Pluma Vol. 2

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Volumen 2 Enero 2018

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31 de diciembre de MMXVII Te encuentras en la calurosa cafetería de fachada enladrillada que sueles regentar en las mañanas de invierno. El frío de fuera se ve contrastado nada más entrar por la puerta del garito iluminado, como si hubiese una pantalla, una protección en el mismo umbral de la entrada. Se ven reconfortantes las mesas y las paredes de madera. Te sacas el abrigo y te sientas en la mesa de la esquina, junto al ventanal. Se repiten los villancicos de Sinatra y el viejo nostálgico de al lado los canta en silencio mirando al techo. Pega el sol en tu cara dormida, tratando de despertarte, pero es el olor a café y su líquido ardiente el que enciende lentamente tu entrañas. Calientas tus manos rodeando la taza y esperas que algo o alguien te saque de ahí. Buscas qué leer entre todas las carpetas y documentos del maletín. Lástima, esta mañana olvidaste coger un libro. Tampoco tienes un periódico a mano. ¡Espera! En el metro te han encasquillado una revistita de literatura por unas monedas. Se titula Pluma. —Tiene mal aspecto, —piensas— debe haber pasado por muchas manos. Abres la publicación de papel arrugado y empiezas a leer un relato ambientado en un garito moscovita de mala muerte.


A todos los escritores que nos motivaron a coger una pluma.


AL ESTE DE LA NAVIDAD I «Tranquilo, aún queda tiempo, aprenda a valorar esos pequeños instantes de felicidad, capaces de iluminar una oscuridad absoluta, como pequeños destellos de luz. ¿Cree haber desperdiciado su vida? El autor le enseñará, mediante métodos universales, a percibir de otra forma su pasado y a afrontar con ambición su futuro. Salga, hable, sonría. ¿Qué hacen esos amigos de la infancia que hace tanto que no ve?, ¿se ha enamorado nunca?, ¿qué le divertía antes?, ¿cuánto hace que no aprende nada nuevo? Aún tiene toda una vida por delante, descubra el porqué. ESTAS NAVIDADES… ¡EMPIEZA A VIVIR DE NUEVO! EL MEJOR REGALO PARA TUS SERES QUERIDOS. ÉXITO DE VENTAS EN U.K Y USA». Terminé de leer la contraportada, impresa en letras rosas escritas sobre una cubierta color beige que revestía por entero el libro. Lo tiré al aire, por eso de intentar ensartarlo con mi mariposa, fracasé, y cayó encima de mis muslos, pinchándome con la punta del lomo y provocándome un daño terrible; ciertas frutas como las manzanas o los melocotones son geniales para ello, también algunas verduras, los tomates, no hay navaja que se les resista al vuelo. No me juzguéis, no lo habría hecho de no ser porque ya iba un poco borracho, el frío navideño entraba por la ventana rota de mi habitación y no quedaban pastillas, así que había empezado a beber vodka hacía un buen rato, sin hielo ni agua mezclada. El libro, ahora abierto de par en par con sus finas y delicadas hojas estampadas en las sábanas revueltas de la cama, debió pertenecer al anterior soplapollas que ocupó esa misma habitación de hotel, algo mugrienta pero acogedora por la iluminación verdosa y la espesa moqueta roja. Me levanté y la palpé con mis preciosos pies desnudos. Se oían gritos, venían de fuera, miré por la ventana rota pero el letrero Hostel Smolenka, escrito 4


sobre luces de neón palpitantes, coincidía con mi maldito cuarto y me tapaba toda la escena, así que me acerque a la mecedora, donde el cuerpo semidesnudo de una puta china con la que viajaba desde hacía dos o tres semanas reposaba después de un largo día de carretera, me saqué del bolsillo la mariposa y la sajé seis o siete veces, barriga y pecho, estaba tan dormida que ni se despertó, solo sabríais que había muerto por la cantidad de sangre que chorreaba artísticamente desde su cuerpo a la absorbente moqueta. Diciembre 27, 2017. Cerca de Moscú II Estoy acostumbrada al mal olor, podría aguantar horas, días, soportando las peores aromas del mundo, la que me rodeaba en ese momento lo era, y venía de mi misma, en parte. No era eso lo que me irritaba, tampoco que la mezcla de orfidales, ginebra y pollo frito de esa noche estuviera convulsionando grotescamente en mis intestinos. Mi malestar tenía su origen en las malditas inseguridades, agravadas por la navidad. Desde que me fui de Taipéi había evitado quedarme a solas conmigo misma, odiaba tener que pararme a pensar forzosamente en mi situación, cuando me rodeaba de gente podía relajarme y olvidarlo todo, desgraciadamente me costaría encontrar alguien dispuesto a cagar conmigo siempre. Y era en ese fino baño de señoras donde me encontraba, sola, limpiándome e intentándome abrochar de nuevo el falso vestido Fendi rojo, que junto a la cadena bañada en oro del retrete, el mármol de la taza que envolvía aún mi desnudo trasero y mi exótico rostro taiwanés con pómulos y labios visiblemente intervenidos quirúrgicamente hacían que uno difícilmente pudiera creerse mi realidad. No tenía donde caerme muerta, apenas tenía dinero para pasar la noche, y mucho menos contactos de confianza, supongo que por eso estaba en el Gazgolder club. Había terminado mi batalla gástrica interior, necesitaba más que nunca bailar y enga-

