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Citología
Nicanor Parra en su casa de Las Cruces posando junto a una de sus obras (ca. 1994). Foto: Colección Documentos Familia Parra.
n POR NIALL BINNS
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William Ospina: «Todos somos hijos de Gabriela Mistral y de Neruda, todos tenemos que discutir con Huidobro y con Nicanor Parra».
A finales del siglo xix, la poesía chilena era un páramo. Marcelino Menéndez y Pelayo, al preparar su antología de poesía hispanoamericana para el cuarto centenario de la Conquista del Descubrimiento, ad maiorem gloriam del viejo tronco español de la raza, se sorprendió ante la ínfima calidad de la poesía que sus informadores le enviaban desde la rama más remota del antiguo imperio. Chile, concluyó, era un país de historiadores, pero sin poetas, y sería un error buscar en él «orgías de imaginación». ¿La razón? El carácter «positivo, práctico, sesudo, poco inclinado a idealidades» de sus progenitores, la mayoría de ellos vascos.
Un par de décadas después, con sus «Sonetos de la muerte», Gabriela Mistral, tan orgullosa de su sangre vasca, refutó para siempre al viejo académico de la lengua. Y Chile, el país de historiadores, se convirtió de un año a otro en el país de poetas por excelencia de la lengua. Mistral, Huidobro, Neruda, Parra...
Los grandes poetas suben el listón.
La gran poeta madre y el gran poeta padre exigen de sus hijos grandeza.
Al poeta indiscutible hay que discutirle todo.
Gabriela Mistral: «Parra será el futuro poeta de Chile».
Así dijo Mistral, en uno de sus raros regresos al país natal, cuando pasó por la ciudad de Chillán en 1938 y oyó al joven Nicanor Parra recitar su «Canto a la escuela».
Pabl Neruda: «Este es el hombre / que derrotó / al suspiro / y es muy capaz / de encabezar / la decapitación / del suspirante».
Cuando se publicó en 1954 Poemas y antipoemas, figuraron en la contraportada unas palabras elogiosas de Pablo Neruda. Desaparecieron a partir de la segunda edición, y la amistad entre ambos poetas se convirtió, con los años, en rivalidad. En 1967, en un caligrama titulado «Una corbata para Nicanor», Neruda tuvo la lucidez de ver el alcance de las propuestas antipoéticas. El alcance y la amenaza.
Idea Vilariñ : «Parra ha sorteado muchos de los peligros que acechan a los poetas suramericanos: la divagación, el formalismo y el intelectualismo, el vicio de las metáforas y del adjetivo por el adjetivo, y –el más difícil y más cercano– el influjo de Pablo Neruda».
Los grandes poetas suben el listón, exigen grandeza a los jóvenes, pero en el caso de Neruda parece haber sucedido lo contrario. Al convertirse en el poeta por antonomasia de la lengua, Neruda avasalló a los jóvenes, los fascinó y les contagió, estrujó su imaginación, secó su inspiración, arrasó con su creatividad verbal. Tenía, además, el insufrible don de ser múltiple. Era el gran poeta del amor de la lengua, pero si no te gustaban los Veinte poemas de amor y una canción desesperada era el gran poeta político de la lengua, pero si no te gustaba España en el corazón era el gran poeta de América, pero si no te gustaba Alturas de Machu Picchu era el gran poeta de las pequeñas cosas, pero si no te gustaban las Odas elementales era el gran poeta de la vanguardia y la angustia existencial, y si no te gustaba Residencia en la tierra... pues algo fallaba en tu criterio. Para escribir después del padre Neruda, había que matarlo, leyéndolo mal como prescribía Harold Bloom en La ansiedad de la influencia. Según muchos críticos, la obra de Parra comenzó siendo no tanto anti-poesía como anti-neruda, y él mismo lo reconoció en una entrevista posterior con Mario Benedetti: «Neruda fue siempre un problema para mí; un desafío, un obstáculo que se ponía en el camino».
Carl s P blete: «Parra es la cabeza visible entre la falange de “guitarreros” que han invadido un sector de la poesía chilena. Poesía epidérmica, efímera como todo lo que se nutre en la realidad del hombre».
