ANEXO 10 - A «LOS DIFERENTES CAMINOS DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS» “Seguir” a Jesús, era un término acorde al sistema educativo de la época. Era usado para indicar la relación entre discípulo y maestro, relación diferente a la que se da hoy en día entre alumno y docente. Los alumnos asisten a clases de un profesor, pero no conviven con él. Los discípulos “siguen” al maestro compartiendo su cotidianeidad. A los treinta años de edad, Jesús ya era Maestro. Reúne discípulos y discípulas para formar comunidad con ellos. Todos ellos “siguen” a Jesús, formando grupos alrededor de Él: - Un núcleo cercano de doce, como las tribus de Israel (incluso de acuerdo a las necesidades del momento, Jesús forma grupos menores dentro de estos doce, por ejemplo cuando llama a Pedro, Santiago y Juan para momentos de oración). - Una comunidad más amplia de hombres y mujeres. 119
- Un grupo mayor de setenta y dos. - Las multitudes que se reúnen a su alrededor para escuchar su mensaje. Vamos a profundizar en algunos de los discípulos y discípulas de Jesús, recuperando qué pistas nos regalan sus experiencias de encuentro con Jesús para repensar nuestra propia experiencia de discipulado. PERSONAJES
¿QUIÉN ES?
PEDRO
Persona generosa y entusiasta. Desde un comienzo se siente invitado a dejar las redes y seguir a Jesús en todo el camino. Se siente convocado a continuar con la transmisión de la experiencia de Jesús hasta su muerte.
ANDRÉS
Persona práctica. Fue el que encontró al joven con los cinco panes y los dos pescados (Jn 6, 8-9). A él se dirige Felipe para que ayude a los griegos que querían ver a Jesús (Jn 12, 20-22). Una persona activa y de corazón solidario.
TOMÁS
Era una persona racional y terca. Capaz de mantener su opinión durante una semana entera contra el testimonio de todos los demás. Necesitaba ver a Jesús, tener una experiencia de confirmación personal, para poder creer en Él.
NICODEMO
Era miembro del Sanedrín, Tribunal Supremo de la época. Era un personaje importante. Aceptó el mensaje de Jesús pero no tuvo el coraje de manifestarlo públicamente. Aparece en muy pocas ocasiones, generalmente de noche.
MARÍA MAGDALENA
¿QUÉ PISTAS NOS REGALA SU CAMINO?
Nació en Magdala (de allí proviene su apellido). Jesús la curó de una enfermedad (Lc. 8,2). Fue una fiel seguidora de Jesús y lo acompañó en su camino hasta la cruz.
JOSÉ DE ARIMATEA MARTA MAGDALENA
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ANEXO 10 - B HACERSE DISCÍPULO (Adaptación sobre un texto de Dolores Aleixandre) A continuación, te invitamos a leer los testimonios de diferentes personas que, en algún momento de su vida, se encontraron con Jesús. Estos relatos no son históricos. Son relatos adaptados de un texto escrito por una teóloga llamada Dolores Aleixandre. Ella se permitió “imaginar” cómo habría sido el momento de encuentro de diferentes personas que aparecen en el Evangelio con Jesús. Te invitamos, entones, a que puedas leer estos relatos desde esa misma clave: imaginando. Tratá de leer cada palabra con detenimiento e ir imaginándola… es un primer ejercicio de acercarnos al Evangelio como si fuera un fragmento de la película que vimos hace unos instantes. 120
Encontrarás el nombre del personaje elegido y la cita del Evangelio en la cual aparece mencionado. Te recomendamos, entonces, que en primera instancia puedas leer el relato del Evangelio para luego leer la narración que sigue. ¡Buena suerte!
TOMÁS, EL MELLIZO Para saber quién es Tomás, te invitamos a leer el relato del Evangelio de Jn. 20, 24-29. Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Seguí a Jesús por una extraña vida sin domicilio fijo… como un pájaro sin nido. Y todo fue muy bien hasta que lo escuché proclamar sus insólitas declaraciones de felicidad. Y hubo algo dentro de mí, algo escéptico y decreído, que comenzó a decirme de no continuar. No sé cómo logré superar mi crisis en aquel primero momento, pero pronto se presentaron otras. Allí volvió a aparecer de nuevo ese “mellizo”… ese “otro yo” que vivía en mi interior. Todo lo que había abandonado al día siguiente en que escuché la invitación de Jesús, de pronto tenía mucho atractivo, y mi decisión de irme con él comenzó a parecerme fruto de un espejismo engañoso. La incertidumbre y las preguntas me enredaron mucho tiempo y me sentí como un caminante detenido por una barrera de espinos… ¿cómo pude entregar mi fe a este galileo de origen oscuro, de quien no sé nada, y que no me ofrece más que un futuro incierto? Me separé, entonces, del grupo; pero al tiempo regresé Todas mis rupturas interiores se curaban al lado de Jesús. Volví cabizbajo y sombrío, esperando sus reproches. Pero Él se sentó a mi lado en la cena, me ofreció un trozo de pan y me dijo con amistosa cercanía “Tomás, cuéntame lo que te ocurrió en Betsaida”. El Tomás creyente que hay en mí volvió a despertar con fuerza y decidí que ya solo deseaba caminar junto a él hasta el final de mis días, unido a su mismo yugo y corriendo su misma suerte. Por eso llegué a decir a los otros, cuando subíamos a Jerusalem, sabiendo que la amenaza de
muerte estaba cerca: “Vamos nosotros también… si es necesario, moriremos con Él”.