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tusar a alguien al ritmo de esa música comercial americana de mierda. Tiré de la cadena por última vez, dispuesta a salir, las zurraspas de mierda y papel más insurgentes estaban siendo sofocadas cuando el sonido de un tremendo portazo retumbó por todo el espacioso lavabo vacío. Nunca me asustaron demasiado esas cosas, pero sabía que debía ir con cuidado en lugares como aquel, salí silenciosamente de mi cubículo. Esa fue la primera vez que vi, reflejado en el espejo, el rostro tatuado y profundamente elegante de ese chico, que a juzgar por su reacción al verme, no había entrado en el baño de chicas por error. Volteó su cuerpo, escupió al aire y se sacó del bolsillo de la parka gris una extraña navaja, me acerqué a él. — No tengo nada que darte... ni nadie, ni a dónde ir— le susurré desesperadamente. — Viajo hacia el este, puedes venir conmigo— replicó en un divertido inglés con acento eslavo. Volvió a guardarse la navaja y se desabrochó los pantalones, con mis pulcros dedos anillados desenfundé su pene erecto, me ensartó, empotrándome repetidamente contra el espejo de la pila, mientras un grifo bañado en oro se me clavaba en el muslo. El tío era un sádico, pero me iría con él. Diciembre 8, 2017. Kíev III Un menú completo de 350 rublos era todo lo que necesitaba esa noche; patatas, hamburguesa y cerveza de litro adornada con un generoso chorro de tequila, cortesía de la casa. Nada más. La comida duró en mis manos menos que un borracho en bicicleta. La cerveza, en cambio, se alargó gracias a tres o cuatro cigarrillos que me fui ventilando intermitentemente y que me proporcionó, a cambio de una pastilla para dormir, un atractivo y misterioso joven con los párpados tatuados, sentado al otro 6


costado de la barra. Me gustaba aquel sitio, y el ambiente derrotado que se respiraba en días especiales como ése. Fin de año no significaba nada para aquellos hombres curtidos de mil maneras, y para mi tampoco, así que no pensaba irme a casa hasta sentirme mejor. Aquel roñoso bar parecía un vestuario, nosotros el equipo de fútbol, haciendo camaradería y apoyándonos los unos a los otros antes de saltar al campo de juego, no hacía falta conocerse para sentirlo, ni hablar, menos mirarse. En la TV había puesta una cinta con los mejores goles de la selección, del 2000 al 2006, Aleksandr Mostovói, Viktor Bulatov, Dimitri Loskov... Me sentía el capitán de nuestro equipo, lo habíamos dejado cinco días atrás, en el hostal de siempre, y tenía que ser fuerte como el que más. Ella nunca quiso dar el siguiente paso, y ya hacía tiempo que la relación estaba jodidamente muerta, igual que su matrimonio, eso le daba igual. Ahora yo estaba solo y sabía que con cuarenta y dos años y un trabajo de mierda no encontraría más mujeres, no como ella. Por primera vez envidiaba al imbécil de su marido. El sentimiento de culpa se ensanchó cuando el combinado etílico me forzó a revisar ciertas acciones pasadas. Aún no habíamos hablado, terminamos de follar y me dió, como regalo de navidad -pensé-, un maldito libro de autoayuda, el cual se convertiría pocos minutos después en un macabro regalo formal de despedida. Lo guardé en la mesita de noche y por mi mala cabeza que allí se quedó, me lo había olvidado. La decrépita cinta de los goles se atascó, volví a ese escenario. El anciano dueño del local, luego de darle unos golpetazos a la TV, expulsó la cinta VHS y dejó puesta la antena con el telediario. Fiesta de fin de año en la Plaza Roja, caravanas y mucho tráfico para llegar al centro. No me lo podía creer, de repente nuestro hostal era noticia, un sudor frío invadió mi cogote, el mal olor había descubierto el cadáver rajado de una china en avanzado estado de putrefacción, maniatado y escondido bajo la cama, en nuestra jodida habitación. Terminó la información. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?, ¿había follado encima

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suyo? El joven misterioso se levantó, pagó su cuenta y se puso la parka, antes de cruzar la puerta me miró, sonrió y cerró ambos párpados el suficiente tiempo como para que pudiese leer bien sus dos tatuajes, en lo que interpreté como un guiño amistoso de despedida. No veía esas marcas desde que salí de la cárcel, donde algunos locos se las hacían con aguja y cuchara: “не / буди” (No me / Despiertes), decían. Ese tío era un sádico. Diciembre 31, 2017. Moscú Rai López

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не / буди

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Tempestad

Me dejaron vacía, como si de un pueblo devastado tras un huracán me tratara. Se llevaron todo, y sin esperanzas de que nada cambiara, apareciste tú. Una repentina brisa que levantó las cenizas del campo yermo que era. Así te describo, porque no hay manera de hacer justicia al decirte, y es que esos ojos son mi salvavidas y tus labios tierra firme.

María Ferrer

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Mi medio ajo Llamar tesoro a alguien por no saber buscar nuestra propia esencia. Nuestro propio tesoro. Decimos buscar nuestra mitad por que nos hacen creer que siempre hay un roto para un descosido. Sin darnos cuenta que no hay mitades, no hay piezas que encajen, no hay rotos ni descosidos. Solo corazones que arriesgan a perder el juicio. Claro que te harán daño, o lo harás; o lo que es aún peor; te lo harás a ti mismo. Podrás creer que pierdes la dignidad, el orgullo, el ego, quererte un poco menos a ti para querer un poco más allí. Pero no es el del todo así, por que todo eso decides dejarlo en el momento en que encuentras a esa persona a la que quieres ver feliz; ver sonreír. Y cuando sabes que eres su motivo; su alegría; su personita preferida... Todo aquello que veías una soga atada al cuello, acaba siendo una cuerda que te expande. Marta Barranco.

