PLUMA FANZINE
Vol.5
A Tiago Almança y Guillem Arderius por refrescar el diseùo de la revista
PRÓLOGO Escribo este prólogo a contrarreloj para enviar la revista a imprenta, y como no hemos hecho más que resurgir de nuestras cenizas, volver a nacer, resucitar, o como quieran llamarlo, y ya que la mayoría sois nuevos lectores, no tengo más remedio que contaros un poco sobre Pluma, y sobre por qué narices nuestro ‘primer número’ es el volumen 5. Pluma nace de la curiosidad de un estudiante de filología que asiste cada día a sus clases y observa a sus compañeros con detenimiento durante meses, cómo opinan, discuten, teorizan sobre obras, sobre difuntos autores y movimientos literarios, y se pregunta si hay en ellos un verdadero interés en la literatura más allá de los libros que incluye el temario, y no solo eso, sino también si cuando no están escribiendo trabajos soporíferos sobre el teatro de Moratín o las rimas de Bécquer, se animan a escribir algo por su cuenta, y sobre qué escriben y qué palabras usan, y si es poesía, ¿son tan pomposos como el susodicho? Así que se anima a hacer esta revista con su amigo, el que estudia humanidades, y que tiene parecida reflexión en su cabeza, y le pregunta a sus colegas que tienen pinta de escribir que se animen a participar, y así junta seis textos en lo que a día de hoy sigue siendo el vol.1 de Pluma, que se publica online. Luego, tras mucho boca a boca y unas cutres pegatinas pegadas en los lavabos de varias universidades se publican tres volúmenes consecutivos cada tres o cuatro meses,
cada vez con más colaboradores y con más textos recibidos, siempre online, y siempre imprimiendo un par de ejemplares para sí mismos. Entonces llega el momento en el que la motivación decae, los editores no reciben textos que complazcan sus gustos, que no quiere decir que sean buenos o malos, y se decide poner punto y aparte al proyecto. Pero ahora Pluma resucita, con un nuevo diseño, más accesible, más bonito, para seguir dando bombo a escritores amateurs, sí, a nosotros, a nosotras, que no nos aguantan ni en la cuenta de insta que tenemos exclusivamente para nuestros textos, porque en Pluma os recibimos con los brazos abiertos, os queremos, queremos a esa gente que sigue teniendo el coraje de escribir, y sobretodo creyendo que aún hay algo que vale la pena escribir. ¡Viva la literatura y los escritores amateurs! ¿Qué me has llamado? ¿Escritor ama… qué? Que yo he publicado en Pluma, qué amateur ni qué amateur… Anda, déjate de prólogos e historias y déjame leer.
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ISMAEL MAIMOUNI Figurantes 18
KARLA DANAE PÉREZ MIELGO Dánae 20
DES Néctar: Nombre Masculino 22
MARIA S. Sin título 24
DUC DE GOMORRA Superhombres 26
LAURA DOMÍNGUEZ Adhesivo Deseo 30
DIEGO ROSADO El hombre que no hacía nada
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GONZA “Dios me perdone”, que yo aún no lo conseguí 38
MOCGROC Passejar al rumiar 40
MARIA TOLDRÀ Beatriz 42
NÚRIA GARCIA-ARBÓS Descripció 1 44
CARLOTA NIETO Frontera: México—Guatemala 46
IRENE RUIZ PLANELLA Raíces 49
CÁNCER MONROVIA Una noche en Gracia
ISMAEL MAIMOUNI Figurantes ACTO PRIMERO Planteamiento J Taberna Si bien es cierto que no siempre debe juzgarse a un libro por su portada, sí que es posible esbozarse una idea general de qué se hallará en el interior de un local por el aspecto de su entrada. ¿Es fácil verlo desde la distancia o debe uno saber qué busca? ¿Cartel bien iluminado? ¿Algún fumador frente a la puerta? ¿Existe puerta como tal, siquiera? El tipo de establecimiento varía en función del momento de la velada, por lo general. El acto introductorio de todo sábado noche –en mi caso al menos– suele desarrollarse en alguna taberna relativamente moderna, con puerta acristalada que deje entrever el ambiente jovial de su interior. Umbral que normalmente descansa bajo un cartel con un diseño visible a varios metros y de cierto atractivo estético, resaltado con un par de luces que lo hacen nítido por densa que sea la oscuridad nocturna. Bajo el rótulo, en la misma acera anexa al portón, suelen aglutinarse algunos de los muchos figurantes con los que uno se cruza en el transcurso de la noche. Estos extras fumadores se ganan el rudo apelativo que en ocasiones se emplea de “hacer de bulto” a pulso en su sentido más literal. Suelen configurarse como un verdadero tapón cárnico 9
y humeante entorpeciendo la fluida circulación de personas y mercancías. De hecho, en alguna que otra ocasión suben ligeramente de estatus en el reparto al tener que interactuar dialécticamente con ellos para que se aparten de allá. Todo local nocturno tiene su hora óptima de entrada. En el caso de este primero suele ser la medianoche. Si se espera algo más es bastante improbable que uno logre butaca en esta perpetua representación y deba permanecer de pie. Algo engorroso de vez en cuando pero que facilita la labor de pedir cualquier brebaje, ya que se está justo en la barra. Hasta en la función más mediocre pueden vislumbrarse atisbos de genio. El tipo de barman conjuga muy bien con el momento dramático en que se halla la noche. El camarero de esta primera parte es afable, atento con sus parroquianos e incluso se esfuerza en ofrecer una sonrisa medianamente sincera cuando haces tu pedido. Una cerveza suele ser la utilería a la que recurren la mayoría de personajes. Para suerte de una composición estética algo más rica en matices, en este tipo de locales no andan faltos de cervezas de todo tipo. De ese modo los coloridos focos reflejan diversidad sobre las copas del reparto. Llega el momento de darle un par de tragos a tu pedido para hacer algo más liviana la espera. No de cualquier modo, la conciencia sobre la acción desempeñada se despierta aquí de un modo inaudito. El gesto de dar un sorbo debe hablar por sí solo. Debe transmitir si uno espera a alguien o está solo. Debe destilar datos sobre su estado civil. Todo gesto es susceptible de poner sobre la mesa el sex appeal propio. Siendo beber la actividad más recurrente en un bar, no podría ser menos. 10
Se abre la puerta –el público la ve en el forillo izquierdo– para la entrada de un personaje principal. Se sitúa a mi lado. Es el momento de las presentaciones. Hablamos, desvelando a los potenciales espectadores las vicisitudes que pasamos ambos en nuestros puestos de trabajo. Constatamos también el pesimismo que pesa sobre nuestras espaldas con respecto al futuro cercano. Palabras sin demasiada carga. Esta primera conversación dibuja poco más que un borroso boceto de los protagonistas. La atención al detalle revela algo más de información. Miradas. Juego de distancias. Gestos. La facilidad con la que consumimos las tres primeras rondas. Nos animamos y nos acercamos al futbolín, microcosmos dentro del sistema más grande que conforma el bar. Goza de un lenguaje propio, incluso de un modelo de representatividad único. El juego entre los personajes principales ayuda a esbozar algo más el cómo son. Mi contrincante tiene un estilo tremendamente agresivo, enérgico, vivaz y fundamentado en el ataque. Por mi parte priorizo la defensa, busco el momento, el hueco. Soy oportunista, casi cobarde. El público sabe algo más de nosotros, de nuestro modo de comportarnos. El coqueteo durante la partida también deja entrever las intenciones y cuál será el móvil de la trama. La premisa más antigua y reutilizada de todas. Nada vende más que la tensión sexual. Comienza a ser tarde. El tiempo escénico transcurrido pide a gritos un cambio de acto. Convenimos ir a la sala de baile/karaoke que hay a un par de calles. Un cambio escenográfico nunca está de más, en el peor de los casos sirve como pequeño impulso a la atención del auditorio. 11
Vamos a por nuestra ropa de abrigo. Falta algo de interés, de conflicto, de disputa. Es el momento perfecto para que entre un tercer personaje en escena. Amigo mutuo de ambos. Con intereses e intenciones similares. Nos comenta que iba a retirarse, el grupo de figurantes con el cual ocupaba la mesa cercana al telón americano debe marcharse pronto. Mi acompañante lo invita a sumarse a nuestro plan, en actitud juguetona. Ya tenemos un primer punto de giro que complica las cosas. Un golpe para confundir expectativas. La noche cobra algo más de interés.