El libro Cancionero sin nombre se publicó en 1937 y recibió el importante Premio Municipal de Santiago. Nicanor Parra lo trataría más tarde con desdén: era un «pescado de juventud». Al intentar huir de la órbita nerudiana, se había adentrado en la de Lorca, aplicando el «método» del Romancero gitano al contexto chileno, con algún hallazgo pero también con los tics más intolerables de ese libro. Las palabras de Poblete, escritas en su presentación de Parra en una antología de 1941, hirieron al joven poeta incitándolo a cambiar.
V í t r Castr : «Cuando Nicanor Parra vuelve de su viaje a Europa, nos entrega una poesía de ensayo, de insospechable humor inglés, donde Elliot [sic] mal digerido destruye todo lo “chileno” que se había señalado en su primera producción».
Entre Cancionero sin nombre y Poemas y antipoemas pasaron 17 años y dos largas estancias en países anglosajones: en la Universidad de Brown entre 1943 y 1945; en la Universidad de Oxford entre 1949 y 1951. Los primeros antipoemas fueron escritos antes del viaje a Inglaterra, y tuvieron mucho más influencia de Kafka, del surrealismo y de la novela existencialista que de la poesía anglosajona. Eso cambiaría, sin duda, en los años de Oxford. En 1953, el antólogo Víctor Castro estaba al acecho de lo que veía como una pérdida de identidad nacional en Parra. Yo pienso, más bien, que este descubrió en Inglaterra vínculos insospechados entre el humor irónico del pueblo chileno y el ingenio cara-depalo de las élites de Oxford.
Al ne: «Parra es un poeta admirable. Nada más impetuosamente libre que su verso».
Quién habría pensado que el crítico de poesía más influyente de Chile, Alone (Hernán Díaz Arrieta), celebrara en las páginas de El Mercurio la aparición de un libro tan agresivo, tan rupturista, tan deslenguado y tan insólito como Poemas y antipoemas.
Brauli Arenas: «Tú eres algo así como un buen poeta mexicano».
El poeta surrealista Braulio Arenas, figura máxima de La Mandrágora chilena, paró a Parra en plena calle para ofrecerle, con sorna, su apreciación de Poemas y antipoemas. Ya en los años cincuenta Chile se sentía el ombligo poético de la lengua. Decir poesía mexicana era decir: poesía que no valía nada.
J r e Cá eres: «Nicanor, usted ha hecho lo que nosotros no pudimos y queríamos hacer. Artaud estaría encantado».
No todos los surrealistas concordaban con Arenas: ni el malogrado Cáceres ni Teófilo Cid, rey decadente de las noches de Santiago, que sentenció en una reseña que Poemas y antipoemas era «un libro que André Bretón amaría». El propio Parra hablaría, después, de los antipoemas como «surrealismo criollo».
Vi leta Parra: «Sin Nicanor no hay Violeta».
Tras el éxito de Poemas y antipoemas, Nicanor decidió cambiar de rumbo y publicó La cueca larga (1958), un libro de cuatro poemas de octosílabos y
Violeta y Nicanor Parra, en la carpa que aquella instaló en La Reina (1966). Foto: Exposición «Parra 100» (2014).
rima asonante, herederos fieles de la tradición oral de la poesía popular chilena. Se trataba, indudablemente, de una bofetada en la cara de los que pensaban que un abismo separaba la poesía culta de la poesía popular. Parra sabía que muchos de los rasgos de la antipoesía –los contextos y personajes de la realidad cotidiana, el lenguaje coloquial, el humor popular, la querencia narrativa, la estructura dramática– eran injertos poéticos tomados de la tradición popular. No es casual que el diálogo entre Nicanor y su hermana Violeta Parra haya sido tan intenso. Había inquietudes en común, búsquedas compartidas. En LPs titulados El folklore de Chile, de 1958 y 1961, Violeta pondría música a dos poemas de La cueca larga: «La cueca larga de los Meneses» y «El Chuico y la Damajuana».
Hernán del S lar: «Esto no ha sido jamás poesía, ni lo será mientras el mundo no reviente y ya no nos importen un comino ni la poesía ni la prosa».
La publicación de Versos de salón en 1962 suponía una vuelta a la antipoesía, pero escrita ahora en vibrantes, agresivos endecasílabos en vez de en verso libre. El libro de 1954 había sorprendido favorablemente hasta a la crítica más conservadora;
ocho años después, tras el paréntesis de La cueca larga, el éxito de Parra provocó una recepción más bien hostil.
