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Martín Prieto

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De los autores

De los autores

MARTÍN PRIETO (1961)

Desde la ventana

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El mundo es esta estación de trenes, casi invisible por la lluvia. Hay, entre las vías, un resto: una naranja brillante apoyada contra el riel. El hombre tiende la mesa y cree cambiar en algo las cosas.

Una música en la memoria

De zapatillas y pantalones negros, con el torso desnudo, lleno de yerba una calabaza marrón. El paisaje es el de todos los días, salvo por una música que no silbo y sin embargo sé.

Padre e hijo

Un personaje de Conrad, o lo que supone es un personaje de Conrad quien, en verdad, nunca lo leyó: un hombre viejo tomando whisky sin hielo en una noche tropical. En una cuna duerme un chico que tal vez sea el hijo del viejo. Las palmeras quietas a través de las ventanas, quietos los paraísos y las cortinas y la luna misma, como si el tiempo no pasara.

Las alpargatas resecas arrastrándose por el piso de madera. El viejo va, se sirve dos, tres dedos de whisky, vuelve a velar el sueño del animalito y no sabe si quiere o no que se le parezca.

La música antes

No te olvides de la música. Pero no te olvides tampoco de que la música cambia. Ravel tiene más años que el mar Rojo y el mundo gira de la locura a la barbarie. En el jardín nomás hay una flor que está mala: un pétalo enfermo corrompe el ideal de los canteros recién regados: un agua igual lavó la sangre de la pared donde estalló la cabeza de cualquiera de nosotros.

En la casa, escribe

Que descanse de mí, que yo descanse de mí, materia disuelta en el aire del prójimo.

Para no defraudar, quemé todos los papeles. El inodoro se quebró, la base se quebró

y hubo que andar cagando por ahí dos meses hasta que pegamos un trabajo y baño nuevo. Deberíamos extrañarnos de eso, llamarlo “nuestra educación”? Dulce, lovely cae la tarde, con olor a mandarinas, pero amargo es estarse aquí, nadie me corta las uñas de los pies.

La revelación

El relámpago de la juventud se apagó justo cuando te escribía una carta que no te mandé. La carta era imperial: hablaba de un tanque australiano donde nos habíamos bañado un verano y de las flores blancas y amarillas de unos nenúfares que se enredaban en tu pelo y volaban como si fuesen marionetas de mariposas

cada vez que vos movías la cabeza para sacártelas de encima –y no se iban. Por qué te escribí? Por qué terminó la tormenta que parecía que iba a durar para siempre? Por qué una cosa sucedió mientras sucedía la otra? Envejecí escribiéndote una carta cuyo objeto era retratarte como fuiste una vez y por cada célula tuya que lograba inmortalizar se moría una mía, una mía se moría, se moría.

Los temas de peso

Después de varios años dedicados a la minucia, al enfermante relevamiento de los detalles, decidí abocarme a los temas de peso: el amor, la política, la trascendencia, la gloria. Finalmente convencido de que el mundo era más amplio que mi departamento compré una pila de tarjetas magnéticas

y salí a recorrer la ciudad en colectivo atento al paisaje y al rumor sordo en el que se convertía la parla simultánea de mis contemporáneos. La bruma gris que se levanta en los barrios de la quema y la otra, prístina, que emerge rosa del agua del río león, envolvía mis paseos en un aura de ensueño y todo se aparecía corrido de su justa dimensión.

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