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Epopeya sin estrellas ——————————————————— Yo anuncio que renuncio a mis vicios. Insisto y persisto en lo que creo con indicios de éxito yo lo veo; y lo he visto en más sueños que Morfeo. Que más da lo que durará la lluvia, procura que no te moje el agua turbia. No creas que algo es bueno solo porque limpia ya que quizá por el otro lado es por donde ensucia. Con razón Aquiles flojeaba de un talón, solo un héroe tiene de hierro el corazón, yo como Espartaco lucharía en esta arena para que Paris no me presentara a Helena. Soy discreto en el verso, tengo respeto, y como a Ulises no me pararan los retos. Ni Polinices ni Circe me barraran el paso porque paso de las mentiras que me dicen. Las verdades guían el camino y son pilares, tragaré cicuta por Sócrates. Lo vital no es vivir entre mitades sino saber elegir por donde pases. Roger Buendía

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Historias desde París (1)

En la contraportada ya hecha jirones de una revista, o en realidad en la de la única revista que llegó nunca a sus manos. O en dos de las decenas de imanes que decoraban o ensuciaban el blanco brillante de la nevera de la abuela Carmen. En el cuadro kitsch, cutre y hortera de la sala de espera del dentista, donde había quedado olvidado el polvo. En una caja de bombones, sobreproducida en masa, reutilizada para los utensilios cosas de coser o para meter tiques y billetes que sabe mal tirar. Creo que hasta en un anuncio de perfume, de esos que se emiten en bucle en Navidad, como fondo de una historia simplona e imposible. En canciones, libros, cuadros y películas. Con el «Siempre nos quedará París» o París era una fiesta. En todos sitios y en ninguna parte, se crean y nacen las historias con la ciudad del amor, de la luz y del arte. 13


París no es una ciudad fiel, sino que crea lazos de una devoción inexplicable con cualquiera que entre en contacto con ella. No hace falta una gran introducción. su genialidad descansa en que es capaz de seducir en las situaciones más miserables, surrealistas o grotescas. Su encanto encandila a cualquiera, inspira e insufla deseo, ambición y éxito. Desprende aires de grandeza y promete lo imposible a cualquiera que caiga en sus redes. París da esperanza al desesperado y enriquece al pobre, al pobre de espíritu, mientras vacía sus bolsillos. Por eso, jugando a múltiples bandas, París tiene una relación con cualquiera. Las historias se hacen y se deshacen, pero son privadas, íntimas y únicas. Desde la niña que sueña con ser famosa y vivir en París, al artista que busca la inspiración en los adoquines de Montmartre, al conductor de autobús que recorre todos los días el 5º arrondissement o al trabajador agotado de un bistrot a la Place de Clichy. Sus historias reales o inventadas son las que van a conformar Historias desde París. Núria Garcia

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Paralisis del Sueño Ismael Maimouni Abrí los ojos de una manera un tanto brusca, con un prisma un tanto distorsionado. En un primer momento lo asocié al lógico punto de vista del recién levantado; no sueles ver con cristalina nitidez precisamente en los primeros momentos de la mañana. Pero bien pronto caí en la cuenta de que experimentaba algo más grave que unas simples legañas. No podía mover los ojos hacia ningún lado. Mi cuerpo no respondía a ninguno de los desesperados estímulos lanzados para mover algún músculo. Tan solo veía ante mí el mismo plano fijo encuadrando el techo de mi habitación. Alcanzaba mi vista parte de la pared situada a mi izquierda, de la que asomaba el marco negro de un obsequio del pasado. La lámpara ocupaba el centro de interés de la escena, conformada por tres bombillas, dos de las cuales no alcancé a recordar cuando fue la última vez que brillaron. No solo mi vista recibía información; un atronador sonido envolvente invadió mi percepción del momento. Una especie de rugido, no animal ni humano. Ni siquiera me atrevería a decir que fuera demoníaco o de otro mundo. Un rugido que parecía provenir de los recovecos más ocultos de mi propia mente. La visión no se detuvo en una fotografía de la escena. Todo comenzó a sumirse en una extraña oscuridad. Curiosamente, el negro no dominaba la paleta de colores de la composición. Mi sensación fue la de hundirme lenta e irremediablemente en un lugar profundo, pesado, denso. Desesperado, reuní toda la energía a la cual creía que podía acceder, con el único objetivo de salir de ese extraño estado de letargo. Del más genuino terror del interior de mis entrañas invoqué un grito. Una llamada de ayuda, con la esperanza de que 15


alguien pudiera oírme. Más allá de pedir auxilio, intenté emitir algún sonido con el objetivo de realizar una acción consciente que pudiera vincularme a la realidad, siendo esto algún tipo de testimonio de mi vigilia. Lo intenté, probé de gritar con todas mis fuerzas, y logré escuchar un leve gruñido proveniente de mí, eclipsado en su totalidad por aquel rugido cada vez más fiero. No cesé en mi intento y continué forzando a mi cuerpo a reaccionar. De mí emanaba la energía de un grito desgarrador, pero tan solo se tradujo una y otra vez en un leve murmullo que no lograba potenciar. La idea de que aquello era un estado pasajero y que pronto despertaría comenzó a disolverse en pos de la más absoluta desesperación. Y de esa angustia, de ese estado de desasosiego, logré obtener mayor energía aún si cabe. La oscuridad que me acechaba parecía avanzar cada vez con mayor celeridad, pero la fuerza del miedo hizo que comenzara a sentir un ligero hormigueo por el cuerpo que hasta el momento se mantuvo inerte. Seguía adentrándome más y más en lo desconocido y el rugido sonaba ya como un auténtico huracán dentro de mí. No obstante, seguí luchando. No me rendí. Y fortuitamente, con la misma brusquedad con la que abrí los ojos, tuve un nuevo despertar. Esta vez pude moverme, alzar la voz, voltear los ojos. Estaba realmente despierto. No había rastro de aquella sensación de arrastre hacia algún lugar alejado de la realidad, ni tampoco rugido alguno que martilleara mis oídos. Pero de una cosa estuve seguro. No fue ni de lejos un sueño. Fue una batalla por despertar, por anclarme a la vida. Una lucha cuyo contrincante jamás alcanzaré siquiera a especular qué pudo ser. Gané aquella contienda, y todo mi cuerpo tembló al imaginar la posibilidad de que pudiera haber alguna otra. Ya que aunque hubiera salido victorioso, supe perfectamente que si aquello se trataba del inicio de un proceso a largo plazo, tarde o temprano acabaría conociendo hacia dónde quería llevarme la oscuridad. 16