Padre Pruden i Sal atierra:
«¿Puede admitirse que se lance al público una obra como esa, sin pies ni cabeza, que destila veneno y podredumbre, demencia y satanismo? Me han preguntado si este librito es inmoral. Un tarro de basura no es inmoral, por muchas vueltas que le demos para examinar su contenido».
Las palabras del padre Salvatierra, de una reseña publicada en un diario católico de Santiago, maravillaron a Parra. Las envió en esos años, traducidas al inglés, a Allen Ginsberg, que las leería en voz alta –junto a otras descalificaciones igualmente pintorescas– cuando presentó al chileno en un festival poético en Estados Unidos. El público, al parecer, aulló su aprobación.
Pabl de R k a: «Los antipoemas inspiran lástima y asco».
Pablo de Rokha era, qué duda cabe, un gran poeta; un gran mal poeta, quizá, si tomamos prestado el injusto dictamen de Juan Ramón Jiménez sobre Neruda. Después de años de lidiar con furia contra dos poetas tan imponentes como
Huidobro y Neruda, le espantó ver que un poeta más joven comenzaba a cobrar protagonismo. De Rokha era un maestro del insulto de gran calibre. Decía que Parra era «un pingajo del zapato de Vallejo»; que no era más que «un esnob plebeyo y populachero, no popular, un versificador en niveles abominables de oportunista».
Allen Ginsber : «Parra es el creador de una poesía más explosiva, más sofisticada e inteligente que la de Neruda».
Amigo y compañero de fatigas de los beats, y sobre todo de Ferlinghetti y Ginsberg, Parra encontró en este a su gran interlocutor.
Ser i Ramírez: «Los antipoemas fueron esenciales en la transformación de la generación de los años sesenta, gracias a su sentido de la lectura y ruptura de cánones con humor y alegría».
En el ambiente revolucionario de los sesenta, se pedía una poesía revolucionaria capaz de encarnar el espíritu de los jóvenes. A finales de la década, Julio Cortázar lo expresaría así: «Uno de los más agudos problemas latinoamericanos es que estamos necesitando más que nunca los Che Guevara del lenguaje, los
Nicanor Parra, Miguel Grinberg y Allen Ginsberg (La Habana, febrero, 1965). Foto: Poetas del Fin del Mundo.com
«Si Parra se ríe es porque su confianza está puesta en otra parte, es porque ha colocado todo el capital de sus esperanzas en una empresa que justifica esa risa». Mario Benedetti
revolucionarios de la literatura más que los literatos de la revolución». Los jóvenes encontraban esa revolución de la literatura en la herencia de César Vallejo y en la obra viva de Parra.
Guillerm R drí uez Ri era:
«Como Chaplin, Parra ha creado un personaje, una figura fantasmagórica y bufonesca, presa de deseos frustrados, asediado por las máquinas y “los vicios del mundo moderno”».
Rodríguez Rivera, el gran crítico de poesía de la revolución cubana, al prologar una antología de Parra para Casa de las Américas lo comparó con Chaplin. La analogía se me antoja clave para comprender la antipoesía (habría que leer, por ejemplo, un poema tan maravillosamente chaplinesco como «Un hombre»). A comienzos de los años sesenta, al pronunciar el discurso de recepción cuando nombraron a Neruda doctor honoris causa de la Universidad de Chile, Parra leyó un poema que decía que «la verdadera seriedad es cómica», y ofreció como ejemplos, o más bien como modelos, a Kafka, Chaplin, Chéjov, El Quijote y Quevedo. Los dos primeros son, sin duda, los más determinantes: revolucionarios de la literatura y del arte, pero lejos de cualquier propaganda política. Francotiradores e indomables.
Juan Gusta C b B rda: «En la antipoesía, el personaje pasivo de Kafka, a quien Parra leyó con tanto fervor, se trueca en un agitado y descompuesto Charles Chaplin de cine mudo».
Ahí están: los dos grandes modelos de Parra: Kafka quizá de Poemas y antipoemas; Chaplin de Versos de salón y Obra gruesa.
