Entierro de Mallafré en Espot (6 de enero de 1947)
ß boletín del parque nacional d’aigüestortes i estany de sant maurici
4
la muerte de mallafré Recuerdo muy bien aquellos primeros días del mes de enero del año mil novecientos cuarenta y siete. Había programado ir a esquiar a un rincón muy tranquilo como son los Rasos de Peguera. Pero una llamada repentina a mi lugar de trabajo cambió bruscamente los planes: había que ir a rescatar a Ernest Mallafré en el Pallars, ya que decían ¡le había ocurrido alguna cosa muy grave! Artigas y Cardona –los compañeros de Mallafré– habían telefoneado desde Espot diciendo que un alud se lo había llevado y que no podían rescatarlo ¡ni vivo ni muerto! Fui corriendo al local del Centre Excursionista de Catalunya y allí nos dijeron que había que salir aquella misma noche. Sin dejar las prisas, corrí a mi casa para coger los esquís y la mochila, y poder estar a las once de la noche en la plaza de Sant Jaume, donde me habían dicho que los que querían formar parte del grupo de rescate encontrarían dos coches preparados para partir. Eran dos coches grandes, de los de alquiler, porque era una época en que no todo el mundo tenía coche. El viaje fue nocturno, lento y largo, ¡inacabable! ya que las carreteras no eran como las de ahora. Y de vez en cuando nos paraba la Guardia Civil para pedirnos los papeles a cada uno y preguntarnos donde íbamos. Por suerte, desde el centro excursionista ya se había previsto este detalle y se había solicitado a la Policía un documento de libre paso con destino hacia los Pirineos. Que tengan suerte! era el saludo final de los guardias que, en tres o cuatro ocasiones, nos habían parado durante el viaje. Después de revisar detalladamente el documento nos dejaban continuar pero recomendándonos que tuviéramos mucho cuidado con la nieve y el hielo de la carretera. Al amanecer llegamos a la Guingueta de Àneu, donde tuvimos que dejar los coches a causa de la nieve y seguir a pie hacia Espot, ¡dejando unas huellas de más de un palmo de profundidad durante más de seis kilómetros! Eran tiempos en que aquella carretera no estaba muy bien. Una vez llegados a Can Saurat, encontramos allí a Cardona y Artigas. Estaban aún muy impresionados y casi no podían expresarse. Nos explicaron que ellos y Malllafré habían
subido a los picos de Peguera y Monestero, y que al bajar de esta última cima los sorprendió un gran alud, arrastrando a Mallafré hacia abajo hasta desaparecer. Ellos dos se salvaron pero bajaron tan rápidamente como pudieron. Y no libres de peligro, llegaron a l’estany Gran de Peguera (sic), todo helado y cubierto de nieve, punto final del alud. Enseguida comenzaron a buscar y buscar frenéticamente al compañero entre la nieve y el hielo, toda removida y del revés, ¡gritando al amigo desaparecido con voces desesperadas! Pero el amigo no contestaba ni aparecía a pesar de los esfuerzos de los dos... Cuando empezaba a caer la noche, abatidos, tuvieron que detener la búsqueda, obligados a bajar hasta Espot donde, en el Hotel Saurat, pudieron telefonear a Barcelona, explicando todo lo que había ocurrido. ¡Que angustia debieron sufrir hasta que llegamos nosotros! ¡Ni con nuestros esfuerzos pudimos tranquilizarlos! De todas maneras, nosotros ¡no nos entretuvimos mucho! Esa misma mañana, conjuntamente con Cardona y Artigas, tomamos el camino del refugio Josep Maria Blanch hacia la zona de Peguera y Monestero, siguiendo una traza de esquís bastante borrada por el viento y por algunas nevadas recientes. En aquellos tiempos, el refugio Blanch era más pequeño que el actual y situado en una península ínfima del lago. No existía la pista de coches todo terreno que hay ahora. El refugio era más sencillo que el actual. L’estany Tort había sido ampliado mediante una presa y por eso, al subir el nivel del agua, quedaba inundado, habiendo ofrecido la empresa hidroeléctrica la construcción de un refugio nuevo, el actual, más grande y mejor situado. Nosotros marchamos montaña arriba, siguiendo el camino viejo del refugio y del lago. No hacía mal tiempo, y las luces y visiones, con tanta nieve caída, eran muy bonitas. Pero realmente nosotros no teníamos el ánimo alegre. Pensábamos en las posibles dificultades que nos esperaban durante el rescate y recuperación del amigo perdido. ¿Estaría vivo aún? ¿Donde podía estar en medio de aquella confusión de bloques destrozados que cubrían la superficie del lago? Íbamos