte de los documentos que envía el rey solicitando información. En ocasiones surgieron escritores espontáneos de relaciones que ofrecieron sus propios datos porque los consideraban importantes para satisfacer la curiosidad sobre América que lógicamente se había despertado en España, especialmente después de la llegada a Sevilla del llamado “tesoro de Atahualpa” a fines de 1533 y durante 1534 (Mendiburu 1902: 93). Otro tipo de información espontánea y bastante extendida que les llega a los reyes de España son las relaciones de los hechos de conquista que han llevado a cabo sus súbditos. Aquí el motivo es despertar el reconocimiento necesario para hacerse acreedores de mercedes reales. No hay que dejar de lado las denuncias de los abusos y maltratos de los indígenas.

Aunque un autor considere que la sucesión cronológica de hechos contribuye a aclarar sus esfuerzos descriptivos, ese único factor no convierte al documento en crónica. Una manera de expresar el transcurso del tiempo en la cultura occidental es narrar algo desde sus orígenes, llegando a lo más reciente, el momento presente. La perspectiva que prevalece es la del autor, quien se construye a sí mismo, cuando aparece en el texto, como un observador imparcial de los hechos; o, cuando no figura en su propio relato, como una instancia extratextual que se limita a transcribir “la realidad”. El hecho de que exista un autor, explícito o no, nos invita a pensar en la existencia de una narrativa. La perspectiva del autor hace que ese relato sea arbitrario en varios órdenes de cosas: la selección del hecho histórico depende del interés que despierte en el autor, quien establece cuándo se inicia la sucesión de hechos que anteceden al principal y decide cuál es el momento final de su narrativa. Además, esta sucesión de hechos, presentados como eslabones de una serie de relaciones causa-efecto, es una convención del autor a la que se recurre para presentar en secuencias lo que sucedió en un momento dado: los acontecimientos no aparecen así cuando se les vive sino sólo cuando se les narra.

La crónica está redactada con miras a preservar en papel los hechos históricos que la memoria no podría guardar, con el objetivo de que personas que no han visto lo descrito e, inclusive generaciones futuras, puedan leer estos textos y enterarse de lo que fue o sucedió en el pasado. En la época colonial, había un funcionario importante en la corte dedicado a escribir la historia de la monarquía española. Este funcionario era el cronista (o coronista) real. Esto nos sugiere que él escribía por encargo, aunque no en respuesta a una información específica, sino como parte de sus funciones, conservando la memoria de los hechos de los españoles. Esto no impidió que surgieran muchos cronistas e historiadores aficionados: soldados, sacerdotes, funcionarios de diverso rango que, estando en América sintieran la necesidad de registrar lo que veían o lo que les contaban para que quedara un testimonio escrito de ello. Estos personajes escribían sin encargo u obligación alguna, obedeciendo a su propia iniciativa y respondiendo a la necesidad de informar a otros. Ellos generalmente intentaban, con diferente suerte, conseguir el favor real y los permisos necesarios para publicar sus historias o crónicas. Es importante señalar que el cronista real tenía acceso a estos textos mientras sus autores tramitaban sus permisos y los utilizaban como fuentes para la “historia oficial”, sin tener, necesariamente, que reconocer esos manuscritos como fuentes. Muchas veces estas crónicas no recibían los permisos para su publicación, pero sus contenidos ya habían sido glosados por el cronista oficial y formaban parte de la versión real de la historia de España en América. Los manuscritos inéditos, a los que se les negaba los permisos o caían en el “olvido”, pasaban a los archivos pertinentes o a formar parte de colecciones privadas y allí han permanecido, y permanecen, esperando ser “descubiertos”.

Una de las diferencias entre la crónica y la relación es que la crónica cubre un espectro de hechos más amplio en el tiempo y en el espacio. Si la relacion es más puntual y específica, la crónica tendrá una cobertura más general y amplia. Un cuidadoso seguimiento de los documentos por su periplo dentro de la burocracia española nos puede mostrar los diferentes usos y destinos que tuvo cada grupo, crónicas y relaciones. Algunas crónicas, una minoría, se publicaron apenas fueron escritas, especialmente las de las órdenes religiosas. Muchas otras lo han sido trescientos o cuatrocientos años después; aun otras permanecen inéditas. En cuanto a las relaciones, como ellas no se escribieron para ser publicadas, los avatares que han sufrido han sido de diferente índole. Han fungido como fuentes de crónicas en algunos casos, mientras que en otros, la mayoría, fueron considerados como documentos reservados por contener información considerada confidencial por la Corona.

Así como las relaciones surgen como respuestas a solicitudes de información y las crónicas relatan hechos históricos, las cartas ofrecen información como parte de un vínculo de dependencia de quien tiene que dar cuenta de sus acciones a otra persona de más rango o jerarquía. Este vínculo puede ser de parentesco o laboral. Las cartas en la época colonial tienen unas características que hoy nos pueden parecer sorprendentes, especialmente su extensión y sus contenidos. Es muy posible que tanto su extensión como la descripción de entradas, poblaciones, pacificaciones

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