T mas Mert n: «I like your irony very much and I cannot tell you how much in agreement I am with you about contemporary society. We are in a time of the worst barbarity, much worse than in the time of the fall of the Roman Empire. It is sufficient to look at what is happening in Vietnam and everywhere, most of all here. Sermons are worth nothing in this situation».
Merton, uno de los traductores de los antipoemas al inglés –junto a Ginsberg, Ferlinghetti, William Carlos Williams y Denise Levertov–, era el poeta estadounidense más vinculado a Hispanoamérica de su época. Decisivo en la trayectoria de Ernesto Cardenal, admiraba profundamente a Parra también. Coincidía con él en su visión del mundo contemporáneo a borde del colapso, y en que la respuesta del poeta no podía ser el sermón. La ironía es necesaria para enfrentar con entereza el presente.
Mari Benedetti: «Si Parra se ríe es porque su confianza está puesta en otra parte, es porque ha colocado todo el capital de sus esperanzas en una empresa que justifica esa risa».
Benedetti, en una vibrante entrevista de 1969, contrastó la poesía revolucionaria de Parra con la visión acomodaticia de Neruda, y veía en su risa –en la seriedad cómica de su obra– no solo una crítica a la sociedad capitalista sino una aportación al proyecto revolucionario. Cuando un año más tarde, las circunstancias convirtieron a Parra en persona non grata en Cuba y un crítico feroz del dogmatismo
castrista, el uruguayo cambiaría de criterio: «A partir de los controvertidos Artefactos su humor se hace excesivamente ríspido y pierde la mejor parte de su gracia». Es triste pero cierto que hace más gracia reírnos de los demás que de nosotros mismos.
Pat Nix n: «Gusto de conocerlo. Es un honor para mí».
La culpa fue de Pat Nixon. En abril de 1970, antes de viajar a Cuba como invitado de la Revolución, Parra participó en un festival poético en Washington D. C. A él y otros poetas –entre ellos Yves Bonnefoy y Jorge Carrera Andrade–, se les organizó una visita guiada de la Casa Blanca, durante la cual fueron sorprendidos por una taza de té ofrecida por la mujer del presidente. Al saludar a cada uno de los poetas, Pat Nixon les regaló un libro de Elizabeth Bishop. Y alguien sacó fotografías, que se divulgaron a partir del día siguiente por la prensa de toda Latinoamérica. Desde Cuba, se canceló la invitación a Parra. Cuando llegó de vuelta a Chile, encontró que se había montado un boicot a sus clases en la Universidad y se le reprendió públicamente en un pleno de la Sociedad de Escritores Chilenos. Después de disculparse en un primer momento, insistiendo en su lealtad a la revolución cubana y en que el encuentro con Pat Nixon era completamente inesperado, un simple happening, Parra se hartó. Fue un viraje político e ideológico impulsado desde las vísceras. De ahí los Artefactos.
Jaime Huenún: «Parra supo cómo reírse del régimen militar sin perder, literalmente, la cabeza».
Profundamente distanciado de la Unidad Popular, Parra se quedó en Chile después del golpe militar de septiembre de 1973. Desde el exilio lo atacaron como cómplice del fascismo. Se convertiría, sin embargo, en uno de los opositores más renombrados a la dictadura dentro de Chile. Asumiendo la voz de Domingo Zárate Vega, el «Cristo de Elqui», un predicador callejero célebre en Chile en los años cuarenta y cincuenta, Parra podía criticar los abusos de Pinochet como si hablara del general Carlos Ibáñez del Campo, presidente dos décadas antes. Que haya publicado en 1977, en pleno apagón cultural, sus Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, es una prueba de lo dicho por el poeta mapuche Jaime Huenún. Véase, si no, el sermón xxiv:
Cuando los españoles llegaron a Chile se encontraron con la sorpresa de que aquí no había oro ni plata nieve y trumao sí: trumao y nieve nada que valiera la pena los alimentos eran escasos y continúan siéndolo dirán ustedes es lo que yo quería subrayar el pueblo chileno tiene hambre sé que por pronunciar esta frase puedo ir a parar a Pisagua pero el incorruptible Cristo de Elqui no puede tener
otra razón de ser que la verdad el general Ibáñez me perdone en Chile no se respetan los derechos humanos aquí no existe libertad de prensa aquí mandan los multimillonarios el gallinero está a cargo del zorro claro que yo les voy a pedir que me digan en qué país se respetan los derechos humanos.
