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PALABRAS PRELIMINARES
y otros hechos similares que ellas incluían hayan contribuido a que se les considere como “crónicas”.
Cartas extensas, de cien folios o más, no eran raras en esa época, si consideramos que era el único medio, aparte del de viva voz, de comunicarse con otras personas a distancia. Hay que considerar, además, el tiempo que demoraban esas cartas en recorrer tierras y mares, con todos los peligros que ello conllevaba. Cuando uno escribía una carta, sabía que su corresponsal la iba a leer o a escuchar al cabo de unos seis a ocho meses, más o menos. Se acostumbraba preparar varias copias de cada carta y enviarlas en diferentes barcos o encargadas a diferentes viajeros para asegurarse que por lo menos una copia llegara a su destino. Ello nos da una idea del tiempo de preparación y copia que estas cartas requerían. Las cartas, aunque fueran uno de los medios de comunicación más veloces y efectivos del siglo XVI, contenían información desactualizada antes de que hubieran sido terminadas y enviadas a sus destinos. Por ello, y para mantener el flujo de la información, había que escribir muchas cartas y muy largas.
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La letra con que están escritos la mayoría de documentos del siglo XVI fue siempre un motivo de queja y de protesta por parte de quienes tenían que descifrar los signos y desarrollar las abreviaturas para poder entender lo que esos papeles contenían. Se prohibió el uso de ciertos tipos de letra por real cédula, sin mucho efecto práctico. Se exigió que escribanos y amanuenses escribieran claramente, utilizando la letra llamada cancilleresca, propia de las cortes, una letra menuda con la que se escribía cada carácter independientemente y con muy pocas palabras abreviadas, respetando las separaciones convencionales entre cada palabra. Los empleados de las notarías y escribanías utilizaban la letra llamada procesal encadenada, en la que todas las letras van unidas, para separarse solamente en el punto en el que levanta la pluma el amanuense para mojar la pluma en la tinta o añadir algún adorno o rasgo adicional a la letra. Esto hace que este tipo de escritura sea muy difícil de leer y transcribir. La necesidad de escribir con rapidez y de economizar papel, hacía que los funcionarios legales produjeran documentos que exigían de especialistas para decodificar sus crípticos y abigarrados signos. Estas complicaciones hacen, aún hoy, muy raro el documento colonial que haya sido feliz y completamente trascrito. Hay que añadir a ello las limitaciones en los archivos y otros depósitos documentales, cuyos fondos están lamentablemente expuestos a la humedad, hongos, perforaciones y roturas, además del desgaste producido por el uso continuado de esos documentos en su momento y hasta en la actualidad.
Los formatos que tenían todos los documentos mencionados y las frases que contenían obedecían a costumbres arraigadas y representaban comportamientos cortesanos muy ritualizados. Es por ello que encontramos muchos formulismos en estos documentos manuscritos y observamos que tienen una estructura similar. Guiarse únicamente por los nombres que aparecen en la carátula o primer folio ha provocado la difusión generalizada de datos errados. Muchas veces en esa primera página se escribe la dedicatoria o se indica a qué persona le compete leer el documento y dar su opinión sobre su contenido, su calidad y su eventual publicación. Lo que aparece en las líneas iniciales de esa página, si no está corroborado en las páginas interiores, generalmente se refiere a indicaciones administrativas de circulación interna del documento. Así, no se incluye allí, necesariamente, el nombre y el título de la persona a quien el autor le escribió el documento. Por ello es importante identificar al destinatario dentro del documento y verificar su existencia histórica, buscando reafirmaciones de ello o rectificaciones, según sea el caso. Debe considerarse, también, que muchas veces lo que hoy consideramos un documento único y completo, es en realidad una serie de documentos más cortos que en algún momento de su historia fueron reunidos por considerarse que tenían algún elemento en común. Este factor común puede ser la caligrafía (lo pudo haber escrito un mismo copista), el tema, el momento en que llegó a algún archivo o algún otro motivo tan arbitrario como los anteriores.