LA PECADORA QUE UNGIÓ A JESÚS Para saber quién es esta mujer, lee el Evangelio de Lc. 7, 36-50 Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Yo sé que todos conocen los rumores que circulan sobre mi pasado. También imagino que, aunque no hayan estado allí saben lo que ocurrió aquel día en casa de Simón, el Fariseo. Pero lo que no saben y nunca revelaré a nadie es el secreto del día en que nací de nuevo; aunque todos deben notar en mis ojos el brillo que aparece cuando alguien nombra a Jesús. Yo vivía fragmentada en mi interior… como si no pudiera ser yo misma. El encuentro con Jesús fue, para mí, el momento en el que mi vida empezó a pertenecerme y en el que conseguí firmeza y seguridad. Sentí que por fin podía existir sin más, sin que el peso del juicio de otros me aplastara, sin que mis propios temores me tuvieran encadenada. Todo comenzó un sábado cuando, al pasar cerca de la sinagoga, oí los comentarios escandalizados de un grupo de fariseos: “¡Este Jesús dijo que las prostitutas estarán antes que nosotros en el Reino de los cielos!”. Al verme, uno de ellos escupió con desprecio mientras yo sonreía con amargura al reconocer que era uno de mis clientes. Pero eso no importaba tanto en ese momento… ¿quién sería este Jesús? Un día me sumé a la multitud que se dirigía a Galilea para escucharlo. Muchos me miraban y cuchi-cheaban entre ellos… por eso tuve que sentarme sola, lejos de todos. Lo vi llegar con su grupo de amigos y se sentó muy cerca de donde yo estaba. Dirigiéndose a la gente empezó a decir “Sean compasivos… no juzguen y no serán juzgados… no condenen y no serán condenados… perdonen y serán perdonados”. Me sentí mirada como nunca antes lo había hecho. Sin juicio, sin desprecio, sin codicia. Volví a mi casa renovada. Corté relaciones, rompí viejas costumbres y tomé la decisión de ir a su encuentro… necesitaba agradecerle el milagro que su palabra de perdón había creado en mí. Supe que Simón, el Fariseo, celebraba una cena en su casa y que Jesús estaba entre los invitados. Sabía que mi presencia allí iba a escandalizarlos, pero me presenté con mi frasco de perfume y aprovechando una distracción de los criados entré en la sala del banquete. Me situé detrás de donde estaba Jesús y ante el estupor de los invitados derramé sobre sus pies el perfume mezclado con mis lágrimas… lo fui secando con mis cabellos. Sentí las miradas reprobadoras de todos pero solo había una que me importaba: la de Jesús… y yo sabía que Él, que compartía mi secreto estaba leyendo el agradecimiento que encerraba mi gesto. Escuché las palabras que Jesús dijo luego y me convencí de que era yo quien tenía mayor capacidad de amar. Mi deuda era inmensa. El Maestro me había puesto de pie y había hecho de mi una mujer nueva.
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LEVÍ, EL DE ALFEO Para saber quién es Leví, te proponemos leer el Evangelio Mc. 2, 13-14 Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Cuando lo vi parado delante de la mesa donde cobraba los impuestos aún no sabía nada de Él. Por eso quedé asombrado al sentir que un desconocido me miraba con franqueza y cordialidad, sin reproches ni juicios… “Leví, te necesito, vente conmigo”, me dijo. A pesar de mi estupor, una fuerza misteriosa me empujó a levantarme de mi mesa para irme con Él y proponerle cenar en mi casa. Debo confesar que tuve miedo de que se negara a compartir la cena conmigo, pero enseguida me di cuenta de que para Jesús no parecía contar ni una sola de las separaciones que existen entre los seres humanos.