Eduard M a: «En las bodegas del satírico hay siempre un moralista y, por consiguiente, causas que suscitan su adhesión: las de Parra son el lenguaje llano, el antidogmatismo y, desde mucho antes de que se convirtiera en un movimiento popular, el ecologismo».
Hostigado por los intelectuales del exilio, desde comienzos de los años ochenta Parra encontró en el ecologismo una salida a las dicotomías de la Guerra Fría. «Los crímenes ecológicos del socialismo son tan graves o más que los propios crímenes del capitalismo», diría en una entrevista. Capitalismo y socialismo eran «gemelos siameses» dispuestos a sacrificar el planeta en busca de sus intereses. Así llegó la ecopoesía de Parra. En uno de los últimos poemas que escribió, poco antes de cumplir un siglo («¡Quién tuviera ochenta años!», me dijo en ese viaje), seguía tan viva como siempre su militancia ecológica:
Luz natura
o la revolución de las gallinas Hay que aprender de los que saben + Acostarse y levantarse temprano.
¡por una patagonia sin represas! ¡por una araucanía sin represas!
—Te has convertido —le dije— en un poeta comprometido. —Sí —me contestó—. Durante toda mi vida me atacaron por no serlo. ¡Ahora sí!
Mi uel Arte e: «La antipoesía es el sida de la poesía, porque es destructora, porque Parra no dejó ningún discípulo que tenga algún valor... Lo he dicho antes: bastante tengo con la poesía para preocuparme de la antipoesía».
Con la vuelta a la democracia en Chile, en 1990, comenzaron los años gloriosos de Parra. Ganó el Premio Juan Rulfo en 1991, el Reina Sofía en 2001, el Cervantes en 2011 y el Pablo Neruda en 2012. Se convirtió en un poeta inmensamente popular en Chile. Y suscitó la envidia de algunos que se sentían eclipsados.
J sé Hierr : «Eso de hacer poesía que no parezca poesía no lo entiendo».
Con la excepción de poetas como Álvaro Salvador y Luis Alberto Cuenca, Parra fue considerado en España, hasta hace muy pocos años, como un autor gracioso, lleno de ocurrencias pero en el fondo menor. Sucede, sin duda, que a la poesía española le ha costado abandonar las temáticas y sobre todo los lenguajes poéticamente prestigiosos. Como si existieran cosas y palabras poéticas en sí. En la misma línea de Hierro, reaccionó José Manuel Caballero Bonald al enterarse del Cervantes de Parra: «No es un poeta de mi predilección, puedo decir poco, porque la antipoesía y este tipo de estética me pillan a trasmano». Son opiniones, evidentemente, que hablan más de ellos y de la poesía española que de Parra.
R bert B lañ : «Todo se lo debo a Parra».
La devoción que sentía Bolaño por Parra ha sido instrumental en potenciar su imagen a nivel mundial. Son muchos los lectores que han llegado a Parra gracias al boom de Bolaño y a novelas como Estrella distante y Los detectives salvajes. Había algo indómito, anarco y profundamente verdadero en la antipoesía y en la actitud vital de Parra que subyugaba a Bolaño. En palabras suyas: «Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado».
Patri i Pr n: «Contra otros proyectos de similar índole, en el de Parra no hay rastros de paternalismo: no se trata de “acercar la poesía” al habla cotidiana (sueño recurrente de poetas progresistas y pesadilla habitual de lectores) sino de extraer de ese habla cotidiana un lirismo que no excluye el sarcasmo, la ironía, el epigrama».
Leyeron y admiraron a Parra compañeros de generación de Bolaño como el argentino Patricio Pron.
Roberto Bolaño visitando a don Nicanor en la casa de este, en Las Cruces; los acompaña el crítico español Ignacio
Echeverría. Fotografía tomada en El Tabo, afuera del restaurante
El Kaleuche. Poco después, Echeverría y Niall Binns comenzarían a trabajar en las obras completas de Parra.
Foto: Exposición «Parra 100» (2014).
R d lf F ill: «Neruda es un poeta esterilizante. Si uno se queda pegado a Parra, te puedes transformar en un gran poeta. Pero si uno se queda pegado en Neruda, no queda nada».
Asimismo, novelistas argentinos de otras generaciones, como Fogwill...