|SÓTANO| Alex Mañé Y volviendo a discutir, esta vez por ella quizás, pese a que ninguno de los dos lo sabe y se niegan a compartir la culpa; se gritan. Negándose a soportarlo ella se va, subiendo las pocas escalerillas que conectan el piso de doble nivel con la salida, por la puerta, como puede parecer lógico, pese a que la ventana en ese momento no hubiera sido tan mala idea, o eso piensa él, dejándole solo en su piso de unos escasos setenta metros cuadrados. La maldice, sin esbozar palabra alguna pues al fin y al cabo no deja de estar solo y, salvo él mismo en un ejercicio de autocrítica, nadie le escucha. Y yo, sí yo, estoy de acuerdo con él, la maldigo también, por empatía quizás pues todas y ninguna de las mujeres merece respeto, todos y ninguno de los hombres las necesitamos. Dios lo deja todo muy claro, ella es la culpable del tormento que nos asola y debe permanecer al lado del hombre para servirle y ayudarle... ¿Qué va a decir Dios, si es un niño que no le cabe el ego en el pecho, que padece lo que Hibris y es asediado por episodios continuos de delirios de grandeza? ¿Que va a decir Dios, si lo tengo encerrado en el sótano drogándose y no os lo entrego tan solo por el agua por el vino? Prende un cigarro y se sienta, en una silla nada especial, algo incómoda, pero eso es lo de menos dado que ningún lugar del piso, debido a la tensión acumulada por la riña, mejor dicho, por la tensión no liberada durante la riña, pudiera parecerle cómodo en lo más mínimo. La necesita, la necesita como necesita a la bebida, hace ya unos meses que no duerme bien y tan solo con ella en su regazo es capaz de conciliar el sueño, y en su ausencia fuma y bebe hasta quedarse dormido, el lugar es indiferente, el sofá o la cama, en función de si el programa que echan por la tele es digno de ser visto. Sigue enfadado, las cenizas del cigarro le auguran una noche larga, se arrima a la mesa con la intención de hacerse un cigarrillo de hachís y piensa, no sé el qué, pero me hace 17


reflexionar el panorama general. Él en la mesa con la mente en la nada, vencido por su propio orgullo de nuevo y una foto de su madre en la repisa al lado de la mesa que sin duda alguna nada orgullosa estaría si pudiera ver la situación. Se levanta de la silla y esta vez se decide a hablar, sí, solo, con él mismo porque al fin y al cabo no hay nada más sano que ser sincero con uno mismo. Falto de este último concepto se repite a sus adentros: “La culpa es suya, no mía”. Una y otra vez. Quién sabe, quizás tuviera razón, ¿Existe la culpa si no se es consciente de las consecuencias? Es más, ¿Puede sentirse culpable si en sus actos nunca albergó mal? Quizás la culpa residiera tan solo en medida, en la medida en la cual su ignorancia produjo daño a quién le ama, quizás. Gracias a Dios el hachís parece hacer su efecto y poco parece importarle ya todo, con el humo en la boca en poco es en lo que piensa, como cuando ella lo acompaña es ella lo único que tiene en mente, sin desprecios, sin maldiciones, con cariño. Se arrima a la mesa de nuevo, liándose el segundo y pensando en el tercero, ya no la tiene en mente, ahora solo se ríe, sin saber el porqué pero se ríe, como cuando ella estaba, pero sin ella, y sin ella se halla sin saber que hace ni por qué, sintiéndose el mejor de todos y todo sobre la faz de la tierra. Dos horas, es lo que le dura, con el tercero en el pulmón sufre la recaída, inevitable, ahora todo lo cuestiona, solo ella y la riña se hallan en su mente, como si todo lo demás fuese opcional e innecesario y, sin saber si es por los efectos de los cigarrillos o por que sus sentidos no se encuentran tan disfuncionales como deberían oye un ruido tras la puerta. ¿Será ella? Debe serlo, es la única que entra y sale por la puerta. Sin ir desencaminado es ella quien la abre, la depresión que le invadía es interrumpida por la enorme excitación de ver 18


que había vuelto, en un escaso segundo en el que es partícipe de una montaña rusa de sentimientos se da cuenta de que la necesita, ¡Sí, la necesita! ¡Y la ama! Está dispuesto a tragarse su orgullo por no perderla más y no le importa reconocerlo con tal de estar a su lado. Sin darle tiempo a que le dure la alegría ella le arroja una botella de agua, esta rueda hasta sus pies y entonces las miradas, como paralelas conectan sus ojos con los de ella y ésta le dice: “Lo siento, pero esto ha terminado y no intentes recurrir a mi pues para mi ya no existes”. Acto seguido sube las escalerillas y cierra la puerta. Desaparece. Él se queda dentro, con la actitud propia de un niño malcriado y despreciando a las mujeres. Convirtiendo el agua en vino.

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La vida se basa en las decisiones que tomamos, y tú mismo has decidido que: Cada día te levantas a las 7.54 AM, tomas un café Nespresso en cinco minutos y te diriges al trabajo en transporte público. Trabajas diez horas seguidas y pretendes desconectar dos veces a la semana con clases de yoga y meditación, en las que de alguna manera, tu instructor te enseña como dejar de gastar dinero impulsivamente. Ese mismo instructor al que pagas ciento cincuenta euros cada mes. Te gusta tanto esa aparente evasión que encuentras en tus clases que intentas convertirte al budismo para disimular un poco tu riqueza. Además, cada año te gastas cinco mil euros en un viaje a la India, o países del tercer mundo, y aportas tu “pequeño granito de arena” repartiendo bolígrafos BIC. Cuando vuelves a tu ciudad, sigues sin darle limosna a aquel hombre que ves cada mañana en el pasillo del metro. Continúas con tu trabajo, esa forma tan común de esclavización, para perseguir sueños que nunca llegarán. Te preguntas por qué no consigues alcanzarlos, pero no eres consciente de que la respuesta está en que simplemente acabas gastándote el sueldo en tu décimo segundo abrigo para esta temporada. Tienes cinco pares de zapatillas, fabricadas por esos niños vietnamitas de los que tanto te compadeces cada verano, y compras monederos Bimba y Lola con un valor comercial más elevado de lo que guardas en ellos. Además, compras una mochila nueva cada septiembre: este otoño la ganadora es la conocida Fjällräven Kånken, aunque no sabes ni pronunciar su nombre correctamente. Necesitas el iPhone más novedoso, el último Mac y el iPad más reciente, y para no desencajar, también un Apple Watch. Tanto dinero malgastado para hacer prestar más atención a las pantallas de las que te rodeas, que a tu pareja cuando te cuenta cómo le ha ido el día; sigues a influencers en las redes sociales para ver 20