Además, la unión de estos trozos de texto que hoy para nosotros conforman uno, puede haber sucedido en cualquier etapa de la producción y procesamiento burocrático del mismo. Es necesario, entonces, buscar la coherencia y la cohesión pertinentes al leer íntegramente cada uno de los documentos considerados unidades textuales. Identificar al destinatario a partir de los deícticos de persona, así como las reiteraciones temáticas, resulta muy útil para demostrar esa unidad interna del documento, o, por supuesto, su falta. A veces, son las copias o traslados los que han perdurado, dándose por perdidos los originales. Hemos encontrado también que aparecen manuscritos que tratan los mismos temas desde perspectivas diferentes y otros, que mientras sus contenidos varían grandemente, se observa que han consultado o copiado extensamente textos ajenos.
Los documentos coloniales iniciales y tempranos han adquirido la categoría de textos fundacionales para historiadores, lingüistas y otros estudiosos de la presencia española en América y del impacto de ésta sobre las sociedades europeas del siglo XVI. Consideramos que ésta es
una posición hispanófila, eurocéntrica, que la teoría poscolonial debe deconstruir. Entendemos deconstrucción como el intento de “[...] desmantelar la lógica por la que un sistema particular de pensamiento, y detrás de él, todo un sistema de estructuras políticas e instituciones sociales, mantiene su fuerza” 4 (Eagleton 1991: 148). Para aproximarnos a ello, estudiemos con detenimiento la caracterización de fundacional, ya que en su misma configuración encontraremos el hilo conductor de la lógica que lo sostiene.
Un texto fundacional proyecta la ilusión de que inaugura una tendencia, de que inicia un cierto tipo de discurso codificado y que registra ciertos hechos considerados como originales que luego serán tratados como fuentes. Los documentos coloniales llenan todos los requisitos para ser considerados fundacionales o inaugurales: la cuidadosa selección de informantes, la recolección de datos de primera mano, in situ, la utilización del texto como una fuente de información fidedigna por la Corona y por otros escritores, el tratar temas novedosos y el describir tierras y gentes nunca vistas por europeos. A esto puede sumarse el no haber identificado fuentes indígenas consideradas históricas, decodificables y comprensibles para los españoles. Estos no cuentan con un caudal anterior de recuentos históricos con el que puedan conectar sus propios escritos, extendiendo una tradición que no fueron capaces de reconocer. Los cronistas actúan con la convicción de que están escribiendo la historia del nuevo mundo por primera vez, ya que ignoran o desdeñan lo que los nativos tienen como registro histórico. Esta actitud de desprecio se debe a las características crípticas de su codificación, y a la extrañeza del código de registro: dibujo, nudo. El cronista no percibe que su discurso escrito en castellano sea “[...] un eslabón en la cadena, muy complejamente organizada, de otros enunciados” (Bakhtin 1982: 258).
Los textos documentales coloniales constituyen fuentes testimoniales que pueden ser usadas como pruebas judiciales y como confirmación de servicios rendidos a Su Majestad. El que estos textos fueran también pruebas judiciales, susceptibles de confirmar cargos o negar mercedes contribuyó a que fueran considerados como fuentes primigenias. Las historias europeas escritas y/o traducidas que tratan de grupos étnicos noeuropeos son los mejores ejemplos de libros históricos fundacionales. De allí surge el efecto de sentido de percibirlos como inaugurales, ya que están incorporando lo “nuevo” al corpus de lo histórico, tal como éste ha sido concebido por Europa, a partir de su pasado griego y romano, estrechamente relacionado al registro de hechos en escritura fonética.
Estas consideraciones son las que han sido tenidas en cuenta en la elección de mi corpus. Mi trabajo de análisis está basado en tres documentos coloniales, escritos por españoles en territorio andino durante los años comprendidos entre 1550 y 1575. Los textos seleccionados son: Crónica del Perú. Segunda parte. El señorío de los incas, de Pedro de Cieza de León; Notables daños de no guardar a los indios sus fueros [...] de Polo Ondegardo; y Suma y narración de los incas [...] de Juan de Betanzos. Es importante mencionar aquí que las citas de los autores coloniales se transcribirán tan literalmente como sea posible, siguiendo tanto el manuscrito como el texto impreso. En el caso específico de Pedro de Cieza, la Primera parte que utilizo también para este trabajo se ha preparado “[...] sobre la base de los dos ejemplares de la edición original [...] (Sevilla, 1533)” (Cieza 1984: nota del editor) que supervisó el mismo autor. Para esa publicación, seguimos la ortografía tal como la ofrece la edición de 1984 de la Pontificia Universidad Católica del Perú. La transcripción de la Segunda parte, así como la edición, han sido tan cuidadas que se hace innecesario consultar con el manuscrito que dio origen a la versión de Francesca Cantù. No pasa lo mismo con los otros autores, Polo Ondegardo y Juan de Betanzos, que no han sido editados con el cuidado necesario, obligándonos a recurrir al manuscrito debido a la cantidad de errores tipográficos encontrados en sus versiones publicadas. Al consultar los manuscritos se halló, también, errores de transcripción.
