4 minute read
Los chilenos en Arequipa
Un nuevo nombramiento de regidores, siempre incluyendo a Torrico, fue hecho por el gobierno de Iglesias con fe cha 13 de noviembre de 1883, después de que un decre to de 8 del mismo mes, ordenó que se pro cediera a la re novación edilicia de acuerdo con la ley de municipalidades expedida por la Asamblea del Norte.
loS cHI lE NoS EN aRE QuI pa.- Para consumar la obra de consolidar al ré gi men de Iglesias, fortalecido ya por la de rrota de Cá ce res en Huamachuco y por la ocupación de Lima, una expedición chilena salió de Tacna por tie rra en di rección a Moquegua con 2.200 hombres de las tres armas, según cifras oficiales, al mando del coronel José Velásquez. El coronel peruano Somocurcio, del ré gi men de Mon te ro, que había llegado hasta allí, se re ti ró sin combatir. Una división auxiliar con 3.000 hombres partió del Callao al mando del co ro nel Estanislao del Can to y se unió a la de Velásquez en Moquegua. Ambas fueron reforzadas con 1.200 hombres, aproximadamente, también según cifras oficiales. El co ro nel Urriola, al avanzar con sus tro pas desde el centro del Perú, debía desempeñar en la campaña una función complementaria.
Advertisement
Montero, según declaraciones que hizo más tarde a La Prensa de Buenos Ai res, al llegar a esa capital, contaba con muy escasos recursos económicos y tenía dificultades para la manutención de las tropas y de la población de Are quipa. Se gún él, su ejérci to no pasaba de 4.000 hombres de línea (re ducidos a 3.000 pues 1.000 partie ron a unirse con Cá ce res) y unos 5.000 nominales de la guardia nacional; de estos se presenta ron en los cuar te les, de acuerdo con las mismas declaraciones, unos 2.500. El armamento proporcionado desde Bolivia, gracias a la acción del ministro Manuel Ma ría del Valle y a la buena vo luntad del gobierno de Campe ro, no era escaso. Según nota Del Valle al canciller Valcárcel (29 de octubre de 1883) aquel remitió en dos años ocho mil rifles, dos millones de municiones, una batería de cañones Krupp, sables, mulas para las brigadas del ejérci to, más de cien mil varas de te la para uni formar a los soldados y vestir a las guardias nacionales, calzado y hasta recursos pecuniarios en la cantidad en que estos era posible obtenerlos de Campero.
En su avance a Arequipa, los chilenos se apoderaron de las alturas de Jamata de Huasacachi sin combate, pues las tropas del coronel José Godines se retiraron sin combatir. Luego los invasores se movilizaron hasta Puquina, otra posición estratégica, llave de la ciudad que era su objetivo; y los defensores, que habían sido colocados en Chacaguayo, al mando de los coroneles Germán y Francisco Llosa, hicieron lo mismo que sus compañeros, pues se consideraron flanqueados. Al saberse es tos sucesos incruen tos, hubo alarma en la ciudad. El 24 de octubre, el municipio, instado por un grupo de notables, pidió a Montero que no hubiese lucha dentro del recinto urbano. Pese a la enfática declaración del contralmirante, el Consejo de Ministros y un consejo de gue rra de je fes del ejérci to y de la guardia nacional habían opinado por la re tirada. El 25, con vo có Mon te ro en la Plaza de Armas al pueblo para pre guntarle si que ría combatir y pedirle que, en caso afirmativo, se organizase. Surgieron discusiones acaloradas en la ciudad. Mientras se preparaba la re tirada, se pro dujo un motín de la plebe y de la guardia nacional. Fue muer to Diego Butrón, teniente alcalde en el consejo provincial, cuya opinión fue favorable a la paz. Los partidarios de la resistencia acusaban a Montero porque abandonaba la ciudad, y los de la capitulación porque la exponía a los vejámenes del enemigo. Montero recorrió los cuarteles y fue recibido con demostraciones hostiles; en uno de ellos fue víctima de una descarga que le atrave só el quepí y ma tó a uno de sus ayudan tes y va rios soldados. Con una pequeña comitiva, se reti ró en di rección a Pu no, no sin afrontar un ti ro teo en Chiguata. También se alejó el general César Canevaro, a quien algunos quisieron entregar el mando en aquellas horas de excitación para que di ri giera la re sis tencia. Mon te ro pasó a Bolivia y de allí siguió a Buenos Ai res y más tarde a Europa; tuvo tiempo de delegar la función presidencial en el segundo vicepresidente, general Cáce res (28 de octubre de 1883). PARA CONSUMAR LA OBRA DE CONSOLIDAR AL RéGIMEN DE IGLESIAS, fORTALECIDO yA POR LA DERROTA DE CáCERES EN hUAMAChUCO y POR LA OCUPACIÓN DE LIMA, UNA ExPEDICIÓN ChILENA SALIÓ DE TACNA POR TIERRA EN DIRECCIÓN A MOQUEGUA CON 2.200 hOMBRES DE LAS TRES ARMAS, SEGÚN CIfRAS OfICIALES, AL MANDO DEL CORONEL JOSé vELáSQUEZ.