como tus marcas favoritas les regalan ese bolso que te acabas de comprar. Aún así pretendes estar orgulloso de tu nueva adquisición y también compartes tu foto. Para salir un poco de ese entorno mainstream y ausente de personalidad, lees “Howl” de Allen Ginsberg y miras “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick para decir que eres alternativo. Aunque no seas consciente de ello, no acabas de entender el mensaje que hay detrás. Como no te sientes identificado con el pensamiento de esos deprimidos, visitas museos y finges admirar obras de arte que podrías reproducir tú mismo en casa. Además, publicas una foto en Instagram observando ese “maravilloso” cuadro sin saber ni el nombre del autor, todo para aparentar que tienes un poco más de personalidad que tus compañeros de yoga. Compras Font Vella, compras Coca Cola, compras Granini y compras Estrella Damm, sólo por ese anuncio tan “chulo” del verano de 2012. De hecho, intentas que tus vacaciones en tu segunda residencia de la Costa Brava se parezcan a esos bonitos cortometrajes que transmiten una vida sencilla. Vas a la playa cada día y disfrutas de la sombra que proyecta tu sombrilla (que tuviste que comprar urgentemente para no quemarte), en vez de disfrutar de aquella que proyecta el pino que tienes a tres metros de distancia (es gratis). Para prolongar esa bonita rutina, te desplazas en bicicleta por tu ciudad y compras en Veritas, sólo para poder decir que eres sano, aunque esos copos de avena que consumes cada mañana – junto con tu café envasado en cápsulas de aluminio plastificado – están igual de procesados que los cereales Kellog’s. En los paseos de fin de semana por tu urbe, decides disfrutar de sus bucólicos parques y su famoso zoológico. Pagas una entrada para lamentarte por los animales que ves, aunque el Golden Retriever que tienes en casa se siente igualmente enjaulado. Sin darte cuenta, tú también te sientes dentro de una burbuja de falsas apariencias y decides desconectar. Sales de fiesta, bebes, te

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drogas y después del bajón, repites una noche más. Todo para evadirte de ese sistema que tú mismo alimentas con tus gin tonics de Beefeater. Entras en un círculo del que no puedes salir y te conformas con: “la vida es dura, pero todo mejora”. Sabes que estás cansado pero la única solución que encuentras es recurrir a las mismas acciones que llevas haciendo toda la vida, una vez tras otra. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. Compras. Malgastas. 22


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Para un momento. Estás cansado, te das cuenta de que no funcionará otra vez. No intentes recurrir a lo mismo de siempre, y tampoco te plantees esos viajes solidarios que sueles hacer, no te engañes. Si vuelves a hacerlo, acabarás entrando otra vez en esa nube de egocentrismo que nos invade a todos (como siempre). Cierra los ojos, respira y escúchate a ti mismo. Puedes pensar si quieres, reflexiona sobre por qué lo haces y por qué no. Ahora abre los ojos y observa tu entorno: nada ha cambiado, pero tú sí. Analiza aquello que necesitas y lo que no. Valora todas esas cosas que olvidas durante tu repugnante rutina, observa y fomenta tu espíritu crítico. Olvida tu abrigo, tu mochila, tu monedero y tus pantallas. Presta atención a la gente que te rodea. Dí te quiero, te odio, me caes mal y me caes bien. Ríe, llora y no te avergüences de estar haciendo demasiado ruido. Habla, no te calles – o sí –, exprésate y disfruta haciéndolo. No plantees hacer cosas sin sentido, no vuelvas a tus métodos anteriores, busca razones o motivos y llegarás a actuar de manera auténtica. No te dejes llevar, no compres ni malgastes. No lo necesitas, ¿verdad? No te conformes con el modo automático y guíate por tu propia razón, no por la suya. No seas de plástico como ellos. Débora Nunes

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Ansiedad conectada Vivo de aquello que los otros no saben de mĂ­. Peter Handke

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Al teclado un individuo escogido al azar (consciente del peligro de la confesión en estas circunstancias y en toda circunstancia): Soy el último hombre. Aunque en realidad ni siquiera soy un hombre: soy un niño, un niño digital, parcial o totalmente digitalizado, escéptico y reaccionario, pseudo-taoísta metropolitano, un nihilista misticoide víctima de su propio eternalismo galopante. La pantalla, el centro de mi sistema solar, «nexo» con una alteridad problemática, núcleo desfigurado de mi propia subjetividad, cogito intermitente producido y expuesto por el Mercado Global de los estímulos perpetuos: mis amigos franceses y surcoreanos lo llaman «El auto-panóptico de la psicopolítica digital.» —Son muy astutos, pero son mis amigos. «No me has contestado los mensajes, me he preocupado.» La ternura de una madre, y por ello pido disculpas, por ello pido disculpas sinceras, sin ironía, sin distanciamiento crítico, sin retórica. —«Todos los cretenses son mentirosos.» Hace un tiempo mi nexo portátil con el mundo digital de los humanos murió. Murió, lo notifiqué con un breve telegrama: «Hoy, móvil ha muerto. O quizás ayer, no lo sé.» Sincero pésame. Este es un texto de ficción con pretensiones filosófico-literarias: toda relación de semejanza con hechos, personas o insti-

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tuciones reales es pura coincidencia. P.S.: Uno de mis amigos surcoreanos me ha dicho que «la psicopolítica neoliberal es la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológicos» y me repite que «el me gusta es el amén digital. Cuando hacemos clic en el botón de me gusta [ahora potenciado con una amplia gama de matices y sutilezas psicológicas] nos sometemos a un entramado de dominación. El Smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo digital.» A mí me gusta lo que dice.