ACTO SEGUNDO Nudo Okay! Karaoke La entrada de este segundo escenario sigue siendo visible, no está excesivamente escondida, aunque no invita a su visita de un modo tan transparente. Debe cruzarse un pequeño patio interior en el que fuman los extras de este espacio. La edad media crece con respecto al anterior entorno. La demacración también. Cruzamos la opaca y pesada puerta metálica que permite el acceso. Estamos a medio camino entre la madrugada y el amanecer. Una pequeña pista musical recibe nuestra entrada en escena. El cuerpo de baile nos deleita con un número musical. Se percibe coordinación en mitad del caos. 12
El alcohol y una dosis moderada de droga afinan el sentido del ritmo de los bailarines, inmersos en una espiral de ritmos primitivos. Nuestro tercer personaje siembra la posibilidad de sumarnos a la coreografía. Aún no es momento, antes necesitamos un primer momento musical algo más contenido. Todavía necesito algo más de alcohol para acabar de caracterizarme como bailarín. Quizá hacia el clímax. Nos acercamos a la barra. Esta camarera no se muestra tan jubilosa como el barman anterior. No es excesivamente agresiva ni tiene una actitud despreciativa, simplemente es seca. Funcional. Quizá con el reparto de la compañía habitualmente sitiada allá es algo más cercana. El precio del alcohol crece exponencialmente con el avance de la noche y el hundimiento en tugurios de mayor profundidad. Pero todo actor precisa de materia prima. Subimos unos escalones que nos alejan de la pista del proscenio. Nuestra escena se focaliza en una pequeña sala de karaoke en la planta superior del local. Allá unos cuantos coristas esperan a su turno mientras un dueto disfruta de su momento de protagonismo. Bajo el foco, un par de mujeres algo maduras, bien arregladas al inicio de la noche pero que a esas alturas muestran claros síntomas de desgaste escénico. Finalizan su peculiar versión de Sobreviviré de Mónica Naranjo con un lamentable desgarre tonal, permitiendo escepticismo sobre cómo han sido capaces de abrirse paso. Un aplauso sincero y animado de su público les hace creer que realmente han aguantado el tipo. En esa pequeña burbuja se gesta una complicidad de recepción eufórica y positiva de las interpretaciones de tus compañeros. Atrévete 13
a ser sincero y quizá lo sean también cuando sea tu turno. Aplaudir como hooligans forma parte del papel. Sube tras ellas un hombre tan entrado en carnes que me referiré a él como Señor. El Señor tiene incluso cierto hueco de relevancia en el Dramatis Personae de la jornada. No Señor 1, ni Señor 2. Señor a secas. Es meritorio, a su modo. El tercer personaje principal que nos acompaña aprovecha para susurrar comentarios jocosos sobre la “fauna” de ese particular ecosistema. Pasando por alto el hecho de que nosotros también formamos parte del safari. Su estrategia como personaje parece funcionarle, ya que la trama romántica con quien a priori convine yo la noche se sitúa algo más a su favor tras las risas complacientes a sus chistes. El Señor compensa sus desarrapadas pintas con el porte con el cual afronta su actuación. La actitud, la fuerza del gesto y la magnitud de la pose eclipsan siempre cualquier vestuario o aspecto físico que pueda tener un actor. Si él cree lo que hace, vive la acción, es imposible que el público perciba otra cosa. El Señor encandila al auditorio con su profunda voz rasgada tras años de carajillos mañaneros y quintos nocturnos. Su interpretación sacude nuestras almas. Resucita por unos minutos a Camilo Sesto para premiarnos con un concierto privado. Si fuera capaz de ello, lloraría conmovido. Pero en mi libreto no hay acotación al respecto. El aplauso es de una solemnidad impropia de un lugar así. Sin gritos vulgares esta vez. Ningún silbido cacofónico. Bravos sinceros y un grave y atronador aplauso. La envidia del Liceo. Llega nuestro turno. Dos micrófonos para tres peces 14
fuera del agua. Un pequeño gag físico para repartirlos. Siempre va bien tener cierto relief cómico. Si no el segundo acto puede llegar a hacerse soporífero. El tercero a bordo y yo compartimos uno de los micros. El sujeto de nuestra disputa velada tiene el suyo propio. Cantamos Un beso y una flor a pleno pulmón, con la creencia de que contra más gritemos mejor lo haremos. Es una canción preciosa interpretada por una voz inigualable. No tenemos reparo en destrozarla. El aplauso esta vez es más tímido. No conocemos a nadie. No aparecemos en su listado de personajes. Somos poco más que atrezzo barato ahí dentro para ellos. Para nosotros son figurantes indispensables para recrear la atmosfera de la particular obra que improvisamos sobre la marcha. Mi vejiga pide auxilio. Acudo a bambalinas en busca del baño, saliendo de escena un momento. Baño de suelo pegajoso y sin pestillo. Meo aguantando la puerta con una pierna estirada. Preparación física necesaria en el oficio. Entro en escena de nuevo para el último cuadro del acto. El conflicto debe crecer. Necesitamos cierta crisis que empuje la trama hacia el tercer acto. En caso contrario no habrá clímax. La tercera rueda sigue avanzando veloz y aventajándome. A pocos centímetros de mi potencial pareja nocturna. Roces. Manos entrando en contacto. Momento perfecto para que mi personaje intervenga. La última réplica previa al último cambio atmosférico. Es hora de bailar.
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ACTO TERCERO Desenlace VortX Un par de horas para el amanecer. La duración del espectáculo comienza a recordar a Hamlet. Ya incluso la sala de baile/karaoke ha cerrado. Encontrar un nuevo sitio es ya una labor desafiante. No quedan entradas visibles. Todo es subsuelo. Naves industriales. Una persiana llena de grafitis. Una escotilla para cartas que se desliza tras un par de golpes de nudillo contra el metal. Ojos inquisidores tras ella. Se abre y entramos, no sé muy bien por qué. Un hombre rapado, tatuado y robusto nos recibe. Requiere nuestro pedido. No con sequedad serena. A esa hora no existe la interrogación. Nos exige una respuesta, y rápido. Esperamos nuestras cervezas y sentimos ojos clavados desde el palco. Una zona a modo de balcón interior en un piso superior que da justo a la barra. Miradas hostiles. Espero y deseo que tan solo se trate de más figurantes, ahí puramente para aportar riqueza plástica a la puesta en escena. Me aterra comprobar que tengan alguna réplica más abajo. Unas escaleras angostas nos conducen al nido de ojos violentos. Inquieta tranquilidad ante la nueva situación escénica. Los nuevos personajes son poco más que piedras y árboles. En este momento de la noche el punto álgido de las drogas ya ha pasado, la mayoría de extras están en caída libre. Colgados como trapecistas. Un nuevo cuerpo de baile, totalmente minimalista. Más bien una acción performativa. La falta de coordinación con 16
el metal duro que suena complica la posibilidad de categorizarlo como danza. Contoneos arbitrarios. Miradas perdidas. Nuestro amigo enchufado siente la llamada de la naturaleza. Buen momento para un foco cenital. Mi intento de cita y yo nos acercamos. Ahora toca una pieza musical con coreografía para dos. Choque de lenguas. Violento, feroz, hambriento. El alcohol anima las manos más de lo normal. Una acotación no prevista. Humedad. Se acerca el clímax. Vuelve nuestro mutuo amigo sin que nos percatemos. Estamos inmersos en nuestros respectivos papeles. Nos susurra una sugerencia al oído. Una situación escénica no contemplada. Más interesante que el final binario al que nos vemos abocados. Propone un epílogo. Sin focos, sin espectadores, sin figurantes. Sin líneas de diálogo. Solo improvisación.