Como me interesa conservar las representaciones gráficas del siglo XVI, especialmente por ceñirme a criterios de lingüística histórica, voy a transcribir los manuscritos cuando sea necesario, siguiendo las pautas de las “Normas para la transcripción de documentos históricos hispanoamericanos” aprobadas mediante la resolución N.° 9 de la Primera Reunión Interamericana sobre Archivos (Washington, D.C., 27 de octubre de 1961). Las normas más importantes que seguiré serán la ampliación de las abreviaturas y la omisión de los acentos que hoy se utiliza. No sorprenderse, entonces, de no encontrar acentos ortográficos en las citas de los autores del siglo XVI, ya que ellas seguirán sus usos ortográficos tanto como lo permitan la claridad y las normas de transcripción paleográfica.
4. (Traducción de la autora). Antecedentes teóricos: análisis del discurso
El discurso, o la realización del proceso semiótico, puede identificarse como la unidad donde se actualizan los procedimientos generadores de
significados y sentidos. La teoría del discurso “se funda como un ‘análisis no subjetivo de los efectos de sentido’ contra la ilusión que tiene el sujeto ‘de estar en el origen del sentido’” (Maingueneau 1980: 19). Asimismo, se centra en la identificación y descripción de las condiciones sociohistóricas de la producción discursiva, ya que ellas influyen en los contenidos del discurso. La teoría del discurso analiza las articulaciones entre condiciones de producción y discurso presentes en el texto. Además de ello, el análisis del discurso se encuentra en la intersección de varias disciplinas (Maingueneau 1980: 27), entre las que se cuenta la lingüística, la semiótica, la semántica, todas ellas en formación. Concurren también en ella la historia, el psicoanálisis, la etnografía y otras áreas del conocimiento que están pasando por un interesante proceso de autocuestionamiento y revisión; es decir, de deconstrucción.
El discurso puede estar registrado en uno o más códigos significativos; en nuestro caso, se trata de textos escritos en castellano con signos que representan los fonetismos de la lengua. La escritura fonética reúne grafías que se agrupan en palabras y palabras que forman frases y oraciones. El conjunto de palabras u oraciones que conforman un enunciado o discurso será nuestra unidad de análisis. De acuerdo a Dominique Maingueneau (1980: 21), la unidad discursiva transoracional, de extensión variable, es el resultado de una “construcción” que se puede identificar por las indicaciones de inicio y conclusión que inserta su autor en ella. Por su parte, Bakhtin opina que hay otro elemento que contribuye aún más a definir los enunciados: “Las fronteras de cada enunciado como unidad de la comunicación discursiva se determinan por el cambio de los sujetos discursivos, es decir, por la alternación de los hablantes” (1982: 260). El discurso refleja tanto el uso de la lengua o lenguas que hace un autor 5 determinado en un momento histórico dado, como la organización y contenidos del texto que responde a una situación de comunicación específica. Tendremos entonces, dos valores discursivos sincrónicos presentes, el estado de lengua del autor y el estado de discurso. Esta unidad deberá ser corroborada por la coherencia temática y la cohesión narrativa que muestren sus contenidos. Su extensión depende de los objetivos declarados de cada autor, especialmente en lo referente a la cobertura temática, temporal, espacial, etc. François Rastier (1989) le otorga al discurso una dimensión eminentemente social cuando se refiere a su tipología. Para él, el discurso es el conjunto de usos lingüísticos codificados estrechamente vinculados a un tipo de práctica social, por ejemplo, el discurso jurídico, el discurso médico, el religioso. Para mí, factores tales como lengua utilizada, tipo de letra, fechado del papel, tipo de documento son parte importante a considerar en el estudio de los textos coloniales que los relaciona y permite formar conjuntos de discursos o separarlos para establecer tipologías.