Thibault Arthur Tien

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Nos hicimos hombres

una novela por capitulos de Cáncer Monrovia

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Era pleno julio y quedaban un par de días para las vacaciones de verano. El canto de los grillos era sofocante. Los alumnos de la escuela secundaria volvían casa tras la última clase antes del parón y, como era costumbre, bajaban en grupitos la enorme cuesta que separaba el edificio del colegio con el resto de la pequeña ciudad. Los inmaduros pero espabilados estudiantes Kaito, Guy y Hiroshi, bajaban a paso de tortuga, quedando rezagados como siempre. El sol estaba aún alto y pegaba muy fuerte en las cabezas de gorra embutida de los tres niños, que reían a carcajadas. A larga distancia, ya desde abajo de la colina, cualquiera de los otros grupitos podría haber pensado: «Con lo inútiles que son, no tienen suficiente con sacar las peores notas en clase que encima se lo toman con humor». Los tres hablaban de ponerse un objetivo para este verano. Quedaron en que ese objetivo sería convertirse en hombres. —Pero, ¿qué es convertirse en un hombre? —preguntó Kaito. —No lo sé. ¿Tú qué crees? —le miró de soslayo Guy, que caminaba a su lado. —Yo creo que hay dos opciones: matar a un hombre o acostarte con una chica. —Pero, ¿y si no quiero matar a nadie? —respondió Hiroshi, que iba un par de metros rezagado. Guy se giró y siguió bajando marcha atrás la cuesta con habilidad. Las mochilas de los tres alumnos rebotaban al ritmo de sus pasos creando un sonido monótono. —Pues tendrás que acostarte con una chica. —dijo Guy mirando seriamente a Hiroshi. A lo que Kaito contestó entre car28


cajadas: —Entonces nunca vas a ser un hombre. Rieron sin parar. Pero Hiroshi le dió vueltas al tema el resto del camino y, habiendo llegado a casa, se puso a pensar si sus dos amigos serían de verdad capaces de matar a alguien, y a quien matarían. Pero por encima de todo, ¿sería él mismo capaz? ¿A quién? Desnudó su cuerpo delgado, lleno de arañazos y tierra, y se metió en la bañera. Las múltiples partículas de suciedad se deshacían bajo el agua y flotaban alrededor de sus extremidades. Se acarició las heridas con las yemas de los dedos.

2 Al día siguiente, el colegio despedía el curso con una jornada deportiva al aire libre. Tanto el patio como el gimnasio alojaron distintas competiciones deportivas: atletismo, béisbol, baloncesto y voleibol. Se había previsto también un torneo de fútbol, con equipos de siete jugadores, pero tan sólo diez alumnos estaban interesados, entre ellos, Hiroshi, Guy y Kaito. Tanto atletismo como béisbol se hacían al aire libre. La mañana era especialmente calurosa y se habían establecido distintos puntos de sombra alrededor de la pista y el campo de beisbol para que los alumnos que descansaban o veían las carreras pudieran estar a salvo

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del sol violento. Además, se había preparado una gran reserva de botellas de agua a disposición de los participantes. Varios alumnos de diferentes cursos, vestidos con equipaciones de colores variados, se amontonaban en el banquillo del campo de fútbol a la espera de noticias, mientras que otras competiciones ya habían comenzado. Guy y Kaito hacían toques con la cabeza, pasándose el balón. Vestían zamarras Mizuno violeta oscuro, con dos líneas blancas a lo largo del brazo. Pantalones y calcetines blancos, al igual que Hiroshi, sentado pensativo en el banquillo. —Creo que no vamos a jugar siendo tan pocos... —dijo Takeshi, que colgaba como un mono del banquillo. —Deja de ser tan negativo, pesado. ¡No seas gafe! —le respondió Guy lanzándole el balón. Takeshi se soltó y cogió el balón con ambos guantes. —Mirad, ahí viene el profesor Murata.—dijo señalándole a lo lejos. El profesor de gimnasia Murata, quien estaba hoy al mando de toda la organización, era un tipo admirado por el resto de alumnos. Era el más viejo dentro del profesorado, y pese a haber estado unos meses de baja por problemas de espalda, se mantenía muy en forma. Al contrario que otros profesores, no imponía disciplina, de hecho, intentaba enfocar el deporte al gusto de los alumnos, por eso organizaba eventos de este tipo, al estilo olimpiadas. Motivaba a sus alumnos con sistemas de rankings y pequeñas recompensas, que se basaban principalmente en tener la fortuna de poder visitar la enorme colección de trofeos de su despacho. Había sido un gran atleta de joven, destacando en múltiples deportes. Medio siglo atrás había sido el capitán del equipo de béisbol, de judo y de atletismo de ese mismo instituto. Los tres chicos aborrecían su sistema y sus recompensas. Además, nunca les dejaba jugar a fútbol y jamás les había dirigido la palabra, mientras que con otros alumnos conversaba a menudo. 30