Ri ard Pi lia: «De toda esa gran tradición de poetas, el que para mí está por encima de todos es Nicanor Parra: me parece un poeta extraordinario, uno de los grandes acontecimientos de la poesía». ... y Piglia.
P atti Smit : «Me gusta la poesía de Nicanor Parra porque es rebelde y humana».
El culto de Bolaño traspasó las fronteras del idioma. Patti Smith, admiradora del novelista, descubrió a Parra a través de Bolaño y quedó tan fascinada que acudió en 2011 a la recepción del Premio Cervantes en Alcalá de Henares.
Ni le Krauss: «I jumped to apologize, and swore up and down to read the abbreviated list of great Chilean poets he scribbled on the back of a paper bag (at the top of which, in capital letters overshadowing the rest, was Nicanor Parra) and also to never again utter the name of Neruda, either in his presence or anyone else’s».
En la exitosísima novela de Nicole Krauss The History of Love, de 2005, la madre de Alma es traductora de Nicanor Parra. En el primer capítulo de su novela siguiente, Great House (2010), es el personaje Daniel Varsky, un poeta chileno, quien instruye –de manera muy bolañiana– sobre la necesidad de olvidar a Neruda y leer, ante todo, a Parra.
Carmen Bal ells: «¿Tú te opones a que te haga multimillonario?».
Tres años después de la publicación de las obras completas de Parra (que jamás se habrían editado en Galaxia Gutenberg sin la intervención de Bolaño), la agente literaria más prestigiosa de la lengua visitó al poeta en su casa de Las Cruces. Llegó en silla de ruedas y preguntó a Parra si quería que ella lo hiciera rico. Lo único que debía hacer, le dijo, era viajar a España. Nicanor respondió que nunca más iba a subirse a un avión.
«A diferencia de sus hermanos, todos artistas populares, Parra toma sólo a veces la guitarra, pero sí aprende a tocar las “cuecas recortadas” que le enseña Roberto.». Foto: Exposición «Parra 100» (2014).
—Es la forma más segura de viajar –le dijo. Nicanor respondió, señalando con la mano: —Más segura es una silla de ruedas.
N na Fernández: «Aprendí de Parra que una pelela rota y una cuchara doblada podían ser poesía. Que la puteada del vecino o el dicho del casero de la esquina tenían dimensión poética. Después de eso, se habita otro territorio. Uno más sabroso y noble, sin duda».
La novelista chilena apuntó a una de las enseñanzas de Parra para las generaciones más jóvenes: la posibilidad de abordar la realidad sin anteojeras, sin tabúes, sin dogmas.
Eduard Milán: «No hay nada seguro en Parra, de ahí la fascinación que ejerce desde hace sesenta años sobre el lector de poesía (solo equivalente al rechazo que causa en los poetas “de lo específico”): todo es tentativo porque trabaja con el habla, terreno de lo móvil».
Si Bolaño ha convertido en devotos de Parra a una generación de lectores de novelas, el prestigioso poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán, que salió de los círculos de Octavio Paz, ha transformado la imagen de Parra entre poetas atentos a la exploración vanguardista y la búsqueda permanente de la palabra poética.
J uan Carl s Mestre: «En términos de física cuántica, Nicanor Parra es un accidente congelado de la literatura en castellano. Esos son los accidentes que determinan el curso de la historia».
El prestigio de Parra en España se ha transformado en años recientes. La crisis de 2007 creó una generación de jóvenes descreídos, enemigos de la autoridad, abiertos al juego y hartos del dogmatismo de la izquierda y la escritura comprometido de antaño. Mestre –una figura puente entre la poesía de España y Chile– ha tenido, qué duda cabe, un papel preponderante en este redescubrimiento de la antipoesía.
Ol id Gar ía Valdés: «Parra dota a la poesía de una lengua absolutamente novedosa. No hay nadie, después de Rubén Darío, que haya puesto tanto peso en la lengua».
A lo mejor la gran poesía de la modernidad en lengua castellana puede enmarcarse entre los dos: Darío y Parra, Rubén y Nicanor. Finales del xix y comienzos del xxi. Entre el modernismo de Azul... y Prosas profanas y las últimas grandes obras del antipoeta y autor de artefactos visuales: Discursos de sobremesa, Obras públicas y Lear, rey & mendigo.