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18 ceso de existir.
sedienta
la mordedura, amarilla y gris
Mi garganta quiere gemir,
de tus labios querría tragar tus palabras.
pozo de mi reflejo maldito
De mis labios negros mana agua fresca,
consume mi carne.
que en mi torre de hueso y marfil
Es la tristeza
KARLA DANAE PÉREZ MIELGO Dánae
IlustraciĂłn de Karla Danae PĂŠrez Mielgo
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DES Néctar: Nombre Masculino 1. Sustancia líquida dulce que se encuentra en el interior de algunas flores y sirve de alimento a los insectos. “las abejas liban el néctar de las flores; algunas plantas carnívoras crecen en lugares donde el agua es abundante y por medio del néctar, situado en el borde de una especie de prolongaciones en forma de trompeta, atraen al insecto; el colibrí tiene el pico muy largo y fino, lo que le permite alimentarse de néctar”, definición de Google.
La parte de mi cerebro que no funciona es esencialmente aquella que controla el factor lógico y relacional. He tenido largas conversaciones con mi terapeuta sobre lo que implica no saber si en una relación busco cuidados o validación. ¿Qué ocurre si ambos deseos se mezclan? Pues pasa que los hombres de mi vida han huido de ella. Podría culpar a mi padre o la falta de él. No hubo ningún momento clave en esto; no tengo recuerdos de haberlo visto marchar. No cogió la maleta ni me dio un beso en la frente ni la luz del comedor se tiñó de un color oscuro, creo que habría sido más fácil entenderlo si hubiese sido así. Yo no he estudiado psicología, pero en retrospectiva creo que me hubiese ayudado a entender los finales de manera mucho más coherente y práctica. En vez de eso, no creo que en la vida haya líneas claras, no creo que haya algo que delimite 20
lo que supone que es un principio de aquello que no lo es. Nosotros intentamos fingir que no y decirnos que el día que el día que besamos a nuestra expareja es cuando empezamos a salir y justo el momento en el que nos dimos cuenta de que ya no le queríamos es cuando acabó todo. ¿Qué pasa con el resto? Me refiero a que si yo rompo contigo y te digo que ya no puedo sentir nada más, porque físicamente estoy vacía, ¿es ahí cuando algo se rompe? ¿O es justo cuando me di cuenta de que me molesta como masticas? Y si sin embargo eres tú quien me deja vacía y sentimentalmente sola, en ¿qué momento estoy gestionando la superación? Me gustaría saberlo ahora, no sólo porque soy lo bastante joven como para rectificar. No puedo crear un corazón nuevo, no sé generarlo y este está un poco al límite de explotar o chorrear en el suelo del comedor, dejando gotas en el mármol blanco de la cocina, manchando todo el espejo del baño. Puedo sentir cómo se contrae. Esta una metáfora bastante pobre teniendo en cuenta que se supone que paso todo mi tiempo escribiendo.
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MARIA S. Sin título No conservo muchos recuerdos de mi madre. Apenas recuerdo sus gestos, sus dejes o el baile de sus manos al abrocharse los botones del abrigo, y por supuesto que no recuerdo su voz ni la combinación exacta de colores en sus ojos,(si es que alguna vez llegué a fijarme lo suficiente para catalogarla). Lo que sí recuerdo son sus sonrisas. La primera, mayoritaria y abundante, es la sonrisa de la foto que tengo en el salón al lado del sofá, risueña y alegre, dando la mano a un yo infantil que intenta distraído coger una piedra del camino. A veces, también viste la sonrisa de su foto de la comunión (esa que escondía en uno de sus álbumes de fotos al lado de su primer cuadernillo rubio), la de niña buena y un poco pilla, que no puede mantener un secreto más de cinco minutos. Y en otras ocasiones, lleva puesta la sonrisa del último fin de semana en la playa, un poco cansada, al lado de un pino, sobre el césped ralo mezclado con arena y el pelo ondeando al viento tapándole los ojos. Pero algunas afortunadas veces lleva puesta la cuarta, la sonrisa de los domingos. Ésa es mi favorita. Es una sonrisa camaleónica, cambiante, como las olas del mar en primavera. Es oscura al principio, apenas distinguible como tal, con el toque naranja de las bombillas halógenas de la campana, y empieza a cocinarse al prender la radio, con el toque metálico aterciopelado del saxofón y el sonido de la lluvia contra un cuenco de aluminio. Se apaga 22
poco a poco durante la noche, y cuando me levanto, ruge con la violencia blanca y limpia de la luz del día. Ahí también es roja y muy muy brillante, y aunque empieza siempre melancólica, un poco triste e irónica, enmarcada por alguna lágrima fugaz que la dobla, la estira y la deforma, enseguida baila y chisporrotea, como un saltamontes. Y no harta con ello, al respirar, se vuelve casi efervescente. Ya no grita con la violencia de la mañana, sino que se ríe a carcajadas que nos buscan por toda la casa, y nos mantienen en tensión, expectantes, porque siempre, siempre termina así. Con una caricia en la mejilla, un beso en la sien, y una cuchara en la mano, desde la que me veo boca abajo, sonriendo alegre, un poco pillo y salivando.
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DUC DE GOMORRA Superhombres Están ahí, acechando, haciendo sus vidas discretamente o cargando fama donde quieran que vayan. Están en las terrazas y también en las cocinas. Hoy de seguro que te has cruzado con varios de ellos. Estrictamente ineludible. Hasta se harán pasar por tus amigos si es necesario. Porque ellos son así, de tal manera que cualquier cosa que hacen aspira por encima nuestro. Ellos son los superhombres. Más enérgicos, más carismáticos. Con sus ráfagas de labia poco ingeniosa pero constante. Te acaban fascinando como la llama de una hoguera, y paralelamente también se consumen ellos mismos. No tienen tiempo para reposar, son todo acción y ya morirán cuando solo sean hombres como nosotros. “Vive rápido, folla frenéticamente, conduce veloz y gasta desmesuradamente”. Este es su rezo mientras hacen su momento todo aspirando ese polvo blanco. El amargor en la garganta y la insensibilidad en los dientes les recuerda que miran desde arriba. ¿El consumo de droga provoca un exaltación "ficticia" de la vida privada y un suicidio de la vida social? Pues no lo sé. La interpretación de la realidad la hacemos en nuestro cerebro, alterar nuestra percepción y respuesta a los estímulos no lo hace más irreal que quién se rodea de gatitos y color rosa y posters motivacionales. Mientras nosotros perdemos el tiempo actualizando las fotos y las noticias del día, ellos, los superhombres, imperan el día a día tomando la iniciativa, tocándose nerviosamente la 24
nariz y haciendo muecas con la mandíbula. No saben de consecuencias, por esa razón mezclan el ron con coca cola zero y palían la resaca con analgésicos y más alcohol. Vosotros los cocainómanos os vais a comer el mundo mientras nosotros hacemos una prolongada espera en los baños de la discoteca. Y sin digerirlo lo vais a cagar, y es tarea de los hombres, nuestra tarea, tragar esa mierda y recomponer el mundo. Y pensamos que no ha sido para tanto mientras en la fiesta nos convocamos entorno a vosotras, os reímos las gracias y os ofrecemos bebidas. Los superhombres no te lo van a contar si no te das cuenta. En mi aspiración a superhombre deguste estos privilegios en mi ética como plato que me produjo indigestión y ahora solo como su mierda ya digerida. Ayer estaba rodeado de ellos, era como mirar la cordillera del Himalaya. Y no tengo claro por qué se esfuerzan tanto en que vuelva a opositar a superhombre. Quizás quieren descubrirme las maravillas de ser un semidiós o simplemente se sientan menos culpables compartiendo la carga del pecado.
