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La segunda propuesta de rendición
inútilmente, sin probabilidades de triunfo. Al mismo tiempo, obligándoles a batirse, les dábamos oportunidad para salvar el honor de su país y entrar en hon ro sa y cuerda capitulación". El ataque por mar du ró tres horas (de la una a las cuatro de la tarde) y el de tie rra cinco, porque empe zó a las once de la mañana. Se cambia ron 343 ti ros, 272 por los chilenos y 71 por la plaza. La Covadonga recibió dos bala zos de a 150 que lo obliga ron a di ri girse a Iquique para re pararse, y el Cochrane tu vo muchos golpes en le blindaje y 28 bajas. Las ba te rías de tie rra no sufrie ron daño visible.
A la media noche del 5, Lagos, después de haber estado acampado en el valle de Azapa, con tropas esco gi das y después de dejar encendidos sus fuegos, trepó, sin que se le sintiera, a las lomas que iba a atacar por re taguardia y que dominaban el Mo rro por el orien te. En la tarde del 6, sin embargo, despachó con una última intimación al ingeniero Elmore, quien (según su testimonio) regresó con un papel sin firma donde se decía que los de fenso res de Arica "no estaban distan tes de escuchar las proposiciones dignas "que puedan hacerse llenando las prescripciones de la guerra y del honor".
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En este documento anónimo no había el ofrecimiento de una rendición sino una aquiescencia para entrar en nuevas negociaciones. Podía ser una maniobra dilatoria. Podía ser una expresión de desacierto ante el empleo de un peruano como parlamentario. En el Senado de Chile, Benajamín Vicuña Mac kenna dio a conocer la supuesta con testación en diciembre de 1880. Manuel C. de la Torre y Marcelino Varela, jefes peruanos prisioneros en San Bernardo, se apresuraron a rectificarle. Afirma ron enfáticamen te que ni en el consejo de gue rra de 6 de junio, ni en ningún otro se acordó rendir la plaza. Ningún jefe de Arica firmó nota o documento oficial alguno que expresara tal decisión, y el señor Elmore no era el destinatario lógico de la importante misiva comunicándosela, sino el general Baquedano o el coronel Lagos. El jefe de la plaza o del Estado Mayor hubieran debido aparecer suscribiendo un papel de tanta trascendencia. Agregaron, además, Varela y La Torre, que ni Baquedano ni Lagos esgrimieron el dato enarbolado por Vicuña Mackenna, y preguntaron cómo fue emprendido entonces el ataque en la madrugadad del 7, lo cual implicaba suponer "que el señor general Baquedano y todos los señores jefes chilenos no conocían las leyes de la guerra, lo que es falso, o que conociéndolas, quisieron sacrificar estérilmente la sangre de los suyos".
Manuel C. de la To rre en su par te a bordo del Li ma rí el 9 de junio había an tes expre sado: "El je fe de la plaza, de acuerdo con la junta, se negó a reconocer al señor Elmo re con el carác ter de parlamentario, y le despidió indicándole contestar: 'Que solo estaba dispuesto a recibir parlamenta rios en forma y con arreglo a las prescripciones milita res del caso'".
Elmo re se es for zó en pre ve nir a los je fes peruanos que el ataque vendría por las ba te rías del Es te, como ocu rrió; pe ro no fue creído.
LA SE GUN DA PRO PUES TA DE REN DI CIÓN.- Una carta de Teodoro Elmore a su madre, escrita desde la prisión de Arica, reproducida por Gerardo Vargas H. en su libro citado, ofrece algunos pormeno res sobre la segunda pro puesta de rendición: "Después de dos días en cañoneo y sin esperanza de ver un solo soldado de Mon te ro o de Leiva, con conocimien to de la animación que notaba en la tro pa chilena de arrasar to do, no tu ve incon ve nien te en aceptar la misión, bajo mi palabra de honor. Una explosión de entusiasmo fue mi presencia en el pueblo, tan to más que duran te el día se habían hecho algunos ti ros felices de los fuer tes sobre la escuadra y las ba te rías de la artille ría enemiga. Mi posición, por lo mismo, fue muy difícil en el consejo de gue rra que se reunió; sin embargo fui franco y les mani fes té que si yo hubiese estado con ellos, hubiera participado en primer término de la obstinación que todos manifestábamos; pero que conociendo como conocía, al enemigo, sabiendo que no había esperanza y habiendo apreciado el mérito de la resis tencia por dos días de cañoneo, no vacilaba en pedirles que se fijasen mucho en el fin que se perseguía pues no era otro que salvar el honor, ya satis fe cho. Les expre sé el peli gro en que se encontraban de irritar el espíritu vandálico enemigo y la conveniencia de ahorrar centenares de vidas; terminé diciéndoles que solo les llamaba la atención sobre esos puntos, absteniéndome de ELMORE, EL INTERMEDIARIO
El ingeniero y militar peruano Teodoro Elmore, a quien vemos en esta fotografía, fue capturado por el ejército chileno el 2 de junio de 1880. Los militares chilenos le encomendaron la tarea de convencer a sus compatriotas de rendirse, dada su superioridad en armamento y tropas. En el campamento peruano, Elmore describió la situación del lado chileno e hizo algunas recomendaciones. Los oficiales a cargo, sin embargo, se ratificaron en su decisión de combatir.
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COMBATE EN ARICA. Este enfrentamiento se inició al amanecer del 7 de junio de 1880, con el ataque chileno por la retaguardia. El mapa que aparece aquí (2), dibujado por Camilo Vallejos con datos proporcionados por Gerardo Vargas, muestra la difícil posición peruana. En azul, se observan los movimientos del ejército chileno, y en rojo, los del peruano. También apreciamos el pabellón nacional (1) que flameaba en el Morro de Arica durante la contienda. El teniente Emilio de los Ríos, ayudante del Estado Mayor del batallón de Iquique, logró enterrarlo antes de morir, para evitar que cayera en manos enemigas.