—Lo siento chicos, no se ha alcanzado el número mínimo ni para disputar un partido entre dos equipos. Tendréis que apuntaros a otro deporte, aún estáis a tiempo de uniros a algún equipo de béisbol o participar en las carreras de 100 y 200 metros. —¡Sí, profesor! -contestaron varios de los alumnos, que se fueron corriendo hacia las mesas de inscripciones. El profesor Murata se quedó ahí de pie, con su pose habitual, espalda curvada y manos cogidas por detrás. El silbato colgaba de su cuello y sus enormes gafas de sol escondían su mirada. Hiroshi seguía sentado en el banquillo, Guy y Kaito se sentaron a su lado entristecidos. El profesor se dirigió a ellos tajantemente: —Vaya, ¿y vosotros? ¿No queréis hacer otro deporte? Tú, Hiroshi, eres rápido. Podrías ganar los cien metros. Eres incluso más rápido que muchos de último curso, tan sólo aquel chico muy moreno te supera. ¿Cómo se llama? Aquel tan famoso entre las niñitas tontas de vuestro curso. Ah, Kojiro, ¿verdad? Ese inútil soplapollas... —dijo Murata muy serio. ¿Cómo? Los tres chicos se inmutaron. Era la primera vez que lo escuchaban hablar con ese tono. Acababa de insultar tanto a sus compañeras como al famoso Kojiro, sin reparo alguno. Tan sólo Hiroshi le miraba a la cara. Los otros dos estaban cabizbajos, mirando sus botas llenas de tierra. —Bueno, haced lo que queráis, como si os vais ya a casa. Pero no os quedéis aquí, molestáis. Vamos a poner bases y montar un campo de béisbol improvisado sobre el de fútbol. Guy comenzó a maldecir en voz baja furioso. El profesor hizo un gesto a dos profesores más jóvenes que esperaban a lo lejos y estos se acercaron seguidos de dos equipos de beisbol y el material. —Mira, os conozco, sé que sois unos mierdas y no hacéis nada más que entorpecer las clases. Lleváis año y medio en este instituto y habéis sido un mal de cabeza desde el primer día para el resto de profesores. No hemos coincidido mucho y suelo ser bastante

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tolerante, pero las continuas quejas ya me están impacientando. A mí no me vais a tocar los cojones. El profesor hizo un gesto de “marcharos” con la mano y se dirigió al centro del campo saludando alegremente al grupo de alumnos que se acercaba. Guy estaba temblando de rabia, apretaba los puños sobre sus rodillas. Hiroshi no había dejado de mirar al profesor ni un momento, quieto e inexpresivo. Kaito, apoyando su esbelto cuerpo en la valla, con los brazos cruzados, miraba de reojo al horizonte, indignado, no queriendo dirigir su mirada al grupo de alumnos que no estaban en su situación, que gozaban de maravilloso privilegio y no eran marginados por el profesorado, y sobre todo, no acababan de recibir aquel mensaje de rencor y ridiculización. Se respiraba un tremendo odio encerrado. —¿Recordáis la conversación de ayer? —dijo Hiroshi, que había vuelto en sí, tras haber estudiado minuciosamente todos los movimientos del profesor desde que Takeshi había anunciado su presencia. —¿Qué quieres decir? —dijo Guy levantándose. —Nada, olvídalo. Vámonos. Los tres chicos se marcharon del campo cabizbajos. No tenían ganas de hablar. Se repetían en sus cabezas las palabras del profesor Murata. De repente, les acababa de azotar un golpe de realidad. Hasta entonces los chicos no se veían como molestia en el colegio, sino como un parte fundamental de éste. Creían firmemente en que en cada instituto la rebeldía juvenil debía tener representación. Tal y como habían visto en diferentes cómics y animes, siempre había un grupito que se encargaba de hacer travesuras, de hacer la vida estudiantil algo más tolerable. No querían ser el típico estudiante correcto que obedece órdenes y de vez en cuando menosprecia al marginado de clase, que todo el mundo menosprecia. De hecho, ellos se llevaban bien con el marginado. Iban contra el mundo, pero creían que interpretaban 32


un papel importante. Creían que más allá de las riñas, los profesores, al llegar a casa, comentaban a su marido o a su mujer: «Pues hoy Guy ha vuelto a hacer una de las suyas». Y estos escuchaban las anécdotas entusiasmados. Creían que eran el tema del día. Que los profesores, pese a todo, les tenían cariño. «Molestáis…molestáis…molestáis…molestáis…molestáis…», Esa palabra se repetía una y otra vez en la mente de Hiroshi mientras se mordía los labios, planeando algún plan descabellado para vengarse. Los grillos, escondidos entre los arbustos, gritaban con pánico. Su canto se mezclaba con los de los alumnos que animaban en las distintas competiciones. De vez en cuando se escuchaba la actualización de los resultados por parte de alguna estudiante de último curso. Un megáfono esparcía su dulce voz por los límites de la enorme ciudad deportiva. Los curiosos, sentados en las graderías o esperando frente a los puestecitos de comida que habían montado voluntariamente los alumnos con iniciativa, escuchaban atentos las posiciones, los tiempos, los marcadores, y luego discutían con el compañero de al lado, o saltaban contentos. —Yo me apuntaré a los 100m, —dijo Hiroshi cortando el silencio— y pienso ganarlos. —Sí, así le callas la boca al inútil de Murata. —contestó Kaito con una sonrisa. —No, a él le dará igual que gane o no. Lo que le importará es lo que diga cuando suba al podio. —¿Cómo? —Antes, Takeshi me ha comentado que el ganador de cada competición podrá decir unas palabras tras recibir el trofeo. En caso de tratarse de un equipo, será el capitán quien lo haga. —¿Y qué piensas decir? —preguntó Guy, que ya se había relajado un poco. —No lo sé aún. —De todas formas, si en algo ha tenido razón Murata es en que Kojiro es insuperable en los 100m. Ha ganado competiciones de

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atletismo fuera de la escuela, dicen incluso que unos agentes de la Federación Japonesa de Atletismo hablaron con él tras una carrera que ganó. Hiroshi se quitó las botas de fútbol y se distanció varios metros descalzo. Había un grupo de corredores, quizá de un curso superior, descansando en el césped bajo un cerezo. Les saludó y comenzó a hablar con ellos, simpático, rascándose la cabeza. Al rato, el más joven de ellos se quitó las bambas de correr y se las tiró al vuelo. Hiroshi las cogió sin esfuerzo y se inclinó varias veces como gesto de agradecimiento. Volvió sonriendo como un niño travieso. —¿Preparados?

Continuará...