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LAURA DOMÍNGUEZ Adhesivo Deseo Ya hará semanas que me contaste la historia. Una mujer que su nombre empezaba por A y le hablaban los grillos. El resto no lo terminaste y espero que algún día me lo acabes de contar, porque ahora soy yo quien se encuentra a los grillos en sus cajones de cuarto infantil. Parece que murmullan cosas que no sé si realmente hice, pero que me daría vergüenza recordar. Volver a casa de los padres después de un tiempo en la ciudad, implica ese tipo de encuentros desagradables. Por un tiempo dejas de ocupar el cuarto lila, y lo que en su día fue encantador se queda estático y sin hacer ruido, esperando. Podrían quedarse los malditos libros donde están, como lo han estado haciendo por estos años; pero como entenderéis, tener esos cuatro libros dedicados en la estantería justo encima del cabezal, no ayuda en lo de volver a tener un espacio reconfortante. Llevo días que imagino el recorrido de una bolsa pesada llegando al contenedor de basura, aunque por pereza o bien miedo, no doy fin al retorno de esas botellas lanzadas al mar. Por suerte, no se limita la nueva situación en esos dolores de cabeza repentinos. Escribo a mis amigas, de vez en cuando. Me cuentan que en verano iremos a la playa, que aún hace frío para eso, aunque ya se están empezando a poner de biquini. Es bastante excitante reconocerse en esa ilusión por hacer algo, que te brillen los ojos y sólo salgan 26
chillidos alegres de la boca. La ilusión es la sensación que más me gusta de todas, porque por unos momentos – naturalmente le sigue un leve declive del ánimo – sólo existe placer y ganas. Ha llegado el final de abril, los pájaros se escuchan hasta la tarde y ya no se pierden los calcetines entre las sábanas. Me visto con mi mejores guantes, cojo la tierra, la saco y la meto en una bolsa de plástico verde, al otro lado deseo que en unos meses salga una bonita buganvilia. Descubro que sólo tengo energía para jugar: el principal entretenimiento de estos días es hacer esculturas de sal. Y aunque las instrucciones aparezcan en libros de manualidades para niños, tengo las manos cortadas de manipular granitos de sal mezclados de agua y harina. También corto las fresas en capas que ahora son más finas que nunca. ¡Qué buenas están las fresas! Me siento en el suelo, repetidamente, pensando en abrazarte por detrás y ver cómo te las comes de mis manos, esperando. Que nos suban las hormigas encima, para esconderse en nuestras cabezas asegurando que nunca estaremos solos del todo. Volver a casa de los padres después de un tiempo en la ciudad también hace que nos miremos con ojos enternecedores, de esos que llegan a hacer daño. Y cuando las sorpresas parecen haber ocupado otro lugar, nos sorprendemos al compartir chocolate y cervezas. Es fascinante cómo nos vamos acomodando, pero tú. Nos vemos con luz demasiado luminosa o tan oscura que sólo puedo ver mi rostro, y pienso qué cara tan extraña tiene y eso que te la he visto más cerca que nada. Y aunque no me acaba de entristecer, ni me hace desear mi cuerpo al lado de un hoyo; por las noches busco consuelo en una señora risueña que habla 27
por la radio, al menos asĂ aparece en la foto promocional. Desconozco si se debe a la flojera del momento o es que hay infrasonidos con las palabras del amor, pero me acabo durmiendo. Una cama estrecha y larga, justo encima de otra igual y vacĂa.
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DIEGO ROSADO El hombre que no hacía nada La historia comienza con un zoom-out de los dedos de nuestro personaje principal sosteniendo un cigarrillo a medias. La cámara se queda quieta haciendo un plano general del chico en un banco. A lo alto de una montaña mira la puesta de sol. En mi opinión esto es muy de película americana. Imagínate la escena en glorious technicolor. Aun así, seguiré contándolo como el autor me ha dicho que haga. Nuestro personaje mira al horizonte y fuma tranquilamente. Debemos encontrarnos en un caluroso día de abril. Realmente no tan caluroso, pero lo suficiente como para poder estar al atardecer en la calle sin pasar frio disfrutando de las vistas desde tu montaña local. El chico que observamos es Pedro, y es el protagonista de esta historia. Como todo buen escritor me ha dicho que al principio debo narrar que hace Pedro durante su vida. No entiendo bien bien que quiere decir con eso, si este chaval no hace nada, pero como es mi trabajo lo voy a hacer. Ejem, (sonido de calada al cigarro), Pedro era un chaval totalmente normal. A veces quedaba con sus amigos en el parque y bebía algunas litronas como cualquier otro chico de dieciocho a veinte años. En esas tardes que se convertían en noches no ocurría nada fuera de lo normal. Algún que otro vomitaba, siempre había alguna pareja que discutía y otra que 29
se iba a casa rápidamente a la cama, otro amigo se iba a los matorrales con alguna chica a la que acababa de conocer y así se sucedían para Pedro todos los fines de semana. La escena que he descrito al principio corresponde a ese parque, pero hoy martes, la mitad de sus amigos están estudiando o trabajando y Pedro tiene que pasar la tarde solo sentado en el banco. Otra de las cosas que hacía nuestro personaje era pasear por la mañana a su perro. Realmente no era suyo, era de su madre. Mientras ella trabaja él suele darse una vuelta por el campo detrás de su casa. Estas caminatas con el perro no le gustan mucho pero así hace algo y el tiempo hasta la hora de comer pasa más rápido. Después por la tarde se tira en el sofá y mira algún documental de animales o alguna serie repetida infinitamente en los típicos canales que solo emiten sitcoms. Si lo que dan en la tele ya lo ha visto demasiadas veces o está especialmente vago, navega por los infinitos video basura de Yotube, algún directo que otro, mira las historias de Instagram y, si tiene mucha suerte, consigue dormir una siesta. La vida de Pedro no es muy interesante, más bien es aburrida, cada vez entiendo menos los personajes de las novelas modernas, pero bueno como dicen el trabajo es bueno, y hoy en día poder vivir de ser narrador no es fácil. El personaje es realmente una persona perezosa. No en el sentido de alguien vago quien tiene su habitación desordenada o quien deja la ropa sucia por medio. Podría describirse mejor su estado como un hastío por la vida. Como a cualquiera a veces se le caen cosas al suelo, un boli, un calcetín a la hora de colocarlo… Pedro nunca lo recogía al momento. Una vez se le cayó un boli mientras estaba 30
haciendo la lista de la compra que su madre la había ordenado. El boli se cayó. Con un plano contrapicado vemos como Pedro lo mira y mantiene una expresión impasible, neutra, nula. Deja el papel en el que escribe la lista encima de la mesa de la cocina y va a encender asomarse al balcón a ver quién pasa por debajo. Media hora después vuelve a la cocina y recoge el bolígrafo y acaba de hacer la lista. Esta actitud es la misma que tiene frente a la comida. Normalmente pensamos que comer es uno de los grandes placeres que hay. Quien dice que comerse un buen bistec con patatas no es placentero, o una hamburguesa con su mayonesa mostaza y su cerveza al lado. Pedro no piensa esto. Pedro se ha quedado más de una vez sin comer por el simple hecho de tener que cocinar. Otras veces come, pero como le da tanta pereza tener que masticar y pasar diez o quince minutos haciendo algo que le aburre coge un tomate de la nevera, un quesito, se los come, bebe un vaso de agua y con eso da por concluida su comida. Lo mismo piensa de ducharse. A mí me parece que es un guarro, pero el escritor dice que no es que cuente lo que me ha dicho y ya veré que no tiene que ver con la limpieza. No podemos decir que Pedro sea un chico guarro, se ducha habitualmente, se afeita lo necesario. Se pone desodorante. A veces se hecha colonia. Tampoco es alguien que vaya hecho un pincel, pero se mantiene siempre presentable, algunos días más que otros, pero lo consigue. El problema que tiene nuestro personaje es que ducharse le parece perder el tiempo. Todo lo que considera que se lo hace perder le da pereza. —¿Porque coger el boli del suelo? Ya lo cogeré después y acabare la lista cuando tenga ganas—. Por esta ética se movía pedro. 31
