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L A DUEÑA DEL LABERINTO DE EDMU DO P ERRY POR PI EDAD B ON ET

Destacamos aquí al,tunos de los libros de poesía publicados recientemente en nuestro país por las diversas editoriales que. como se,1ala Armando

Rodrí,t11ez Ballesteros en su prólogo a la segunda edición de Postal de fin de siglo (Kolibro, 1995), ejercen esa suerte de resistencia /re/lle al ánimo mercantilista que impulsa a la mayoría de dichas casas del pensamiento y la palabra. Así, ofrecemos una muestra de uno de dos de los más recie111es libros de la colección Piedra de sol de la Cooperativa Editorial Magisterio: El esplendor de la mariposa de Raúl Gómez Ja11i11, obra en la cual el poeta cereteano -como en otra suene de Colina de Spoon River- recrea los personajes que le han acompañado en sus diversas estancias en hospitales siquiátricos. y En la raíz del grito de Mauricio Contreras. De otra parte, con motivo de la reedición ampliada del ya mencionado volumen antológico Postal de fin de siglo. se incluye una selección de dos de los autores allí reunidos. Y. como es apenas obvio. no podíamos dejar de lado las últimas publicaciones que sobre poesía colombiana. ha realizado nuestro sello editorial: Bajo el ala del relámpago del poeta. narrador y ensayista Samuel Jaramillo y La due,ia del laberinto de Edmundo Perry, este último presemado por Piedad Bonnet.

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Al cierre de es/C/ edicirín se conocirí el resulwdo del Premio Nacional de Poesía versión COLCULTURA, el cual fue otorgado al poeta }()famario Arbeláez por w libro La casa de memoria, al cual pertenece el último texto publicado en este a¡wrtado.

LA ~ DUENA DEL LABERINTO

En tiempos de falsos epigramistas y furiosos ado radores del haiku, Edmundo Perry arremete con un poema de más de tres mil versos que son como una inmensa tela de araña que nos atrapa, pues una vez dado el primer paso dentro del laberinto estamos condenados a errar en él; extraviados como Muno, el poeta, y como él perpetuamente solitarios, somos alucinados por hallazgos que parecieran ser señal de una salida y que, como en el desierto, -esa versión del laberinto que otro poeta señalara- muestran su naturaleza falaz tan pronto pretendemos to carlos.

El viejo mito griego es reinventado por Perry a partir de la mirada que reconoce la total ausencia de lo sagrado: el hilo al que se aferra la mano se rompió hace mucho tiempo, y al final del poema nos espera la desconcertante revelación de que tampoco hubo nunca minotauro.

Proteo es la divinidad del laberinto: todo allí es mudable, y lo uno se matamorfosea en lo otro en el vértigo de la palabra. Ese yo descaradamente autobiográfico, que incluso cuenta con dirección exacta en el poema, es y no es, pues es también el otro, con el que se confunde, e incluso la trinidad, como en el dogma y dos a la vez son cuatro, como dijera Freud, y así en un infinito juego de espejos en que nos reconocemos y nos desconocemos alternativamente. Y detrás de todo, só lo la soledad, gran protagonista del poema:

una de ellas soledades o las cuatro que con el tiempo aprendería a distinguir una a una, Ariadna una y una a una las cuatro soledades que son una

Por Piedad Bonnet

El poema se confiesa diván de sicoanalista, espacio de la asociación que nos conduce una y otra vez a los mismos puertos a través de los poderosos leitmotiv que informan el poema; pero también piscina donde buceamos sin tocar fondo; y a veces pareciera que el hilo al que débilmente nos aferramos fuera un camino de descenso hacia ese lugar cuyo nombre ignoramos y al que el monóxido de carbono puede conducirnos con la misma suavidad que la mano deAriadna.

