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Nicanor Parra: un vecino desencantado que advierte la marea del tiempo

En 1980, tras casi treinta años de amistad y de haber realizado juntos (con Jodorowski) el

Quebrantahuesos, Parra y Enrique Lihn se encuentran en la presentación del libro

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Décimas de la Negra Ester, de Roberto Parra, en un restaurante de Providencia. Los acompaña el también poeta chileno Óscar Hahn, de cuyo archivo personal es esta foto.

nicanor parra Un vecino desencantado que advierte la marea del tiempo

n POR FERNANDO LINERO

Sólo creando mundos me consuelo. Nica or Parra

De su poesía dijo Enrique Lihn: «obra de la mala fe y de la inocencia colectivas».

Pablo de Rokha la describió como «un escupo de mosca tirado a un espejo, inexistente, pequeño ladrido de perro más o menos tiñoso y metafísico».

Pablo Neruda a su vez expresó: «eso no es poesía, ni antipoesía, son anti Parras».

Y Artur Lundkvist escribió: «Una poesía de dinamitero, desesperadamente anárquica, que irrumpe a través de todo lo que es rutinario reduciendo a polvo la mentira piadosa y las fórmulas de consuelo desprovistas de significado, para desembocar en la nada o en el meollo de una sólida realidad».

Traducido por poetas tan importantes como Ginsberg, Williams, Ferlinghetti, Thomas Merton, Denise Levertov, entre muchos otros, Nicanor Parra ha sido para muchos el más importante poeta chileno del siglo xx por encima de Neruda y de Vicente Huidobro, y reconocen en su obra toda una legítima rebelión literaria.

Cocido en la sopa del humor negro –esa circunstancia aplicada que da vida a sus cuecas– desgarró los patrones de la lírica imperante, orgulloso de pertenecer a la tribu, orientado por una especie de

Neruda y Parra, Parra y Neruda: dos caras de la gran poesía chilena.

misión de derrumbe y de acusación de nuestra sociedad.

Los movimientos de vanguardia, exasperados por los resultados de la Primera Guerra Mundial y las dificultades económicas surgidas en 1929, habían rebajado a jirones la forma institucionalizada del universo y de la vida, instaurando una incomodidad ambiental que favoreció el surgimiento de manifestaciones de reacción contra el lenguaje indescifrable e intrínseco que de allí surgía. Gracias a esto es que aparece Nicanor e introduce una modificación relevante en la visión de la poesía. Su propuesta llena de materiales extraídos de la cantera de lo popular –su principal fuente de energía espiritual–, se aleja de las torres de marfil con locuciones y pedazos de la charla diaria; con décimas y cuecas donde la vida y la muerte se tantean; con las técnicas del razonamiento científico; con sintaxis de otros reinos, los del mensaje social; los de los vendedores ambulantes; los de la burocracia, los de la radio, etcétera, y así logra relevar un diccionario poético roído y sorprendernos con su capacidad expresiva; fundar una palabra auténtica y límpida y por lo mismo opuesta a la oficial.

Los primeros poemas de Nicanor Parra los publicó a los veintitrés años, en 1937, bajo el título de Canciones sin nombre, con una marcada influencia del Romancero gitano de García Lorca. Es la época en la que alterna brevemente con el grupo «Poetas de la claridad» (Luis Oyarzún, Jorge Millas, Omar Cerda, Victoriano Vicario, Hernán Cañas, Alberto Baeza Flores, Oscar Castro).

Si digo que por las piedras circula una voz de seda, quiero decir que en el río me bebo la luna llena.

Su antilirismo nutrido de elementos dispares, en un convenio íntegro entre el idioma y el entorno, supo integrar los más diversos motivos en la búsqueda de su perfeccionamiento. Para dar un ejemplo del concepto de realidad de ese

camino es pertinente recordar que publicó Poemas y antipoemas en 1954, el mismo año en que Pablo Neruda publica sus Odas elementales. Al contrario de Neruda que (no obstante le cante a cosas muy elementales) mantiene un tono elevado de acuerdo con su concepción de lo que debe ser el poeta, Nicanor Parra hace la denuncia de la apariencia engañosa de la realidad (véase la «Oda a las palomas», del citado libro).

Más ridículas son que una escopeta o que una rosa llena de piojos

Paradójicamente soportado por la tradición literaria y cultural de su país, su obra se constituye en una crítica a la sublimación de la poética establecida. La claridad de Nicanor Parra se opone a ese tipo poesía que surge alrededor de los años treinta, y que por las razones ya expuestas fue llamada por los críticos hermética. Allí bien cabe recordar a Vicente Huidobro, Humberto Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, entre otros.