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A lo largo de la cena lo vi participando y hablando conmigo y con mis amigos. Pero sentíamos algo que nos alegraba mucho más que la cena o el vino: estar allí, alrededor de Jesús, hacía caer el peso del “personaje” que teníamos que cumplir todos los días, y empezábamos a experimentar la libertad de no estar atados a ninguna jerarquía social, religiosa ni económica, ni a normas de pureza o de legalidad. Era como si Él estuviera convencido de que esa comunidad de mesa podía romper las divisiones que nos separaban a unos de otros. En la sobremesa se puso a contar la historia de un hombre que tenía cien ovejas y, al contarlas por la noche, se dio cuenta de que se le había perdido una. Se echó al monte bajo la lluvia para buscarla y recorrió muchas leguas sin dar con ella. Casi de madrugada escuchó un balido en el fondo de un barranco; bajó a toda prisa, la cargó en sus hombros y lleno de felicidad convocó a todos sus vecinos para celebrar que había encontrado la oveja que se le había perdido. Uno de los comensales, que conocía la historia le dijo: “Te olvidaste de contar que la oveja perdida era la mejor del rebaño… por eso la quería tanto el pastor”; pero Jesús le respondió “No, he cambiado la historia porque las cosas con Dios no son así… Para Él nadie necesita estar cargado de méritos ni de cuali-dades para ser querido”. Estaba hablando justo al revés de lo que había escuchado toda mi vida. Nos dimos cuenta, rápidamente, que estábamos ante otra manera de interpretar el mundo, la ley, las tradiciones, la relación con Dios, y el futuro de nuestro pueblo. Todo estaba cambiando vertiginosamente y el centro de la espiral era aquella mesa en la que un grupo de personas que estábamos perdidas, empezábamos a darnos cuenta de que habíamos sido encontradas.
NICODEMO, EL FARISEO Para saber quién es Nicodemo, te proponemos leer el Evangelio Jn. 3, 1-21 Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Si existe algo de lo que me he sentido siempre orgulloso es de mi condición de fariseo. Mi padre me envió a estudiar para convertirme en un especialista de la Ley. Estaba convencido de que la sabiduría me daría una influencia y un prestigio que nunca
encontraría por otros caminos. He pasado toda mi juventud estudiando Escrituras y sometido a una dura disciplina; pero me fascina el conocimiento y nunca me he arre-pentido del esfuerzo invertido en alcanzarlo. Siempre quise estar cerca de aquellos de los que pensaba que podían enriquecerme con su sabidu-ría. Por eso me dirigí a aquel rabí del que todos hablaban con el deseo de mantener una conversación que me ayudara a aumentar mis conocimientos. Respetuosamente lo llamé “maestro” y le dije que reconocía en Él una prudencia que debía proceder del Altísimo. Pero en vez de lo que esperaba escuchar (una instrucción, una pregunta, un consejo…), lo que me dijo me dejó desconcertado: “Nicodemo, no intentes seguir añadiendo saberes…¡Atrévete a nacer de nuevo!”. Cuando conseguí recuperarme de mi sorpresa, le respondí de manera defensiva… le pregunté con ironía si él tenía el secreto de cómo volver al vientre materno cuando uno ya es adulto. Y me dijo que eso era cosa del Espíritu. Y aunque siguió hablando, yo ya no lo escuchaba… estaba confundido… perplejo. A partir de entonces esa sensación de confusión y perplejidad sigue acompañándome, y tengo la sensación de que lo que realmente deseo es ese nuevo nacimiento. Hasta que lo conocí a Jesús no hice más que acumular enseñanzas que ahora pesan sobre mí como una carga agobiante. Todo lo que sabía no me sirve para este nuevo desafío. A veces intento huir y refugiarme en mis antiguas costumbres; otras me siento llamado a dejar atrás todos los caminos ya frecuentados. El vértigo se apoderó de mi, y mis seguridades y saberes comienzan a parecerme inservibles. La vida que quiero no está vinculada a leyes, reglamentos, templos, ritos, edificios o costumbres; sino a esa otra manera de vivir que me propone Jesús. Su palabra da vueltas en mi y me debato entre retornar al mundo ya conocido de mis certezas sacadas de los libros o entrar en esa nueva vida que se respira junto a Él. ¿Estaré aún a tiempo de ese nuevo nacimiento?