El discurso es la combinatoria de elementos superficiales pertenecientes al nivel sintagmático, considerado como la instancia discursiva, y de una instancia narrativa que se sitúa en el nivel paradigmático, más profundo. La articulación de los niveles superficial y profundo, caracterizados por su isomorfismo, resultan en la expresión discursiva, donde aparecen los significados y sentidos que se quiere transmitir (cf. Greimas y Courtès 1979b: 102 y ss.) y los que se infiltran también. En el discurso, el autor “[…] utiliza la lengua en función de sus propias miras: […] el discurso teje redes originales a través de las virtualidades de la lengua” (Maingueneau 1980: 59). La originalidad de la codificación está limitada, a su vez, por las convenciones lingüísticas y sociales vigentes necesarias para que el discurso cuente con el balance de ambigüedad/claridad necesarias para ser interpretado por su receptor o destinatario. La articulación entre la instancia codificadora, persuasiva, y la instancia decodificadora o interpretativa constituye el eje de comunicación de contenidos en el que se transan significados y sentidos.
De lo dicho podemos deducir que el discurso tiene un valor específico en sincronía que es muy difícil recuperar en diacronía. Esto se debe a su gran capacidad de establecer referencias desde y hacia su propio registro cultural. Este aspecto se hace más evidente y cobra importancia crucial cuando, como en los casos que me ocupan, los discursos se elaboran y circulan dentro de una cultura pero hablan de otra. Todo ello refuerza mi idea de hallarnos ante el resultado de un proceso de producción textual colonial, esto es, de un conjunto documental de lo que podemos denominar la historia de España en América. Este conjunto de textos es el lugar de actualización de la comunicación de los significados y sentidos propios de una relación de poder, en la que los interlocutores,
5. “[…] las unidades de la comunicación discursiva… adquieren un especial carácter interno gracias al hecho de que el sujeto discursivo (en este caso, el autor de la obra) manifiesta en ellas su individualidad mediante el estilo, visión del mundo, en todos los momentos intencionales de su obra. Este sello de individualidad que revela una obra es lo que crea unas fronteras internas específicas que la distinguen de otras obras relacionadas con ésta en el proceso de la comunicación discursiva dentro de una esfera cultural dada: la diferencia de las obras de los antecesores en las que se fundamenta el autor, de otras obras que pertenecen a una misma escuela, de las obras pertenecientes a las corrientes opuestas con las que lucha el autor, etc.” (Bakhtin 1982: 264).
los españoles, hablan de su relación con los que no lo ostentan, los indígenas dominados.
Otro tipo de complejidad aparece al estudiar hoy discursos redactados en el pasado para ser interpretados por unos receptores determinados, contemporáneos al discurso que no fueron tomados en cuenta en su elaboración y que ahora lo leen y estudian. Mi corpus pertenece, entonces, al conjunto de textos identificado como discursos coloniales de la segunda mitad del siglo XVI que están siendo interpretados por académicos del siglo XXI. Dentro de este corpus, los considero como discursos con un fuerte ascendiente histórico, que exhiben interesantes aspectos tanto literarios como lingüísticos.
La utilidad de considerar cada documento colonial como un discurso, completo en sí mismo pero abierto a las referencias exteriores a él, específicas de cada caso, radica en que la teoría del discurso ofrece una serie de herramientas de análisis que permiten investigar los varios niveles del discurso. Desde la perspectiva posestructuralista con la que abordo la teoría discursiva, me interesa sobre manera establecer las condiciones en que cada uno de los documentos de mi corpus fue generado, ya que esos detalles históricos reproducen, aunque sólo hasta cierto punto, el contexto al que cada uno pertenece. El identificar las instancias de producción del discurso permite señalar con mayor precisión las causas de su gestación y las motivaciones de las partes.
Para realizar un análisis extratextual es imprescindible contar con marcos referenciales históricos detallados y precisos, que contribuyan a fijar las variables que se encuentran en el texto. Aun cuando sólo sean los hechos históricos más sobresalientes del texto los que vayan a someterse a estudio, considero que este análisis es valioso por cuanto aporta los factores temporales sincrónicos que permiten establecer la historicidad de las interacciones sociales. Ello permite corroborar la distinción tipológica propuesta. Esta propuesta multidisciplinaria del análisis textual es eminentemente posestructuralista y pretende cubrir ampliamente el corpus.
