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LYDIA FOSSA
y otros hechos similares que ellas incluían hayan contribuido a que se les considere como “crónicas”. Cartas extensas, de cien folios o más, no eran raras en esa época, si consideramos que era el único medio, aparte del de viva voz, de comunicarse con otras personas a distancia. Hay que considerar, además, el tiempo que demoraban esas cartas en recorrer tierras y mares, con todos los peligros que ello conllevaba. Cuando uno escribía una carta, sabía que su corresponsal la iba a leer o a escuchar al cabo de unos seis a ocho meses, más o menos. Se acostumbraba preparar varias copias de cada carta y enviarlas en diferentes barcos o encargadas a diferentes viajeros para asegurarse que por lo menos una copia llegara a su destino. Ello nos da una idea del tiempo de preparación y copia que estas cartas requerían. Las cartas, aunque fueran uno de los medios de comunicación más veloces y efectivos del siglo XVI, contenían información desactualizada antes de que hubieran sido terminadas y enviadas a sus destinos. Por ello, y para mantener el flujo de la información, había que escribir muchas cartas y muy largas. La letra con que están escritos la mayoría de documentos del siglo XVI fue siempre un motivo de queja y de protesta por parte de quienes tenían que descifrar los signos y desarrollar las abreviaturas para poder entender lo que esos papeles contenían. Se prohibió el uso de ciertos tipos de letra por real cédula, sin mucho efecto práctico. Se exigió que escribanos y amanuenses escribieran claramente, utilizando la letra llamada cancilleresca, propia de las cortes, una letra menuda con la que se escribía cada carácter independientemente y con muy pocas palabras abreviadas, respetando las separaciones convencionales entre cada palabra. Los empleados de las notarías y escribanías utilizaban la letra llamada procesal encadenada, en la que todas las letras van unidas, para separarse solamente en el punto en el que levanta la pluma el amanuense para mojar la pluma en la tinta o añadir algún adorno o rasgo adicional a la letra. Esto hace que este tipo de escritura sea muy difícil de leer y transcribir. La necesidad de escribir con rapidez y de economizar papel, hacía que los funcionarios legales produjeran documentos que exigían de especialistas para decodificar sus crípticos y abigarrados signos. Estas complicaciones hacen, aún hoy, muy raro el documento colonial que haya sido feliz y completamente trascrito. Hay que añadir a ello las limitaciones en los archivos y otros depósitos documentales, cuyos fondos están lamentablemente expuestos a la humedad, hongos, perforaciones y roturas, además del desgaste producido por el uso continuado de esos documentos en su momento y hasta en la actualidad.
LOS
DOCUMENTOS MANUSCRITOS COLONIALES
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Los formatos que tenían todos los documentos mencionados y las frases que contenían obedecían a costumbres arraigadas y representaban comportamientos cortesanos muy ritualizados. Es por ello que encontramos muchos formulismos en estos documentos manuscritos y observamos que tienen una estructura similar. Guiarse únicamente por los nombres que aparecen en la carátula o primer folio ha provocado la difusión generalizada de datos errados. Muchas veces en esa primera página se escribe la dedicatoria o se indica a qué persona le compete leer el documento y dar su opinión sobre su contenido, su calidad y su eventual publicación. Lo que aparece en las líneas iniciales de esa página, si no está corroborado en las páginas interiores, generalmente se refiere a indicaciones administrativas de circulación interna del documento. Así, no se incluye allí, necesariamente, el nombre y el título de la persona a quien el autor le escribió el documento. Por ello es importante identificar al destinatario dentro del documento y verificar su existencia histórica, buscando reafirmaciones de ello o rectificaciones, según sea el caso. Debe considerarse, también, que muchas veces lo que hoy consideramos un documento único y completo, es en realidad una serie de documentos más cortos que en algún momento de su historia fueron reunidos por considerarse que tenían algún elemento en común. Este factor común puede ser la caligrafía (lo pudo haber escrito un mismo copista), el tema, el momento en que llegó a algún archivo o algún otro motivo tan arbitrario como los anteriores. Además, la unión de estos trozos de texto que hoy para nosotros conforman uno, puede haber sucedido en cualquier etapa de la producción y procesamiento burocrático del mismo. Es necesario, entonces, buscar la coherencia y la cohesión pertinentes al leer íntegramente cada uno de los documentos considerados unidades textuales. Identificar al destinatario a partir de los deícticos de persona, así como las reiteraciones temáticas, resulta muy útil para demostrar esa unidad interna del documento, o, por supuesto, su falta. A veces, son las copias o traslados los que han perdurado, dándose por perdidos los originales. Hemos encontrado también que aparecen manuscritos que tratan los mismos temas desde perspectivas diferentes y otros, que mientras sus contenidos varían grandemente, se observa que han consultado o copiado extensamente textos ajenos. Los documentos coloniales iniciales y tempranos han adquirido la categoría de textos fundacionales para historiadores, lingüistas y otros estudiosos de la presencia española en América y del impacto de ésta sobre las sociedades europeas del siglo XVI. Consideramos que ésta es