Lo que me da este escritor para explicar cada vez me sorprende más, (sonido de sorbo a una copa con hielo). Otra de las cosas que le cuesta muchísimo esfuerzo a Pedro es hablar con la gente. Con esto no quiero decir que sea un maleducado y no diga hola y adiós. El problema es transmitir información, tener que hacer el esfuerzo de crear oraciones y explicar una idea o determinados hechos o proyectos de futuro. Si tal vez solo tuviese que decir lo que piensa sería diferente, pero Pedro sabe que siempre hay una respuesta que le hace seguir hablando, y eso es lo que le molesta. Las preguntas son las que acaban con él. Cuando le cuenta a su madre que mañana va a salir lo pasa mal porque después de que él le diga —mañana voy a salir—, su madre le pregunta —¿con quién?, ¿a dónde vas?, ¿cuándo vas a volver?, ¿qué vas a hacer?— Y por esto la mayoría de veces Pedro le dice —mañana salgo— y rápidamente desconecta del mundo y se mete en su habitación o sale por la puerta de casa. (Sonido de calada a un cigarro) desde mi humilde punto de vista este chaval esta chalado (exhalación), no sé porque es el personaje de la novela, pero la verdad es que cada vez entiendo menos a estos escritores (calada al cigarro y exhalación). Lo que sobretodo debe de quedar claro, y esto son palabras del escritor, es que —Pedro no es un nini ¿lo entiendes?— Yo simplemente soy un mandando asó que si lo dice el autor va a misa. Pedro no es un nini porque ha estudiado bachillerato, ha trabajado varios meses, y lo que hace ahora es nada. Con el dinero que ha ahorrado se va manteniendo, comprando sus paquetillos de tabaco, sus litronas, de vez en cuando alguna botella de alcohol duro o un poco de marihuana, 32
algunos libros por aquí, algún paquete de condones si cree que va a tener suerte con alguna chica, va poniendo gasolina al coche cuando su madre se lo deja vacío, va al cine de vez en cuando, se compra algo de ropa a veces, lo típico de cualquier joven. Pedro no siempre fue así, antes quería ser escritor, sobretodo poeta más que novelista, aunque también había pensado en intentar dedicarse a escribir guiones de cine. En otro momento había pensado en ser diseñador y publicar fanzines con algo de popularidad, editar revistas de artistillas con sus textos, fotos y dibujos… Pero ahora Pedro simplemente se limita a vivir, se levanta, desayuna, saca al perro, come, caga, a veces se ducha, sale con sus amigos o con alguna chica si hay suerte, vuelva a casa a ver la tele, leer o dormir y otra vez, cada día, todos los días. Y esto no le preocupa, no podemos decir que sea el chico más feliz del mundo y que le encante su vida, pero simplemente vive lo que tiene.
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GONZA “Dios me perdone”, que yo aún no lo conseguí En Los 80 son nuestros, Juan Gabriel Alvar confiesa su amor a Miguel Quirós en una carta en la que escribe: Te amo Miguel; Dios me perdone. Es curioso que yo escriba esto así, no creyendo en Dios. Pero te amo, Miguel. Y seguramente, al escribir “Dios me perdone”, mi única esperanza es que me perdones tú.
En uno de los árboles frutales recopilados por Adrián Vieitez, Izabella Kuznetsova escribe: Desde el terror entiendo a la persona que cree en Dios, y entiendo a la persona que decide no creer nunca en nadie más. Entiendo por qué decido creerme ya cualquier cosa con tal de que la diga alguien con fuerzas para hablar.
No sé si hablar sobre religión, homosexualidad o miedo: siento que en mi vida las tres han caminado siempre de la mano. Hacía ya un tiempo que no dedicaba tiempo a las dos primeras, pero ahora que estoy encerrada entre las cuatro paredes de la que un día fue mi casa intentando que vuelva a serlo, ahora que estoy más a salvo que nunca, percibo todos los peligros. 34
Te amo Miguel; Dios me perdone.
Creí que si me refugiaba en la lectura, como de no tan pequeña acostumbraba, sería fácil. No pensaría en la religión, la homosexualidad ni el miedo. Pero sólo ha servidoademás de para ampliar una lista con la que irracionalmente mido mi propia valía- para rememorar todo el dolor de entonces. Es curioso que yo escriba esto así, no creyendo en Dios. Pero te amo, Miguel. Y seguramente, al escribir “Dios me perdone”, mi única esperanza es que me perdones tú.
Releí esas cuatro líneas un millar de veces, constatando cada una de ellas que hace sólo seis años yo podría haber escrito lo mismo. Por supuesto, la chica de la que yo me enamoré no se llamaba Miguel, pero creo que se entiende el punto. En aquel momento de amor y certeza que abriría la puerta a una etapa de mi vida mejor delimitada que todas las demás, sí sentí en una ocasión el ferviente deseo de creer en algo que no creyese en mí. O que, al menos, no pudiese decírmelo. No ocurrió jamás, no en el sentido espiritual. Lo que quiero decir es que esa declaración de amor de Juan pudo ser bisturí, pero fue soplido y bálsamo. La subrayé- a pesar de mi firme propósito de no pintar los libros de mamá que había cumplido hasta ese momento- con tanta fuerza y tanto mimo como pude equilibrar, casi convencida de que la frase también me entendería a mí. Y no sé si fue ella o fui yo, pero una vocecilla dijo: esto no pasó.
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Desde el terror entiendo a la persona que cree en Dios
De este libro salté, apenas literalmente, a otra de las recomendaciones de mamá. Los enamorados aquí eran Álvaro Muñiz de Dávila y Manuel Ordoñez, quienes con aquel amor adolescente (el de Juan Gabriel y el mío) lo único que tienen en común es la pérdida. Álvaro está muerto y yo siempre pensé que la distancia me permite llorar, pero no entristecerme con las historias lejanas- en el tiempo, en la propia experiencia, en la ficción. Me equivoqué dos veces: fue más grande la tristeza que el llanto y a la tristeza se la tragó el terror. [...] y entiendo a la persona que decide no creer nunca en nadie más.
Sé que con mis siguientes palabras voy a pecar de dramática incluso más de lo que acostumbro, pero esto es mi diario, no una revista de poesía. Entiendo por qué decido creerme ya cualquier cosa con tal de que la diga alguien con fuerzas para hablar.
¿Y si tú te murieses y yo, como Manuel, tuviese que llegar al funeral y presentarme por primera vez a tu abuela?¿Y si con el pecho ardiendo de dolor tuviese que pronunciar la palabra amiga? No creo que fuese capaz de pronunciarla, no podría hacerlo. No quiero deletrearle mentiras a tu abuela. Sé que jamás tendré que hacerlo, pero en mi cabeza se cruzan con frecuencia caminitos sin salida y a veces no me doy cuenta hasta que tengo que dar la vuelta. Estoy segura de 36
que esta metáfora ya la usó alguien antes; ¿sintió también alguien antes este miedo? Te amo, Miguel [...]