En vista que el destinatario participa, a través de la concepción que de él tiene el destinador, en la configuración del discurso, debe también estar presente en su definición. La representación del rey, del público lector, del funcionario superior al que se le responde la solicitud de información, hace su aparición en el texto y puede ser refrendada contrastándola con los hechos históricos. Tanto el destinador como el o los destinatarios están inmersos, a su vez, en los contextos sociopolíticos que contribuyeron a que ese discurso se hiciera realidad, generando la necesidad de ello. Los efectos que cada discurso tenga en ese contexto sociopolítico forman parte de ese ambiente, como respuestas o reacciones a los contenidos del mismo. Cada texto funciona como un nodo, como “[...] un punto que centraliza diversos componentes” (Lotman y Uspensky 1990: 413). Un análisis concienzudo debe dar cuenta, también, de estos factores sociopolíticos que se entrelazan con el discurso, durante toda su vida activa.
El hecho de que destinador y destinatario compartan una misma cultura 6 afecta considerablemente el discurso, marcando la forma en que funciona la “referencialización”, a partir de alusiones a las memorias compartidas y a lo tradicional. Los análisis que se relacionan con el referente, sea éste un topónimo, un patronímico, una alusión a un pasado mítico, etc., se encuentran estrechamente vinculados con el pasado cultural que tienen en común. Esto es especialmente cierto cuando se considera, con Lotman y Uspensky (1990: 411), que las culturas quedan definidas por la religión y las costumbres articuladas por la lengua. Esta noción del referente anclado en la cultura en la que adquiere validación es especialmente interesante cuando las instancias entre las que circula el enunciado exigen referencias a su propia cultura al intentar comunicar la cultura del otro o la no-cultura.7 La cultura de quien describe se erige como la cultura referente, mientras que la cultura descrita se mantiene en el lugar de la cultura referida. A su vez, esta referencialización intercultural asimétrica reduce la cultura referida a sólo lo referenciable en la otra; lo que no encuentra un símil, una comparación o un contraste permanece en el campo de lo no comprendido, lo extraño, lo indescriptible y, hasta se podría decir, de lo invisible. Los hechos lingüísticos dan cuenta de que la referencialidad se encuentra estrechamente vinculada al hecho histórico al que alude, pertenezca éste a la cultura referente o a la referida. Si a la primera, es parte del conjunto de conocimientos comunes con el destinatario; si no, sólo le llegan los resultados de las comparaciones con la propia, la compartida.
6. “Entendemos la cultura como la memoria no hereditaria de la comunidad, una memoria que se expresa a sí misma en un sistema de restricciones y prescripciones” (Lotman y Uspensky 1990: 411). (Traducción de la autora). 7. “[…] una cultura orientada principalmente al contenido […] siempre se concibe a sí misma como un principio activo que debe expandirse y ve a la no-cultura como la esfera de su expansión potencial” (Lotman y Uspensky 1990: 417). (Traducción de la autora).
La teoría de la enunciación, que estudia la presencia del autor en su propio texto, nos ofrece las herramientas de análisis que permiten identificar en el discurso los deícticos y otros indicios que marcan persona, tiempo y lugar. Las unidades de sentido asociadas con las modalidades enunciativas detectadas nos permitirán identificar las intenciones del autor con respecto a su enunciatario, así como a otras entidades presentes en el discurso, y también la carga fórica con que inviste los distintos hechos que relata. Esta disciplina nos facilita la labor de estudiar “[…] el lenguaje asumido como ejercicio por el individuo” (Maingueneau 1980: 117) y, a partir de ese uso particular de la lengua, identificar las actitudes que tiene para con el entorno sociohistórico. El objetivo es articular los índices de la enunciación con las condiciones de producción del discurso; es decir, relacionar la interioridad del texto con su contexto extratextual. La situación de enunciación debe verse también como un resultado de las condiciones de producción del texto y como un elemento generador de esas mismas condiciones. La aparición del enunciador en su enunciado nos ofrece pistas para entender y explicar por qué lo dicho aparece y lo no dicho fue excluido; nos aclara los criterios que impulsan al autor a poner por escrito lo dicho y las motivaciones que silencian sus expresiones. Ello nos abre la posibilidad de señalar hechos de censura oficial y, también, de autocensura, así como de explicar motivos de silencio y “olvido” en los textos coloniales tempranos.