El antipoeta lo que quiere es más contacto directo con lo corriente, sólo es un vecino desencantado, que advierte la marea del tiempo y escribe con desparpajo frente a la poesía facilista, a la poesía de feria, a la poesía de corbata, a la poesía cortesana. Su estética corriente, familiar, con gusto por lo ligero e inmediato, que desecha toda grandilocuencia, tiene el deseo de unirse a la generalidad:

A diferencia de nuestros mayores –y esto lo digo con todo respeto–Nosotros sostenemos Que el poeta no es un alquimista

El poeta es un hombre como todos, Un albañil que construye su muro: Un constructor de puertas y ventanas.

Pero ¿Cómo salirse del camino de las vacas sagradas? ¿Cómo acallar el eco ensordecedor de la feria? En esa dirección van estas palabras suyas cuando intenta darnos algunas luces acerca del fenómeno de su llamada antipoesía:

EL ANTIPOETA LO QUE QUIERE ES MÁS CONTACTO DIRECTO CON LO CORRIENTE, SÓLO ES UN VECINO DESENCANTADO, QUE ADVIERTE LA MAREA DEL TIEMPO Y ESCRIBE CON DESPARPAJO FRENTE A LA POESÍA FACILISTA, A LA POESÍA DE FERIA, A LA POESÍA DE CORBATA, A LA POESÍA CORTESANA.

[…] es una lucha libre contra los elementos, el antipoeta se concede a sí mismo el derecho de decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias prácticas que pueden acarrearle sus formulaciones teóricas. Hablando de peras el antipoeta puede salir perfectamente con manzanas, sin que por eso el mundo se vaya a venir abajo. Y si se viene abajo tanto mejor, esa es precisamente la finalidad última del antipoeta, hacer saltar a papirotazos los cimientos apolillados de las instituciones caducas y anquilosadas. Resultado, el antipoeta es declarado persona non grata.

La ironía, detrás de la cual el poeta –con la certitud de las limitaciones humanas–, encubre la soledad, la desolación, el desengaño, el recelo y la pena, se constituye en un escenario vencido en el que se pertrecha y desde el cual lanza su voz sin ninguna consideración con el lector fustigándolo con su tono:

Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa. Suban, si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por boca y narices.

Nicanor Parra junto a sus hijos menores, Colombina y Juan de Dios, en su casa de La Reina. Foto: Exposición «Parra 100» (2014).

Sin embargo, esa irreverencia no logra liberarle del desamparo fundamental que todo poeta sufre:

[…] soy un niño que llama a su madre detrás de las rocas, soy un peregrino que hace saltar las piedras a la altura de la nariz, un árbol que pide a gritos se le cubra de hojas.

Sabe que lo que el poeta promete –su médula, su propia persona afligida– no atrae especialmente el interés de la gente, por eso no hace votos por nada y nada explica:

Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte.

Personalmente en su obra descubro más que una ruptura violenta con la tradición –como algunos lo ven–, un proceso de desarrollo y de enriquecimiento.

Yo no permito que nadie me diga Que no comprende los antipoemas Todos deben reír a carcajadas. Para eso me rompo la cabeza Para llegar al alma del lector. Déjense de preguntas. En el lecho de muerte Cada uno se rasca con sus uñas. Además una cosa: Yo no tengo ningún inconveniente En meterme en camisa de once varas.

En la última etapa de su producción profesó una poesía eco-mprometida, como él mismo la llamaba; es decir, una poesía comprometida con la supervivencia, con la no confrontación, con la autorregulación del espíritu y de la sociedad, a sabiendas de que no se ha entendido bien la relación que existe entre el hombre y la naturaleza y el hombre con los otros hombres.

En una entrevista, refiriéndose a la muerte, expresó que tenía planes con respecto de ella; que proyectaba resucitar; que lo suyo era un asunto de ida y vuelta, y es así que uno de sus epitafios personales dice: voy y vuelvo.

Nicanor Parra creía en Dios, pero también creía en el Diablo. Sólo quiso colorear al universo tal cual es y no como debiera ser, estableciendo un debate con hondura al perfil, de toda una tradición lírica y aún más a todo un modo de concebir la poesía. Bastaron escasamente seis libros para que dejara bien afirmada su impronta poética en la historia de la literatura latinoamericana.

En resumidas cuentas Sólo nos va quedando el mañana: Yo levanto mi copa Por ese día que no llega nunca Pero que es lo único De lo que realmente disponemos. 

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