Imagina que mi abuelo todavía sigue vivo el día que decidamos casarnos- porque eso pasará, ¿verdad? No quisiera cultivar miedos nuevos ni construir nuevos caminitos sin salida. Imagínalo. ¿Cómo iba a soportar el sufrimiento de hacer sufrir a mamá? ¿De dónde sacaría las fuerzas para recoger otra vez el sudor en las manos temblorosas? [...] Es curioso que yo escriba esto así [...]
¿Cuándo me olvidé por última vez del miedo que da ser una misma en este mundo tan feo que sin embargo permite que tú existas y el amor exista y las dos me abracéis a un tiempo? ¿Cuándo colveré a ser la niña valiente y fuerte que fui? [...] mi única esperanza es que me perdones tú.
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i han perdut el fil de la vida, el fil pel qual ser.
s’han rovellat en la constància d’una rutina,
Alguns dels meus engranatges com a moviment
però si a tenir un objectiu en el camí.
No hi ha pressa per arribar a enlloc,
tramitant una petjada ferma.
Aprenc a caminar sobre els meus peus,
MOCGROC Passejar al rumiar
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és cap al camí en cerca d’un mateix.
que la millor via per on caminar,
M’atreveixo a dir,
engrandeix la teva fortalesa a ser.
cada decisió que prens per tu,
Cada tasca,
per tal d’investigar(-te).
malgrat que alhora s’han de provar diferents mecanismes
amb la que vull créixer,
Mentre camino observo cada peça
40 Una olivera, un taronger? Eres tu la primavera? Ja és meitat d’abril I el meu cor demana florir.
Escoltar de ben a prop
La teua respiració onejar.
T’imagine a la cuina
Menjant cireres molt dolces
→
Espera, què?
Sí, et vull
Maria, en vols?
Ara sóc un arbre
Seria tot un plaer
MARIA TOLDRÀ Beatriz
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Ni tampoc cap fruit No vull despullar-me més. Quin fred...
Pensar massa, passar-se i que passes
Clavillar-te per ser un puto desastre.
Que la vida no pare, arrossegar-se
Que em portaràs tu per Sant Jordi?
et carregues de plors i flors
de vegades la vida pesa
Qui dorm molt no viu
Dime, on podràs dormir?
Estic al balcó, buscant-me l’indret Quin fred...
Quin fred...
Pero ja no hi ha abril
Les pors de clavillar-se per mostrar-se
Dir adéu a la casa on renàixer
Seguixc sent l’arbre
No sé morir, tampoc existir
NÚRIA GARCIA-ARBÓS Descripció 1 La Mercè fou una nena estranya, curiosa. Si, per exemple, sentia, veia o algú li deia alguna cosa com ‘se t’assecarà el cervell”, s’imaginava que la massa grisa adoptaria la forma d’una pruna o una pansa arrugada. Com la pell de l’àvia Margarita, o els plecs de la faldilla de la seva germana l’Eurídice —nom que mostrava la pedanteria dels seus pares, uns fanàtics de la mitologia—. La Mercè va ser d’aquesta mena de persona que es fixava en les frases i se’n recordava durant setmanes, mesos o alguna vegada, durant anys. O la podia oblidar. I, quan tornava a sentir-la, s’hi tornava a encaparrar. Les analitzava, les feia i les desfeia. Intentava anar més enllà del conjunt de la frase i intentava arribar a la seva etimologia o tan sols intentar capturar-la en una imatge. També tenia una manera de relacionar-se amb la gent, un savoir-faire únic. Quan coneixia algú, abans de dirigir-li la paraula, se’l quedava mirant, examinant-lo com si decidís si el nouvingut era digne o no de la seva amistat. Si tenies la sort d’anar a parar a la llista dels ‘acceptats’, tot bé. Però, si per mala sort —perquè portaves una camisa de ratlles blava (la Mercè, no tolerava les camises blaves, és clar), o un cabell massa ‘engominat’— entraves a la seva llista negra, ja podies assumir que mai més tindríeu l’oportunitat de ser amics. 42
M’agradava la seva manera d’opinar de les coses. Amb franquesa i claredat. Fins i tot a vegades amb una actitud supèrbia. Assenyalava el que fos amb els seus dits rodons i deia amb una veu d’espinguet ‘sí’ o ‘no’. O simplement arrufava el nas assumint que tothom entenia les seves ganyotes. Tot i semblar reservada a simple vista, tenia xerrera per hores. Parlava i parlava amb una veu nítida i confiada, i tot i que sempre aclaparava la conversa, no es feia pesada. Tenia un do per la paraula i ho sabia. Físicament, era força esquifida. Tenia un cos petit i raquític. Hi havia qui dubtava que tan poca massa augmentés tanta potència i energia. Tenia uns ulls grisos i vius, que ho observaven tot amb delit, però que, a la vegada, ho posaven tot sota judici. La boca recordava les cireres de l’hort del seu avi — molt clixé si he de dir la veritat—i el nas, el nas era normal: ni un rellotge de sol mal encarat ni una piràmide d’Egipte, no destacava. Fou presumida, com la mare. Li agradava posar-se vestits. En tenia molts. Alguns els heretava de l’Eurídice, altres se’ls triava ella mateixa. El seu preferit era un que no tenia mànigues, blanc decorat amb fruites. Res d’especial per a una nena de la seva edat. També portava els llavis pintats. Bé, ho intentava. Sempre li quedava una doble línia per fora del contorn de la boca. Una persona estranya, sí. I tant que ho va ser! Tothom diu que encara semblo la nena dels llavis mal pintats. Però l’àvia no hi és, ni la mare. He estat la mare d’una altra ‘Mercè’ i aquesta ho serà d’una altra. Les coses no canvien, o potser sí. I el temps, com passa. 43
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pasando, de lo incontrolable: miseria, cemento gris, lenguaje, cultura viva, incomprensión.
El lago (Atitlán) nos sume en su profundo son; la niebla como presagio de lo que está
Explosión de pobreza, de fealdad, de color.
Atravieso aquí y me estallan en la cara mentiras, líderes, desarrollo.
La falla que divide Norte y Sur, que se traga el plástico, los cuerpos.
CARLOTA NIETO Frontera: México-Guatemala
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Encontrar la salida del laberinto del turista. Shalom. Inevitable. Blanquitud. Nubes.
Necesito salir, la remota comodidad de lo que no es tan distinto a mí.
Quema la herida, hierve, luego corteza.
Como el volcán que crece a base de capas de lava.
Como los perros callejeros, medio enfermitos, queriendo amor.
Hay algo secreto y mudo, a la vez espeluznante y cotidiano.