Utilizando la teoría de la enunciación comprobaré cómo se representa a sí mismo el autor y cómo presenta a su receptor en cada uno de los textos estudiados. El establecimiento de las instancias discursivas permite su actualización en actores concretos para cada una de ellas. Esta pluralidad de resultados contribuirá a poner en evidencia tanto los efectos de sentido construidos en el texto para ese receptor en particular, como las referencias extratextuales que contribuyen a generar los significados.
Siguiendo la propuesta de “semiosis colonial” elaborada por W. Mignolo, las crónicas tempranas serían parte integral y constitutiva de esta definición:
La semiosis colonial se refiere al ámbito conflictivo de las interacciones semióticas entre miembros de culturas radicalmente diferentes comprometidas, por una parte, en una lucha de imposición y de apropiación y, por la otra, de resistencia, oposición y adaptación. La misma naturaleza de la semiosis colonial […] requiere de un análisis comparativo y una comprensión diatópico (Mignolo 1989: 93).8
8. (Traducción de la autora).
Ahora bien, en el caso de los textos estudiados, la “semiosis colonial” presenta características específicas: no se dan intercambios discursivos entre miembros de las culturas en pugna, entre colonizadores y colonizados. Ello se debe a que el flujo de la semiosis es relativamente horizontal; los colonizadores intercambian discursos entre ellos, acerca de los otros. En este periodo inicial de la presencia española, que en los Andes se da entre 1532 y 1550, sólo contamos con textos escritos por españoles. Hacia fines de ese siglo aparecen las primeras “crónicas mestizas”, aunque también escritas por españoles, como la de Titu Cusi. Habrá que es-perar hasta el siglo XVII para que el Inka Garcilaso y otros escriban sus propias versiones castellanizadas de los hechos. Lo mismo será con los escritos de Guaman Poma y hasta con los mitos de Huarochirí, elaborados por nativos, mestizos o españoles en quechua o en una original mezcla de quechua y castellano. Todos los que escriben sobre los Andes, sean europeos o nativos, lo hacen para españoles en la Península y se dirigen en son de reclamo o de súplica al centro de poder, recorriendo el camino ascendente requerido por la burocracia cortesana, con las particularidades que exigen los contextos coloniales.
El rol pasivo que se ve obligado a desempeñar el colonizado lo limita a ser parte del contenido de los textos: es la “tercera persona”, a quien se describe; se habla del “otro”, pero no con el “otro”. En el periodo colonial temprano no se han dado aún las condiciones que siquiera permitan una producción discursiva susceptible de circular entre colonizadores y colonizados. En el siglo XVI los colonizados no participan de los códigos de los colonizadores; no se les da acceso aún al uso de la palabra castellana escrita, a la que se atribuye mayor prestigio. Expresamente se desestima la enseñanza del castellano e, implícitamente, el aprendizaje del código fonético escrito fuera del ambiente del adoctrinamiento de hijos de “principales”. Ello cancela la posibilidad de un colonizado no evangelizado de convertirse en enunciador ante un público de colonizadores, restringiendo el número, la calidad y la variedad de las “interacciones semióticas” a las que se refiere Mignolo. Más bien, en esta instancia semiótica particular, colonial, sí se constituyen enunciadores y enunciatarios europeos que forman circuitos comunicativos cerrados y excluyentes. Posteriormente, los interlocutores nativos o mestizos tienen que adecuarse a los procesos de comunicación establecidos por los circuitos metropolitanos para poder acceder a establecer relaciones de interlocución que, generalmente, no son autorizadas, y cuando lo son, rara vez son exitosas.
Aunque hemos dicho que la unidad de estudio de la semiótica es el discurso, debemos recordar que esta unidad está formada por subunidades
que permiten análisis más puntuales y acercamientos más específicos a diferentes aspectos. Nos referiremos, especialmente, a lo que las disciplinas que estudian las lenguas han llamado isotopías. Este tema lo desarrolla con mucho éxito, a mi parecer, la semántica componencial, y ese será el derrotero que utilizaré para acercarme a ese semantismo recurrente que aparece a lo largo de un discurso. Las isotopías contribuyen a organizar el flujo del sentido, conformando ejes semánticos por donde discurre el significado al ponerse en marcha varias estrategias, entre las que destaca la recurrencia, la redundancia, el símil, la repetición, etc.