SANTIAGO, EL HIJO DEL TRUENO Para saber quién es Santiago, te proponemos leer el Evangelio Mc. 1, 21-38. Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Aquel primer día que pasamos con él fue decisivo y eso que ninguno de nosotros sabía bien en qué extraña aventura nos estábamos embarcando cuando dejamos todo lo que teníamos. Muchas veces hemos comentado entre nosotros qué poder de atracción ejerció con nosotros aquel desconocido, para que la casa, la barca y todo lo que constituía nuestra vida hasta ese momento fueran incapaces de retenernos. Comenzamos junto a Él una extraña vida itinerante, aunque no éramos capaces de comprender muchas de sus costumbres y afirmaciones. Un día dijo: “Les aseguro… a todos los desposeídos, humillados y sometidos, Dios va a darles la tierra en herencia…”. Nos quedamos perplejos, sin entender. Yo simpatizo abiertamente con el grupo revolucionario de la sociedad, los zelotes… por esta razón me entusiasmé. Los más próximos a mis posturas argumentaban que la transformación era necesaria, y repro
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chaban a los demás una actitud pasiva que dejaba todo como estaba. Unos y otros defendíamos nuestras posturas, aferrados a nuestras ideas sobre la paz y los medios para alcanzarla. Mientras seguíamos discutiendo, Pedro y Andrés habían arrimado la barca a la orilla y sacado los peces que traían para la cena. Jesús se había levantado sin decir una palabra, había tomado los peces y se había puesto a preparar el fuego para asarlos. Nos sentamos a cenar, y como si nada hubiera ocurrido, nos invitó a mirar cómo el fuego se había apoderado de los palos secos de forma tal que ya era imposible separarlos. Era algo así lo que Dios quería de nosotros, dijo. Siguió hablando mucho rato y en aquel anochecer a la orilla del lago, en torno a unas brasas aún encendidas, supimos que teníamos que arrojar en ellas nuestra agresividad y nuestro rencor.
EL JOVEN RICO 124
Para saber quién es el joven rico, te proponemos leer el Evangelio Mc. 10, 17-22 Luego de leerlo, pasa al siguiente relato… Vanias, mi administrador, acaba de comunicarme con satisfacción que la última cosecha de vino ha sido estupenda, y que tenemos comerciantes de Antioquía dispuestos a comprarla a un precio más alto de lo que esperábamos. Por otra parte, el negocio de pieles que heredé de mi padre es cada día más floreciente y todos me felicitan por ello. Soy consciente de que mi posición económica provoca cierta envidia, pero no termino de ser feliz con eso. Hubo un momento en mi juventud en que viví inquieto y en búsqueda: como hijo de fariseo, estaba habituado desde niño a cumplir rigurosamente la ley; pero no lograba comprender cómo un Dios que me había sido presentado como bondadoso, exigía solamente un aburrido cumplimiento de normas y leyes. Soñaba con una vida plena y libre, pero cuando preguntaba a algún rabí, sus consejos me implicaban siempre hacer algo más y esmerarme en el cumplimiento de los mandatos. Como la fama de Jesús se había extendido por toda Judea, decidí acudir a él buscando, una vez más, consejo y orientación. Me dijeron que estaba saliendo de la ciudad, al parecer en dirección a Jerusalem, y eché a correr hasta alcanzar al grupo con el que caminaba. Cuando me vio llegar se detuvo: yo me puse de rodillas como señal de respeto. “¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”, le pregunté mirándolo a los ojos. Y aunque sentí en el acto una corriente de afecto, su respuesta me decepcionó mucho… era la misma que había escuchado cientos de veces. Sin embargo, algo me hizo intuir que no era eso lo que quería decirme, y ante mi insistencia me hizo una extraña propuesta: “Vende cuanto tengas y dáselo a los pobres… después vente conmigo”. Se apoderó de mí el estupor y me sentí como un corredor que, de pronto, se encuentra al borde de un abismo: ¿dejar atrás la seguridad de lo que tengo para emprender la aventura incierta de irme con alguien que no tiene ni siquiera un domicilio fijo?, ¿atreverme a creer una palabra que afirmaba que la vida plena, feliz y desbordante
estaba más en el dejar que en el poseer? Me estaba pidiendo que renunciara no solo a mis posesiones materiales, sino también a todo aquello que hasta ese momento constituía mi seguridad y mi riqueza…. y sentí miedo. Sus discípulos eran gente ruda y sencilla, con ropa descuidada y sandalias polvorientas. Recordé las comodidades de mi hogar, las tierras que tenía y el respeto que todo esto me otorgaba. Me puse de pie lentamente, evitando mirarlo, y me alejé despacio, consciente de que sus ojos continuaban fijos en mí. Desde aquel momento no ha habido hora, ni día, ni año en que no me haya arrepentido de ello. Vivo sin carecer de nada, pero me falta alegría. Soy alguien a quien se considera y se consulta, pero daría mi vida por haberme hecho discípulo de aquel Maestro que me habló desde otra sabiduría. El dinero y el poder se han convertido en ataduras, tan fuertes que han ahogado mis sueños y me han encerrado dentro de unas vallas que me impiden caminar libre de trabas. Y ya nunca me abandonarán la nostalgia y la añoranza por no haber confiado en la promesa de vida que me ofreció aquel galileo itinerante que un día se cruzó en mi camino.
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