Frontera como cambio radical, geopolítica encarnada.
estamos aquí, curva en la carretera blanca, no consigo comunicar con esta mujer.
el más ciego entendimiento del momento:
El sopor de esta niebla desde el mismo momento en el que entramos,
IRENE RUIZ PLANELLA Raíces
Ilustración de Bruna Ruiz Planella
Llevaba unas semanas en Cuba y parecía que hubiesen sido más. La Habana y Cienfuegos habían sido lugares intensos, al llegar a Santa Clara pude respirar: las calles me parecieron más tranquilas, menos ajetreadas. Esta sensación se prolongó al llegar al albergue: se encontraba al final de una calle, era de color rosa claro y había que subir unas escaleras de caracol para llegar al segundo piso, donde me hospedaría. Solo entrar, una mujer mayor me acogió con besos y abrazos. Tendría cincuenta años, pero parecía mayor. Las arrugas le cubrían cara, brazos y piernas, y narraban la fatiga y el cansancio que había vivido. Los ojos, sepultados por las bolsas de la vejez, eran verdes esme46
ralda y, aunque comenzaba a esbozarse el contorno azulado de las cataratas, mantenían un brillo jovial. Como todas las cubanas, sabía sacar provecho del color: el delantal de estampado floral y el vestido verdoso resaltaban su belleza. Sin dejarme respirar, me dirigió al comedor, era la hora ideal para el salón: la luz anaranjada entraba por las ventanas e inundaba el espacio de luz y sombra. Los muebles era de caoba, al estilo colonial, así que imaginé que antes de la revolución la familia había sido burguesa, pero estaban rayados y destrozados por el tiempo. No había ningún espacio vacío: figuritas rococó descoloridas ocupaban cualquier amenaza de hueco y; multitud de sillas y lámparas de los años cincuenta, cargaban el espacio. Me hizo sentar a la mesa y me ofreció huevos y zumo de naranja para cenar. Irene, la mujer, se alegró de escuchar que yo me llamase igual. —En mi familia, la hija primogénita siempre se tiene que llamar Irene. Da fortuna, porque ¿qué se necesita más que la paz, la armonía y el diálogo? Eso significamos nosotras, ¿a qué sí? —y me miró con una sonrisa pícara. Se extendió en el por qué de ese nombre, y cómo su madre e hija eran las mujeres de su vida. Nunca había congeniado con la gente, pero ellas siempre se esforzaban para que se sintiese lo más cómoda posible, luchaban para que la vida le pareciese más ligera. Cuando acabó, hubo un silencio y, pronto, la conversación se centró en cómo era vivir en España. Apenas pude responder a sus preguntas, ella sabía más de mi país que yo misma. Celebraba a Messi, al equipo de natación sincronizada —que, por lo que decía, estaban de los primeros en las Olimpiadas— y la Sagrada Familia. Sin que le peguntase nada, confesó que siempre 47
había querido ir, mejor dicho, vivir. Le gustaba el comunismo, insistía; pero tener tres trabajos y ni así poder llegar a fin de mes, no era vida. Hacía menos de una década, Zapatero había firmado un trato conforme las dos generaciones siguientes de un español establecido en Cuba tenían derecho a la doble nacionalidad, si el ascendiente lo consentía. —Cuando lo supe—dijo acariciando el rosario al estilo Gaudí que le colgaba del cuello—, yo le pregunté a mi madre, que es de Galicia, si, por favor, podía firmarnos los papeles a mi hija y a mi. Firmó el de mi hija, pero nunca el mío. Cada palabra era una grieta y temía que llegase el momento en qué, formulada la última frase, rompiese a llorar. —Dijo, y continúa re-afirmando, que irme era un acto anti-comunista y que me quería marchar sin cuidarla, dejándola morir sola. El Sol sacrificaba los últimos rayos del día que tenían la poética función de hacer de aquellos ojos verdosos y enrojecidos, un Cristo del Barroco español. —Ya ha pasado casi una década, pero no cambia de opinión —al fin y al cabo, la madre parecía no ser tan propensa al diálogo y la armonía—. Por eso hospedo a viajantes como usted, para saber qué es el mundo más allá de Santa Clara y el televisor. Por esto y por el dinero, ¡claro! Me gustó esa sinceridad tan humilde, tan llena y vacía de esperanza a la vez. Y me dejé seducir por la idea de que, por alguna remota casualidad, compartíamos algún antepasado: Irene e Irene veníamos de una misma Irene, gallega, como nuestras madres. 48
CÁNCER MONROVIA Una noche en Gracia Un tango de Goyeneche, una pelea por dos míseros euros y una chica de Harbin, China ¿No es Gabriel ese joven moreno y delgado que baja por Gran de Gràcia enfundado en unos chinos color crema? En los coches que suben los dos carriles de la estrecha calle a intervalos no se refleja ningún sol poniente, pues están rodeados de edificios altos, unos edificios colmados de plantas, flores y banderas nacionalistas. Desde uno de los balcones, una argentina recién llegada a la Ciudad Condal otea al atractivo de larga cabellera. Se apoya en la barandilla y el sol, porque ahí aún llega el sol, le golpea en la cara aborrecida. Tú, —piensa— ojalá me llevaras de paseo por tus calles favoritas, acabáramos en tu garito favorito, lleno de humo y gente hablando y riendo después de un día largo de trabajo, que un gracioso camarero de cara rechoncha nos pidiera nota y me dejaras pedir con los ojos cerrados entre las tapas de la carta… ¡Andáte a la puta que te parió! Penalti a favor de Brasil. Y sus pensamientos se ven interrumpidos por las injurias de su compañero sobre el sofá, hacia el que se gira para contemplar en silencio. Porque se quiere convencer de que ese pibe de calva pronta que se acercó a ella hace tres años en un garito de San Telmo, Buenos Aires, es tan sólo un 49
compañero, una etapa. Pero sea lo que sea, esa persona la lleva arrastrando de aquí para allá tres años ya, sin pensar nunca en lo que ella desea. Pero ahora bien entrada la noche calurosa vuelve a descansar en el balcón. Ahora se siente ligera y con ganas de pasear y nadie se lo va a impedir. “Ay Adolfo, suéltame, no estoy de humor.” Así que sale ella vigorosa del portal de adorno modernista al ritmo de Vuelvo al Sur. ¡Oh, Roberto Goyeneche! Tu voz colma las calles y alegra a las palomas que baten sus alas al cielo nocturno. ¡Oh, Astor Piazzolla! Tu bandoneón enciende el corazón de nuestra chica rebelde y hierve su sangre bajo la luz de la luna. ¡Gracias a vos! * Mientras, Gabriel se acuesta con una universitaria de intercambio procedente de Harbin, China, de cabello liso, larguísimo y moreno, que conoció el día anterior en un concierto de jazz en los Jardines de la Sedeta, celebrado a razón de las fiestas de Gracia. Y tras lo que él cree que ha sido el sexo más pasional jamás producido entre recién conocidos y no pudiendo dormir, la acaricia con respeto, dándole vueltas a la maravillosa serie de acontecimientos que ha propiciado que el encuentro de ayer con la solitaria chica de Harbin, China, haya tenido un desenlace tan reprochablemente romántico. Por poner un origen, podríamos poner al hecho de que Viviana, así es el nombre que ella usa desde que salió de su país, estaba en una posición idónea allá al fondo del incompacto público, donde su rostro, y solo su rostro, era golpeado por la potente luz naranja 50