Guiando el análisis hacia lo particular, indagaré sobre palabras específicas que arrojarán luces sobre la comprensión o no de la situación de los primeros años de la conquista y aun de los años previos a la llegada de los españoles. Voy a seleccionar términos que son claves para observar la proyección de la cultura española en las definiciones de los elementos culturales nativos, puntualizando las “exuberancias y deficiencias”9 obtenidas en la descripción de sus contenidos. Volveremos a escuchar la voz de quienes escribieron los documentos coloniales para rescatar de allí, de sus textos, esos hilos significativos que, estoy segura, conformarán madejas de significados que van a diferir de la conceptualización prevaleciente hoy tanto entre legos como entre eruditos.
Antecedentes históricos de los documentos
Las razones de la aparición de cada uno de los documentos coloniales 10 bajo estudio pueden parecer similares en un principio, pero el identificar la combinación de factores y hechos que rodea a cada uno, así como los objetivos de sus autores, mostrará que son diferentes. Al considerar las obras sincrónicamente, cada una se exhibirá como el producto único de su propio momento y de su ambiente, como respuesta a sus particulares instancias de emergencia.
Al analizar un texto sincrónicamente, es muy útil proyectarlo hacia ese punto en el tiempo y en el espacio que le sirvió de ambiente generador y que lo propició, para facilitarnos su comprensión en ese momento específico. Aunque esa conjunción del tiempo y del espacio es irrecuperable, se puede reconstruir, aunque parcialmente, la red de combinaciones entre desarrollos históricos y áreas geográficas donde se encuentran nuestros autores produciendo sus textos. El análisis semiótico, así entendido, se ocupa de “[…] establecer las reglas que le permiten reconstruir la realidad a partir del texto […]” (Lotman y Uspensky 1990: 413). Asimismo, la elaboración de biografías o su enriquecimiento con detalles nuevos ayudan al investigador a correlacionar no sólo la producción textual de cada autor con su momento histórico, sino también la pertinencia de sus motivaciones. El conocimiento puntual de la vida y las relaciones de parentesco, de trabajo, de amistad no sólo nos descubren las redes de influencia de los autores sino que permiten relacionar a las personas con los momentos históricos y establecer qué circunstancias determinaron que se escribieran esos textos explicando, inclusive, las causas de la asunción de posiciones políticas o la defensa de ciertos principios o ideales.
La identificación de las fuentes de cada texto, de sus conexiones con otros documentos y de su uso como fuente de otros escritos será uno de mis objetivos. Pienso que el proceso de producción textual no es de una singularidad lineal que se inicia en un punto de encuentro espacio-temporal y termina en otro. Mis estudios de la producción textual colonial indican que los textos también surgen de la eventual convergencia de varios proyectos que van evolucionando simultáneamente hasta reunirse en uno que es el texto estudiado. Además de ello, he observado que de cada texto emergen nuevas líneas de pensamiento y de producción de nuevos escritos. Se da así un proceso diacrónico en que los textos aparecen como puntos donde convergen corrientes conceptuales prevalecientes o surgen de las necesidades de expresión sentidas por los autores. Desde esta perspectiva temporal, la producción documental colonial puede ser considerada como un proceso en que cada texto es solamente una concretización del autor que obedece a un momento específico de generación. A su vez, cada una de estas actualizaciones del proceso es, por una parte, su continuación y, por otra, el inicio del siguiente texto. No estoy considerando aquí una dinámica temporal acelerada; la velocidad de la producción no es pertinente sino, más bien, su pertenencia a una
9. “En un importante ensayo sobre la naturaleza de la interpretación interlingüística e intercultural, Alton L. Becker (1982) arguye que toda esa interpretación es al mismo tiempo exuberante y deficiente. Las exuberancias y las deficiencias surgen cada vez que las categorías de la lengua del intérprete requieren que algo se añada al original para que le sea inteligible. Una interpretación es deficiente cuando las categorías de la lengua del intérprete no logran dar cuenta de los patrones significativos del original. De acuerdo a Becker, las exuberancias y las deficiencias no aluden a una interpretación deficiente. Más bien, constituyen la condición de toda interpretación interlingüística en los momentos en que las categorías de una lengua no coinciden con las categorías de otra” (Mannheim 1991: 128). (Traducción de la autora). 10. “El texto no es la realidad sino el material para su reconstrucción (y, por lo tanto, para su reconstrucción). Por ello, el análisis semiótico de un documento siempre debe preceder al análisis histórico” (Lotman y Uspensky 1990: 413). (Traducción de la autora).