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ARANYAKA M

iro el reloj y son las 16:52. Estos 8 minutos van a ser los más largos del año. No me llegan documentos a la pantalla, todas las ventas están cerradas, todas las transacciones acabadas, y todo lo que queda es cosa de otro tiempo no de ahora. Todo el mundo habla entre sí, pero yo no, yo miro mi monitor esperando a que marque las 17:00, mi vía de escape y mi liberación. Al salir de la oficina el fuerte viento me da en la cara y la bufanda sale prácticamente volando. Mi mujer me llama desde el coche con el brazo levantado. Está aparcada en doble fila y los pitidos para que se mueva llegan hasta la otra punta de la avenida. Nuestra hija está dentro, jugando con sus muñecos. El camino para salir de la ciudad es lento y torpe, nos paramos, avanzamos, nos volvemos a parar, volvemos a avanzar 100 metros… Desde mi ventanilla empañada solo veo carteles de colores, luces por todos lados, la sucia nieve en los bordillos de la acera, alguien vestido de Papá Noel y, sobre todo, gente cargando bolsas de regalos. Parecen un conjunto de tumores de colorines, un monstruo brillante con protuberancias de colores llamativos por todos lados. A medida que nos alejamos de la ciudad veo como el laberinto de cemento se queda atrás, ya no nos detenemos cada 100 metros y podemos avanzar más tranquilamente. Tampoco se escucha tanto el rugir de los motores, aires acondicionados, música navideña… Entramos en el gran camino de alquitrán, la vía infinita. Poco a poco se ven menos humanos, estamos rodeados de ellos, pero lo único que vemos es chapa y pintura. Alrededor nuestro, la na35


turaleza se va haciendo más fuerte, nos rodea, nos protege y nos guía. Pero aún hay algo artificial en todo, empezando por la carretera y acabando por nosotros, aún no estamos liberados. Lentamente la naturaleza cambia, pasamos de estar rodeados de paredes verdes a paredes blancas y precipicios con el fondo gris. Nos adentramos en un camino de nieve, me bajo y junto a mi mujer ponemos las cadenas, el frío se cuela por todas las rendijas de nuestra ropa, la naturaleza nos abraza. Nuestra hija se ha quedado dormida, se le cae la baba y de su mano aún cuelgan los muñecos de plástico que le regalamos para su cumpleaños. Una vez todo listo nos volvemos a subir en el coche y nos dirigimos hacia nuestro verdadero hogar. Después de abrir todas las verjas, persianas y puertas, guardamos el coche en el garaje y entramos en la casa. El interior está más frío que el exterior pero no nos importa. Mientras nuestra hija se empieza a despertar en el antiguo sofá recubierto de mantas, mi mujer y yo bajamos de nuevo al garaje a coger la leña. Subimos y encendemos la chimenea y, por los pasillos y habitaciones, distribuimos las diferentes estufas eléctricas. Dejamos nuestros pijamas cerca del fuego o encima de cualquier estufa mientras vamos sacando la ropa de las bolsas y los juguetes de nuestra hija. El primer día que estamos aquí, y como de costumbre, me dirijo solo hacia el bosque. Es el momento de reencontrarme y descontaminarme de la sociedad. Sigo el camino de siempre, lógicamente es imperceptible por la cantidad de nieve acumulada, pero mis pies ya conocen la dirección, mi cara ya nota las caricias del frío viento, y mis manos reconocen la rugosidad de los árboles de mi alrededor. Paseo por la alfombra blanca y a los lados una pared de barrotes negros limita mi visión. Los barrotes no pertenecen a una celda, no es la cárcel, es mi libertad, puedo 36


pasar entre ellos, tocarlos, olerlos sentirlos. Es un laberinto, no uno del que quiera escapar sino uno en el que me quiero perder. Me siento apoyando mi espalda en uno de los árboles, y el frío no me importa. Cierro los ojos y dejo que la naturaleza me invada, me siento en mi de nuevo. Ya no hay nada artificial, solo yo. Pero aún así soy naturaleza, lo artificial es natural, es una creación de los hombres, el animal por excelencia. Me libero de la nueva naturaleza, compuesta por hierro, hormigón y pantallas. Ahora me encuentro en la placenta de la madre primigenia, somos el todo. Todo el mundo siente su llamada, todo el mundo es melancólico, pero nadie sabe que es lo que echa de menos, que es lo que le falta, yo ahora estoy completo. Nuestra nueva naturaleza no nos mantiene en paz, no nos tranquiliza, no nos protege, nos destruye, nos pone nerviosos y nos ataca. Esta nueva naturaleza no es libertad, es confinamiento, es prisión. Nuestros problemas vienen de aquí, la subversión de las leyes originales y de nuestro auténtico nacimiento. Nuestro género está degenerado porque se ha separado de su génesis. Pero nadie entiende ya esto, nuestro mundo se ha perdido en su nueva naturaleza, lo que nos llevará a la separación y finalmente a la muerte. Se hace de noche, pero no me importa, el tiempo pasa, pero no cambia, mañana será igual que hoy y ayer fue igual que será pasado mañana. El ciclo sigue y no se detiene, pero no vuelve a empezar, continua. Vuelvo para reunirme con mi familia, el calor proporcionado por la madre primigenia me espera. Y la segunda liberación me espera. La unión verdadera para el hombre y su verdadera naturaleza, la familia. Diego Rosado

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Buscamos escritores Colabora con Pluma enviando tu poesía, relatos cortos, ensayos u otros escritos literarios* a: plumafanzine@gmail.com @plumafanzine

*Preferiblemente de formato breve. Escríbenos si tienes cualquier duda sobre las bases

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Miguel Almança


Colaboradores: Rai López Marta Barranco María Ferrer Roger Buendía Núria Garcia Ismael Maimouni Boada Alex Mañé Débora Nunes Thibault Legendre Cáncer Monrovia

Editores: Miguel Almança Pellicer Diego Rosado Arráez

Diego Rosado Arráez

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