La dueña del laberinto es un extraño, seductor poema en que la palabra tiene connotaciones múltiples y cada verso tiñe el anterior de un color nuevo y determina al siguiente, en una cadeneta pacientemente tejida, nueva labor siempre a punto de deshacerse de una nueva Penélope. Construido como un inmenso collage en el que concurren la música de Mozart y los versos pe Góngora, de Machado, de Greiff y de algunos otros con las más prosaicas alusiones y las más pueriles representaciones del mundo moderno, este poema de Edmundo Perry está impregnado, con sabia conciencia, de esa sensibilidad muy contemporánea que emana de una ausencia de absolutos, o mejor, de una búsqueda de lo absoluto enturbiada por la miseria cotidiana; de esa miseria que Bahmil Hrabal de una manera dramática plasmó en la «enorme cagada», la "cagada monumental»" que arrastra en uno de sus esquís la dulce Matilde, en imagen que nuestro poeta, dueño de un enorme sentido del humor, sé que gustosamente suscribiría.

Todos, pues, debemos alegrarnos de este nuevo libro de Edmundo Perry, pero sobre todo, sus amigos, que corroboramos con cada obra su vocación indeclinable y lo acompañarnos, solidarios, por su muy personal y auténtico laberinto.

LA DUEÑA DEL LABERINTO

DE EDMUNDO PERRY (Fragmento)

Un hilo uniendo Lo que un hombre tiene que hilar cuando La oscuridad tiende sus caminos y en Lo oscuro sus caminos se devuelven hilo en uso para el Laberinto que construye un hilo uniendo La oscuridad con sus caminos.

Era la época en que triunfaban los altibajos y comen-;,aban a no triunfar; yo estaba tratando de juntar mis pedazos que en esa época habitaban separaciones distintas después de haber ensayado a tenerlo todo bien amado y bien vivido y heredado tenerlo todo y tener que regresar solo a mi viejo cuarto en casa de mi madre: qwen regresa siempre regresa a la madre y por eso en irse siempre hay un regreso, agua más conocida porque está más cerca y el hombre, baiiista con psicoanalista, 110 ahogándose, 110, sino tratando de sálir de casa a temerle menos a alguien Era la época de su hermana esperando que yo la buscara para convertirla en ola que no regresa y lleva consigo, dispuesta después de tantas vueltas y revueltas, la golosina después de tantas vueltas y revueltas, dar con lo mío, las huellas que había ido dejando mi futuro, así que su hermana se convirtió en agua obligatoria, la de beber y sumergirse durante esa época en que M uno, tan lleno de confusiones tan precisas, habitaba cada equívoco que tendía a repetir sus orígenes y se atendía a semillas de consecuencias imprevisibles aire por límite, y en esa época su hermana y yo éramos lo mismo y yo era único porque me volví su hermana y sus aiios se volvieron mis años felices; en esa época su hermana era mi fundadora una vez más y Ariadna era la hermana de la hermana que era dueña del mundo aunque el mundo fuera confusas semillas y nada nuevo; podía darse el lujo de esperar antes de que el tiempo

fuera un transcurso más seguro para las palabras, las que dice

La flauta, las que vendrían después. Por esa época las búsquedas estaban de moda con o sin resultados y no importaban mucho los desastres que ocasionan las ilusiones perdidas. Y Ariadna tuvo las suyas antes de que yo me perdiera en los vericuetos que formaron las mías y que al fin desembocaron en su hermana, que en esa época no era su hermana sino lo que puede completar una rosa cuando tiene todo el cielo a su serv1cw, y además tiene una hermana, Ariadna, que usaba tener las riendas de su hilo y a sus perseguidores pendientes de un hilo, y el cuento de andar sin hilo que vendría después como las palabras de la flauta no había sido cierto de andar sin hilo. Ella por su parte había comenzado con un pintor tan desprovisto como ella del uso del amor profundo y cada uno usaba al otro para descubrir cuánto cuerpo podría tener el propio cuerpo y así cuánto conocimiento se abriera sólo para cada uno y así el otro se volviera comenzar una escalera, peldaño para hacer más alcanzables otros cuerpos más altos, los de los sueños diurnos, los de los comerciales bronceados, los que sostienen una guitarra que ensaya sus flautas. La primera vez que me saludó

un hilo uniendo lo que un hombre tiene que hilar cuando la oscuridad tiende sus caminos y en Lo oscuro sus caminos se devuelven hilo en uso para el laberinto que construye un hilo uniendo la oscuridad con sus caminos en donde nunca hubo Minotauro.

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