del atardecer, subrayando y poniendo en mayúsculas una belleza de generaciones. Pero receloso del más que probable enamoramiento prematuro, a su amigo Diego no le explica la verdadera razón de su insomnio: —¿Sabes cuando estás tratando de dormir y te pones a pensar de forma consciente en que tienes los ojos cerrados, y entonces los notas tocar los párpados y te comienzan a arder y no puedes dormir? —Diego cierra los ojos en un intento de comprensión— Pues me pasa constantemente. Nunca puedo dormir en camas ajenas porque me pongo a pensar en esas mierdas, no sé si es que mi cuerpo no se acostumbra a otro colchón, o mi cabeza a otra almohada o mi piel al roce. No debo soportar la presencia de otra persona a mi lado. Por mucho que me gustara la chica, no me sentía en paz. Gabriel relata la noche anterior en la barra exterior del bar con la tacita del cortado en una mano, pero Diego, sumido en tremenda resaca y pese a sus enormes esfuerzos, no logra seguir la narración, pues no es simple ni viene acompañada de imágenes como en el Japón Camerún que dan en la televisión. Pero sin apartar los ojos responde: —De todas formas, ¿algo dormiste no? —No, me disculpé y me fui de ahí, no podía soportar más esa encerrona, goteaba de sudor y necesitaba tomar algo de aire. —contesta el chico de los chinos color crema, que en realidad se fue de ahí para no dar más rienda a su corazoncito inmaduro y dejar la partida en tablas. —“Sobreviví al proceso y pronto me encontré de nuevo perdido en las calles de Tokio”. Algo así dice Dazai en un relato. 51
—Sobreviví al proceso y pronto me encontré de nuevo perdido en las calles de Barcelona. * El demacrado viejo, original de Palamós, ya no conserva esa espectacular voz de animador que lo llevó a ser un icono de los ochenta en la Costa Brava, cuando se la recorría de arriba a abajo cada verano. Ahora, canta con cancerígena garganta y cigarro mal liado pegado al labio inferior, que no necesita coger para sacar el humo pero si para toser, pues lo hace a menudo. “¡El número siete se pone en cabeza, perseguido por el dos y el seis! —tose— ¡Ay, ay, ay! Pero ahí viene el número tres y los adelanta a todos. —se le cae el cigarro y se agacha a recogerlo— ¡Tremendo! (...) ¡El número tres gana la carrera! ¡Enhorabuena! —tose. Gabriel contempla subido a una farola cómo el habilidoso ‘jinete’ número tres, venido directo de Sarriá, sonríe entre tanto mamoncete conocido. Las luces doradas de la atracción se reflejan en los múltiples espejos y en consiguiente en las caras de sus tres antiguos compañeros de instituto, que se miran desesperados tras perder contra semejante basurilla. El pijo, de camisa y náuticas de lujo, recibe su premio en forma de peluche y se lo regala a su chica. Y la pareja marcha feliz hacia los caipirinhas de la esquina de la plaza del Sol. Todo barcelonés espera impaciente a agosto por un motivo, las fiestas de Gracia. —Oye, ¿te vas a quedar allí mirando toda la noche o vas a venir a jugar? —le grita el Lupi tratando de mante52
nerse en pie. —Pero si no ganáis ni pa’ atrás. —y dirigiéndose a los otros dos, de aspecto, por decir algo, más sobrio— Venga vamos a sentar a éste un rato y me acompañáis a por birra. —Si nos invitas. A eso que pasa un grupo de chavales de aspecto hostil a metro y medio de nuestra pandilla y, por supuesto, como hace todo macho alfa cuando se cruza con otro macho alfa en las fiestas de barrio, ambos frentes estiran espaldas, sacan pechos, aprietan mandíbulas y levantan frentes para mirar sobre el hombro al enemigo. A eso que a alguien se le cae una moneda al suelo con el sucesivo trin trin y pisotón en el suelo. Y el par derecho de unas alpargatas blancas más sucias que el cutis de un minero se ve ahora observado por una decena de caras, que lentamente van a subir la mirada, recorriendo las piernas depiladas, las bermudas color oliva que papá Lupión trajo de Cuba, el polo de marca chinao por todas partes, y la cara del Lupi. Cara de me he tomado cinco latas más de las que debía y ahora no entiendo por qué me mira así toda esta gente si yo solo he pisado una moneda en un acto reflejo. Carai, tú. Y no nos olvidemos del continuo y desternillante reggaetón de los autos de choque, de la narración que el viejo palamosino ha retomado entre bostezos y del vocerío verbenero que acompaña a modo de banda sonora a nuestra escena —que bien podría ser preludio de cualquier pelea de Bruce Lee. Así que el Lupi levanta el pie descubriendo la moneda y sonríe, sonríe con los ojos bailando al son de la cerveza. Se agacha para tratar de cogerla pero tiene que apoyar ambas manos en el suelo para no caerse. Y cuando logra cogerla 53
entre tremendo balanceo, la muestra al aire y berrea desafortunadamente: —¿De quién puñetas son estos dos euros? Un, dos, tres, pica paret. Y lo que originalmente eran varios adolescentes bien quietecitos se convierte en cuestión de segundos en una sedosa humareda de la que salen volando dientes, cigarros, gafas de sol—¿?—, más dientes, un clipper. El espectador de semejante espectáculo debe pensar mira aquets com as fotan a pals als cabrons, pero al cabo de unos segundos se da cuenta de que no es recíproco, sino que unos están dando y otros recibiendo. Adivinad quien está besando el suelo por una moneda de dos euros. Ya no vuelvo a beber, se escucha de uno de los derrotados. Espera. Pero ¿dónde está Gabriel? Un gato negro como la noche duerme en la esquina superior de un muro de patio cuando le despierta un taconeo que baja por Travessera. Los ojos del gato brillan como el cigarro del chico de los chinos color crema que, apoyado en un portal con aires de cansancio, chupa del reducido cilindro naranja para despedir la noche. Tira la chusta y decide irse a su piso cuando al girar la esquina choca con alguien. —¡Ay! Mira por dónde andas melón. —Perdona, está tan oscuro. * Cinco de la mañana en Barcelona ciudad, seis en las Canarias. Esta parece ser la hora en la que el buen oficio del basurero toma valor y se empiezan a preparar para 54
poner patas abajo el barrio. Así como los sanitarios que recogen los últimos ataques epilépticos, el viejo palamosino recoge el chiringuito de los caballos, que ya reposan en la línea de salida tras la larga jornada. ‘Gracias por este paseo’. ‘El placer es mío’. ‘Déjate ya de frases arcaicas que no eres ningún señorito’. Él lleva puestos unos chinos color crema. Ella un mono de estampado floral. No hay duda de que los paseos nocturnos por el Moll de la Fusta son espléndidos en verano. ‘Espero que seas feliz en Barcelona’. ‘Espero que vaya todo bien con la chica de Harbin, China’. ‘Nos vemos pronto’. Ella vuelve en el primer tren de la línea verde al apartamento en Gran de Gràcia. La decisión está tomada, se queda en esta ciudad. Volverá a Argentina junto a Adolfo en cuanto acabe el congreso de medicina, pero solo para llenar una maleta con sus libros y despedirse de su familia. Luego volverá para quedarse. En cuanto a Gabriel, ha decidido arriesgarlo todo a ese temprano flechazo. Camina los últimos pasos hasta su piso en la Barceloneta mientras el sol empieza a asomarse en la playa (aquí el bandoneón de Piazzolla pega que ni pintado, así que te recomiendo el prólogo de su Tango Apasionado). Se da la vuelta, el amanecer golpea su rostro, y recuerda cómo lo hizo el atardecer en el rostro de Viviana. * Bien mirado, querido lector, no hay ninguna razón válida para no contarte con franqueza que el recuerdo de Gabriel es el mío, y que no recuerdo más de aquella noche de amor y embriaguez que lo que acabo de narrar borro55
samente. Por eso te sugiero que si quieres saber más te acerques al número 66 de Muntaner el primer viernes de cada mes. Ahí se reúnen Yolanda (que sigue poniéndose ese mono de estampado floral), Diego y algún que otro joven doctorando para comer tortilla de ostra, beber cerveza taiwanesa y hablar con la hija de los dueños sobre la representación de la migración en las películas de Hou Hsiao-hsien, entre otras cosas. Ellos tienen más memoria que yo. Diles que vas de mi parte, que te cuenten la noche del tango de Goyeneche, de la pelea por dos míseros euros y de la chica de Harbin, China. En caso de no encontrarles, te adjunto mi dirección y ya intentaré hacer un nuevo ejercicio de memoria en una carta. El frío invierno en Heilongjiang apenas me deja salir de la casa de mis suegros, por lo que seguiré escribiendo y reescribiendo estas memorias de mi añorada ciudad.
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